ESTAR PRESENTES EN ESTE UNIVERSO NO ES AGOBIANTE
16 de diciembre de
2019
Y se siente y se escucha… –razonadamente- a
una humanidad agobiada.
El agobio de las
rentas, beneficios, ganancias, posesiones, triunfos… que no llegan
suficientemente, ante la demanda creciente de cada ser, de cada grupo, de cada comunidad,
de cada país…
“Agobio”.
Y la Llamada Orante
nos alerta ante este agobio de resultados, de producción… en el sentido de
tener, controlar, dominar…
Y la alerta orante
proviene de darnos cuenta de que el vivir, el estar presentes en este Universo
no es… agobiante. El agobio procede de ese estilo del ser actual –que se ha ido
labrando a través del tiempo, claro-, de que con su ciencia, su saber, su
tecnología… lo puede todo. Y al darse cuenta de que no es así, el agobio
aparece también como para demandarle, en el Sentido Orante, que no es ése el
sentido, que no es ése el camino a seguir.
Pero se crean, sin
duda, condiciones externas; que son condiciones de unos y otros, que compiten
por lo que no es propio, por lo que no les corresponde.
De igual manera, en
los vivires de relaciones, de afectos, de emociones… el agobio surge en base a
detalles. Sí; la vida del ánimo, del ánima, del alma, del amar, gravita en unas
estancias… –comparadas con las especulaciones diarias- en unas estancias “muy
frágiles”.
Y un desliz en el
cotidiano proceder, sin conectarse con ese frágil sentir, produce una conmoción;
una conmoción de sensaciones, como si tuvieran que ser arrastradas hacia el
rendimiento, la producción, la renta, el beneficio.
¡Ay…! Cuando la
Creación nos posibilita, ¡no aguarda de nosotros ninguna ayuda ni ningún
beneficio! No aguarda de nosotros que seamos buenos productores planetarios o
excelentes poderosos. ¡No aguarda de nosotros –como se dice a veces- ”ayudas”!
¿Acaso es posible
que “humanidad” ayude a “Creación”?
El sentido Creador,
a través del vivir, nos muestra –en el Sentido Orante- la inquieta preocupación
del ánima por mantener la posición que permita estar en comunión con lo imprevisible,
lo inesperado, la sorpresa, el halago, el asombro, la belleza…
Y cuando la piedra
de la razón, de la lógica, pide su recaudo, exige su evidencia…, la frágil
sensación de misterio, la frágil sensación de asombro… se esconde, se asusta.
El agobio racional
habitual y dependiente del gusto, anclado en la posesión de la razón, desplaza
a la sutil fragancia de una permanencia, desplaza al ideal que nos sustenta.
Trata de “normalizar” el alma, el aliento.
¿Acaso el ánima
alentada está bajo la horma de lo “normal”?
¿Acaso he de
razonar… los sentires y las emociones y las lágrimas de un instante, por una
emoción, y he de darle la explicación precisa… para mi orgullo y vanagloria de
poder? ¿O más bien, al sentirme vaporoso, al vibrar en lo asombroso… poder
tener el criterio del entusiasmo, ¡del seguir!… por el inmenso e infinito y
complacido afecto Creador?
Y cuanto más cerca…
cuanto más cerca se está de lo sutil, de lo increíble…, más reclama la lógica,
la razón y la comprobación, su territorio. ¡Más pide que el verso se haga cieno!,
que la sonrisa se haga rigurosamente castigadora, que el beneplácito se
convierta en ¡corrección!
Y cuando todo este
acontecer sucede cada segundo, y cuando excepcionalmente no ocurre cada
segundo, debería ser suficiente para entrar en otras dimensiones. Mas no es
así.
Mil milagros no son
suficientes para revocar una razón.
Cabe preguntarse:
¿es aún tiempo para creer? ¿Es aún tiempo para emocionarse y deslumbrarse, o ya
la oscuridad de los conflictos, temores, traumas, recuerdos, y una larga lista
de rémoras, se ha hecho con… ¡reprimir! las inusitadas sorpresas…?
¿Ya no es tiempo…? ¿Ya
no es tiempo de ofrendas? ¿Ya no es momentos de... ritos? ¿Ya tan solo existe
el “hacer”, el gusto y el decidido pensar por el otro y por el otro y por el
otro…?
El Sentido Orante
nos sigue alertando, cuando los seres se interpretan e interpretan que esto o
aquello o lo otro, por ser razón, por ser… ¿evidencias?, se impone sobre las
sutiles y no rentables emociones.
