domingo

Lema Orante Semanal

EL DESESPERADO AFÁN DE POSEER

14 de septiembre de 2020

 

 

Podría decirse que cualquier postura con actitud posesiva es aberrante.

Y esta expresión se correspondería –si atendemos a nuestra sinceridad- a multitud de aconteceres diarios, no solamente personales sino grupales, regionales, nacionales, internacionales…

El sentido posesivo de “tener” implica, evidentemente, dominar gobernar… Tenemos muchas palabras. Y todo ello constituye un FRENO. Un freno a la expresión, la voluntad, la intención; porque… más que “el fantasma”, “la evidencia” del posesivo afán está ahí rondando.

Y el Poder –en general- quiere poseer todos los recursos. Y el Gobierno –en general- se siente poseedor de todos los ciudadanos. Y el Estado se siente garante y poseedor de la herencia del mando. Y el señor de la ventanilla posee la posibilidad de arruinarte una petición –por poner un simple ejemplo de cada día-.

O bien, el señor “de”, la señora “de”… o la señora “de” del señor Q, se poseen tan mutuamente que están encadenados y arruinados afectivamente.

Voilà! Pero ocurre que esto es tan común, tan vulgar, que es –como se diría- “el pan nuestro de cada día”.

Sí. La oración es hoy ¡descarada!, ¡descarnada!, casi ¡impía!

.- ¿Una oración impía?

.- Sí, casi.

La verdad es que el Sentido Orante puede permitirse el lenguaje que le dé la gana; y desenmascarar claramente las torturas que la especie, a lo largo del tiempo, se hace, tratando de posicionarse en posiciones de privilegio y de posesión.

Ya, tempranamente: “mis hijos”. Al igual que en respuesta lógica: “mis padres”.

Podrían ponerlos en un concurso de belleza. Sería interesante –junto con señoritas en traje de baño-.

Pero, ¡claro!, en el día a día, cotidianamente: “¡No vayas a tocar al hijo de fulano o a la hija de mengano!”. “Tocar” en el sentido de comentar algo que no esté de acuerdo con los principios o los criterios de su padre, su posesivo padre, ¡el que quiere lo mejor para sus hijos! En definitiva, lo que quiere es que sea igual de torpe que él. Porque no es cierto –¡no, no, no, no!, ¡no es cierto, no nos confundamos!-, no es cierto que, en ese ánimo posesivo, al padre le dé igual que el hijo sea ingeniero botánico que dama de las camelias. ¡No! No le da igual. Tiene planes para él… Y para ella. Tiene planes para ella. Sobre todo porque como son las más… ¿torpes o…? Dejémoslo así, en “torpes”.

Ellos –los padres- tienen una ascendencia “tremenda” afectiva, económica, de regazo… De ahí el éxito de la esclavitud familiar. No olvidemos que provienen de los esclavos.

Y ahí… “¡Oh! ¡Cómo voy a hacer esto!... ¡Oh! ¡Cómo voy a hacer lo otro!”…

El caso es que, aunque lo haga –en este caso, la hija-, lo hará con el dolor del dolor del padre y de la madre y de los hermanos, que no estaban de acuerdo con que se dedicara a la astronáutica civil –por ejemplo-.

Porque, sí, luego aparecen aparentes rebeldías –“aparentes rebeldías”- que están “en contra de”, ¡pero no es cierto! It’s not real. ¡No es cierto! Porque la verdadera rebeldía es aquella que se libra y se zafa de la amenaza constante del posesivo, y no siente –no siente- dolor por el dolor con el que amenaza el otro.

.- ¡Ay! Si tú te vas, ¿qué será de mí?

Y entonces, sí, te puedes ir, pero te vas diciendo: “¡Oyyy! ¡Qué será de ella! ¡Pobrecita!, lo que sufrirá. Sí, pero yo me voy. Pero, ¡ay!… ¿qué será de ella?”.

¡Terrible! Parece como si ese desesperado afán de poseer, que lleva –como hemos dicho- al control, a la manipulación, a la persecución, parece ser que… o podría ser que todo ese desarrollo –que insisto en él para que se aprenda si es posible- es tan común, ¡tan común!, que… ¡es común! Y entonces, no se ve como algo a pulir, a mejorar, a quitar, a diluir, a… –¡porca miseria!- a decir: “¡Basta ya!”.

¡Pero!… –¡ay, el “pero”!- para llegar a esa posición es preciso lavarse muchas veces.

.- ¿Lavarse?

Sí, sí. Lavarse, lavarse muchas veces. No sólo las manos. Está bien lavarse las manos… y otras partes del cuerpo. “Lavarse” en el sentido de quitarse tanta ganancia y posesión acumulada. Y eso cuesta. ¡Oh, sí!, cuesta…:

.- ¿Y esto que es tan…?

