jueves

Lema Orante Semanal


EN LA CONMEMORACIÓN DEL TRAZO CELESTE
6 de enero de 2020

Los vientos parecen reclamar… los momentos vividos, que se clasifican en “pasados”, como si no hubieran existido. Nos traen también las novedades de futuro… vividas en presente.
Todo ello parece como si se pretendiera diluir el tiempo… y así tener la consciencia de Eternidad. Porque en ella no existe ni pasado ni presente ni futuro.
¡Existe!

Esa Eternidad, el ser de humanidad la ha apartado; se la ha atribuido a dioses o… ¡o a nadie!  Y ha creado –esa humanidad- sus tiempos, renunciando a lo eterno.
El ritmo material impuesto por nacer, crecer, desarrollarse, decrecer y desaparecer… se hace evidencia, ¡sin serlo!, puesto que solo contempla una perspectiva, una dimensión.
Cuando el ser se dimensiona en el Universo, cualquier tiempo se hace intemporal…; cualquier acontecer se hace “transcurrir”, y no existe ni antes ni después.
Y así es que el Sentido Orante nos avisa, con el vehículo del tiempo, para que no caigamos en olvidos.  La memoria no está para recordar; está para presenciar, para permanecer.

El viento se hace un buen equivalente, con su invisible transcurrir y su lenguaje esquivo. Sin conocer obstáculos, llega a ellos, los merodea, los rodea, los sonoriza y… continúa.

Se ha interpretado –como no cabía esperar de otra forma-, desde la óptica del tiempo, a Lo Eterno, con lo quieto, con lo inmóvil, siendo justamente todo lo contrario: misterioso, cambiante, sorprendente, imprevisible, ¡asombroso!...

El Sentido Orante nos conmina a… adentrarnos a cualquier momento de impresión, de sensación, de emoción, como un presente-futuro-pasado, ¡sin tiempo!... ¡Sin el miedo a que termine!...
Bajo esa perspectiva, sin el temor a… ¡el final!, bajo la consciencia de la memoria eterna, es posible vivir… esa sensación de Eternidad. Y quedarse libre de los prejuicios que gravitan continuamente sobre la temporalidad de los hechos, cargados de juicios, condenas, castigos…

En un intento de Eternidades, las memorias humanas recuerdan y festejan –como si fuera eterno- aconteceres que marcan las vivencias: “Y hoy hace un año que…”. “Y hoy hace…”.  “Y hoy es el cumpleaños…”.
No es difícil adivinar que esas celebraciones son un hilo de Eternidad; si no, ¿qué sentido tendría traerlas al presente, si ya fueron pasado?

Cierto es también que, poco a poco, la memoria se va haciendo –en el tiempo de humanidad actual- se va haciendo un estilo selectivo, competitivo y radical, con lo cual… la memoria se hace olvido; y se va quedando en lo anecdótico, como si nada hubiera ocurrido.

Y es bien recordar, como Eterno, que en este lugar, el llamar a orar se ha hecho, se ha manifestado… permanentemente distinto, ¡diferente!, ¡novedoso!, ¡sorprendente!, ¡imprevisible!…
¿Será una muestra de Eternidad? Sin que por ello pretenda ser más importante y más trascendente y más… ¡No! La Eternidad no entiende de esos aspectos. Es más, no los necesita.
Y sí: este lugar –en el que ahora el viento lo bate- ha sido testigo, es testigo, será testigo, para diluir el tiempo y hacerse Eterno. Este lugar ha sido, y es, y será, el eco… de Lo Eterno.
Y no se ahogará en el espacio físico, sino que es expansivo… como el eco que resuena a lo lejos.

La innovación permanente de la Llamada Orante, de la intención meditativa, de los cantos ceremoniales, de la inspiración… la inspiración creativa, son muestras de Eternidades que han transcurrido. Se han manifestado a partir de un momento, sí, ¡pero ya estaban!
¡Todo ya estaba!

