miércoles

Lema Orante Semanal

 INTEGRARNOS EN LA TRANSPARENCIA, QUE ES LA ESENCIA DE NUESTRA VIDA

14 de agosto de 2023

 

Fluctúan las consciencias, en este transcurrir entre lo virtuoso y lo catastrófico.

El sentido dual se hace cada vez más fuerte y evidente.

Entremedias de esos dos extremos, oscila una humanidad dudosa, indecisa, insegura... indolente y vanidosa.

“Indolente”, en el sentido de que no ejercita acción hacia ningún sentido.

“Vanidosa”, en el aspecto de querer aparentar.

En los extremos, y entremedias, hay un elemento común: la mentira-ocultamiento.

Eso hace que la historia personal de cada ser... carezca de referencias.

Cualquier aspecto se expresa en dualidad: riqueza-pobreza, bueno-malo, día-noche...

 

La Llamada Orante se expresa sin dualidad, en el sentido de universalidad, en la consciencia de habitantes de Universo.

Ni los extremos, ni lo intermediario, se hacen auténticos. No son auténticos.

Al trascenderlos, descubrimos otra realidad.

No precisamos de la caja fuerte de las mentiras y los ocultamientos.

No hace falta aparentar lo que no somos. Nos hacemos transparencia.

 

Y en ese sentido, la Llamada Orante nos hace ver que esa transparencia es la cualidad que hizo posible la vida. Ningún componente que constituye la vida es extremo, ni tampoco aparente, y mucho menos mentiroso u oculto.

Cada componente es claro y transparente. Y así conseguimos estructurar, conjugar, convivir, compartir.

Así sabemos de la amabilidad de llegar, de la amabilidad de marcharse...

Así descubrimos el respeto que implica la identidad de cada ser.

Así reconocemos el aporte de cada uno... y, en consecuencia, nos hacemos servidores sin renta.

 

Ciertamente, ser transparente, en este transcurrir, no resulta práctico, no resulta fácil, no resulta productivo, no resulta rentable, y tampoco es importante personalmente.

El ser parece estar o ser “anónimo”, porque su referencia es la Creación; que la vive a través de la intermediación del entorno.

Un entorno que es todo lo viviente.

Y así elige la referencia que mejor refleje el Misterio Creador.

Y con ello ejercita su transparencia.

 

Hoy, la visión amplificada de un ser es la de una imagen encorvada, cargada, que difícilmente anda, que arrastra una carga, que le cuesta mirar hacia arriba...

Pareciera llevar un tesoro, pero en realidad lleva miserias.

Que trata de ocultar, que hace por aparentar, que está en permanente juicio, desespero, condena...

En el mundo de ese transcurrir, las justificaciones son la norma.

Cualquier postura o posición –cualquier postura o posición- se justifica, se razona, se aplaza…; y así transcurre el ser entre el… “luego”, “luego”, “luego”.

 

No es vida.

Y todo se desarrolló por querer ser importante, por culpar a todo el entorno de lo que me pasa, por conceptuar que no he llegado a la cima de lo que quería...

Porque el ser empieza a no gustarse.

Se fustiga. Se castiga y castiga.

No le dijeron que era un ser transparente. Que era una formación con componentes transparentes.

 

Y eso reclama la Llamada Orante: ‘re-considerarnos’. Ver si estamos transparentes o no. ¡No es tan difícil!, aunque resulte penoso.

Ese es un prejuicio. Hay que apartarlo para hacerse transparente. Y como se está en este sentido de la propuesta orante, “fuera de la dualidad”, no somos ni mejores ni peores.

Somos una transparencia, como un papel de fotografía que aún no ha sido revelado.

¡Necesitamos entrar en nuestro cuarto oscuro!... para revelar nuestro papel... y ver la transparencia de lo que somos.

Y poderla mostrar sin prejuicios, sin temor.

 

Ahora el mundo cacarea de hacerse un selfie. Y aprovechando esa imagen, la idea es hacerse una ‘foto-grafía’ del interior... Esa que es transparente, esa que ha surgido del espacio oscuro.

 

En esa multitud entre los extremos –bueno-malo, alto-bajo, rico-pobre-... en esa multitud en la que –como decíamos- hay indecisión, hay inseguridad, hay desorientación, hay vanidad, hay indolencia: esa actitud de abandono, esa actitud de “me da igual” –¡no me da igual!-... en ese marasmo, se mueve en la búsqueda de remedios. Pero se hace difícil encontrarlos.

