lunes

Lema Orante Semanal

 

Esperanza confiada en que mi búsqueda será encontrada

6 de marzo de 2023

 

La vida se establece, en este lugar del universo, de una manera especial; “especial” en cuanto a que no conocemos otra referencia.

Y lo que es común a toda forma de vida es que cada ser es una entidad necesitada.

Unos necesitarán plancton, otros necesitarán humedad, otros necesitarán frío, otros necesitarán grano, otros…

Así que el vivir se convierte en un continuo reclamo de necesidades, que van ‘osmotizándose’ con otras. Y lo que necesita uno, no lo necesita el otro y lo puede dar aquel. Y así, en una carambola infinita, viven, sobreviven y superviven, desde alacranes en el desierto, hasta microscópicas estructuras en el fondo de los volcanes.

 

La Llamada Orante nos hace esta introducción para preguntarnos: ¿Cuáles son las necesidades del ser?

Aún no sabemos cuáles son nuestras necesidades alimentarias, ni los tipos –por ejemplo, por ir a lo más concreto y material-. Y cada uno esgrime sus hipótesis y los regímenes y… Todo un complot sin fundamento. El único criterio válido es que cada ser precisa de una especial alimentación, en base a su especial microbiota. No deberíamos ingerir los mismos alimentos.

Aunque esto, evidentemente, en más de 8.000 millones de seres, se hace imposible, es como la base para estructurar y estructurarnos en preguntarnos a propósito de nuestras necesidades. Que se satisfarán por el servicio de otros. Y nosotros satisfaremos las necesidades, con nuestros servicios, a otros. Y así, en carambolas ‘inseguibles’, se establecen las necesidades de cada ser.

 

Casi pareciera –“casi pareciera”- que cada ser precisa de un universo diferente.

Y ciertamente en algunos aspectos así lo es, pero tiene un universo compartido que le permite, precisamente, obtener esa necesidad específica.

Nos podemos parecer mucho unos a otros en determinadas facciones, pero habrá un punto de distinción: en la costumbre, en el pensar, en el hacer, en el estar.

Esto nos puede llevar a pensar que es prácticamente imposible engranar tantas variables.

Y ahí podemos cometer el primer error, bajo la idea del Sentido Orante. Y es que, por nosotros mismos, por cada ser, no es posible encontrar ese engranaje. Ese engranaje viene dado por la Creación, viene dado por un Misterio de comunión entre los seres. Nosotros podemos disponernos de la mejor manera, pero los planes Providenciales pueden salir por cualquier dimensión.

 

Si nos disponemos en actitud de búsqueda de nuestras necesidades, bajo el Sentido Orante, deben estar guiadas por la consciencia de dejarse encontrar.

Y así nos encontrarán de esta manera, de aquella o de la otra; a veces parecido a lo que buscábamos, pero nunca exactamente igual.

Sí; se dijo: “Buscad y hallaréis”. Pero hallaréis porque os encuentran, no por la capacidad que podamos tener, que es universalmente limitada; vitalmente, ilimitada.

No está en contradicción. La contradicción ocurre cuando el ser se secuestra en sus tendencias y quiere que el mundo esté a su medida. Y no es difícil descubrir que no está a nuestra medida. Entendiéndose por “mundo” todo el conjunto de relaciones que tenemos con el medio.

 

Y al hilo de la cita bíblica, viene otra cita en la que los apóstoles se quejaban de qué iban a comer, qué iban a vestir, y se les dijo que, efectivamente, les iban a encontrar:

“¿Por qué os preocupáis? ¿No veis que ese pajarillo tiene todo lo que precisa y necesita? ¡Cuánto más, vosotros…!”.

Pero esa consciencia de buscar y dejarse encontrar, que permite asumir las necesidades y –sobre todo- conseguir remediarlas para continuar...

Porque en la medida en que las necesidades no se remedian –no se pone el medio para que no persista la necesidad-, en esa medida en que no se remedian, el ser se estanca, se bloquea, se “reniega”.

Ha confiado tanto en él, y nada en lo que entre él y todo el entorno estaba, que permanece constantemente insatisfecho.

Y es ahí donde se ve cuál es la actitud de la humanidad en global: un ser vivo necesitado, que busca anhelante su criterio para que éste sea satisfecho. Y al no ocurrir esto –puesto que solo cuenta con “él”-, la insatisfacción se hace presente, la aversión, la contradicción, los prejuicios… Y la vida se convierte en una caravana de fracasos.