Los trabalenguas de
las intenciones, de lo que te dije, de lo que me dijiste, de lo que escuché, de
lo que entendí, de lo que interpreté, de lo que interpretaste… son una muestra
de esa desazón, de ese agobio que se nos presenta y actúa como insoluble.
Versiones y
versiones que nunca llegan a coincidir.
Y ocurre que, en la
medida en que se insinúa y termina por ‘empedregar’ lo sutil, en esa medida, el
ser se hace exigente, demandante.
Y acontece la única
–por así decir- “defensa”, que no la precisa la Creación –el manto amable que
nos da la vida-: sin precisarla, recurre al silencio.
Recurre a ese
silencio… como la mejor forma de no herirse. La mejor manera de preservar lo
prometido.
Y he aquí que
podemos descubrir cómo, a través de las historias, los cuentos, las tradiciones…,
las imaginaciones de culturas nos transmiten que –¿verdad?-, en otros momentos,
los seres convivían y se sentían en comunión con esa Fuerza de Amar.
Sus fantasías, sus
sueños, sus ritos, sus religiones, sus animismos… –que hoy todo ello se llama
“primitivo”, “antiguo”, ”inútil”-… poco a poco, todo ello se fue silenciando. ¡Se
fue haciendo silencio! Y cuando –en algún momento excepcional- decía algo, de
inmediato aparecía ¡lo sensato!, lo oportuno… para volver a acallar esos
rumores que en millones de años se gestaban, en torno a las estrellas, en torno
a los sueños, a las adivinaciones.
¡No! No pretende el
Sentido Orante ser nostálgico. La Creación, el ánimo de vivir, el amor que hace
posible la génesis de la belleza –y viceversa-, no está en la nostalgia. Está
ahora en la alerta… ante el reclamo agobiante del desespero de llegar, tener,
ganar.
Ciertamente, no hay
peor ciego que el que no quiere ver, ni peor oyente que el que no quiere
escuchar, ni peor saboreador que el que no quiere testar. Ni peor aroma que del
que no se quiere opinar, ni peor caricia que aquella que no se quiere dar.
Los sentidos,
panorámicas versiones que transmiten, que recogen, que expresan… se encuentran
manejados, manipulados, controlados.
Y es así como cada
ser se justifica en base a lo que ve –¿qué es lo que ha visto en realidad? -;
en base a lo que escucha –¿qué es lo que ha escuchado?-; y globalmente, ¿qué es
lo que ha sentido?
Y en todo ello ¿En
qué cree?
El humano proceder
de este tiempo de humanidad actual, quiere escribir, quiere testificar y quiere
asegurar que todo lo que ocurra está previsto, está sentenciado, está
ajusticiado y está determinado… por la evidencia razonable de lo que puedo
interpretar, para dominar, controlar y poseer la vida. Y se plantea como sin
escape.
Y ahora pasará esto
y ahora ocurrirá lo otro y ahora vendrá lo otro. Y se escucha cotidianamente cómo
unos y otros se dicen: “¡No! Si ya verás,
si esto…”. “Lo que suele pasar en estos casos es… bla, bla, bla”.
¡Qué terrible! ¡Qué
triste!
Sin duda es difícil
que, con esa agobiante premura y con esa sentencia… sobre cualquier acción, sin
duda, bajo esas premisas, el silencio de lo Divino es lo más sutil que podamos
percibir.
Y cuando aún –con
ello- se nos permite el recurso orante, meditativo y contemplativo... se
debería recoger… recogerse cada ser en esas advertencias, alarmas, atenciones,
toques… que se expresan.
Sí; que no tienen
renta, que no ganan, pero que sin duda también, aun a pesar del agobio del
agobio, cuando por un instante acontece la claridad radiante del verso, de la
admiración, o de la complacencia, nadie resulta ajeno. Y todos pueden darse
cuenta.
Pero ocurre que
enseguida, como un objetivo, ¡se cierra! Se abre por un instante, se vive por
un momento… y luego se cierra. Deja impresa ahí una huella, que quizás… quizás
se quede en ello, en “quizás”… o en la nostalgia mencionada, o pulsátil y
clamadora, que aspira a tener el objetivo abierto para impresionarse
permanentemente.
E impresionar en el
estar, en el hacer. Y hacer del vivir una constante “impresionante”.
Que se declare
abierta la vía de esa inmortalidad del amar, del fluir en el Universo…
El dejar que los
sentidos dejen de juzgar…
Y ser fieles
remansos de infinita bondad: la que se derrama permanentemente sobre nosotros.
Tan solo hay que
dejarla… entrar.
***