Mientras se esté en esa ocultación, mientras se sea un selfie aparente... se buscan remedios para seguir así, pero realmente no se buscan remedios para hacerse transparente.

Por ello, todos los remedios fracasan.

Se hace el desespero y aparece el ‘sin-remedio’. Acontece el desánimo:

“No tengo remedio. ¡No hay remedio! Pero no estoy dispuesto a cambiar nada de lo que soy. Quiero seguir con mi joroba, con mi arrastre”.

 

No obstante, ¡hay un reclamo interno de la vida!, que cada ser, quiera o no quiera, escucha. Y que, aunque no esté revelada la fotografía, se intuye cuál es la imagen.

Y cada ser sabe la bondad que debe ejercer.

Pero tanto peso, tanto agobio, cierra la puerta.

 

Pero hay que apercibirse –nos dice la Llamada Orante- de que el ejercicio de la virtud de cada ser no puede encarcelarse.

Es un engaño pensar que no hay salida, que las puertas están cerradas, porque la virtud de la vida no... ¡no tiene barrotes!

Y esto es significativo y trascendente, porque ya no hay justificación para decir: “No, es que no puede ser”. “No, es que no puedo”. “No, es que...”. No.

 

El asumir la revelación de mi ser, y mi transparencia, me lleva a la liberación de mi transcurso, de mi discurso, de mi presencia.

 

 

El “luego, luego, luego”, la espera, espera, espera... debe amplificarse... y se hace ‘espe-ranza’.

Y en la esperanza se practifica ese revelado, esa revelación que nos hace salir del Off y entrar en el On, con la intención, con la intuición, con la realización, con el testimonio.

 

La virtud no tiene miedo. El revelado, tampoco. Pertenece a otra realidad de consciencia.

 

La consciencia sometida se queda sin recursos para no liberarse.

Es así como la oración se convierte en el recurso.

Es así como nos llaman, y nos hacemos eco:

Eco dispuesto a resonar.

Eco servicial de entrega, de ¡entusiasmo por ser revelado!

Sí. Dicho así, con vehemencia: “entusiasmo por ser revelado”.

No hay vergüenza. No hay timidez. Hay transparencia.

Y así la imagen se hace erguida..., la cabeza mira hacia las estrellas..., el peso se diluye, el arrastre desaparece... y la ruta cambia.

Nos hacemos lo que somos: universos... en un transcurrir transparente, ¡con remedios!

“En un transcurrir transparente, con remedios”. Porque antes no había remedios. Todos eran vanidades.

Pero sí hay remedio: esa espera esperanzadora... y esa certeza de que, en ese cuarto oscuro donde se revela, está el eco, está el sonido original que nos da la liberada posición de la vida.

 

Ahí se refugian la piedad, la misericordia y la bondad.

Ahí, en ese revelado, nos sentimos ¡dignos!... bajo el cobijo del Misterio Creador.

 

Que esa ‘espera-desespera’, se haga esperanza.

Que nos dispongamos realmente a integrarnos en la transparencia, que es la esencia de nuestra vida.

Y que seamos replicantes ecos del sonido original.

Seamos un amén y un ‘ámen’, continuo.

 

 ¡Sí!

 

 

 

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martes

Lema Orante Semanal

 

La vanidad de la consciencia humana reclama la propiedad de la vida

7 de agosto de 2023

 

    Por el desarrollo extraordinario del poder, se ha ido generando la idea, la consciencia de que la vida es una difícil tarea por realizar.

Y se convierte, el hacer del hombre, en una actividad en que supone un “trabajo” el lograr vivir.

Estamos hablando de consciencia.

El Sentido Orante nos habla de esa actitud universalizada, globalizada, de “la lucha por la vida”.

Planteado así, vivir es un absoluto fracaso.

Queda condenado a la destrucción.

    Pero resulta que, si abrimos la consciencia a otras perspectivas, el vivir es un hecho excepcional que tiene el potencial para transcurrir, permanecer... Y, en sí mismo, vivir no supone... “no supone” un esfuerzo. No supone una carga, una fatiga.

    Y si se ha producido ese nivel de consciencia es porque el desarrollo del poder humano ha alcanzado un nivel de manipulación de ideas, creencias, recursos..., de tal forma y manera que el poderoso, los poderosos, manejan y manipulan suficientemente el vivir cotidiano, convirtiéndolo en un estar y en un ser... que se cansa, que pelea, que busca, que discute, que insiste, que...

Así... así, vivir se hace una fatiga.

Pero no es esa la naturaleza de la vida.