Y fácilmente se entra en el desespero y en el enfado y en el reclamo continuo y permanente: porque no he sabido pedir; porque no he sabido dejarme descubrir; porque he insistido en mi criterio; porque he obligado a mi ser; porque no me he dejado llevar por el fluir natural; porque he dejado de ser humilde en mis posiciones, en mis necesidades y en mis peticiones; porque me he vuelto exigente, egoísta y demandante.

Y claro, nos encontramos con una humanidad insatisfecha.

Y la Oración nos viene a situar en una disposición de curiosa búsqueda, de asumir nuestra sublime ignorancia, el acoplarnos a nuestra inocencia. Y buscando así, nos van a encontrar. Y “nos van a encontrar” significa que va a aparecer ese engranaje, esa necesidad, esa función, fracción, elemento, que se acople a la necesidad, para que ésta deje de reclamar... y hagamos una expansión y un progreso cotidiano.

 

 

A la hora de que cada ser se plantee sus necesidades, evidentemente, pueden ser infinitas. Pero, bajo el Sentido Orante –bajo la esencia de nuestro ser- ¿cuáles son, o cuál es la necesidad a partir de la cual el ser descubre otras necesidades? Pero ya tiene el basamento.

 

Probablemente, la mayoría de los seres estarían de acuerdo en asumir que nuestra         –“nuestra”- necesidad es la de sentirnos amados. Sentir que alguien me ama. Y para ello disponemos de algo elemental, transcendental: el Misterio Creador. Es decir, el hecho de estar vivo es que alguien nos ha amado.

Como cuando repetimos: en el Ama-necer, nacemos porque nos aman.

Esa es la necesidad básica, fundamental, importante, transcendente… –pónganla en el sitio que quieran-.

Porque, al sentirme amado, soy capaz de amar...

 

Y de ahí descubro que lo necesitado depende de un servidor...

 

Y al sentir que mi amor es necesitado por otro, por otros, entro en una cadena de sintonías que me han estado encontrando, que se han establecido antes de que yo existiera.

 

La consciencia de que eres necesitado, de que te necesitan –sin que ello implique ninguna obligación, ni ningún dominio ni control- es como esa consciencia que tiene la madre, de alimentar a su bebé: no tiene que aprenderlo; sale. Y es consciente de que es necesitada.

 

Si alineamos –en el sentido del Amar- nuestras necesidades, iremos encontrando “a lo necesitado”, porque él nos encontrará. Y no, no, no será en vano nuestro esfuerzo y nuestra intención o dedicación. Pero sí saber que hay… hay… El que Es, Lo que Está: El Misterio Creador, que es el que hace posible esa mezcla, esa simbiosis, esa conexión.

 

Si mantenemos esa posición, que diríamos “de Fe”, las necesidades que surjan –que surjan- encontrarán siempre alivio, consuelo, ayuda. Y una larga cadena de posibilidades.

 

Nuestro Auxilio es la consciencia de sentirnos Amados.

Y con ella, nuestras necesidades se van satisfaciendo.

Y si tenemos la humildad y la sumisión suficientes, nos asombrará la manera en que nos encuentran, en que aparece algo más que lo que buscábamos, que lo que necesitábamos. Y ese “algo más” no significa que sea “más” de lo que buscaba, no, sino que lo que encontré –que se dejó encontrar, que me buscaba-, no solamente satisface –bajo esas premisas de humildad y sumisión- la necesidad, sino que la adorna con otros elementos; le añade otras facetas.

 

Y ahí podemos ver la lluvia de providencias, la lluvia de promisiones que gravita sobre la Vida.  Que hace llover cuando se precisa, que seca la tierra cuando se necesita, que hace frío o viento cuando es preciso.

Y así, cualquier otro elemento.

Pero ocurre –cierto es- que, como dicen: “Nunca llueve a gusto de todos”.

Si tenemos la vanidad, la soberbia, el orgullo, y no hay humildad, sumisión, intención, dedicación… evidentemente, todo lo que transcurra será ¡insuficiente!, ¡quejumbroso!, ¡inadecuado!, ¡injusto!

 

La soberbia del saber ha llenado el sentir de nuestro amor. Lo ha hecho razonable, importante, ganador, dominador y controlador.

Y así se encuentra lo que se quiere, no lo que se ama. Y se encuentra y se logra lo que se quiere, en base a la voluntad del poder, la incidencia violenta, el pensar egoísta y la actitud de retener.