.- ¡Nooo! ¡Pobrecito!... No.

.- ¿Y esto?...

.- ¡Noooo! Esto es de la… No. Y esto tampoco, porque…

Total que… ¡me quedo con todo!

 

El Sentido Orante hace referencia a esta actitud humana de cientos de años, miles de años. Quizás un hábito que empezó a tomarse cuando el ser empezó a desplazarse de su lugar de origen, e interpretó que para desplazarse a otro lugar hay que poseerlo, y entonces la emprendió… y empezó a poseer tierras, plantas, piedras, árboles y todo lo que estaba a su alcance. Por si… por si le faltara algo. Por si algún día le hiciera falta algo. Justo el día que necesitaba las piedras no tenía fuerzas, estaba cansado, y le robaron. ¡Je! Suele pasar. Pero para eso está luego la venganza, y se arregla.

El Sentido Orante nos recuerda…

Y de eso no se tiene consciencia. ¡No! Porque el hombre está tan afanado y tan ocupado en su posesiva pertenencia de “aquí y ahora” que… ¿cómo va a notar que la Creación no le aprieta, que la Creación no se siente y no se expresa poseedora de sus criaturas? ¿Cómo va a notar eso? Si amanece todos los días, si anochece, si hace calor y frío, si llueve, si hay cosecha… si lo tiene ¡todo! Eso no es propio de poseer. Tampoco, es cierto –porque es típico de los posesivos-, tampoco le pide cuentas, y dice:

.- ¡Eh!, ¡tú!, ¡Adrián!, ¡Persívola! –es ella-… Vengo a pedirte cuentas de todo lo que se te dio desde… ¡pfff! Y ahora, ¿qué? ¿Qué me devuelves? ¿Qué virtud has cultivado? ¿Qué servicio has prestado? ¿Qué has aportado a tu entorno?

.- Bueno, verás, es que he tenido algunos problemas con…

.- No sigas… Pronto vendrá tu recambio.

Esa sería una buena respuesta celeste, ¿verdad?: “Pronto vendrá tu recambio. Prepara tu camisón para el hospital y luego procura tener la tumba lista. Habrá que crear otro ser para que haga lo que tú no hiciste y lo que se le encargue a él”.

¿¡Podría ser una respuesta!, verdad?

Sí, podría ser. Pero… sin excluirla, porque la Creación es imprevisible. ¡Uff! Cuando le quieres seguir la pista, en su Providencia, te despista de una manera… Dicen:

.- ¡Por ahí, por ahí, por ahí va!…

Y de repente llegas allí:

.- No, que no está aquí.

.- Pero… ¡pero yo la he visto por aquí!

.- ¡Ufff! Hace siglos que estuvo.

.- ¿Cómo “siglos”? Yo la he visto hace un momento.

.- ¡Qué va! Es un holograma de ella. Ella hace hologramas.

Jejeje. ¡Qué sapiencia más estúpida! ¡Y es sapiencia!, ¿eh? Trescientos mil años lleva el homo sapiens por estos “lares” –que se dice-. Y sí, claro, algo ha aprendido. Ha aprendido… Ha aprendido, sí, sí. Es capaz de destrozar cualquier cosa con una palabra, por ejemplo. Tiene un poder de exterminio, demoledor. ¡Oh!, sí.

Por eso hubo que inventar el demonio, ¡claro! Tenía que haber alguna entidad malévola que inspirara tantos recursos, ¿no?

Pero pareciera que es algo pasado. ¡No, no, no! No es algo pasado. La existencia y la consciencia del mal y del bien están ahí, deambulando.

Pero… ¡atención, por favor! ¡Por favor! ¡Por favor!...

Si partimos de un Misterio Creador, ¿ustedes creen que hay sitio para un misterio destructor? No. ¡Abandonen esa creencia! Porque es obvio. Y más bien, cuando la tuerca esté rota, torcida o no tenga muesca para atornillar, piensen que es más bien la actitud personal la que se empeña en problematizar, dramatizar, horrorizar… ¡Pfff!...

¡Qué feo!...

Sí. Si lo vemos desde fuera –¿verdad?-… vemos así, la especie y:

.- ¡Qué fea especie! ¡Qué fea! ¡Mira, mira, mira!: allí, basureros llenos de hambrientos que se pelean por una bolsa o un espagueti… ¡Qué feo! Y mira a aquel rico, cómo se ‘soberbia’ ante un yate, ante un fotógrafo estúpido que le hace la foto y vive de su vida. ¡Qué feo! Qué feo. Mira, mira a aquellos dos, todo el día peleándose. ¡Qué feo! Mira a aquellos otros… ¿qué ofrecerán cuando culmine su ciclo?