    La vida, en su excepcionalidad, al ser un acontecimiento insólito, tiene los recursos para permanecer, transcurrir, evolucionar... sin que ello suponga una fatiga, una guerra, una lucha “por”.

 

    Y esta advertencia orante es importante, porque nos sitúa en una dimensión, según la cual, la preocupación, la búsqueda –en definitiva- de un cierto poder y dominio, es un camino que hace, del vivir, una torpe experiencia.

 

    Y así se explica que se busque, en ocasiones, la llamada “muerte”, para desprenderse de la fatigosa vida.

Increíble.

 

    Al convertir la actividad de la especie en una “propiedad de la vida”, los logros, los triunfos, las ganancias... establecen una competencia que resulta ser un combate diario. Un combate diario para tener, para ganar...

    Y, así, el vivir se convierte en una “empresa” que busca producir, ganar y expandir su poder en muy diferentes niveles.

    Y es así que se llega –en la actualidad- al convencimiento de que la vida la produce... es un producto de creación humana.

    Los logros de la manipulación de las diferentes especies, y el control y el dominio de unos pocos sobre la globalidad de la humanidad, nos hacen creer “razonadamente” que la vida es un producto generado por el poder del hombre.

     Apenas si cabe la idea de “una insólita actuación” de un conjunto de influencias que hayan propiciado la aparición de la vida.

En otros tiempos, las religiones daban la idea de que proveníamos de una creación divina.

    Y, en cierta medida, esa idea se mantiene, pero ya como una especulación verbal, no como una consciencia sentida –en general-.

El dominio y el control de las especies por parte del hombre genera la idea de “creador”.

    Diferentes poderes controlan el alimento, el agua, la reproducción, el trabajo, la pobreza, la miseria, el conocimiento, la salud... Y, claro, en esa situación, vivir es un tormento. Para todos; pero en desigual medida, claro.

Esa es la consciencia que gravita sobre ese grupo de humanidad que domina tierra, mar y aire.

 

    Posiblemente, no seamos –no se sea, por momentos- conscientes de esta visión de la Llamada Orante. Pero cuando llega la angustia, la ansiedad, la pena, el temor, el miedo, vivir se hace especialmente difícil.

Y hasta podemos preguntarnos: “¿Pero qué gracia tiene la vida?”.

    Y es ahí cuando tenemos que asumir la excepcionalidad del vivir, lo insólito del acontecimiento, cuyo sentido es permanecer y transcurrir eternamente.

    Ahí tenemos que asumir otra consciencia que nos permita no quedar atrapados en el salario, en la renta, en lo que puedo, en lo que no puedo..., sino en el sentirme liberado por habitar en un Universo infinito.

 

    La materialización de lo sutil, de lo ideal, de lo fantástico, de lo extraordinario, de la belleza, del “arte”, nos lleva a una consciencia simplemente productiva, de una guerra o lucha por sobrevivir.

 

    Y es así que la Llamada Orante se convierte en ese soplo, en ese aliento que nos mantiene con el entusiasmo que supone la consciencia de vivir...; con la sorpresa que supone la suerte de encontrar...; con la alegría que aporta el encuentro de sonrisas, de diversión...

    Y todo ello nos puede conducir a estar en una consciencia creativa, no productiva, con la certeza de que esa consciencia creativa va a gestar los recursos que precisemos en nuestro transcurso.

 

    Y hay que fijarse... desde lo más material: el darse cuenta de que, un día de respirar, masticar, hablar, andar... –atención- supone una conjunción extraordinaria de solidarias funciones de más de 70 trillones de células.

    ¿Es o no, extraordinaria, la vida? ¿Es o no, milagrosa, la existencia? ¡Cómo ese conglomerado!... –desde la óptica material- se ha puesto de acuerdo para generar esas funciones increíbles, como el hablar, como el calcular, como imaginar...

¡Eso no lo hemos producido nosotros, como humanidad!

    Ha sido gestado por... infinitas influencias. De ahí que llamemos, a la vida, “algo excepcional”, “extraordinario”, “insólito”.

    Eso debería ser suficiente motivo para que nuestra consciencia de estar y de hacer se sintiera gozosa, ¡entusiasta!, comunicativa, ¡solidaria! Dar una respuesta como la que todo nuestro organismo da, solidariamente, para estar.

    Y, en esa medida, la idea de que la vida es una lucha, una competencia, un triunfo, una posesión, podrá diluirse, podrá hacer cambiar la actitud de humanidad... y que pueda expresarse esa consciencia de sentirme un acontecimiento insólito en el Universo, y comportarme como tal, sin reclamar nada porque todo lo tengo, y hacer testimonio de mis recursos, que todos y cada uno de nosotros necesitamos los de los demás.