 

Con estas coordenadas diversas, es preciso plantear, replantear, reconsiderar el nivel de nuestras necesidades.

Y muy probablemente, bajo estas perspectivas, las necesidades se irán solventando, con el esfuerzo del entusiasmo, de la curiosidad, del disponerse.

 

Resulta “maravillosamente sorprendente” la cantidad de recursos propios –de identidad- y del entorno, de que dispone cada ser, cuando plantea sus necesidades en base a la humilde ignorancia inocente de su actitud de búsqueda.

 

Y es así que, mágicamente, aparecen las sorpresas, los imprevistos, lo que no se tenía en cuenta, lo que no se evaluaba, lo que no se consideraba, lo que no se creía.

Y ese cúmulo de aconteceres, son los representantes de “los que nos buscan”, de “los que nos encuentran”, de “lo que se deja encontrar” por nuestro afán y nuestros recursos.

 

La esperanza confiada en que mi búsqueda será encontrada, es la síntesis de mis necesidades, que en el Amar tienen su origen, su manifestación, su culminación.

 

Esperanza confiada en que mi búsqueda será encontrada.



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domingo

Lema Orante Semanal

 

Darse la opción de una prosperidad de ánimo

27 de febrero de 2023

 

Resulta evidente el cuido que la Providencia ejercita sobre la vida: esa expresión que palpita en este lugar del Universo, y que se nos hace especial, extraordinaria, excepcional. Aunque luego, cuando se concentra en los seres de humanidad, se puede convertir en tormento, en angustia, en ansiedad, en tristeza...; pero también en emoción, en entusiasmo, en alegría, en propósitos.

Y esa provisión de recursos para la vida, se nos hace también –según nuestra consciencia- muy desigual, muy desproporcionada.

Dependiendo de dónde se manifieste ese vivir de ese humano, así correrá una serie de vicisitudes muy diferentes.

Al desarrollarse una cultura globalizada, la expresión más perseverante es el descontento. En cualquier estrato.

 

La Llamada Orante nos incide sobre el ánimo, el humor, que hace de la consciencia una queja, un rictus, una posición de incomodidad, de apatía.

 

La queja se instaura en cada situación –bajo una justificación, claro-... y hace del ser una apariencia. Porque en la medida en que el ánima –el ánimo, el humor, el amor- se enturbia, se desquicia por esa queja… que es el producto de la consciencia de “verdad” que tiene cada uno, y que trata de una u otra forma de imponerla o de imponerse...

 

La Llamada Orante se hace ‘Al-mada’. Y en su hacerse ‘almado’, reclama el Amar “a imagen”: en la imaginería y en la semejanza en la que la Creación nos ama.

Ese almado estar es el ánimo cotidiano, es el ánimo de relación, es el ánimo de convivencia, es el ánimo del hacer.

Y si ese ánimo ‘almado’ no está sintonizado con la extraordinaria consciencia del vivir, entonces el humor-amor se hace confuso... y se asumen posturas indiferentes y ‘de-terminantes.

Se entra así en un ‘con-vivir’, ‘con-estar’ odiseico: de odisea, de tragedia y drama. Como si cada ser –universo que es- estuviera desconectado, des-bridado, des-hilachado.

Se pierde progresivamente la consciencia de que la vida, el vivir, es comunión, es contacto, es resplandor, es vibración, es sintonía.

 

Y en este transcurso de humanidad, de una manera genérica, la sensación es de... que lo realizado, lo vivido, lo experimentado, las filosofías, las religiones, las costumbres… poco hubieran aportado.

Quizás desde el principio se pusieron al servicio de intereses, costumbres, filosofías, religiones… e hicieron, a cada ser, interesado: buscando intereses, rentas, beneficios, producción… –se le puede decir de muchas formas, pero en cualquier caso con relación a la idiosincrasia personal-.

Y en la medida en que esa demanda no se satisfacía, se fueron acumulando y acumulando experiencias, sucesos, que quedaban como poso resbaladizo.

Y el ser miraba hacia abajo.

Y la luz no llegaba. La sombra… la sombra estaba.

Y así se fue fabricando esa actitud, esa forma de estar.

Esa forma de estar que no valora lo Providencial. Esa forma de estar que descuida su estructura, que abandona su esperanza. Y, por supuesto, no se responsabiliza de lo que salpica.

 

Asumir la evidencia de que estamos sintonizados, y que cada posición repercute en el resto. Véase “el resto” como “lo que no soy yo”. Ya suena mal. Pero el estar parece transcurrir así.