Pero el ser, en su dominio y control, trata de sentirse protagonista… y fraccionar lo que estaba, Eterno, en lo que hay ahora y en lo que se debe olvidar.

Lo cierto es que nos recuerdan, desde la Eternidad –Sentido y Llamada Orante de hoy-, que, en contra de todo pronóstico, en contra de todo augurio… –que no se debe olvidar, para así poder evaluar la Eternidad-, se manifestó este lugar, este espacio…

Los augurios y temores, casi desde el principio –por poner una referencia-, eran constantes, y crecían en la medida en que más se manifestaba el espacio.

Pero había seres que, como abducidos… –como abducidos-, colaboraban, participaban, ayudaban…; creían de manera diferente en lo que se hacía, en lo que se proponía, ¡sin llegar a sospechar Eternidades ni nada parecido!
Todo estaba enmarcado en la palabra “locura”.
Y es curioso: hoy puede parecer “cordura”.
¡De ninguna manera! ¡Aquí no hay nada cuerdo!

La oración no pretende encordar, atar, domesticar, amarrar, sujetar, prohibir, permitir…
Y en consecuencia, como espacio-tiempo intemporal, en este lugar  tampoco eso ocurre; aunque, con frecuencia, la voluntad y… ¡el buen ánimo! –¡sin duda!- de la mente cotidiana humana, trata de ordenar, clasificar, imponer…
¡Es lógico!
Pero Lo Eterno nunca ha sido lógico. No tiene ninguna categoría del pensamiento del ser de humanidad. El Misterio Creador no está sometido a los razonamientos lógicos. Y este lugar… tampoco. Está bajo la referencia de ese Misterio Creador.

Tanto es así que, a poco que se aromatice, a poco que se saboree, a poco que se vea… todo el desarrollo, toda la actividad, toda la experiencia –en cuanto a permanencia- que se vive en estas dimensiones, no tiene lógica, no tiene razón; más bien tiene el llamado a ser testimonio de otra diferente consciencia de humanidad.
Otra posición que no pretende combatir, sino evidenciarse como capaz, como sustentable, como permanente, como –sin decirlo- inmortalmente Eterna.

Y así, como se suele decir, si queremos inmortalizar algo, tenemos que eternizarnos antes.
Si queremos inmortalizar ¡algo!, tenemos que eternizarnos antes.
Y para ello, solo el auxilio de lo orante –¡de lo orante!, de lo orante-, de la Llamada Orante, es el que nos permite entrar en esas dimensiones.
¡Y ser, así, un fiel testigo de un Eterno acto de Amor! ¡Vigoroso! ¡Invisible! ¡Presente! ¡Real! ¡Sinuoso!... Como el viento: que parece que pasa, pero permanece como aliento.

Y como… parafraseando al viento, exclamamos:

