domingo

Lema Orante Semanal



Estamos entre un infinito proceder que crea y crea
26 de febrero de 2018


Y la cultura, progresivamente va enmarcando a los seres según su actividad, según su profesión, según su actitud, altura, peso… ¡qué más da!

“Enmarcando”… como una fotografía que se enmarca y se queda cerrada: da muestra de que lo fotografiado está ahí, como embalsamado, como secuestrado. ¡No pueden salir las sonrisas o las piruetas!

Están… enmarcados. Como marcados por un sello, como se le hace al ganado.

“Es que usted está enmarcado en el grupo de…”. “A usted lo hemos enmarcado en la franja de…”.



Esto no es nuevo. Es la corriente que ha ido llevando la especie, en base a criterios de valores que establecen los ganadores, los ricos, los poderosos, los guerreros… que enmarcan a sus piezas como si fueran trofeos de caza.

Y están enmarcados los asiáticos; enmarcados, los latinoamericanos; enmarcados, los españoles; enmarcados, los alemanes; enmarcados, los chipriotas…

Cada uno tiene su marco. Incluso se habla de “marcos constitucionales”.

Pareciera que nuestro código genético ya… ya pensó qué marco nos van a poner, o tenemos. Si vamos a llevar paspartú para adornar el título, o no; si va a ser un marco de junquillo –un tipo de estructura de madera-, o va a ser un marco de… “¿Plástico… o un marco al aire? ¿Cómo prefiere usted ser enmarcado?”.



Al enmarcar a los seres, se les margina; se les ¡juzga!, por supuesto; se les condena, claro. No hay presunción de inocencia, ¡no! Se les condena y, a ser posible, en una cárcel de castigo. Porque se les puede condenar con privación de libertad, privación de hablar, privación de… Pero, si es posible, un castiguito: en aislamiento, por ejemplo.



Los poderes que clasifican a los que no tienen esos poderes… están pendientes de otros haceres; nunca de los suyos.

Y, en alguna medida, inician una persecución… –persecución, clasificación- “en el marco de”… la ley, la norma.



El Sentido Orante nos alivia, al recordarnos que, aunque aparentemente estamos en la horma –en la horma- de un planeta, de una gravedad, de un ritmo, de un ciclo, también estamos en una galaxia, en una infinitud de estrellas… Estamos entre un infinito proceder que crea y crea, y que en ningún momento se enmarca, se clausura. Que las enanas blancas no juzgan a las enanas marrones, ni las supernovas castigan a las novas, o los cometas se ríen de los satélites. Parece ser que no.

Y aunque se juzgue a la luz del amanecer, y se le quite una hora o dos según convenga, el amanecer no se da por aludido. Pero, al ser, se le condiciona.

De ahí que el Sentido Orante nos sugiera una constante adaptación, a sabiendas de que, no sólo –por supuesto- por nuestra intención adaptativa, sino por la Fuerza de la Creación asumida, se hará posible un encuadre sin cuadro, un estar sin premisas, un fluir sin castigos…; sintiendo que las sonrisas se besan como… como las nubes se engullen al tocar las montañas; como el rocío se embadurna en las hojas temblorosas de un retoño de planta o… en la quieta piedra, antes de ser pisada. Y ahí, la gota de rocío se desliza y… hace tierna la dureza.



El Sentido Orante nos alivia, recordando la suavidad; haciéndonos recordar nuestra naturaleza… no marcable, no juzgable.



Transcurren las condiciones y los condicionantes, de tal forma que se hacen barrotes… por donde apenas se puede asomar un ojo o una nariz. Son tan estrechos, que quizás no quepa entre ellos una lágrima de amor.

.- ¿¡Amor!? Eso hay que enmarcarlo dentro de una fecha, de un convenio, de un ¡trato!….

.- ¡Ah!...



Y las mentes se estrechan ¡tanto!, que en barras rígidas se van juntando. Y, en todo caso, húmedas se pueden quedar… por algún afecto perdido; pero poco más.

Se vuelven sellos que marcan, a cabezadas, cualquier expresión que no sea la férrea y dura, controladora y castigadora norma enmarcada.



La tan cacareada libertad, es un simulacro de espejismo; “un simulacro de espejismo”: ni siquiera es un espejismo.

