lunes

Lema Orante Semanal

 

El Orar es Amar y Sanar a la vez

8 de enero de 2024

     Y el orar se hace disponible para... aguerridos, deprimidos, enfadados, contentos, felices, infelices, perseguidos, encarcelados, ‘en-liberados’… 

    En cualquier circunstancia, la Llamada Orante se hace dispuesta, se dispone a reacomodar, recapacitar, replantear, aclarar...

    Es como la varita mágica que vale para deshacer el entuerto de cualquier situación. 

    El orar es amar y sanar a la vez, generando en el ser las potencialidades que le hacen “digno”, que le colocan en la posición de humildad, en lo imprescindible y lo necesario. 

    El orar no es un consuelo de incapacidades; es un consuelo de recursos. No es el reducto de ancianidades; es la perpetua renovación de claridades.

Se ha planteado muchas veces como “el refugio”, pero es el auxilio, el apoyo y la liberación. 

    Sí. Cierto es que, cuando el ser se apodera de la oración como un precepto, una norma, una obligación, una repetición, en busca de una posición concreta, entonces la oración se convierte en... Primero, deja de ser oración. Y, segundo, se convierte en una propaganda hedonista que reclama pleitesía, honor, reverencia, obediencia.

La oración no pide ni obliga. 

La oración muestra y... da

    Y, de acuerdo a nuestras naturalezas, nos promueve a la armonía, al equilibrio, a la calma, a la serenidad, al entusiasmo, a la valentía, al honor. 

¡Pero de ningún credo! 

    La Llamada Orante no pertenece a un credo, a una institución, a una comunidad, a un… ¡No! 

    Es la sintonía liberadora que ofrece el Misterio Creador, a los seres; a todos los seres. 

    Nos descubre en nuestras penurias; y desde ellas –desde esas penurias- nos rescata hacia las bellezas, hacia las artes.

    No es, la Llamada Orante, un señalador de castigos, ni un descubridor de pecados. 

    La vida es una creación impecable... en una trayectoria trascendente... en una evolución permanente. 

    La Especie Vida es un acontecer que no está sometido a un marco, sino que nos muestra una constante sorpresa. Y si nos abrimos a ser sorprendidos, nos descubrimos insólitos, singulares, únicos.         Y vemos en los demás su unicidad, su singularidad. Y a la vez –simultáneamente- nos sentimos fundidos, y permanentemente interpendientes y necesitados.

    Y con todo ello nos disponemos a contemplar, a meditar, a convivir… curiosamente. Pero esa curiosidad franca. No de espionaje. Sí de descubrir y aprender. 

    Y en la medida en que aprendemos, nos encontramos en sentidos solidarios. Nos diferenciamos de esclavismos doctrinarios. 

    Y nos hacemos... realmente... aire. Aire de alientos. Aires de suspiros que se ofrecen y recogen la calidez creadora. 

    Estamos sometidos, como materia viviente, a nosotros mismos. Los seres han adquirido una preponderancia para imponer sus criterios, de unos a otros. 

    Estamos en momentos de obligados cumplimientos... con la apariencia de libertades. 

    Estamos siendo forzados por otros como nosotros, que se han arrogado el derecho a ordenar, mandar y erigirse como poderes, en escuelas, dispensarios, autobuses…; en las interminables colas de las colas, de las listas, de las esperas. 

    La humanidad se ha declarado prófuga. Y, como humanidad, nos ha declarado –según convenga- “emigrantes”, “inmigrantes”, “legales”, “ilegales”… 

    Y así se ha ido creando un estar de sumisas obligaciones al servicio del poder –que es impostura-; de la violencia –que es impresentable-. 

    Y se ha generado esa convivencia rebelde. Pero una rebeldía encaminada a sustituir una violencia por otra, un poder por otro. 

    Y el orante ha de dar un testimonio, una posición, una situación... en la que se presente como liberado, en la que se presente como originario de la Creación; en la que no reclame derechos, ni esgrima acusaciones, ni establezca defensas tan agresivas, o más, como las obligaciones impuestas.

    Si orar es salud y amor permanente, debemos estar alerta ante el acoso de las imposiciones. Y al menos darnos cuenta... y no caer en la normalidad obligada, en la institucionalidad impuesta.

    La Llamada Orante es original, novedosa y dispuesta –como hemos escuchado al principio-; disponible. Y ésa nos permite hablar sin ofensa; esgrimir sentidos y posiciones, sin combate.

    Darse cuenta de que, por el hecho de vivir, de estar en la Especie Vida, de pertenecer a una sensación, cualquier reclamo o exigencia por el hecho de “nuestra vida” es una ofensa.

    Y han llegado –por ejemplo- los obligados cumplimientos de Navidad, esos que pretenden hacernos bondadosos... puntualmente –eso sí-, para luego poder seguir igual o peor. Esos movimientos que nos pretenden mostrar un solidario encuentro, ¡que tantas veces resulta cruento!... porque se acude por obligación, por edicto, por imposición. No se acude por necesidad, por afecto, por apremio de servicio; no.

    Y dentro de esa maraña, a la hora de moverse y de actuar, al menos testificar; al menos mostrarse como se es, como se piensa, como se siente, como se está. 

    Al menos un grado de muestra de identidad, de sinceridad. 

    Aprovechar, sin renta, el obligado cumplimiento –“aprovechar sin renta el obligado cumplimiento”-, para hacernos transparentes, para que nos veamos diferentes ¡todos!, y a la vez, mágicamente, se muestren diferentes los entornos, y también aligeren sus obligaciones.

Nos aguarda, la Creación, con una ilusión permanente.

    “Nos aguarda, la Creación, con una ilusión permanente”. Y muestra de ello es nuestra presencia, nuestros recursos, nuestras posibilidades. 

    ¿No será cierto, en consecuencia, que debamos mostrarnos en donde y en lo que somos, en lo que sentimos y hacia donde vamos? Y así establecer nuestro respeto. Desechar la cínica respuesta que otros esperan que digamos. 

    Y en la medida en que sorprendamos, también lo demás darán sus sorpresas. Y podremos encontrarnos como lo que somos, no como las apariencias que obligan; esas que reclaman e imponen, y luego se quejan. Y se crea ese círculo vicioso de llamadas y encuentros, para luego hartarse de ellos y dispersarse con, al menos, incomodidades, y en muchos casos, con rencores, desavenencias. 

    Desechemos las vergüenzas y aclararemos nuestras tendencias... para así poder mantener nuestra presencia bajo el sentido liberador: ese que nos muestra la oración. 

Nos llaman, nos llaman las puertas de la claridad, y tenemos las llaves que las abren.

    Esas llaves orantes que nos orientan hacia el sentido, que nos liberan del miedo, del más allá de esa puerta. 

        La llave siempre va con nosotros. 

        Y hay que atreverse a usarla. 

    Si no, la puerta permanece siempre cerrada.



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