La Llamada Orante nos incide en que, en ese buscar, en ese empeñarse en que los sucesos sean a nuestro gusto, nos encontramos y nos encuentran y nos muestran lo que somos. Y al vernos, nos descubrimos con los talentos necesarios para modificar nuestras posiciones, para reevaluar nuestro estar, para reconsiderar nuestros silencios, nuestras palabras.

 

Podemos decir que todo está mal o que todo está bien, o decir: “Como siempre”; como si tuviéramos consciencia de una eternidad aburrida, insulsa e inútil. “Como siempre”.

No es de honor orante el someter a la eternidad –“siempre”- como una vulgar costumbre.

 

Se llega fácilmente a la consciencia de que “lo normal”, “lo de siempre” es malo. “Malo” en el sentido de deterioro. Es una mueca. Y lo teóricamente “bueno” es una ficción, una virtualidad.

Esos parámetros anquilosan la consciencia. Hacen al ser un pésimo representante de especie.

Renegar de los dones, de los aconteceres, de los recursos, es, además de golpearse, golpear –por sintonía- a todo. “A todo”.

 

Nos urge, la Llamada Orante, a que seamos verdaderas, verdaderas, verdaderas expresiones de un Aliento Creador, de un alma almada que reconoce sus dones, que los pone al servicio, no a la actitud de dominio.

 

Ha sido –y es- costumbre, aplazar y aplazar y aplazar la disposición de promoverse en el sentido creativo, innovador, ¡entusiasta! –también existe-.

 

Las normas que se acostumbran y se establecen como “verdades”, son características que tiñen nuestras relaciones y sintonías con la Creación.

Y de alguna manera, cada ser tiende –tiende- a sentirse creador, a sentirse individuo, a sentirse separado, distante.

Si eso se hace “popular”, la población se contradice, se roza.

Se hace áspera la cercanía.

No es esa la imagen que nos da la brisa: que, en su invisible transcurso, se presenta sin trabas. No es esa la imagen que nos da el ‘Ama-necer’: lo que nace por el amor de la Creación. No es esa la imagen que nos envuelve como lugar de Universo que es cuidado, que es atendido, que es mimado.

 

Qué elocuente es el silencio. Sin duda, es el verbo de lo Eterno. Nos pone de manifiesto, a la vez que nos brinda la ocasión de mostrar nuestra sonoridad. Y así, recrear, recrear y recrear la vida, en base a sintonías.

 

Mientras la Providencial Creación se vuelca a lo almado, para mostrarle los motivos de ese inconmensurable Amor, lo creado parece... parece mostrarse esquivo; indolente a la vez que soberbio.

 

Recogerse almadamente en el ánimo del humor que nos hace fluir sinceramente.

Darse la oportunidad de un estar sin queja. Darse la opción de una prosperidad de ánimo.

Darse el encuentro con uno mismo, descubriéndose inter-pendiente de todo lo creado.

Amplificar esa consciencia de costumbre, de regla, de norma, de poder, de dominio, de control… y entrar en la comunión de la comunicación, del entendido, del comprendido, del cuidado… cuidado… cuidado...

***

Lema Orante Semanal

 

Dentro de la diversidad infinita, hay una comunión absoluta

20 de febrero de 2023

 

Estamos en un transcurrir en el que los diálogos se hacen difíciles de establecer; en el que la escucha se hace sordera; en el que las palabras se hacen ruidos y, en consecuencia, las convivencias se hacen roces.

No es la mejor manera de estar. No es la mejor forma de ‘con-vivir’.

Y es así que la resultante es… la violencia sostenida, los prejuicios, las condenas, los castigos. Siempre en preámbulos de guerras y paces, de acumulación de nuevas contiendas...

Y se extiende en el diálogo político, social, cultura, emocional, racional, espiritual, religioso, idealista.

Pareciera que una sombra se instaura sobre lo luminoso, que es el vivir transcendente, el vivir transparente, el vivir sincero.

La Llamada Orante nos sitúa en este escenario, que por momentos se olvida. Y al no ser conscientes de ello, se compaginan los desacuerdos.

Si, en cambio, somos conscientes de este tiempo de transcurrir, podremos agudizar nuestro oído, atender bien nuestra visión, nuestro sabor, nuestra olfación, nuestro tacto. Hacer que nuestras percepciones sean vivencialmente sentidas. Y ‘atrever-se’ a manifestarlas, con el suave respeto con que se insinúa una nube sobre el azul del amanecer; con la evidente sonrisa del comienzo de la lluvia; con la sonora plegaria del canto del gallo.

