EL INTERÉS
30 de diciembre de
2019
No sabemos con
precisión cuándo comenzó el interés. El interés de… no “interesarse por”, sino
el interés como medio de ganancia, como medio de aporte, como medio de recoger
beneficios. Y consecutivamente, cuándo se empezó a dar esa necesidad de…
seguridades, de ganancias programadas, de certezas exigentes.
Pareciera,
pareciera… que cada ser viaja con sus intereses. Un pesado argumento, si se
quiere estar liberado.
Preocupados cada
uno con sus rentas, beneficios e intereses que producen sus inversiones
afectivas, emocionales, económicas, sociales, etc., la duda siempre ronda, la
sospecha es razonable, la desconfianza se hace hábito.
Y en esas
secuencias, cada vez se cierra más y más la opción a una imprevista novedad, a
una imprevisible aparición, a una incertidumbre que no sea la habitual. Se
cierra también la puerta a la sorpresa, a la magia. Se va cerrando la puerta de
lo invisible, las puertas de los invisibles: de esos invisibles hilos que
hablan de fe, de creencias, de admiraciones, de… de lo que no tiene renta.
La repetición
continuada de experiencias similares, semejantes, parecidas… va agotando la
creencia o posibilidad de una renovación, de una innovación. Casi todo “se
compara con”, “se compara con”, “se compara con”… pero se compara siempre con
lo incómodo, dañino, ofensivo…
El Sentido Orante
nos alienta a darnos cuenta de que ¡cada día es nuevo!; que cada día ha tenido
que ser creado y que, en consecuencia, ¡no es igual que el anterior!, ni que el
anterior. Y que lo que pasó antes, y antes de antes, y después de antes, no
tiene que ocurrir hoy, mañana o pasado.
Un atavismo derrotista, en busca de
controlarlo, tenerlo y supervisarlo ¡todo!, imposibilita la sorpresa.
Y cuando éstas
aparecen –porque cada día es diferente y ha sido creado, y cada creación es
nueva- el ser parece no querer entrar en la aventura. Sí, en esa aventura que
se tenía cuando no se sabía. Ahora que
se cree que se sabe, no ha lugar a ninguna aventura.
¡Que difícil se
hace creer sin dudas! Tanto así que, con una facilidad asombrosa, cualquier
flor lúcida se hace marchita, cualquier esperanza novedosa se hace rápidamente
ácida… e inviable.
Se quieren
aventuras con garantías, con seguridades.
¿Acaso la Creación
–¡de cada día!- nos garantiza, nos asegura, nos…?
¡No! ¡Nos renueva! ¡Nos
innova!
Pero la
recalcitrante y exigente y dominante y… y casi heredada exigencia de seguridad,
de beneficio, de certeza, no deja que los finos hilos transparentes de la
Providencia nos iluminen, y es preferible esconder, ocultar, callar, engañar, mentir,
solapar… para mantener un interés, una seguridad, una…
Cada vez que se nos
permite entrar en lo invisible, en el alegato orante que nos advierte, que nos
orienta, que nos ¡despeja!… que nos despeja las trampas de recuerdos de días y
días, no parece ser suficiente la infinita bondad de “el hecho de vivir”, para
convencer al buscador de certezas-seguridades, rentabilizador de influencias…
Así el ser se hace ¡cápsula!,
comprimido, inyectable… Algo que asegure, que comprima, que se pueda poseer.
Parece que cada
cual lleva un estilete afilado para… –como la esgrima: ¡touché!- tocar al otro en aquello que “pudiera parecer” o “podría
ser”…; “aunque hoy no lo sea, mañana quizás lo sea”…
Se hace difícil
ejercicio, el vivir…
Adorar, venerar, admirar, sublimar… ¡Qué
palabras! –¿verdad?- tan… ¡antiguas!, cuando hoy se tiene la posibilidad de
investigar, de descubrir y de ver que todo se repite incesantemente, y hay que
asegurarse de que el dominio esté atento, los intereses estén preservados. “¡No me vaya a ocurrir hoy lo que me pasó
ayer!”.
Ayer ya se hizo. Ayer
ya se creó. Hoy se ha creado otro mundo, otro Universo. Y lo que ayer fue
fallido, hoy no está dispuesto a serlo.