AAAMÉN… AAAMÉN… AAAMÉN…
AAAMÉN… AAAMÉN… AAAMÉN…
AAAMÉN… AAAMÉN… AAAMÉN…


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miércoles

Lema Orante Semanal


EL INTERÉS
30 de diciembre de 2019

No sabemos con precisión cuándo comenzó el interés. El interés de… no “interesarse por”, sino el interés como medio de ganancia, como medio de aporte, como medio de recoger beneficios. Y consecutivamente, cuándo se empezó a dar esa necesidad de… seguridades, de ganancias programadas, de certezas exigentes.
Pareciera, pareciera… que cada ser viaja con sus intereses. Un pesado argumento, si se quiere estar liberado.
Preocupados cada uno con sus rentas, beneficios e intereses que producen sus inversiones afectivas, emocionales, económicas, sociales, etc., la duda siempre ronda, la sospecha es razonable, la desconfianza se hace hábito.
Y en esas secuencias, cada vez se cierra más y más la opción a una imprevista novedad, a una imprevisible aparición, a una incertidumbre que no sea la habitual. Se cierra también la puerta a la sorpresa, a la magia. Se va cerrando la puerta de lo invisible, las puertas de los invisibles: de esos invisibles hilos que hablan de fe, de creencias, de admiraciones, de… de lo que no tiene renta.
La repetición continuada de experiencias similares, semejantes, parecidas… va agotando la creencia o posibilidad de una renovación, de una innovación. Casi todo “se compara con”, “se compara con”, “se compara con”… pero se compara siempre con lo incómodo, dañino, ofensivo…
El Sentido Orante nos alienta a darnos cuenta de que ¡cada día es nuevo!; que cada día ha tenido que ser creado y que, en consecuencia, ¡no es igual que el anterior!, ni que el anterior. Y que lo que pasó antes, y antes de antes, y después de antes, no tiene que ocurrir hoy, mañana o pasado.
Un atavismo derrotista, en busca de controlarlo, tenerlo y supervisarlo ¡todo!, imposibilita la sorpresa.
Y cuando éstas aparecen –porque cada día es diferente y ha sido creado, y cada creación es nueva- el ser parece no querer entrar en la aventura. Sí, en esa aventura que se tenía cuando no se sabía. Ahora que se cree que se sabe, no ha lugar a ninguna aventura.

¡Que difícil se hace creer sin dudas! Tanto así que, con una facilidad asombrosa, cualquier flor lúcida se hace marchita, cualquier esperanza novedosa se hace rápidamente ácida… e inviable.
Se quieren aventuras con garantías, con seguridades.
¿Acaso la Creación –¡de cada día!- nos garantiza, nos asegura, nos…?
¡No! ¡Nos renueva! ¡Nos innova!
Pero la recalcitrante y exigente y dominante y… y casi heredada exigencia de seguridad, de beneficio, de certeza, no deja que los finos hilos transparentes de la Providencia nos iluminen, y es preferible esconder, ocultar, callar, engañar, mentir, solapar… para mantener un interés, una seguridad, una…

Cada vez que se nos permite entrar en lo invisible, en el alegato orante que nos advierte, que nos orienta, que nos ¡despeja!… que nos despeja las trampas de recuerdos de días y días, no parece ser suficiente la infinita bondad de “el hecho de vivir”, para convencer al buscador de certezas-seguridades, rentabilizador de influencias…
Así el ser se hace ¡cápsula!, comprimido, inyectable… Algo que asegure, que comprima, que se pueda poseer.

Parece que cada cual lleva un estilete afilado para… –como la esgrima: ¡touché!- tocar al otro en aquello que “pudiera parecer” o “podría ser”…; “aunque hoy no lo sea, mañana quizás lo sea”…
Se hace difícil ejercicio, el vivir…
Adorar, venerar, admirar, sublimar… ¡Qué palabras! –¿verdad?- tan… ¡antiguas!, cuando hoy se tiene la posibilidad de investigar, de descubrir y de ver que todo se repite incesantemente, y hay que asegurarse de que el dominio esté atento, los intereses estén preservados. “¡No me vaya a ocurrir hoy lo que me pasó ayer!”.
Ayer ya se hizo. Ayer ya se creó. Hoy se ha creado otro mundo, otro Universo. Y lo que ayer fue fallido, hoy no está dispuesto a serlo.
Pero el ser parece aferrarse a sus experiencias, y a catalogar lo parecido como “igual”; lo diferente, como “casi lo mismo”. ¡Y hasta el mismo milagro se pone en duda, no vaya a ser una farsa de mágicos efectos, de trampas!

