miércoles

Lema Orante Semanal

 

LAS REPRESALIAS

26 de diciembre de 2022

 

 

Y el transcurrir de la humanidad… tiene de característica un detalle –entre otros-: la actitud de represaliar, de represalias, sobre sí mismo cada individuo, y sobre otros; de tal forma que es fácil consumir gran parte de lo cotidiano en represaliarse a sí mismo, y vivir pensando en tomar represalias sobre los demás.

Nos advierte –en este sentido- la Llamada Orante, de lo que esto significa de… quedarse parado en el proyecto y en el trayecto. Por una parte. Y, por otra parte, lo que significa el ir cargado, “tarado” por el peso de esas represalias.

Como bien dice la palabra, y jugando con ella: “represalias” nos implica una represión, una posición de estar “presos”; casi sin salida.

Es decir que, por una parte, ejercitamos represiones sobre nuestro libre imaginar, por otra parte nos apresamos, y por otra parte nos quedamos en esa… “trampa”… de lo que pasa y de lo que pasó.

Porque, a todo esto, la capacidad de acumular represalias por parte del ser es ilimitada. Puede empezar a tomar represalias sobre otros porque le trataron mal, pero progresivamente las represalias se amplifican porque no me saludó, porque no tuvo este detalle, porque… Siempre hay un “porqué” para reprimir, reprimirse, apresarse, apresar… y quedarse ahí, con la celda medio abierta, medio cerrada…

Y es así como pasan años y años, y aparecen semejantes –o iguales, pero camuflados- procesos, que en teoría ya tenían que estar resueltos.

Somos luz, pero no vamos a la velocidad de la luz. Vamos a la velocidad del sonido, cuando hablamos o cuando escuchamos. Aunque si hablamos y no sabemos escuchar, ni siquiera vamos a la velocidad del sonido, vamos a la velocidad de la garrapata…; bueno, de la cucaracha.

 

Y así es fácil que cada cual recuerde sus traumas, sus venganzas, sus daños recibidos…

“Y aquello me dolió tanto que todavía me duele”.

¡Jo! ¡Muy largo!, ¿no?

Es de suponer –o sería de suponer- que, en el transcurrir, si fuéramos a la velocidad de la luz… Pero no. Vamos a la velocidad de… bueno, de lo que quiera proponerse cada cual. Pero olvídense de momento de la luz.

.- Pero somos seres de luz.

.- Sí, pero luz atrapada en un circuito de represión, de represalias, contra sí mismos y contra los demás.

Presos.

 

Recuerden que –y lo hemos repetido varias veces- estamos, como humanidad, en cautiverio.

Esta Llamada Orante ahonda en una franja de ese cautiverio: las represalias.

Y se supone –y es una buena suposición- que, a cambio, por el transcurrir, se aprende. Y en ese aprender, el trauma, la represión que se vivió en su tiempo –pero bajo otro estado de consciencia-, que en aquel tiempo fue terrible o doloroso –sí-, pero que en la medida en que nuestra consciencia se amplifica y se hace visionaria, aquello empieza a perder valor y preponderancia.

Y si, por ejemplo, vivimos aquel tiempo –a los que les tocó- de “por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa, por tanto ruego a la bienaventurada siempre Virgen María y a San Miguel arcángel…” la retahíla de sentirnos culpables, pecadores… y eso nos represalió, y tomamos represalias y rabias y huidas. Pero… a poco que nos aceleremos –sin llegar a la luz-, poco a poco, aquello ya… como que no ha marcado, no debe marcar mi proceso, mi proyecto, no solamente actual sino pre-futuro.

No, no. No me siento culpable. No es por mi culpa” ni “por mi grandísima culpa”

Pero esas prácticas, que entonces eran normales -y siguen siendo en muchos niveles-, con el transcurrir de descubrir, aprender, adaptarse… sanan las heridas, las suturan, las regeneran. Y ya “aquello”…

.- Pero es que aquello pasó y…

.- ¡Yaaa! No solamente ya pasó, sino que la significancia no puede seguir actuando negativamente.