Y en este extremo, cualquiera que aún no esté engarrotado, agarrotado y bruñido como una pieza dura y pesada –cualquiera- se preguntaría:

.- ¿Y qué hacer? ¡Qué hacer! ¿Dejar que mis libidinosos pensamientos fluctúen, y las ilusiones se muestren y…? ¿Así?: ¿corriendo el grave riesgo de ser llevados a la inquisición mental del entorno, y al juicio parabólico sin retorno?

.- ¿Todo eso va a ocurrir?

.- Y más.



No sólo te perseguirán a ti, sino a tu generación, a tu casta, a tu herencia, a tu nombre, a tu apellido. Porque de seguro que llevan algo de tu fantasía, de tu confianza, de tu ilusión, de tu sorpresa…

Tú y los tuyos pueden quedar proscritos por haber soñado con amores; por haber fantaseado con… –¡ay!- ideales; ¡por haber pensado alguna vez que todos eran corazones!, y que latían por sus amores, por sus pequeños segundos de suspiros.



¡Ay!, si se claudica y se entra a ser ferralla de estructura rígida… ¡Ay!, si se presta valor a la cárcel del terror sin alma… ¡Ay!... la vida se volverá bruma que no se disuelve. Espesa niebla que nunca se aclara. Razones entrelazadas que cada vez más aprietan. ¡Yugos!



¡Ay! Hay que rondar la campana del milagro. Hay que soñar con el ensueño de lo amado.

Rondar, y sentir que nos rondan. No los perseguidores, los liberadores. Los primeros piares que anuncian la primavera. Los primeros reflejos lunares que cantan los poemas.

¡Ay!... Saber que, en la mazmorra más inmunda, habrá un rincón… con una araña que nos sonría.



Y en la medida… –nos dice el Sentido Orante- en la medida en que nos damos cuenta de estas realidades, y no… no las damos por importantes, perderemos cada vez más… nuestra libertaria posibilidad. Pero en la medida en que estemos alertadamente, dándonos cuenta de que la luz nos persigue, tendremos la opción de iluminar nuestro ideario… y hacerlo ideal; abandonar definitivamente la vulgaridad… y prestarse a la tenue caricia de un sonido que aún no se escucha, que se escuchará cuando en realidad el ser sienta que no es, que no está dispuesto, que no será… un marco, un enmarque de una imagen ceñida a un cristal prieto, a una cerradura… de esquinas.





Sentirse nada, como el aire que transpira; ¡como el aliento que suspira!

Sentirse airado, o aireado –sin ira-, con el bullicio de la alegría.

Sí.









***

viernes

Lema Orante Semanal



LA PRESIÓN
19 de febrero de 2018



Y es fácil descubrir en qué medida, vivir implica –hoy- estar bajo presiones y, a su vez, presionar. Y pareciera que la gravedad del planeta en el que habitamos se hubiera hecho más grande.

Porque, ciertamente, con esa palabra –“gravedad”- podemos catalogar el estado de esa presión que, con pensamientos, palabras, obras ¡y omisiones!, ejercita la especie humanidad sobre sí misma y sobre todo lo que constituye su entorno.



Pareciera que fuera un imperativo categórico, una necesidad de vivir, el presionar…hasta –con harta frecuencia- oprimir, obligar, castigar, perseguir, imponer…



Así que es de… “deber de honor” el evaluar-se, en cuanto a la presión que nuestro hacer puede generar.

¡Ah! Y no olvidar la auto-presión. La presión que por… condicionamientos, cultura, aprendizaje, ambiente… se promueve y se hace más o menos continuamente. Ese afán por llegar, lograr, conseguir, alcanzar, dominar, controlar…¡uf!, eso es presión.

¡Claro! A la hora de evaluarlo es importante que se caiga en la cuenta de que la auto-presión, más pronto o más tarde, termina sal-picando. No es solamente “mi” problema, es “el” problema que además puedo generar por mi auto-presión.



Todo el mundo parece decir que quiere un mundo mejor, algo mejor, ¡algo mejor!… y, a veces, con tanto “algo mejor”, se ejercita tanta presión que, lo que hay de “mejor”, se ve tan exigido que se anula.



Pareciera que no se pudiera conseguir “algo”, si no es bajo estados de presión; presionando.