¿Es posible sentir el amar, así, en esas circunstancias? ¿Es posible, al menos, acercarse a la orilla, para que se puedan mojar los pies? ¿Es posible nadar sin tocar fondo? ¿O eso ya, de entrada, se desecha? Porque el cálculo, porque el comentario, porque la opinión, porque…
Se establecen clichés, fotos fijas, imágenes de repetición.
La presunción –presunción, sí- de inocencia es inaceptable. Siempre parece acompañar a cada ser la sombra de la culpa.
Poco dura la inocencia comprobada. Rápidamente se le busca alguna trampa. Y si no la tiene, ¡se inventa! Parece una obscenidad lo evidente, lo claro y transparente, lo sincero.
Parece mejor y natural, el error, el conflicto, el engaño, la verdad a medias… para asegurarse unos intereses satisfactorios.
Y aunque todos los amaneceres sean distintos, porque otro mundo se ha creado, el ser rememora –utilizando pésimamente su memoria- y coloca –para entenderse mejor- un sombrero de talla estrecha a una cabeza grande, y se empeña en que encaje el sombrero, hasta que lo consigue rompiendo un poco el sombrero y dañando un poco la cabeza. ¡Sí! ¡Que sea el mismo molde de ayer!
Pareciera que si se disolvieran las preocupaciones, los prejuicios, las dudas, las sospechas, las desconfianzas… pareciera que el ser se quedara ¡inútil! Parece necesaria la guerra y el valorarse y evaluarse como ¡potente!
De ahí los dichos: “¡Como todo!”. “¡Como todos!”. “¡Como siempre! ¡Qué quieres que te diga! Igual que siempre. Igual que todos. Igual que todas”.
Y el Universo y la Creación empeñada y empeñados en evidenciar lo evidente de lo diferente, lo creativo, lo novedoso.
Pero hay como un obstáculo interno que exige –en cada cual- que el mundo sea hecho a su capricho. ¡No se logra dar el salto transcendente!... de sentirnos diferentes.
Y así, cuando lo excepcional aparece, ¡ahhhh!… poco va a durar. Pronto aparecerán los “peros”, los atracadores de ilusiones, ¡que te recordarán lo efímero!, que te dirán lo sospechoso. Esos pájaros de mal agüero que nunca confiaron en nadie. Tampoco en sí mismos.
La fiesta pronto se convierte en patíbulo.
¡Patético!...
Así estira y así cultiva la vida el hombre, como especie. Así especula con sus dones, con sus bienes. ¡Y aunque lluevan oraciones sin cesar!, el hombre busca poner su huella para delimitar su posesión, para dejar claro sus intereses.
.- Pero ¡llueve!...
.- ¡Sí, sí! ¡Ya! Para eso están los paraguas.

Decía el dicho: “La duda ofende”. Cuando en evidencia y en inocencia se está, la duda es una daga casi mortal.
Pero enseguida sale la reivindicación:
.- ¿Es que no puede uno dudar?
.- Sí. Sí se puede. Deje que entre la duda, y dudará de todo. Empiece a sospechar de la pared, y pronto se caerá.

Pareciera que falta… –¿falta?- algo de piedad.
Pareciera que fuera preciso suplicar y suplicar el darse a conocer como nuevo, como distinto… y que te reconozcan.
¡Qué miedo tan extenso!, el que no permite balbucear lo que siento.

¿Y si… bajo el Sentido Orante, se le da una oportunidad a la nueva Creación? ¡Que, sin duda, viene avalada por todas las Creaciones!
Pero es Creación de Fe, de Providencia.
Es Creación de Amor infinito, que no tiene… manchas.
No se le puede tratar con los labios prietos, con la frente fruncida… o con los ojos entreabiertos.
¿Podría ser, una piedad renovada, una fe inspirada, una creencia inmaculada…?

Escuchemos y sigamos.

AAEEEIIIIMMMMMMM



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martes

Lema Orante Semanal


EL CUIDO – EL CUIDADO

23 de diciembre de 2019

El viento nos habla de su pasión; de despejar lo superfluo, lo que no es auténtico; de merodear lo evidente… y hacer de ello un canto prominente.
¡Ay! Si el ser se hiciera pasión de viento, y así se hiciera tan sutil que no tuviera que defenderse; tan vibrante, que su estar le permitiera desplazarse; tan invisible… como las ilusiones y las fantasías.

El Sentido Orante, aliado de cualquier manifestación de nuestro entorno, recoge el sentido de los aconteceres para darnos sugerencias, pautas, avisos, advertencias… que orienten nuestro ir, nuestro venir, nuestro estar.