Ahí está. El que esté, va a estar, por supuesto, pero hasta el punto de… ¿represaliarnos?, ¿represaliar a lo demás?, ¿de hacerme preso?, ¿de reprimirme?

 

La Llamada Orante se presenta siempre como una opción liberadora. No se niega el pasado; se tiene presente para mejorar nuestro actual estado y para no llevar la rémora ni la cárcel puesta… ni esa queja permanente ¡contra todo!

Que a veces, sin darse cuenta, el propio sujeto no se da cuenta de que está yendo contra sí mismo, porque en el Todo está él.

 

Si por un momento nos sentimos luz, como la luz que ahora nos ilumina, como realmente es nuestra luz –producto de la Gran Luz-… debemos considerar nuestros pasados, nuestros… hoy vistos como “errores” –entonces como “terrores”, a lo mejor-, bajo una valoración que no suponga un peso en nuestra novedad cotidiana, en nuestro hacer privilegiado, en nuestra innovación cotidiana.

Y no que se esté “condicionado” por aquello que pasó, por aquello que ocurrió…

Es toda una trayectoria de condicionamientos, de justicias, de “educación”.

¡Qué mala, la educación! Nos educan de tal forma que nos hacen presos de las normas, de las costumbres, de las leyes…

Todo esto no es producto de nuestra naturaleza. Es producto de los que se erigieron en dominadores y fueron aceptados como tales.

 

Cada acontecer del ser obedece a una oportunidad de aprender, de conocer, de saber. Y “aprender”, “conocer”, “saber” no significa reprimir, encarcelar y sentirse en cadena perpetua.

 

La Llamada Orante nos viene a advertir de ello, para que nos quitemos las costras de la educación. Esa que nos hizo ser como los demás querían que fuéramos. “Los demás” son entidades y funciones precisas de una sociedad, que igual nos dice que hay que llevar el verde, el negro… o que hay que ponerse botas largas o cortas. Y el gran problema está en obedecer a esas tendencias, que las marcan los que han asumido un poder, y se les ha concedido.

 

 

Por un momento –“por un momento”- podría, el ser, reclamarse un privilegio –por un momento, ¿eh?-… un privilegio de decirse lo que siente, de escucharse en lo que piensa. Pero hacerlo de tal forma y manera que no esté condicionado… por lo que le hicieron, por lo que hizo, por lo que se debía hacer…

 

Y, sí: a base de pequeños momentos, es posible el descubrir… si no la gran evasión, sí la evasiva forma de trans-formarse’, aspirando a transfigurarse.

Insinuarse como luz… para ser un aporte real de innovación, de cambio. Y no seguir con la historia de la historia repetida.

 

Tenemos la responsabilidad de que, bajo cualquier circunstancia, por designios de nuestra presencia, por encargo del Misterio Creador, por los recursos con los que hemos sido dotados, tenemos la responsabilidad de que todo tipo de vivencias se constituya en un descubrimiento, en un aprendizaje, en una variable, en una innovación que nos lleve cada vez a mayor purificación, a mayor ligereza, a mayor agilidad…; a ir transformando los barrotes de las represalias, en nubes de vapor que se apartan cuando soplamos…

Eso sí corresponde a nuestra naturaleza.

 

Que las condiciones dejen de condicionar, y que sean situaciones de transcurso, sin que supongan una carga a represaliar.

 

Es, la creencia en esa disposición, la que nos puede sacar… ese peso que aminora y retrasa nuestro transcurso, nos estanca y nos impide ver los nuevos amaneceres.

 

 

 

 

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lunes

Lema Orante Semanal

 

LA REPARACIÓN NOS ALIENTA EN LA CONFIANZA

19 de diciembre de 2022


Quizás los primeros temores de humanidad surgieron cuando ésta empezó a ocupar, a controlar, a dominar; consciente de que lo que controlaba, lo que dominaba y donde estaba, no le correspondía.