Y sí, eso es lo cotidiano, pero… ¿cuál es –y aquí viene la exclamación del Sentido Orante- cuál es el precio que genera ese estado de presión? ¿Cuál es el precio sobre la vida, sobre su calidad, sobre su caridad, sobre su ánimo? ¿Cómo están las emociones, presionadas? ¿Cómo están los sentires, presionados? ¿Cómo se encuentran las alegrías, presionadas?

Y como se suele decir, “la presión tiende a salir por alguna parte”. Y, claro, sale con desafío, imposición, demanda, razones… Más presión.

El Sentido Orante nos advierte de que la naturaleza de la vida, y su expresión de Universo, no se logra o se consigue por la iniciativa de la presión…; más bien, con ella se deprime, se entristece, porque termina por no encontrar salida.Y en vez de aguardar, observar y contemplar los signos que la Creación marca en su Misterio, y seguir en obediencia… a veces con gusto, a veces sin gusto…

Pero con la certeza del sentir, del pensar y del hacer –con ello- no es preciso la presión, la auto-presión. Y cualquier presión que sobre el sentido auténtico se aproxime o amenace, ella misma se diluirá.



La cotidiana situación, en presión permanente, ya se hace prisión. ¿Quién está libre? ¿Quién está fuera de la prisión… que ha creado la presión?

Y mientras la especie se consume, presionada y condicionada permanentemente por la adquisición de sus logros–no por la expresión de sus capacidades y magnificencias, aunque habría excepciones-…, mientras todo eso sucede, la Creación continúa sin presión, ¡sin obstáculos!,su expansión y su generación de nuevos espacios…

Nace cada día. Y nos sitúa cada día en perspectivas diferentes.

El índice de consciencia a veces no se apercibe de ello, y cree que todos los días son parecidos o iguales.Y resulta que durante el sueño hemos recorrido cientos de miles de millones de kilómetros, y nos hemos situado en otra perspectiva dimensional.

¡Mientras, la consciencia ordinaria persiste y permanece en la búsqueda de sus logros… presionando!



¿Y si –dice el Sentido Orante- y si en vez de presionar, impresiona?

¿Y si cambiamos la presión por la impresión? Y en vez de presionarnos, nos impresionamos y buscamos la manera de impresionar, como un juego de globos en el que cada uno exhibe el más grande o el más pequeño, o el más rojo o el más verde o el más azul.

Y nos impresionamos, no para asustarnos ni para mediatizarnos, obviamente, ni para presionarnos, sino para mostrar nuestras habilidades, nuestras capacidades, nuestras virtudes, como ese pequeño que, al vernos, exhibe su media palabra, su sonrisa, sus movimientos–elpequeño repertorio; para él, elgran repertorio-, y nos impresiona.



Ahí, ahí sí está la veta.La veta: véase la originalidad, la singularidad del ser.

Impresionar…

Sin búsqueda de ganancias, sino como expresión similar a un gran espectáculo.

“¡El gran espectáculo de la vida!: Pasen e impresionen con sus singularidades. Nadie, ¡nadie!... tendrá la suya.Sólo usted podrá expresarla. No trate de imitar, no trate de competir, no trate de imponer… o ganar. ¡Impresione con sus bondades!Impresione con sus‘haceres’.Impresione con su estar”.



Si nos fijamos, permanentemente, en cualquier lugar en que estemos –“si nos fijamos”- se nos impresiona.

Y nos impresiona la bruma de una ola; y nos impresiona el amanecer tardío de la niebla; y nos impresiona el ocaso junto al río; y nos impresiona el canto del jilguero o la gracia de la avispa.

Si prestamos atención, es posible que convirtamos muchas presiones, en impresiones.

Y muchas teóricas imposiciones, en expresiones.

Si buscamos la manera de expresarnos, impresionando, estaremos en el atento y cuidadoso estar de una relación, de unas relaciones que ¡siempre prometen y siempre cumplen!, porque son expresiones del talento impresionante que tiene cada expresión de vida.



El ejercicio de la expresión que impresiona, nos muestra el talento que –como Tarento- tiene cada ser, y nos saca de la prisión de la presión.