 

    La Llamada Orante advierte de que, en el pensamiento “lógico”, se entienda la excepcionalidad, lo extraordinario y lo insólito de la vida; su misterio, su milagro.

    Pero la cuestión es que, en el transcurso del vivir humano, esa idea no se plasma en el hacer cotidiano. Y, de esa manera, entramos en un raciocinio, en un razonar, en un calcular, en un producir, en una renta, en una competencia.

 

     Resulta –nos dice la Llamada Orante- de “cierta urgencia” –dejémoslo así- la necesidad de replantear nuestra consciencia. Porque probablemente esté contaminada por todo lo que hemos expresado, y no haya la suficiente luz... para ver la transparencia de la vida, y sí haya excesiva oscuridad para ver la dureza de la vida.

Y así se expresa: “¡La vida es dura!”.

    ¿La vida es dura...? La vida es plegable, adaptable, flexible, cooperante. Si no, no se hubiera promovido y expandido.

    Pero la vanidad de la consciencia humana se erige por encima de todo ello, ¡y reclama la propiedad de la vida!

Y así escuchamos: “Porque yo, con mi vida, con mi propia vida, puedo hacer lo que crea conveniente”.

¡Nos hemos declarado propietarios de la vida!

    Desde la óptica espiritual y anímica, esa frase de “la vida es mía, me pertenece, hago con ella lo que quiero”, etc. –“propietario de mi vida”- es insolente; ¡como mínimo! Y, ¡claro!, convierte la vida en algo ¡duro!, que lucha por tener, por ganar.

 

    Urge que la consciencia de vivir se convierta en una consciencia de eternidad, de infinito; que disolvamos nuestra posesión, nuestra pertenencia.

No nos pertenecemos. Somos una expresión misteriosa de la Creación –como frase mínima-.

Y eso nos debe llevar a la idea de que no tenemos que competir y defendernos y atacar... por la vida.

    Dejar que la vida se exprese a través de nuestra consciencia, sabiendo que ésta –la consciencia- es una intermediaria fase... –“intermediaria fase”- en nuestra evolución.

 

 

Infinitas posibilidades nos envuelven.

Quedarse anclado en la propiedad de mi ser es anular las expectativas de Lo Eterno.

 

 

    Hagamos una expresión solidaria de ese sentirnos expresión creadora, a través del sonido, en el mantra que nos pueda conmover y sintonizarnos... para abrirnos a una consciencia universal... y ¡desprendernos de la propiedad combativa de nuestro ser!

 

 

aaAAAAAAAAMMmmmmmmm

 

 

 

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lunes

Lema Orante Semanal

 

Se hace conveniente el desarrollo de una conversión

31 de julio de 2023

 

Los perfiles de nuestra especie se encuentran recortados, constreñidos, prejuiciosos, vanidosos por momentos, intempestivos, productivistas rentables y posesivos abusivos.

Todo ello nos da una muestra –sin ánimo catastrofista- de una comunidad de vida, perturbada, confusa.

Y también sin ningún ánimo moralista, y menos aún juicioso –de juicio- se nos presenta la comunidad humana como... despistada, sin claros caminos, con ideas siempre controvertidas, que oscilan entre las alarmas más espantosas y los logros más maravillosos.

 

“Maníacos depresivos”, sería el nombre simplificado; que no es ni bueno ni malo, es la descripción que nos ayuda a saber cómo situarnos.

La Llamada Orante nos muestra, en estas breves palabras, la situación general en la que todos estamos inmersos. Y “estar inmerso”, evidentemente no significa que nos ocurran las diferentes vicisitudes descritas, pero sí, “al menos”, nos salpica.

Mantenerse en la ecuanimidad serena del afecto, la solidaridad, la comunicación, la ternura, la entrega, la pasión, el entusiasmo, no resulta... no solamente fácil, sino que no resulta muy rentable, en este tiempo de humanidad económica.

La Llamada Orante nos pregunta si realmente sentimos que todo este perfil es evolución natural, o más bien –sin excluir esa evolución natural- hemos tomado, como especie, el camino del poderío, el dominio, el control, la manipulación… como el estilo más próspero, más rentable y más beneficioso. No para todos, ¡claro!, sino para los más poderosos, en el amplio sentido de la palabra. Y probablemente así sea.