Quizás las respuestas que recibió por su osadía generaron ese temor de cada día: ese temor que late, que a veces aflora más o menos… pero que se considera un acontecimiento “natural”. Sin duda hemos –como especie- invadido todas las demás especies. Y las hemos empleado para nuestro beneficio. Sin –y eso es significativo- sin aportar, con ese secuestro, una nota de alivio.

Hoy manejamos y manipulamos bacterias, virus, mamíferos, vertebrados, invertebrados, área marina… –piscifactorías alimentadas con restos de pollos, harinas de origen desconocido-… y un largo etcétera que todos más o menos conocen, pero que se ha ido incorporando de tal forma y manera que lo consideramos parte de nuestra vida. O parte de la vida evolucionada.

 

Y en ese afán de incorporarse, con el miedo latente, a cualquier índice de rebelión, la posición de humanidad se extiende a lo humano. Al uso y abuso del cercano, del conocido, del hermano, del padre, de la madre… de cualquiera que esté a mano.

Y si en algún momento fuimos manada grupal de defensa de intereses, hoy la gesta se concentra en intereses individuales… con la promoción de temores, miedos y preocupaciones.

Todo hecho con la sutil… –no siempre, ¿eh?- con la sutil actitud violenta del gesto, la palabra… y un largo etcétera de posiciones verbales y coyunturales, que hacen que los seres desconfíen. Se genere una desconfianza mutua. Y con ello, se promuevan estrategias para colocarse en posiciones ventajosas.

 

 

La Llamada Orante nos advierte ante estas situaciones:

Si se quiere, si se siente, si se desea el ejercicio de la Bondad, incluir una actitud “reparadora”, una posición de recuperar lo violentado, lo disfuncional que en un momento se ha generado.

 

Lareparación” constituye el vehículo que puede alentarnos en la confianza. Porque reparamos la incidencia de actitudes, gestos, respuestas… que chocan.

 

Entonces, si deparo y reparo mi juicio sobre un acontecer… probablemente restituya una discordia, una disfunción, un agravio.

 

Nuestra consciencia de “temor ancestral” por situarnos en posiciones inadecuadas, debe repararse. Y dentro del desorden –que no caos, “desorden”-, posicionarse con la actitud de restituir, de reconducir, reparadoramente, nuestras posiciones.

 

Y en ese deparar-reparar, tener muy en cuenta las justificaciones.

Siempre, siempre habrá una justificación para actuar distorsionadamente, inadecuadamente, impropiamente. Y ahí es donde debemos deparar y reparar, para que no utilicemos la justificación como el recurso inevitable para transgredir, usurpar, cambiar, castigar… y un largo etcétera.

 

Los temores palpitantes y latentes bloquean nuestras iniciativas, nuestras expresiones de emociones. Nos hacen regios, rígidos… y “correctos”. Reglas y cartabones andantes, incapaces de girar por una curva: se rompen.

 

La Llamada Orante nos incide en que tomemos consciencia de esa temerosa actitud de herencia, de continuidad, y lo justificada que se encuentra.

Esto nos lleva a buscar nuestra posición, dentro del marasmo actual.

Una posición en la que seamos reconocidos, respetados, cuidados. Una posición en la que podamos ejercitarnos, expresarnos, darnos.

Reparar nuestras consciencias para posicionarnos en la actitud y en el lugar adecuado. Para que no seamos motivo de miedo, preocupación, tensión… sino que más bien seamos motivos de inducción a la creación, a la manifestación, a la libre expresión que no es condenada ni atacada.

 

Claro está que nuestros dogmas, los que hemos traído y hemos construido, debemos diluirlos. Y si en un lugar el saludo es una leve inclinación de la cabeza, no podemos exigir o pedir que sea un abrazo, o exigir o sentirse ¡incómodo!... porque no han realizado nuestro equipamiento o no se han comportado según nuestros conceptos; en cuyo caso, fíjense: de la cortesía de uno que lo hace según entiende, se pasa a la ofensa del otro.

Con lo cual, la confusión y la incomodidad se establecen.