Es un hacer continuo, que hoy tenemos que… ¡esforzarnos por hacerlo! Porque lo que sale es la presión. Ese esfuerzo –como fuerza que somos-, pronto, cuando el ejercicio se practifique, dejará de ser un esfuerzo, para constituirse en un estado de liberación;para darse cuenta de cuán presionado se estaba… y cómo el Sentido Orante nos impresiona lo suficiente como para ¡advertirnos!, ¡guiarnos!, ¡mostrarnos!... cuál es nuestra verdadera naturaleza; que, a fuerza de imponerse sobre sí misma, deja de recordar su esencia;se hace torpe y obsesiva, indecisa y violenta.

La sorpresa, la fantasía, la confianza… que adornan este transcurrir de este tiempo estelar, nos favorecen en esa impresión–fantasía-, en esa sorpresa–expresión-, en ese talento–confianza-.

Si a todo esto se lo matiza con la influencia del lugar, el espacio, las posibilidades, los recursos, no hay motivo para eludir la expresión que impresiona; el talento que se muestra.















***

jueves

Lema Orante Semanal



Una Piedad Compasivamente Enamorada
12 de febrero de 2018

Mientras permanecen –habitualmente- separados los entendimientos, razonamientos, comprensiones, de los sentimientos, emociones, afectos…; de los haceres, quehaceres, deberes…; mientras permanecen así, en barreras de territorios diferentes, es fácil que se trate de hacer un sentir; es fácil que se trate de razonar y explicar una emoción…; es fácil que una emoción se quiera construir…

Y esas distonías –fuera de tonos- no son melodías. Constituyen roces, heridas, fracasos, culpas, manías, rencores, y un largo etcétera de autoagresiones.

 Todo es debido, probablemente, a que no es, el ser, una entidad dicotomizada, tricotomizada, cuatricotomizada. No. Es una unidad. Pero, sin duda, la aparición de las jerarquías, los poderes, los ejercicios de mando y las voluntades –las primeras y las últimas-, se fueron haciendo ¡potentes!, y en esa medida se establecieron códigos, normas… que hicieron que el ser rápidamente se orientara en cómo hay que vestirse, cómo hay que sentarse, de qué manera hay que comportarse ante Pepe, Juana o Antonio, ante el rey, la reina o el paje…

¡Ah, sí! Para representar todo eso –y estamos cerca de ello- aparecieron las máscaras: las más caras representaciones del ser humano.

Las máscaras –que luego dieron lugar a… el carácter- representan una mala ficción. Sí. Porque… es posible –y de hecho ocurre- que a veces se cae la máscara, se derrite la máscara, suda la máscara, se rompe la máscara… Y, claro, detrás de la máscara ¿qué hay? Una cara; una cara que tiene poco que ver con la máscara.

La máscara es como un gran chicle pegado en la cara; que, como está pegado, al mover la boca para hablar o algo, se extiende y se queda… –cuando está seco- se queda duro y deja una muesca facial.

Y así, entre muescas y muescas faciales, las personas –con máscara o sin máscara, con chicle o sin chicle- se van mostrando… o van enseñando su prêt-à-porter.

Esto, indudablemente –como vemos en la especie-, produce una ligera confusión, sí, porque normalmente no hay acuerdo cotidiano en decir:

.- ¿Qué máscara te vas a poner hoy, cariño?

.- Hoy me voy a poner la de Cyrano de Bergerac. O no. Hoy me voy a poner la de Sir Winston Churchill.

.- Oh, no. Yo, de Vanessa Redgrave.

No, no hay… Entonces, cada uno se pone su… Dice:

.- Hoy estoy testosterónico. Me voy a poner la máscara de Superman, ya verás.

.- Hoy estoy muy estrogénica, entonces me voy a poner la de Lili Marlene.



Algunas pegan. Algunas parece que pegan, pero otras no pegan nada:

“¿Y esta cara de póker de este sujeto, de dónde viene? ¡Si no sabe jugar al póker!”.

Y es verdad. Y claro, descubierto, tocado y hundido –es un decir, del juego ése de A4, A3… del barquito, que todos seguramente conocen-.

Claro, cuando te sientes descubierto, pues… –¡ay qué pena!, ¿no?- pues puedes pensar: “Qué pensarán de mí, y qué dirán de mí, y ahora qué máscara me pongo…”.

¡Claro! Siempre tienes el recurso de decir:

“No, no, no, no. No es lo que tú piensas, es lo que yo pienso. Yo no tengo careta, yo tengo… mofeta”.