Y de esa manera, entraremos en otras perspectivas: las que identifican nuestra naturaleza de humanidad, que se va olvidando, se va dejando atrás, y se va creando esa amalgama de intereses, dominios, controles… que no son actitudes de nuestra intimidad, aunque progresivamente la mayoría se contagia de la convicción de que hemos venido aquí, a este lugar del Universo, a triunfar, a ganar, a poseer, a controlar, a dominar…

Y hemos venido, ¡porque nos han traído!... en una misteriosa acción de imaginería misteriosa. Y nos han traído para dar testimonio de nuestro origen desconocido.

Y ese testimonio se expresa a través de la curiosa sensibilidad de nuestros sentidos, que nos lleva a buscar. Y el que busca es inocente, ignorante. Y, en consecuencia, se muestra sin contrariedades, sin juicios previos. Se muestra con la inevitable sonrisa del niño que se sorprende.

Y nunca hemos dejado de serlo –niños-. Somos niños, jóvenes, púberes, adultos, ancianos… todo a la vez. Bien es cierto que predominan más unos elementos que otros, unas características que otras. Sí. Pero no... –en esa inocente e ignorante curiosidad de búsqueda- no sobra ningún tiempo. Tan pronto estamos jugando, por el hecho del disfrute, como estamos minuciosamente desarmando y armando… y asombrándonos del amanecer y del ocaso.

Pero ocurre, cuando así no se está –que es nuestra naturaleza-, que el ser se siente sabido, “sabedor”. Sabido y sabedor... ¿de qué? Y cada uno esgrime su razón, como espada [1]tizona dispuesta a instaurar su convicción.

Ahí se deja de ser naciente, creciente, maduro, longevo, eterno. Y se pasa a ser caduco, limitado, obsesivo, compulsivo, dominante.

Una posición en la que la pena y la soberbia compiten, según convenga.

No es esa nuestra contienda. ¡Porque no somos contienda! ¡Porque no sabemos quiénes somos! Acotamos –por dominio y poder- definiciones, pero realmente no lo sabemos.

Y es así, “sin saber”, como podemos promocionar todas nuestras nivelaciones. Y no dejar el juego, la sonrisa, la curiosidad, la sorpresa, la experiencia… Todo a la vez.

Porque, sin saber, voy descubriendo lo que no descubrí ayer. Pero mañana será diferente... porque yo seré diferente. Porque cada ‘Ama-necer’ vuelvo a la vida... en el estar; aunque nunca me he ido de ella en el ser.

Puede pensarse que son disquisiciones de palabras. No.

Aún necesitamos las palabras. Y puestas en su debida condición y necesidad, son las que amplifican nuestras consciencias y nos las hacen... –las consciencias- nos las hacen claras, dispuestas, disponibles, ¡sin miedo! Con testimonio. Y... valientes.

¿Por qué? ¿Por qué se pierde la valentía del niño, del púber, del joven… que se lanza? ¿Por qué...? ¿Falta de músculo?, ¿de tendones? ¿O condicionante de consciencia que encasilla al ser a sus edades? ¡Qué horror!

Y justo, justo… despegado del ego, despegado de la importancia personal, en la medida en que transcurre el ser, éste debe ser más valiente, porque algo –¡algo!-… algo conoce. Y sabe –sin saber- dónde ejercer la valentía: que, cuando está realmente transcendido, sabe que la puede ejercer en cualquier momento y lugar.

 

Tenemos consciencia de que nacemos porque nos ama ese Misterio Creador. El Misterio Creador. Y nos ejercitamos en ese amar que sentimos, a la hora de conectar, contactar con lo viviente.

Y eso nos da el ánimo, el humor y la complacencia… al sentirnos fundidos, ¡atraídos!

 

Y a lo que nos atrae, también nosotros somos atractivos. En consecuencia, en esa disposición, el ser se encuentra fundido con lo creado. ¡Con todo! Hay una fuerza de atracción. Porque, dentro de la diversidad infinita, hay una comunión absoluta.

“Diversidad infinita-Comunión absoluta”.

 

Y esto nos hace amar... misteriosamente, como el Misterio que nos mantiene.

Y nos emociona, nos inquieta, nos promueve la satisfacción, el cuido, la alegría, la confabulación, la fantasía…; ¡ese enamorado instante!... que es eterno, pero que al poseerlo se diluye.