La Llamada Orante nos incita a ver la perspectiva; la perspectiva de eternidad. Y como evidentemente nos queda muy grande, al menos la perspectiva de… de dos momentos: la inmediatez del instante, de ahora, del día, y la perspectiva del año, de los años. Sin perder la idea de infinitud, de eternidad. Una idea que, si se incorpora, nos anima, nos ayuda, nos alivia, puesto que nos sitúa en un proceso, en un desarrollo... donde no hay prisas, ni aceleraciones, ni retardos. No hay tiempo. Y al decir “no hay tiempo” es como cuando se habla de: “Pues hace 2.500 millones de años que… tarará, tarará”. “Y hace... no, no fueron 1.500, hace 3.000 años que…”. Parece –¿verdad?- que no hubo prisa. Parece también que fue ayer, porque tampoco es tanto. O quizás resulta mucho.

 

Pero el mantener esa consciencia de Eternidad nos presta el servicio de establecer el ritmo que nos corresponda... con la posibilidad de corregir, rectificar, cambiar, convertir…

Porque algo que está, y que es signo de este transcurrir humano, es la repetición de actitudes, proyectos, errores, críticas… Eso se repite una y otra vez. Y nos hace pensar, como la célebre película de Matrix: Hay cosas que no cambian”.

En cambio... –valga la redundancia- en cambio, sí que se modifica nuestra estructura, nuestras perspectivas; aunque, evidentemente, podemos seguir repitiendo las mismas propuestas que se tuvieron de jóvenes, de maduros o de traumatizados.

 

Políticos, economistas, científicos, sabios… todos hablan y todos incluyen en su jerga la palabra “cambio”. Quizás, todos son conscientes de que hay que cambiar esto, aquello, lo otro, lo otro...; cambiarnos por otros.

Luego ocurren cambios aparentes, y otros sugerentes, y otros cambios que obligan a otros, lo cual es una maniobra indecente: si para yo cambiar –o para cambiar-, tengo que perturbar a otros y evitar sus cambios y sus proyectos…

No parece, “no parece” que la palabra "cambio" tenga el arraigo de modificar, de replantear, de... Pero sí nos sirve para ver que hay esa necesidad, y que seamos conscientes de ello.

La Llamada Orante se inclina por la conversión: ‘con verse’, con-verse, conversarse, con poetizarse, con descubrirse, dentro del magma de la vida... y expresándose como un elemento liberador, contribuyente, ayudante.

Esa conversión supone una intención, una atención y una sincera evaluación de nuestra incidencia en donde nos encontramos, de nuestra incidencia en nuestro medio; de evaluar nuestros aportes, nuestro testimonio; situarlo en el orbe de la fantasía, la imaginación.

Olvidarse del tiempo, de “puedo” o “no puedo”... y de las justificaciones que nos retrasan.

Saberse en un panorama de prioridades, sin sentirse importante, determinante, exclusivo, aunque seamos imprescindibles y necesarios... por nuestro estar, simplemente; por nuestro ser.

Pero es fácil caer en la vanidad del protagonista, del dueño, del jefe, del director, del… de esa pirámide de poder.

En cambio, resulta –en la consciencia cotidiana- difícil entrar en el oleaje del mar, en el que las ondas se prodigan de miles de formas, de infinitas maneras.

Ninguna ola se siente más importante que otra. No compiten al llegar a la orilla.

 

Sí; pero el efecto de “importancia personal” resulta... muy competitivo.

Tanto, que los seres renuncian a descubrirse en el sitio que les corresponde, y tratan de usurpar –a lo mejor sin consciencia de ello- otros lugares que son de otros, que pertenecen a otras acciones de otros seres.

No podemos usurpar la posición imprescindible y necesaria de ningún ser. Estamos cerca, estamos en contacto, colaboramos, compartimos… Hasta ahí. Y no es ningún límite, es simplemente un equilibrio. Un equilibrio facilitador del otro, del otro..., y el otro hacia uno y hacia otro, para que demos cumplida realización de nuestros dones, cumplida realización de nuestras acciones; del motivo por el que nos han traído a este lugar del universo.

 No hemos venido por voluntad propia, por mucho libre albedrío que se esgrima como punta de lanza de libertades. Nos han traído para un “ser y estar”, para un “hacer”, para un “testimoniar”, bajo un Misterio Creador... que, si nos disponemos a sentirlo, percibiremos sus casualidades, sus oportunidades, sus puntos inesperados, imprevistos… que no se corresponden con cálculos y con planes humanos, sino que se salen de esas perspectivas.