La humanidad, confusa, se encuentra en continuos dilemas, con decisiones imprecisas, con abrumadoras noticias. Algunas son información, otras son… comentarios de hedonismos interminables.
Pareciera que cada ser reclamara un trono, exigiera un poder, demandara un aplauso…
A la vez –para aún aumentar la confusión-, a la vez se expresan… comunidades, comuniones de seres que se agrupan en el desespero…; en el bullanguero grito de las demandas, como si fueran justicieros de la verdad.

Y así, el posicionamiento del ser se encuentra en esa dualidad de la exigencia de su individualismo, o del agrupamiento masivo de su obcecación comunitaria.
La solidaridad se hace esquiva.
La sinceridad… ¿dónde?
El agobio se hace… ostentación.
Y el sufrir parece mostrarse como una vocación “irremediable”.

No es un panorama… de aliento. Es más bien dantesco: de miedos y  avisos, de prohibiciones y –a su vez- permisividades, que se conjugan para mayor confusión.

¿Dónde está el rumbo…? Cuando todos quieren marcar la dirección de la veleta, y ésta se mueve desesperada a derecha, a izquierda, gira a un lado, ahora señala a otro…
Ni siquiera el magnetismo de la estrella que sugiere el Norte se mantiene como referencia. Es una más.
Todo se hace “infiable”… como buscando, con ello, ganancias.
Un panorama en el que… el moverse requiere cuidado.

Y ahí incide el Sentido Orante de hoy: cuidado.
Cuidado como expresión de cuido… en lo que cada ser siente que ejerce su virtud.
Cuidado, en la relación con el entorno, con los semejantes, asumiendo el respeto sin el protagonismo exigente.
Cuidado... en los vaivenes de los prejuicios, de las invenciones tendenciosas.

El cuidado implica cautela…, sugiere prudencia…
¡Y nada de ello le quita pasión! Más bien la concentra; la vive según la ocasión.

La austeridad se hace exigencia, para que el cuido se muestre suficiente.

El cuidado de la intimidad, como… el recogido fruto de lo virtuoso.
No ser pasto de la exigencia, de… el significarse por creer en la propia razón, de tal forma que anula las otras.
El significarse por la desobediencia o el ¡desdén! ¡Ay!... Ese desdén que no se expresa; que encima reclama virtud, porque no incomoda, cuando es lo que más incomoda: la desidia, el desdén. El no hacerse participante ni participativo. Casi como dando a entender que lo que los otros hacen es estúpido, inútil, imbécil.
¿Hay mayor arrogancia…? Disimulada en timidez; participando sólo en aquello que es grato para él, para el desidioso; para el que protesta porque sí.
Resulta ¡tan difícil!... el unificarse en un sentir –“¡tan!”-, cuando sólo bastaría un adorno o… un signo de participación. Pero no. Sale el elitismo insolvente, pero demandante, de la desidia… que no permite culminar el cuadro.

¡Con qué ganas!… con qué ganas se empeña el viento en demostrar su lirismo! Y la pregunta del cuido: “¿Con qué ganas, usted, o usted, o usted, o usted, o usted… asume y afronta su presencia, su actuación, su participación?”.
Se cree con todos los derechos, con todos los privilegios, pero que las ganas las pongan otros, para así poder ser… ¡claro!, el objetivo “mirador” que tiene la última palabra; que no se implica… salvo cuando se ve impelido a ello.
Cuidado.
Esas desidias insolidarias, esos “apartes” en la vida comunitaria son, como mínimo, inadecuados.

 ¡Cuidado con el cuido!... Que no se descuide… ¡que no se descuide cada ser, pensando que ya lo tiene todo ganado y que se lo merece! Y aún así protesta y se hace exigente.

Las ganas en el participar se hacen recortadas y remisas… porque tan sólo se ‘semi-cuida’.
No tienen –dicen- ni tiempo ni oportunidad de cuidar algo… que no sea lo propio.