 

Hemos de valorar las bondades, detalles y aconteceres de cada uno, bajo la óptica de ese que da el detalle y la actitud y la posición. No bajo nuestra óptica. ¡Si nos están dando... agradezcamos la dádiva!

Pero si luego la cogemos, la instrumentalizamos y exigimos que respondan según nuestros modelos y nuestros moldes… estamos tergiversando las intenciones.

 

Estamos, según nuestros condicionantes culturales, en un tiempo –entre comillas- de “nacer”, de “deparar”, de “reparar lo ocurrido”, para culminar con la ilusión de lo trascendido.

Con independencia de creencias de carácter obligado o autoritario, pero sí con consciencia cultural del ritmo del acontecer. De esa llegada del invierno, que nos anuncia la introspección… la revisión… el plantearse y el recapacitarse.

 

La Fe, siempre presente –en mayor o menor intensidad, con mayor o menor consideración-, nos puede ser, en consciencia, un aliento para considerarnos y reconsiderarnos en deparar para reparar… nuestra condición, nuestras posiciones.

 

La Fe en la que depositamos nuestras capacidades, nos es dada a través de la Providencia, nos es dada través de cada detalle que somos capaces de observar en nuestro transcurrir diario. Nos es dada en cada necesidad que nos surge para establecer el equilibrio y la promoción de la Bondad.

 

El Misterio Creador –y tomémoslo en cuenta- está permanentemente pendiente de cada uno de los seres vivos.

Y eso implica el “saber” –entre comillas, “saber”- que disponemos de una influencia constante, cuyo sentido es… equilibrarnos, amplificarnos, recrearnos, ¡entregarnos!

Además de contar con mi voluntad, con mi sapiencia, con mi fuerza, con mi carácter… sí, añadan, ¡añadir a esa cuenta!, esa permanente entrega de la Creación, que se ejercita sobre ¡cada ser!…

Y así saldrán bien las cuentas. Así no faltará ni sobrará; serán las precisas y necesarias. Seremos lo que se necesita.

No suplantaremos ningún protagonismo de otros. No nos haremos imprescindibles… aunque sabemos que todos lo somos; pero, hacernos imprescindibles, en la mayoría de los casos consigue una abolición de la capacidad de otros.

No podemos suplir… a nada ni a nadie.

Somos siempre un complemento.

El complemento que depara y repara para poder continuar; para tener la capacidad de disolver el miedo latente, el temor constante.

Permitir la confianza.

Que ésta se desarrolle y que abarque la conjunción… y haga, del ser, una fusión con todo lo viviente. Y que alcancemos la consciencia de estar inmersos en lo viviente… para ser continuos reparadores de desviaciones, de desequilibrios, de desarmonías.

 

Con el latido del temor, al menos amortiguado –al menos-… podemos deparar en nuestras capacidades y reparar lo irreparable.

 

La vinculación del ser, en consciencia, a través del Misterio Creador, nos hace Fe permanente, porque amados somos… y en amor nos manifestamos.

Y así, podemos latir en una esperanza permanente y en una confianza evidente.

“Evidente”.

 

 

 

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domingo

Lema Orante Semanal

 

NACEMOS CADA DÍA, NUEVOS

12 de diciembre de 2022

 

Los destellos de la noche se abren a la vigilia de la luz. Otra oportunidad de ser conscientes… del milagro de estar, de la presencia de la Bondad Providencial, que nos hace despertar para una nueva oportunidad… en un nuevo lugar del Universo.

 

Sí. En apariencia venimos cargados de ayer, de antes de ayer, de hace años. Pero… el nuevo espacio de cada amanecer es un amor diferente que nos hace nacer a otras perspectivas.

 

El Misterio Creador ha gestado un Universo en plena expansión, con transformaciones, mutaciones y caos… que implican innovaciones, y que tenemos que verificar en nosotros… aunque aparentemente todos esos cambios de Universo no nos afecten.