Pero cierto es que, en ese perfil en el que incide la Llamada Orante, la especie se vanagloria por sus logros. Logros catalogados como tales por los poderosos: a ver quién tiene el cohete más fuerte para llegar lo más lejos posible, para hacer el mayor daño posible; a ver cómo logramos la droga de la droga de las drogas, que nos hagan insensibles, para aliviar nuestros agobios y nuestras incomodidades.

Ahora, precisamente en este ejemplo, que las drogas de diseño y las de no diseño entran en la ciencia como auxiliadoras de las perturbaciones de nuestra consciencia.

Y así, poco a poco, podremos adormecernos con recursos que nos eviten –y ya se ve en la práctica cotidiana- cualquier incomodidad, cualquier molestia. Pero que a la vez nos permitan robotizar nuestras acciones para rentabilizar nuestra presencia.

 

 

En esa conversión nos vemos de otra forma, de otra manera, con otras actitudes, con otras expresiones. Y, si nos vemos, es porque ahí estamos y hacia ahí debemos ir.

Nuestra consciencia, en el Sentido Orante, está permanentemente asistida por el Misterio Creador.

 

Y la resistencia a esa idea reside en el hedonismo personal de que nuestra consciencia es una elaboración propia, producto de una historia personal. Y, sí, ¡claro que hay detalles que podemos contar!, pero como decíamos hace un instante, no hemos venido por nuestra cuenta, no estamos aquí o allí por nuestra propia decisión. Ha habido una necesidad de que estemos, una necesidad incomprensible, que por una parte pensamos: “Es que el Misterio Creador necesita de nosotros”. Decididamente, no. ¡No! Pero se expresa, en su infinito Amor, haciéndonos presentes; permitiendo nuestra actuación.

 

Es... –valga la comparación- es ese director de escena, de libreto, de música, que está detrás de nuestra actuación; que sin esa inspiración no podríamos actuar. El asunto es que el actuante se convierte prontamente en hegemonista, y ya no atiende a la renovación, y se repite y se repite... en su vanidad.

 

En cambio, si asumimos esa “filiación”...

¡Que no es una cuestión de obediencia!, ni una cuestión de sumisión... en el sentido de “estar sometido”, como nos planteaban las religiones: “¡Sometidos a la ley de Dios!”. ¡No! ¡Por favor! Pero sí sumergidos en ese Misterio Creador del que nos sentimos parte, expresión de ello, sin explicaciones; salvo instantes místicos que pueden ocurrir y ocurren en cualquier ser, que nos permiten balbucear esa expresión del Misterio.

Podemos también, sin esa expectativa sorprendente, mística, situar... –que también es místico- el Misterio de que estemos, de que se nos “permita” –valga la palabra- un día, y otro y otro y otro, el actuar.

Y que no ha sido –“y que no ha sido”- por nuestra voluntad, por nuestra consciencia. No. Ha sido por un Misterio que así lo ha decidido.

 

 

Se hace conveniente, bajo... –sin que implique sumisión y obediencia, ni ninguna palabra restrictiva- se hace conveniente el desarrollo de una conversión. El desprenderse de todos esos elementos que nos disgustan, que no los sentimos propios. Desprendernos de esas apariencias, de esos cumplidos, de esos ocultos, de esos prejuicios, de... –en definitiva- de las costras, porque debajo de ellas el tejido ya está dispuesto, está limpio.

Pero si permanecemos encostrados, condicionados permanentemente por infinitos factores que nos rodean, estaremos siempre anquilosados, cansados, ¡confusos!

 

Decía el dicho: “La esperanza es lo último que se pierde”. Sí. Al perderla, ya... se ha perdido, se ha perdido el ser; ya no está.

Esa esperanza late debajo de cada costra. Aspira a recoger el aire limpio de la sinceridad, de la expresividad, de la concordia, de la sintonía.

Esa esperanza que, además de esperanzarnos, proyectamos: nos ayuda a proyectar esa esperanza sobre todo el entorno. Porque somos intimidades compartidas.

La vida es unitaria. No hay algo fuera de ella.

Y no es cuestión de opinión: si creemos, queremos, o no; sino que formamos, cada ser, una unidad de especie con todo lo que existe, más lo que no sabemos que existe y que está. ¡Estamos conectados!

 

Y cualquier pensamiento, palabra, obra u omisión –¿verdad?- se transmite a todo.

 

Y es así que el cultivo de la esperanza nos lleva a contemplar nuestra presencia, nuestro estar, nuestra responsabilidad. Y es el aliento diario que nos mantiene en la vigilia, para ser realmente vigías que avisan de... posibles tropiezos, pero a su vez, vigías que señalan un sentido del estar y del hacer y del ir.