En la medida en que el cuido se hace a nuestro alrededor, en la medida en que cada uno cuida lo que le es ajeno, en esa medida recibe cuidados. No como pago o compensación, no…; sino que el cuido hacia lo “no propio”… revierte en satisfacción por hacerlo. Y esa satisfacción se hace cuido propio… para poder engendrar ganas de participar, colaborar, ayudar…

Debe… debe resultar evidente, para cada ser, el cuidado que la vida le ofrece diariamente. Su consciencia nunca alcanzará a agradecer lo suficiente.
Y esa es una motivación del Sentido Orante, para que las ganas, para que ¡atisbos!... de solidaria participación, se desarrollen. Y seamos partícipes del proyecto de una humanidad que se renueva, se reafirma en su ansia de vivir. Y se cuida de la tropelería que anuncia la desgracia permanente. Y se cuida en base a saber de la gracia y de las gracias que recibe, por las cuales se vive.

Nos llama el Sentido Orante, con la aliada muestra del viento, a ser testigos testimoniales de un hacer que busca lo extraordinario, que se afilia a la fantasía para constituirse en un reflejo creador a través de lo Creativo, a través de la búsqueda, a través del “entusiasmós”… que en sí mismo depara cualquier situación.
No es tiempo de tibieza. Menos aún, de ocultación.
El ostracismo personal, bajo la justificación de que… –¡ay!- de que no son ni se hacen las cosas que cada cual piensa que deben ser, o como deben ser, no debe tener peso para mantener ese movimiento… hacia una espiral que continuamente recala en el mismo sujeto, y de la que no es capaz de salir….
Ha extremado su cuidado –su cuidado-, para conseguir y lograr lo más adecuado para sí mismo.

No es providencial el mostrarse tan retraído. El recato sí tiene un punto de atracción, de participación… puesto que en ese indeciso atrevimiento se perciben las ganas de pedir ayuda… ¡de solicitar aliento!… –como el viento, que no se cansa  de promulgar sus aventuras-.

Lo Eterno, en este tiempo, en este momento de humanidad, nos reclama… el cuido por reconocer que somos herederos de una creación; el cuido por… el respeto y admiración; el cuido por las ganas de participar… y hacerse cómplice de ¡otras dimensiones!, ante el acoso, ante el agravio, ante la persecución en la que el remolino de violencia se mueve en estos tiempos de humanidad.
Más que en otros momentos, se requiere la agilidad, la pasión, la convicción, el cuidado de la virtud, la sincera propuesta… y la participación solidaria en lo Creativo.
¡Y eso se ha de tener hoy en día!, como algo… de ejercicio de salud; de ejercicio de salud que permite ese cuido. ¡No es una reflexión transitoria! Es una decisión urgente, permanente.

Es el rumbo que puede ser una opción hacia esa humanidad que aún nos roza, y tiene pendiente esa revolución espiritual que conlleva… un ánima de amor permanente; que supone una fidelidad a lo revelado y una fe con una confianza ¡sin “peros”!

Con la consciencia necesaria de que se precisa la Piedad de lo Eterno.




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lunes

Lema Orante Semanal


ESTAR PRESENTES EN ESTE UNIVERSO NO ES AGOBIANTE
16 de diciembre de 2019

 Y se siente y se escucha… –razonadamente- a una humanidad agobiada.
El agobio de las rentas, beneficios, ganancias, posesiones, triunfos… que no llegan suficientemente, ante la demanda creciente de cada ser, de cada grupo, de cada comunidad, de cada país…
“Agobio”.
Y la Llamada Orante nos alerta ante este agobio de resultados, de producción… en el sentido de tener, controlar, dominar…
Y la alerta orante proviene de darnos cuenta de que el vivir, el estar presentes en este Universo no es… agobiante. El agobio procede de ese estilo del ser actual –que se ha ido labrando a través del tiempo, claro-, de que con su ciencia, su saber, su tecnología… lo puede todo. Y al darse cuenta de que no es así, el agobio aparece también como para demandarle, en el Sentido Orante, que no es ése el sentido, que no es ése el camino a seguir.
Pero se crean, sin duda, condiciones externas; que son condiciones de unos y otros, que compiten por lo que no es propio, por lo que no les corresponde.