No se sabe. O sea, hay un barullo en las caras, enorme, y un barullo en el cuerpo también, porque adopta posturas de antifaz.

¡Ah! ¡El antifaz! No es una máscara, pero es un antifaz. No es un antifaz, pero es una máscara. Es decir, el antifaz es el que trata de eludir la vistosidad de los ojos y la expresión de los ojos.



Quizás vamos muy rápidos. Tendremos que enlentecer esta oración, no vaya a crear un barullo innecesario y luego se diga que no se entiende.

¡Pero es que la oración no hay que entenderla! Hay que entenderla, sentirla y vivirla. Las tres cosas a la vez, pero en una sola. En una sola.

No: “Yo entendí esto, sentí aquello, pero voy a hacer lo otro”. No, no. Es una sola cosa. Sales, sales, después de la oración –teóricamente-, con una idea, con un proyecto, con una sensibilidad, con un… ¿eh?, distinto. ¿Ah? No puedes salir diciendo: “Bueno, a ver. Pásame el archivo, dame el pendrive…”.

No. Eso es muy sexi, muy sexual, muy andrógino, pero se nota que no ha pasado por ti, nada. O sea, ¡se tiene que notar!...

Bueno, si no se nota es porque uno, pues eso, se ha puesto la careta antes de entrar, y se pone otra careta al salir. Eso es lo que se llama “caras duras”. Caras duras. No podemos decir “comida escasa”, porque después de la cena de anoche nadie puede decir que la cena es escasa.

¡En fin! El Sentido Orante de hoy pretende crear un clima –no un clímax, un clima- que… –y es lo que nos quiere decir- un clima en el que… ¿por qué no se intenta que los afectos, emociones, atracciones, simpatías, amistades, no sean tan frágiles, ¡tan débiles!, tan… rompibles? Por una parte.

Por otra parte –por seguir con las tres categorías- intenta, el Sentido Orante, advertir de que el entendimiento, el conocimiento y la sabiduría ¡están bien!, están bien, pero… cuando se aplican a un tiempo de oración, se deben plegar a un estado de consciencia; se deben convertir en una amplitud de miras; se deben trasformar en una escucha obediente.

Y el hacer, el hacer… es el hacer del cuerpo en su totalidad; de la estructura que escucha, que siente, que piensa. Es un hacer… que no ejecuta, que no obstruye, pero es un hacer.



Es cierto que hay cosas que… –o palabras o temáticas- que a algunos les impresionan más que a otros, que unos necesitan más que otros. Pero, en el Sentido Orante, si acudes a la llamada orante es porque… lo necesitas; si no, no hubieras acudido. Sí, es probable que te hayan traído. Como hoy: todo el mundo ha venido. “Hay más gente que en la guerra” –es un dicho popular-.

Sea porque te hayan traído, o sea porque lo necesites… no trates de analizar su contenido “ahora”. Trata de vivir globalmente, con todos los sentidos, lo que te impresiona. Habrá tiempo después… para dar cauce a esa impresión y analizar su transcendencia. Pero, en el momento orante, el ser es una patena, un papel fino y transparente, sin… sin nada escrito; sin nada previsto.



Una nube presagiaba tormenta. Otra indicaba “próximo tiempo, despejado”. Y otra, adornaba. Juntas se mostraban en el cielo. Y el hombre las contemplaba, mientras hacía sus cábalas de si llovería o no, de si era un fenómeno de frío o de calor que había condensado mayor o menor…

Trataba de adivinar cuál era el sentido de las tres, o de cada una de ellas –de las tres nubes-.

Y razonaba y pensaba y miraba… Trataba de imaginar. Sobre todo, pensaba; pensaba mucho.

Y ¿saben lo que hacían las nubes? Las nubes transitaban in-di-ferentes. No prestaban ni la más mínima atención al hombre que las contemplaba. Es más, no tenía ningún sentido para las nubes.

¡Qué decepción!, ¿verdad? El hombre tan preocupado por saber cuál era la identidad de cada una de ellas, y ellas, indiferentes como damiselas que están por encima del bien y del mal, y que van dejando los despojos enamorados por los caminos.

La conclusión que podemos sacar de este mini relato es que las nubes son ¡malas!, ¡irrespetuosas!, ¡impresentables!