La esperanza: una vigía para no perderse, para sentirse orientado, para posicionarse entregado.



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domingo

Lema Orante Semanal

 

CADA SER AGUARDA LO QUE DEBE REALIZAR CADA UNO DE LOS DEMÁS SERES

24 de julio de 2023

Nuestro ser y estar... es una consecuencia cotidiana de cada ‘ama-necer’: de nacer cada jornada como consecuencia del amar de la Creación, del Misterio Creador.

Si deparamos en ello, podremos descubrir las sugerencias, las referencias, las orientaciones por las que debemos desarrollar nuestras capacidades, para dar cumplimiento al deber de nuestra creación.

Creados como necesidad de un Misterio de eternidades, cada ser es un elemento de conjunción integrado en la Totalidad.

 

Y sí. Sí ocurre que cada ser se pregunta: “¿Qué he de hacer ante esta sensación, ante esta situación...?”.

Recurre a su ‘conoci-miento’, a su saber, para buscar la mejor respuesta.

En ese momento se hace sectario. Sí. Bajo esas condiciones, deja de considerarse una creación permanente.

 

Y es así que la Llamada Orante nos transmite la necesidad de que, ante la respuesta continuada que precisamos, nos situemos en la dimensión creadora. Nos demos cuenta de que nuestra respuesta va a repercutir en todo. Es difícil asumir esto, ¿verdad? Pero hasta científicamente... –que es rudimentario- hasta científicamente está demostrado que un aleteo aquí repercute en una vibración de allá.

No obstante, el personalismo, el cultivo –a lo largo de generaciones- de la importancia personal de “mi nombre”, de “mi apellido”, de “mi país”, de “mi cultura”… todo ese bagaje adquiere tal significancia, tal significación, que casi borra nuestra posición de universo.

Y decimos que “casi” porque continuamos aquí... Y, en consecuencia, hay al menos un halo de universalidad, de Creación, en nuestra presencia, que debemos promover.

 

Sería decir que “cada ser aguarda lo que debe realizar cada uno de los demás seres”.

Y así, poder realizar... la identidad de cada uno.

 

La evidencia de que somos seres necesitados nos ratifica esta situación.

 

Suele ocurrir que –en esta dirección- el ser se pregunte: ¿Y cómo… cómo puedo yo saber qué designios tiene…?”.

No siga. Mal plantea la pregunta. Esa es la típica pregunta hedonista, soberbia y vanidosa: “¿Cómo puedo saber, yo, qué quiere la Creación de mí? Elemento, material, métodos”.

De seguro que un silencio solemne nublará cualquier tipo de respuesta.

En cambio, si el ser se sitúa en la humilde sumisión de escuchar, de vaciarse de contenidos adquiridos, heredados, de entornos y de intereses, surgirá –¡claro que sí!- una señal, un algo que, como se suele decir: No se me hubiera ocurrido. No sé cómo se me ha ocurrido tal o cual idea, o tal o cual proyecto, o tal o cual actitud”.

Esa es la parte de nuestra naturaleza, que nos sustenta, nos mantiene y nos entretiene, y que aflora cuando aparcamos nuestra importancia personal, nuestra crítica, queja y prejuicios constantes.

 

 

Dejar de ser una isla y convertirse en mar.

Y es así como la mar, el amar... nos facilita el nadar... y nos lleva a merodear en tierra firme, sin aposentos, sin propiedad...; con la disposición de ese Misterio que nos bambolea; que llama a nuestro corazón; que le hace darse cuenta de un transcendente amar-amor.

 

 

Estamos bajo la influencia de “La liberación”, del hexagrama del oráculo que marca nuestra “transfiguración”.

Podemos dejarlo como palabras excitantes o incluso fantásticas, pero que no nos competen. Pareciera que están reservadas a líderes o a personas de especial consideración.

Es una forma de evadir la respuesta. Es una manera de considerar que... esto no es para mí.

En otro nivel se diría que es una actitud cobarde.

Si la vida y el vivir es un valor de valentía constante para realizar el viaje de inmortalidad, la cobardía es la peor de las villanías. “Esto no va conmigo”. “Esto a mí no me toca, no me afecta”. “No es mi problema”.

Resulta que todo es nuestro problema. Resulta que todo nos compete. Y como resultado de ello, cada ser debe abrir los sentidos... para sentir hacia dónde emite la señal liberadora, nuestra posición; cuál debe ser nuestra actitud.

 

Y en esa pregunta viene la especificidad de la respuesta: “transfigurándose”.