De igual manera, en los vivires de relaciones, de afectos, de emociones… el agobio surge en base a detalles. Sí; la vida del ánimo, del ánima, del alma, del amar, gravita en unas estancias… –comparadas con las especulaciones diarias- en unas estancias “muy frágiles”.
Y un desliz en el cotidiano proceder, sin conectarse con ese frágil sentir, produce una conmoción; una conmoción de sensaciones, como si tuvieran que ser arrastradas hacia el rendimiento, la producción, la renta, el beneficio.
¡Ay…! Cuando la Creación nos posibilita, ¡no aguarda de nosotros ninguna ayuda ni ningún beneficio! No aguarda de nosotros que seamos buenos productores planetarios o excelentes poderosos. ¡No aguarda de nosotros –como se dice a veces- ”ayudas”!
¿Acaso es posible que “humanidad” ayude a “Creación”?

El sentido Creador, a través del vivir, nos muestra –en el Sentido Orante- la inquieta preocupación del ánima por mantener la posición que permita estar en comunión con lo imprevisible, lo inesperado, la sorpresa, el halago, el asombro, la belleza…

Y cuando la piedra de la razón, de la lógica, pide su recaudo, exige su evidencia…, la frágil sensación de misterio, la frágil sensación de asombro… se esconde, se asusta.
El agobio racional habitual y dependiente del gusto, anclado en la posesión de la razón, desplaza a la sutil fragancia de una permanencia, desplaza al ideal que nos sustenta. Trata de “normalizar” el alma, el aliento.
¿Acaso el ánima alentada está bajo la horma de lo “normal”?
¿Acaso he de razonar… los sentires y las emociones y las lágrimas de un instante, por una emoción, y he de darle la explicación precisa… para mi orgullo y vanagloria de poder? ¿O más bien, al sentirme vaporoso, al vibrar en lo asombroso… poder tener el criterio del entusiasmo, ¡del seguir!… por el inmenso e infinito y complacido afecto Creador?

Y cuanto más cerca… cuanto más cerca se está de lo sutil, de lo increíble…, más reclama la lógica, la razón y la comprobación, su territorio. ¡Más pide que el verso se haga cieno!, que la sonrisa se haga rigurosamente castigadora, que el beneplácito se convierta en ¡corrección!

Y cuando todo este acontecer sucede cada segundo, y cuando excepcionalmente no ocurre cada segundo, debería ser suficiente para entrar en otras dimensiones. Mas no es así.
Mil milagros no son suficientes para revocar una razón.

Cabe preguntarse: ¿es aún tiempo para creer? ¿Es aún tiempo para emocionarse y deslumbrarse, o ya la oscuridad de los conflictos, temores, traumas, recuerdos, y una larga lista de rémoras, se ha hecho con… ¡reprimir! las inusitadas sorpresas…?
¿Ya no es tiempo…? ¿Ya no es tiempo de ofrendas? ¿Ya no es momentos de... ritos? ¿Ya tan solo existe el “hacer”, el gusto y el decidido pensar por el otro y por el otro y por el otro…?
El Sentido Orante nos sigue alertando, cuando los seres se interpretan e interpretan que esto o aquello o lo otro, por ser razón, por ser… ¿evidencias?, se impone sobre las sutiles y no rentables emociones.
Los trabalenguas de las intenciones, de lo que te dije, de lo que me dijiste, de lo que escuché, de lo que entendí, de lo que interpreté, de lo que interpretaste… son una muestra de esa desazón, de ese agobio que se nos presenta y actúa como insoluble.

Versiones y versiones que nunca llegan a coincidir.