No solo inciden –todos esos cambios- en nosotros, sino que lo hacen misteriosamente, a través de esa pausa del sueño, preparándonos para el nuevo envite, el nuevo sitio, el nuevo mundo en el que nos vamos a recrear. Que no es lunes, ni martes, ni jueves, ni viernes, ni sábado, ni domingo. Que es un nuevo amanecer… en el que la Llamada Orante nos reclama estar despiertos ante los pequeños detalles de cada momento…, que nos van a dar la pista, la señal, el sentido de cómo innovarnos, reinventarnos, evolucionar según la expansión de la Creación.

 

La consciencia humana se ha secuestrado y se ha quedado anclada en “lo de ayer”, “qué hay que hacer mañana”, “qué toca hacerlo hoy”…

Y es preciso –nos reclama la Oración- que, cualquier cumplimiento que requiera nuestra trayectoria y nuestra presencia, esté adornado por esa novedad… de una nueva ocasión, de una nueva oportunidad. Y, como todo lo nuevo, se hace resplandor, se hace innovador, se hace sorpresa, se hace investigación, se hace curiosidad.

 

Y todo ello es… producto de ese “amar” que nos hace nacer. Así nacemos cada día: ¡nuevos!

Pero… atrapado por la egolatría, idolatría e importancia personal, el ser se queda en el riel del tren, cuando resulta que su presencia es la de un pájaro que vuela… guiado por las maravillas del viento.

 

Somos diseños liberadores, voladores… Porque nuestra consciencia nos permite el verso. Nos da acceso a la fantasía, a la imaginación, a la ilusión. Y, en el día a día, a la esperanza perseverante.

 

Y al estar en Oración, debemos recoger “cada palabra”. Que no es una más de la composición de lo que se va a escuchar. ¡No! Es una revelación más… que probablemente nos la hayan dicho otras veces, pero a lo mejor no la hemos escuchado suficientemente como para “aprehenderla”, es decir, ¡incorporarla!...

Como sentirme innovación –¡ahora en este instante!-, sentirme en otro lugar, en un nuevo acontecer. Sentir que todas las preocupaciones, todas las inconveniencias, todo eso que nos fijamos que no es bueno, son tintes de bondad, camuflados, que no hemos sabido –“no hemos sabido”- reciclar, retomarlo. Puesto que “vida” es “bondad”, no admite otros ingredientes.

 

Cuando, en lo cotidiano, aparece ese anuncio, esa noticia, ese hablar de unos a otros, en los que: “Hay una oportunidad…”. “Tienes la oportunidad…”. “Ahora tienes la ocasión…”, y que de inmediato nos ponemos en marcha.

Fíjense la cantidad de miles de millones que el viernes negro se consumieron, por “la ocasión”, “la oportunidad”… en todo un terreno material.

 

Pero al llegar al espacio intangible, al espacio invisible de nuestra consciencia, aparece como un muro que incide en cada ilusión y en cada fantasía, para que ésta no progrese o para exigirle una materialidad.

 

No somos muros…; no somos especie de explotación de recursos…; no somos especie de arrastre… Pero ejercemos así. En la medida en que recordemos, en consciencia, nuestra naturaleza providencial, dejaremos de arrastrar pesados pasados que tienden a repetirse ¡hasta la saciedad!, anulando cualquier nuevo día.

Esa no es nuestra naturaleza de humanidad.

Abrir los ojos para visionar. Abrir los oídos… para algo más que escuchar. Identificar los aromas que nos envuelven y nos llaman. Hablar con los sabores que nos inundan. Y darnos cuenta de las caricias que el acontecer diario nos aporta.

Así hacemos, de nuestros sentidos, nuevos sentires. Sin apropiarnos de ellos. Transcurriendo con ellos. Dándonos cuenta de que nos aman… y, en consecuencia, somos seres de amor. Que hemos nacido hoy. Y lo que sabemos es amar. Pero pareciera que nos diera vergüenza, porque claro, no podemos poseerlo. ¡Pero no hace falta poseerlo! ¡Es nuestra naturaleza innata!

Ella nos posee… en todo caso.

Así que ese “querer poseer el amar” es una terrible trampa de nuestra consciencia prepotente.