Pero el ser parece
aferrarse a sus experiencias, y a catalogar lo parecido como “igual”; lo
diferente, como “casi lo mismo”. ¡Y hasta el mismo milagro se pone en duda, no
vaya a ser una farsa de mágicos efectos, de trampas!
¿Es posible sentir
el amar, así, en esas circunstancias? ¿Es posible, al menos, acercarse a la
orilla, para que se puedan mojar los pies? ¿Es posible nadar sin tocar fondo? ¿O
eso ya, de entrada, se desecha? Porque el cálculo, porque el comentario, porque
la opinión, porque…
Se establecen
clichés, fotos fijas, imágenes de repetición.
La presunción –presunción,
sí- de inocencia es inaceptable. Siempre parece acompañar a cada ser la sombra
de la culpa.
Poco dura la
inocencia comprobada. Rápidamente se le busca alguna trampa. Y si no la tiene, ¡se
inventa! Parece una obscenidad lo evidente, lo claro y transparente, lo
sincero.
Parece mejor y
natural, el error, el conflicto, el engaño, la verdad a medias… para asegurarse
unos intereses satisfactorios.
Y aunque todos los
amaneceres sean distintos, porque otro mundo se ha creado, el ser rememora –utilizando
pésimamente su memoria- y coloca –para entenderse mejor- un sombrero de talla
estrecha a una cabeza grande, y se empeña en que encaje el sombrero, hasta que
lo consigue rompiendo un poco el sombrero y dañando un poco la cabeza. ¡Sí! ¡Que
sea el mismo molde de ayer!
Pareciera que si se
disolvieran las preocupaciones, los prejuicios, las dudas, las sospechas, las
desconfianzas… pareciera que el ser se quedara ¡inútil! Parece necesaria la
guerra y el valorarse y evaluarse como ¡potente!
De ahí los dichos: “¡Como todo!”. “¡Como todos!”. “¡Como
siempre! ¡Qué quieres que te diga! Igual que siempre. Igual que todos. Igual
que todas”.
Y el Universo y la Creación
empeñada y empeñados en evidenciar lo evidente de lo diferente, lo creativo, lo
novedoso.
Pero hay como un
obstáculo interno que exige –en cada cual- que el mundo sea hecho a su
capricho. ¡No se logra dar el salto transcendente!... de sentirnos diferentes.
Y así, cuando lo
excepcional aparece, ¡ahhhh!… poco va a durar. Pronto aparecerán los “peros”,
los atracadores de ilusiones, ¡que te recordarán lo efímero!, que te dirán lo
sospechoso. Esos pájaros de mal agüero que nunca confiaron en nadie. Tampoco en
sí mismos.
La fiesta pronto se
convierte en patíbulo.
¡Patético!...
Así estira y así
cultiva la vida el hombre, como especie. Así especula con sus dones, con sus
bienes. ¡Y aunque lluevan oraciones sin cesar!, el hombre busca poner su huella
para delimitar su posesión, para dejar claro sus intereses.
.- Pero ¡llueve!...
.- ¡Sí, sí! ¡Ya! Para eso están los paraguas.
Decía el dicho: “La
duda ofende”. Cuando en evidencia y en inocencia se está, la duda es una daga
casi mortal.
Pero enseguida sale
la reivindicación:
.- ¿Es que no puede uno dudar?
.- Sí. Sí se puede. Deje que entre la duda, y dudará de
todo. Empiece a sospechar de la pared, y pronto se caerá.
Pareciera que falta…
–¿falta?- algo de piedad.
Pareciera que fuera
preciso suplicar y suplicar el darse a conocer como nuevo, como distinto… y que
te reconozcan.
¡Qué miedo tan extenso!,
el que no permite balbucear lo que siento.
¿Y si… bajo el Sentido
Orante, se le da una oportunidad a la nueva Creación? ¡Que, sin duda, viene
avalada por todas las Creaciones!
Pero es Creación de
Fe, de Providencia.
Es Creación de Amor
infinito, que no tiene… manchas.
No se le puede
tratar con los labios prietos, con la frente fruncida… o con los ojos
entreabiertos.
¿Podría ser, una
piedad renovada, una fe inspirada, una creencia inmaculada…?
Escuchemos y
sigamos.
AAEEEIIIIMMMMMMM
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