Y ocurre que, en la medida en que se insinúa y termina por ‘empedregar’ lo sutil, en esa medida, el ser se hace exigente, demandante.
Y acontece la única –por así decir- “defensa”, que no la precisa la Creación –el manto amable que nos da la vida-: sin precisarla, recurre al silencio.

Recurre a ese silencio… como la mejor forma de no herirse. La mejor manera de preservar lo prometido.

Y he aquí que podemos descubrir cómo, a través de las historias, los cuentos, las tradiciones…, las imaginaciones de culturas nos transmiten que –¿verdad?-, en otros momentos, los seres convivían y se sentían en comunión con esa Fuerza de Amar.
Sus fantasías, sus sueños, sus ritos, sus religiones, sus animismos… –que hoy todo ello se llama “primitivo”, “antiguo”, ”inútil”-… poco a poco, todo ello se fue silenciando. ¡Se fue haciendo silencio! Y cuando –en algún momento excepcional- decía algo, de inmediato aparecía ¡lo sensato!, lo oportuno… para volver a acallar esos rumores que en millones de años se gestaban, en torno a las estrellas, en torno a los sueños, a las adivinaciones.
¡No! No pretende el Sentido Orante ser nostálgico. La Creación, el ánimo de vivir, el amor que hace posible la génesis de la belleza –y viceversa-, no está en la nostalgia. Está ahora en la alerta… ante el reclamo agobiante del desespero de llegar, tener, ganar.
                                       
Ciertamente, no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor oyente que el que no quiere escuchar, ni peor saboreador que el que no quiere testar. Ni peor aroma que del que no se quiere opinar, ni peor caricia que aquella que no se quiere dar.
Los sentidos, panorámicas versiones que transmiten, que recogen, que expresan… se encuentran manejados, manipulados, controlados.
Y es así como cada ser se justifica en base a lo que ve –¿qué es lo que ha visto en realidad? -; en base a lo que escucha –¿qué es lo que ha escuchado?-; y globalmente, ¿qué es lo que ha sentido?
Y en todo ello ¿En qué cree?

El humano proceder de este tiempo de humanidad actual, quiere escribir, quiere testificar y quiere asegurar que todo lo que ocurra está previsto, está sentenciado, está ajusticiado y está determinado… por la evidencia razonable de lo que puedo interpretar, para dominar, controlar y poseer la vida. Y se plantea como sin escape.
Y ahora pasará esto y ahora ocurrirá lo otro y ahora vendrá lo otro. Y se escucha cotidianamente cómo unos y otros se dicen: “¡No! Si ya verás, si esto…”. “Lo que suele pasar en estos casos es… bla, bla, bla”.
¡Qué terrible! ¡Qué triste!
Sin duda es difícil que, con esa agobiante premura y con esa sentencia… sobre cualquier acción, sin duda, bajo esas premisas, el silencio de lo Divino es lo más sutil que podamos percibir.
Y cuando aún –con ello- se nos permite el recurso orante, meditativo y contemplativo... se debería recoger… recogerse cada ser en esas advertencias, alarmas, atenciones, toques… que se expresan.
Sí; que no tienen renta, que no ganan, pero que sin duda también, aun a pesar del agobio del agobio, cuando por un instante acontece la claridad radiante del verso, de la admiración, o de la complacencia, nadie resulta ajeno. Y todos pueden darse cuenta.
Pero ocurre que enseguida, como un objetivo, ¡se cierra! Se abre por un instante, se vive por un momento… y luego se cierra. Deja impresa ahí una huella, que quizás… quizás se quede en ello, en “quizás”… o en la nostalgia mencionada, o pulsátil y clamadora, que aspira a tener el objetivo abierto para impresionarse permanentemente.
E impresionar en el estar, en el hacer. Y hacer del vivir una constante “impresionante”.

Que se declare abierta la vía de esa inmortalidad del amar, del fluir en el Universo…
El dejar que los sentidos dejen de juzgar…
Y ser fieles remansos de infinita bondad: la que se derrama permanentemente sobre nosotros.
Tan solo hay que dejarla… entrar.





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