Ahí debe aflorar –cuando eso aparece- nuestra consciencia de nacer, de amanecer.

Que nuestros sentidos se alerten, y así nuestro sentido recupere… nuestra naturaleza de amantes de la vida. De amantes de la vida que contemplan en cada detalle que surge de la propia consciencia y de los infinitos detalles que nos rodean. Con todo ello, sentirnos realmente innovados, novedosos, sorprendidos, dispuestos a aprehender, a descubrir, a asumir lo transparente, el Misterioso Misterio de la Creación permanente.

 

Busquemos, en nuestros sonidos, los recursos que en la escucha nos den la incorporación de este amanecer:

 

AAAAAAAAMEEN…

 

El silencio, que es el Verbo Creador, nos inspira.

 

 

Al asumir el contemplar los detalles de cada instante, como lenguaje Creador que está ahí para orientarnos, con esa atención alertada, disolvemos la obsesiva compulsión protagonista; nos hacemos porosos… ligeros… dispuestos a volar.

Las cargas de los prejuicios, sinsabores y demás lastres se disuelven, careciendo de importancia.

Nos convertimos, así, en entusiastas renovadores, que no se aferran, en su forma de ser o estar, a aquello que pasó que ocurrió, sino que se renuevan y disuelven aquello que ocurrió, que pasó, en base a aprender y “aprehender”, de descubrirme en una nueva posición.

 

Hacer de cada instante, con nuestros gestos, palabras, actitudes, una sorpresa innovadora.

Que nuestra consciencia de carácter sea sinuosa y flexible. Que deje de endurecerse como señal de prestigio… o para hacerse respetar.

El verdadero respeto es el que surge de nuestra indefensa actitud, por la inocencia de cada descubrimiento.


 

 

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Lema Orante Semanal

 

LAS CAMPANAS DE LA MISERICORDIA

NO DEJAN DE SONAR

5 de diciembre de 2022

 

Llaman a orar anunciando Bondad.

Llaman a orar… reclamando –sin exigir- nuestra decidida participación, según nuestra naturaleza.

Llaman a orar en el nombre de la belleza, la ternura, el afecto… y la convivencia.

Llaman a orar… a sentir –desde el Misterio Creador- que nuestra presencia es una imaginería de sorpresas. Representantes elegidos. Único cada uno, e insustituible. Preparado, desde la Nada, para encajar, adaptarse, resolver, recrear, ¡promover!, ¡imaginar!…

La Llamada Orante –simultáneamente-, al resaltar nuestra trayectoria y nuestras penurias, nos recuerda nuestras perfecciones, nuestras capacitaciones; la bondad innata que tiene nuestro “estar”, por la llegada insondable de nuestra presencia.

Y esta llegada insondable de nuestra presencia… nos debe regenerar continuamente. Y saber que cualquier posición en la que se nos coloque, será la que precisamente se necesita, se precisa. Y la mayoría de las veces no sabremos por qué: “¿Por qué a mí? ¿Por qué esto?”.

Y no lo sabremos, porque no es una cuestión de saber; es una cuestión de percibir, sentir… y dejarse imaginar. Y, en consecuencia, dar la respuesta precisa… para evitar recalar en nuestra consciencia de exigencia, de protesta, de negación.

No sabremos “por qué”, prácticamente de todo. Pero la Creación se promueve en una creatividad permanente. No precisa saber. Nada precisa. Pero la Creación es tan inmensa que nos desborda.

Ahora bien, cada ser encaja en su trayectoria, con lo necesario.

 

Sí. Y ocurren aconteceres que el ser debe… recapacitarse.

Fíjense: somos capaces –como humanidad de ciencia y sabiduría- de cambiar la trayectoria de un meteorito, con cálculo, precisión, exactitud. Y no somos capaces de parar una vulgar guerra. Capaces de soñar con el vuelo en el Universo, y a la vez, con el pie puesto en el cuello del que en ese momento es el enemigo.

 

Se vive, como especie, en un tránsito entre la magia del vivir y lo absurdo del desaparecer.