Uno, tan preocupado de si va a llover, si no va a llover, si es un adorno, si no es un adorno… Y ellas, ¡hala!, transcurren... y se van o se quedan, o llueven o no… Les da exactamente lo mismo.



Había una vez… un espacio de tierra, y allá que fue el hombre, con su azadón, para hacer un surco y plantar su semilla.

Palpó la tierra y le dio el visto bueno, como si ella necesitara el visto bueno. Miró sus semillas y pensó que eran buenas, y allí que las echó en el lecho, las cubrió suavemente con la arena, con la tierra, y regó… y esperó.

Y un día hizo mucho sol, otro día hizo mucha lluvia, otro día hizo mucho frío…

¡Hay que ver! Como si… como si no se diera cuenta el sol, el frío, el agua, de que ¡ese hombre había sembrado! ¡Qué desfachatez!

Pasados los días prudentes, de aquel sembrado nada brotó. El hombre maldijo la tierra por ser tan indiferente, ¡tan poco agradecida! Y la tierra lo escuchó, sí. Y la tierra pensó: “¿Y éste quién es? ¿Acaso me debo yo a él? Me ha pisado, me ha clavado sus instrumentos, me ha llenado de semillas… ¿Ha contado conmigo? ¡Y ahora me maldice!...”.



Y érase una vez un navegante que iba con su nave y su vela, y se desplazaba hacia un lugar. Tenía prisa por llegar. Todo empezó bien, con una suave brisa que impulsaba su bote. Pero poco a poco la brisa cesó y, a la vez, las corrientes de las aguas se hicieron virulentas, sí, cambiantes. No había forma de corregirlas con el timón. Y el barco, la nave, iba hacia un lado o hacia otro sin mucha precisión.

El hombre tenía prisa. No sabía exactamente qué hacer, así que, en base a que apenas si había viento y las corrientes eran poderosas, sacó sus remos y se puso a remar.

Nada pudo corregir con sus remos. Las corrientes eran tan caprichosamente fuertes que el barco fue a la deriva y terminó encallado en una extraña orilla que nada tenía que ver con el sitio donde quería ir.

El hombre enfureció, embraveció, maldijo a los cielos, a los vientos, a las aguas… Encima le dio alguna que otra patada a la nave.

Cuando todo acabó, volvió a aparecer la brisa, las corrientes se tranquilizaron…

Como si nada hubiera pasado.



Parece ser que estas tres pequeñas historietas, nos muestran cómo el hombre se siente en una posición ¡tan prepotente!, ¡tan insolente!… que no contempla la posibilidad de hablar con el viento, de palpar las corrientes, de acariciar la madera de la balsa, de la nave…

Alguien –culturas, religiones-… ‘álguienes’ les dijeron a los hombres, como especie, que todo estaba ahí para servirle, pero no les dijeron… –nadie- que había que hablar con los servidores; que había que establecer algunas sintonías.

Y ya lo intentaron los chamanes, con sus ritos, sus cantos, sus danzas y sus presagios, pero la mayoría de las veces –la mayoría de la mayoría- con la preponderancia de… el hombre.

“Punto central de la historia”.

Y he aquí que, la mayoría de las veces, los servidores no obedecían como el hombre quería, así que… como llegó a decir un famoso prócer que vio empañada su batalla por un terremoto. Optó por expresarse diciendo: “Si la naturaleza se opone, ¡lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca!”.

Era premonitorio.

Sí. El hombre optó por doblegar, dominar, controlar, manejar, manipular, cualquier fenómeno natural en el que él estuviera implicado.

Y, al menos aparentemente, en cierta medida lo ha logrado. Solamente “en cierta medida”: en la medida en que el sirviente, el servidor –este lugar del Universo en el que asienta-, ¡no por su impetuosa violencia!, sino por designios misteriosos, obedeció. Obedeció la tierra, obedeció el viento, obedeció el mar… Obedecieron, como si reconocieran que el hombre era el… el verdadero elemento, y se creyera que había domesticado la tierra, los cielos, los mares, los ríos…; aunque de vez en cuando los planes no salieran bien, porque algún terremoto, algún volcán…

Pero, ¡bueno!, como ya había estratos sociales lo suficientemente importantes, esos desastres afectaban más a los desheredados, a los pobres, a los miserables.