Sí. Pudiera… pudiera decirse que, bueno, eso es parte de los milagros, misterios…

¡Bien! ¡Es una buena respuesta! ¡Sí!, ¡sí! Y si cada uno se la aplica a sí mismo, pues podrá darse cuenta de que él es un milagro y un misterio; que cada uno de nosotros somos un milagro y un misterio. No sabemos por qué nos han traído aquí, pero lo vamos descubriendo en la medida en que escuchamos nuestra procedencia.

Y esa transfiguración es la actitud con la que nos presentamos, la palabra que empleamos, la sinceridad con la que nos expresamos...; la respuesta... –y esto es así como un detalle importante- la respuesta al contado” que damos ante los avisos, ante las situaciones… o las respuestas que “a plazos” vamos dando.

Si en “al contado” estamos, transfiguramos nuestra posición... sin esa pesadez de “lo pendiente”, sin esa turbidez de “quedar bien”, de verdades a medias o mentiras piadosas.

 

 

Ese contado” es el cuento que nosotros damos como servidores de lo que sentimos y hacia lo que aspiramos por necesidades de Creación.

 

Apurando, apurando –apurando, ¿eh?-… apurando mucho, podríamos decir que la situación es muy simple: o nos sometemos y nos esclavizamos a nuestro genoma, entorno, epigenoma, leyes, normas, costumbres, hábitos, intereses, proporciones, propuestas, intereses, ganancias… y todo ese correlato ya tan machacado, o nos sometemos a eso –y más o menos sabemos cuál va a ser el resultado- o entramos en otra actitud, a la que el oráculo nos referencia: nos liberamos.

Esto no significa que todo el entorno, toda mi historia, la voy a destruir, la voy a… No, no, no, no, no, no, no, no, no. La voy a pasar por un tamiz: el tamiz de la fe, de la Creación, del creer; el tamiz de la sinceridad. La voy a pasar por ahí.

Y quizás –y así es- el destilado sea diferente… a la obediencia impositiva o a la impositiva violencia que el ser ejerza en otros.

Sin duda, es una simplificación; hasta podríamos decir “grotesca”. Mas, mas, mas… mas sirve para –como dicen los franceses- el “prêt à porter”, el “día a día”, el qué me pongo, qué hago, qué...

No aguardar a las grandes ceremonias y los grandes momentos para decir y decidir si hago o no esto o aquello. ¡Cada inspiración es un gran momento! ¡Cada espiración –que es lo que hacemos- es otro gran y trascendente momento!

La mínima espera es... la acuciante necesidad de culminar, inspirando y espirando. Es la esperanza que nos anima.

Sí, esperanza que nos anima: ese misterioso influjo que nos despierta, nos empuja, nos sitúa.

 

En ese transfigurado estar liberador, el tiempo no está. Esto significa que no podemos aplazar, no podemos someter, a la esperanza, a la espera que termina por ¡desesperar!

 

 

Se suele decir que somos hijos de nuestro tiempo, de nuestra historia –en la que aparecemos-. Es una manera de evadir nuestra universalidad intemporal.

 

Como otras veces hemos escuchado, somos intermediarios mensajeros de una necesidad, portadores de recursos, porque pertenecemos a una unidad, aunque en apariencia esté separado.

La vida se expresa, y se da, gracias a que es unitaria, por ser ésta –la vida- una necesidad de la Creación.

 

“La vida, una necesidad de la Creación”, que... que para nosotros es una envoltura de Misterio.

Y que es preciso asumir el Misterio, sin el prejuicio de ignorante, sin el prejuicio de incapaz.

Y es así que la evolución del ser le permite descubrir la influencia de ese Misterio y la no necesidad de descubrirlo y saber qué es. Eso lo puedo hacer con los secretos. Darse cuenta de que el convivir con el Misterio implica un impulso diario hacia lo desconocido.

Es la posibilidad de “descubrir”... y no quedarse solapado en la razón, culpa, prejuicio, etcétera.

 

Cada ser es una excepcionalidad en el seno de una unidad. Y esto nos permite generar el respeto y la escucha. Nos da el impulso convivencial de descubrir nuestra expresión en el Todo, a la vez que, simultáneamente, desarrollamos nuestro aporte, nuestro servicio especial.

En la excepcionalidad de lo extraordinario nos debemos situar, para que no haya ninguna duda sobre nuestra calidad, nuestra calidez, nuestra caridad...

Que no entremos en cuestionamiento según gustos de unos y otros, sino que nos sintamos en la certeza de que nos llevan… misteriosamente.

 

 

 

 

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