En realidad, somos visibles e invisibles a la vez. Ocurre que, a veces, nos hacemos más visibles. Y los sentidos son capaces de medirnos, pesarnos… Y otras, nos hacemos invisibles.

Lo tenemos que llamar “misterio”, porque aún estamos en la era, en el tiempo de la consciencia de descubrir, de aprender, de buscarle explicación: una época primitiva de la evolución de la consciencia. Muy primitiva. Necesita un porqué, necesita una razón…

Es incapaz de asumir la grandiosidad del Misterio. Precisa dominar, controlar, exigir, manejar, manipular…

La Llamada Orante nos reclama el que nos demos cuenta de ese primitivismo de consciencia.

Que aspiremos a lo que realmente somos.

Y que, en base a nuestra llamada “inteligencia”, nos demos cuenta de nuestra profunda ignorancia.

En cuanto reconocemos nuestra profunda ignorancia, nuestros logros y capacitaciones se nos vuelven tan frágiles, tan incompetentes, que precisan modificarse una y otra vez.

¡Y ni siquiera sabemos comer! Y cada uno va con su régimen y con su patata, su cebolla o su carne.

“Arqueológico”.

Pero… ¡exigente!: “Sí, porque esto es así”. “No, porque esto es de esta manera”. “No, porque… lo que era bueno antes, ahora es ¡malo!”. “¡Hemos descubierto...!”.

A partir de nuestra consciencia evolutiva ignorante, podremos sorprendernos de lo que descubrimos, de lo que aprendemos, sin aferrarnos, sin ratificarlo, sin asegurarlo.

El sublime ignorante vaga por cualquier dimensión, y es capaz de sorprenderse en cualquier ocasión. Y es así como podemos mantener la inocencia de vida… y dar a cada instante o detalle una transcendencia.

Descubrir esos motivos que aparecen, que llegan, que coinciden, que “casualmente” suceden… y que nuestra vanidosa inteligencia no pudo calcular.

 

Ansias de bondades acucian nuestras necesidades. “Ansias de bondades acucian nuestras necesidades”.

Con solo imaginarlas, con solo proyectarlas, harán su efecto.

 

Ansias de bondades reclaman nuestra naturaleza, nuestros proyectos, nuestras ideas.

Depurarlas, aclararlas… y descubrir cómo se precisan, se necesitan. Y así sentirse plenos en la realización, en la presencia.

 

La infravaloración reinante, la autoculpa, el autocastigo… –esa manera de sentirse indigno, en la que nos han ido educando- en realidad es sentirse indigno ante la Creación.

Es “el favor” que nos hicieron los que dominaban, los que dominan, los que controlan: transmitirnos la idea –a través de ellos: padres, madres, amigos- de que somos inútiles, incapaces, crueles, malvados.

Y así nos hacemos una idea de que el Misterio Creador, a través de los más capacitados, nos muestra…

¿Acaso el Amor infinito de ¡lo Eterno!... ha gestado intermediarias acciones de castigo, de impunidad, de dominio? ¿Ha gestado, en su profundo e insondable movimiento, criaturas, para que sufran, para que sean maltratadas, para que lleguen a sentir su despropósito…? No.

El reclamo de Bondad que hace la Llamada Orante nos conmina a recordarnos, a todo lo viviente, la Bondad innata de la que estamos dotados. En consecuencia, nadie de esa materia viviente tiene la autorización y el dominio de suplantar a la Creación. ¡Y menos aún, que nos lo creamos!

 Asumimos que intermediarios somos todos, cada uno en su posición. Y asumimos que unos nos orientan en un sentido, y otros en otro.

Y lo asumimos en la medida en que no se nos utiliza, no se nos manipula, no se nos domina, no se nos castiga. Se nos reclama, desde la Creación, que seamos, unos hacia otros, bondadosos. En cuyo caso, cuando otro se muestra rencoroso, castigador, está dejando de ser lo que es.  Y, en consecuencia, ¡no debe influirnos! ¡No debe influirnos! Nos debe producir… lástima, pena.