Y he aquí que, en base a su agricultura, a su pesca, a su caza… la especie se sintió plena, realizada y domesticadora. Y en consecuencia, inició un segundo proceso que era domesticar, controlar y dominar a la propia especie. Así que se encargó de establecer dinastías, ordenanzas, poderes… Y unos quedaban en un sitio, otros quedaban en otro…

En definitiva, esclavizó a su propia especie; de diferentes maneras, de múltiples formas.

Así que la esclavitud, de múltiples formas y maneras –repetimos-, algunas tan sofisticadas que parecen encantadoras relaciones…

Y bien. Se estableció esa relación de esclavitud, que hoy –por supuesto- permanece, y que le da a la especie y a cada miembro –en genérico; hay excepciones, por supuesto-… le da la sensación de que domina, que controla, que sabe:

“¡Ah! Si yo ya conozco a éste, ya conozco a aquélla, ya sé quiénes son ésos. ¡Ah!, ya sé quiénes son aquéllos…”.



No obstante, a pesar de ese poderío, faltaba algo. Sí. Aquellas religiones, aquellos dioses, aquellas plegarias… confundían al ser; porque, por su saber, sabía que estaba en un universo infinito, cosa que no cabía en su cabeza. Y por ello secuestró la tierra y secuestró información; secuestró puntos de vista, secuestró maneras de vivir, etc., para que todo el mundo sintiera y creyera que la vida era así: un secuestro y una esclavitud permanente. Que las estrellas estaban de adorno, que la luna salía para divertirnos y que el Universo, en general, era una ofrenda que nos hacía la Creación por lo magníficos que somos.

Y vieron que era bueno. Y como la humanidad vio que era bueno eso, así siguió y así sigue.



¡Ah!, ¡eso sí, eso sí! Cuando algo no sale bien y no hay manera de… a unos les da por decir: “Oh, my God!”. Y con eso parece que arreglan algo. Otros dicen: “¡Ay, Dios mío!”. Otros se ponen a rezar lo que recordaban: un padrenuestro, un avemaría, una salve… Otros no saben ni rezar, pero imploran a lo desconocido para que los linfoblastos no sean tan blastos, y se cure y mejore… ¡o que cambie el tiempo! Depende de lo que se necesite en ese momento: “Porque estoy en el hoyo 14 y está lloviendo, ¡y así no se puede jugar al golf!”.



En todo esto, es posible pensar, sentir; y, en base a lo que se hace, es posible darse cuenta de que quizás, quizás, quizás, se ha avanzado…

Es decir, no se ha avanzado… ni poco ni mucho. Pero en el terreno de la cúpula esclavista sí se ha avanzado mucho. Pero en el espacio del ser, aquel que se siente unidad con la Creación, aquel que se siente sumiso ante ella, aquel que decide hacer de su vida un servicio humilde, con una sonrisa complaciente, en esos sentidos, muy poco se ha avanzado.

Y es lo que reclama como sugerencia la oración, hoy.

Abandonar esas relaciones esclavistas de categorías y mandos. Descubrirse como una peculiaridad, sin duda insólita, dentro de la vida, en la Creación. Y darle la categoría de Misterio. Asumirse como una unidad, no como partes troceadas.

Disponerse a servir como una expresión vital, libre, ¡liberadora! Porque no se sirve a un señor o a un poder o a un… ¡No! Se sirve a una Creación, como expresión de lo Creado.

Y ahí se volcará el ser en su creatividad, en sus afectos, en sus bellezas, en su arte.

Y, ante la llamada orante, se sentirá complacido, complaciente… sabiendo que de ella emana el modelaje de su ser. Sabiendo que de ella proceden las sugerencias de su estar.

Que no le llaman para un castigo; que no le llaman para una reprimenda; que no le llaman para un insulto. En todo caso, le llaman para un permanente indulto que le permita caerse y levantarse una vez y otra vez y otra vez y otra vez… ¿Hasta cuándo?



Así, La Piedad es el mejor regalo que podemos percibir, cuando una y otra vez se nos permite redimir.

Y es el regalo que continuamente nos ofrece la Creación: una Piedad Compasiva.

¡Una Piedad compasivamente enamorada!... Que, con tan solo aquietar la mente, el cuerpo y el ímpetu, es posible sentirla.

Y con ello, proseguir nuestro estar… sin la obligada caída; sin el necesario reproche.



Piedad compasiva enamorada











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