Y es ahí cuando transcurre el ‘des-amor’: ese desarreglo de negaciones, quejas, humores, incomodidades… en el que conclusivamente se llega a la idea de que todo es basura.

Es la suprema expresión de la ego-idolatría del ser. Al descubrirse que es incapaz de poseer lo que transcurre y por donde transcurre, le inunda el desespero, y todo se hace horror… desamor...

Y en ese “¡todo está fatal!”, “¡todo es horrible!”, “¡todo es terrible!” –desamor-, la esperanza se hace la flor más fea del campo. No se la deja crecer... o se la arrasa con el arado, ¡que para eso es un arado! Y hay que mover la tierra, ¡someter a la tierra!

Hoy sabemos que no debe ser así... –pero esto hay que decirlo con voz baja-... porque el arar implica dominio y poder.

E igual que se somete y se hiere a la tierra, pues se aplica el mismo sentido para lo viviente.

Cuando el ser se hace sedentario y campesino cultivador, se olvida –y por eso saca su arado, su hoz y su martillo-, se olvida de que vivió… transitando por bosques, por valles, por montañas, sin arar, sin plantar, y encontraba el sustento.

Pero he aquí que la posesión se hace dueña, dueña del hacer. Y llegamos a estos tiempos en los que cualquier cosecha es posible en cualquier momento. Las estaciones son virtuales: ya se maneja la luz y la temperatura suficiente para que la dócil semilla pueda ser engañada, y se sienta –incluso- libre.

Es un ejemplo, pero nos sirve para incorporar de alguna manera –sin duda ya, misteriosa- lo que debería ser permanente: esa esperanza.

Incorporarla como… una expresión de ese Amar de Misterio; de esa sorpresa que ya trae el despertar de cada mañana.

 

Si en consciencia esperas… siempre verás amanecer.

Si la prisa te come... y no sabes de la espera, la noche tragará tus ilusiones... Y, cuando amanezca, habrás llorado tanto que no podrás ver la luz.

 

Ese estar... en la espera, es la iniciación de la esperanza.

 

Y en la medida en que esa ‘esperan-za’ se hace consciente, cotidiana, en cualquier transcurrir, ocurra lo que ocurra, el ser dispondrá de recursos; algunos inmediatos, y otros circunstanciales, y otros a largo plazo.

 

Las radicales convicciones que en el tránsito actual imperan, son consciencias macizas... que golpean.

Y resulta que nuestra consciencia es vaporosa, transparente, amplia, dúctil, flexible...

Sí. Y eso es lo que nos permite una renovación.

Por eso cada ser debe decirse continuamente que no es una consciencia voluble, de bola pétrea, sino más bien una nube que transita modificando su figura, su color… según el misterio del aire, de la luz… y de otros misterios más que nos envuelven.

Así, si soy una misteriosa consciencia, estaré en la curiosidad del Misterio y estaré en esa ductilidad respetable, que no admite enfrentamiento ni controversia, sino una búsqueda común, un estar complaciente por lo que se va logrando, por lo que se va incorporando, por lo que se va descubriendo.

 

Como convivientes del aleteo del viento, de la marea del agua y de la claridad de la luz… nos hacemos conversos. Sí. Nos hacemos un verso...

Y así poder ‘con-versar’ sin impedimento.

 

Sobre la vida gravita un amanecer eterno; un amanecer que funde esa marea, ese aleteo y esa luz...

Y nos da la consciencia eterna e infinita, cuando nuestras pupilas ya no pueden ver y la oscuridad nos inunda.

Es el amanecer de la inmensidad en donde nos encontramos. Es el amanecer del infinito que nos arropa.

Y es así que, consciente que es cada uno de nuestros latidos, despertamos al alborozo de vivir, de ¡sentir!, ¡de entusiasmarse por estar!… Ser una expresión del Misterio Creador.

No hay más.

No hay más. Es ¡todo!

 

Y así la esperanza se hace Providencial. Y el milagro, el milagro se hace ‘evi-dente’. Y llega con su sonrisa original de la casualidad, de la suerte, de la coincidencia.

 

Sertar”: sí, sería el sonido y la palabra que indica el ser y el estar.

El ser esa instancia de un amanecer eterno, y ese estar de un descubrirse expresión del Misterio.

 

Ser-tar...

Ser-tar...

***



[1] “Tizona” es una de las espadas que la tradición o la literatura atribuye al Cid Campeador