Pero la vida no es un sistema de dominios; es un sistema de equilibrios, de armonías, de convivencias.

Sin duda, lo humano ha creado el desequilibrio, el desfase, el… des-amor.

Pero, a la vez, no puede vivir sin él, no puede vivir sin “ello”, porque ello es su esencia; ello es su naturaleza.

Consecuentemente, cada vez que alguien, algo, situaciones, nos castiguen, nos persigan o nos acusen… no demos crédito.

Sí debemos recordar nuestras bondades. ¡Claro! Y si alguien nos ofende, reclamarle su admiración.

Si alguien nos ofende, mostrarle nuestro silencio, pero no nuestro dolor. En todo caso, la lástima y la pena por cómo ha actuado.

 

Y en el nombre… y en el nombre del Auxilio del Nombre del Misterio Creador, proyectamos nuestras bondades hacia los que sentimos que… viven tiempos, momentos necesitados; que se duelen sin encontrar esperanza; que se retuercen sin saber cómo pedir; que no saben a dónde acudir.

Y en el nombre de nuestra bondad, de nuestra capacidad, de nuestro privilegio de alimentarnos, abrigarnos, andar, ¡movernos!… proyectamos nuestra bondad hacia esos necesitados… que son “nosotros”… que se retuercen en las cárceles; que se van más allá de la locura, en los siquiátricos; que agonizan inútilmente en la guerra. Todos aquellos que bocanadas al viento hacen, y que languidecen de hambre… ¿Qué se les dice cuando alguien se vuelve exigente porque esto no estaba caliente o no estaba frío o…?

A todos aquellos que buscan la esperanza en el desespero, hacia ellos nuestras bondades. Y las buscan en el desespero de la huida, de “algo mejor”; en el desespero del engaño; en el desespero del martirio.

A esos que habitan y yacen en las camas de hospitales, pendientes de su próxima queja, de su próximo llanto o lamento.

Aquellos que esperan sin esperanza; que no tienen quien les diga, que no tienen quien les llore.

 

Nuestra referencia orante debe abarcar a todos. No debe conformarse con: “Bien está el ocuparte de los tuyos”. Un secuestro y un egoísmo más. No. No es “bien está”.

Bondad es… percibir en lo que hace nuestra humanidad, en la que estamos presentes, y a sabiendas del misterio del Amar, poder intencionar, orantemente, nuestras bondades.

 

Como decía el canto: “a ser devotos de un eterno acto de Amor”.

 

Y sí, sí. Hay que ponerse a ello, ciertamente. Puesto que el reclamo cotidiano del pedir, querer, tomar, agarrar, poseer, guardar, proteger… nos remite a una esquina, a una esquina poblada de aconteceres, y no nos permite ver el espacio grandioso en el que estamos.

 

Sí. Hay que decidirse a… un instante de bondad, un instante de proyección, un instante de no ser “¡yo!”… y estar en “nosotros”.

A sabiendas de la luz que nos alienta.

A sabiendas de que nuestra proyección está avalada por la creencia, esa creencia de Misterio.

 

Sentir la consciencia eterna de la Piedad.

Sentir la consciencia eterna de la Piedad. Y así, percibir nuestra naturaleza de Bondad.

 

Las campanas de la Misericordia no dejan de sonar. Son latidos silenciosos que nos envuelven… para otro escuchar.

 

 

Suenan, sí. Suenan… y desechan nuestras miserias. Y aclaman nuestras concordias.

Suenan las campanas de la Misericordia. No paran de sonar. Aunque sordos nos hagamos, ahí están.

 

No temamos perder nuestras miserias, las posesiones, los controles y los dominios. Son costras de impropia naturaleza.

 

Las campanas de la Misericordia no dejan de sonar… mientras el aullido de la Piedad infinita se destila hacia… hacia las gotas de bondad que suponen nuestra naturaleza…; que nos alimentan, que alimentan, que se evaporan, que llegan….

 

Las campanas de la Misericordia no dejan de sonar…

¡Ten… Piedad!

 

 

 

 

 

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