.- ¿Culmine?

Como decía una antigua leyenda:

.- Por aquí se llora mucho, ¿no?

.- Sí, sí, se llora… ¿Y por allí?

.- Pues fíjese –como dice la vieja leyenda- por allí se llora más.

.- ¿Más?

.- Sí. Pero con el agravante de que no sabes cuándo se va acabar. En cambio, por aquí, tú lloras, y llega un momento en que se acaba.

Claro, los que hablan de la experiencia del túnel de la luz y tal, no se dan cuenta de que la luz a veces te deslumbra. Entonces, claro, pues al deslumbrarte –según algunas traducciones apócrifas- no ves. No ves, no ves, no ves, no ves. Y, al no ver, te tropiezas con las nubes, con el viento, con los ángeles, con los arcángeles, con los serafines, con los querubines, con los tronos, con las potestades… –¡buah, eres un tropezón!- y con todos los demás que andan por allí, cegatos.

.- ¿Pero tú también has visto la luz?

.- ¡Cuidado con la cabeza!

¡Y llorar y llorar!… ¡Qué lagrimeo, de verdad!

No es difícil imaginarse algo así, ¿verdad? Bueno, todavía están los símbolos tradicionales de [1]las calderas de Pedro Botero, que eran calderas de fuego donde se achicharraban eternamente. Pero, ¿ven?, sí: ahí estaba siempre lo Eterno, ¿no? Y te quemabas eternamente. Pero aquí te quemas, te pones Avril, y más o menos se te pasa. Pero allí no. Te quemas y te sigues quemando, y dices:

.- Oye, esto se acabará alguna vez, ¿no?

.- No. Esto ya es para siempre.

.- ¿Para siempre? ¿Y voy a estar sufriendo y quemándome?

.- Sí, claro.

Pero luego tienes el alivio del purgatorio, que no te quemas pero, entre purga y purga, ¡guau!… Las purgas de aceite de ricino son diarias, diarias, diarias, diarias, diarias. Y llega un momento en que… te irritas, ¿eh? Sí, tú esperas que eso dure un tiempo y que luego llegues al cielo. Y luego, en el cielo, pues… como decía el chiste: “Para cuatro viejitas que hay, ¿qué vamos a hacer? Vamos a poner la tele y la radio, ¿no?”.

Sí. Todavía esos esquemas fenoménicos están ahí pululando. Y luego se pregunta a alguien, y dice: “No, no. Yo no creo en esas tonterías”. Es curioso: las personas niegan lo que sienten que intuyen que puede ser, y se hacen aparentemente mayores en consciencia: “No, yo… a mí eso no. Yo no… yo no tengo ese problema”.

“Dime lo que no tienes, y te diré lo que deseas” –jeje-.

Entonces, pillado, tocado –touché- y hundido.

 

Sí. El Sentido Orante hoy se muestra burlón, tremendamente directo y radicalmente –sin ser radical- contundente.

¿Ha visto alguien alguna vez, o sabe alguien de alguna vez que la Creación haya castigado… –castigado, sí, en el sentido de poseerlo, estrujarlo y destrozarlo- a alguien?

Evidentemente, hay personas y grupos y humanidades y etnias –y lo que sea- que se han atribuido, claro está, que su Dios –o quien sea- los conduce, los castiga, los penaliza, los premia y todas esas cosas. Sí, sigue existiendo.

¡Qué feo, poner a Dios como castigador, como juez de paz y juez de guerra!…

Pero, sí: he aquí que cada cual parece defender su parcela. Y lo hace con los recursos que crea más contundentes. No… no es hábil –y es un mensaje de la oración-. No sabe distinguir entre CUIDAR Y POSEER. Y entonces, en la posesión del hijo, del esposo, de la pareja, del amigo…, en la posesión influyente, lo interpreta, y lo dice, y no reconoce que ejerce una posesión absoluta o relativamente importante, sino que es “una forma de cuidar”.

.- Es que le estoy cuidando.

.- ¡Ah! ¿Y esa cadena al cuello?

.- Es para que… Mira, vamos a ver: es para que no sufra ningún esguince cervical.

.- ¡Ahhhh! ¡Claro!, la cadena evita que… Sí. ¿Y la cadena de… el grillete del pie?

.- ¡Hombre! Te fijarás en que ninguno ha sufrido esguince. ¡Ninguno tiene esguince!

.- Es verdad, es verdad: “grilletes contra esguinces”. Muy bien. ¿Y las esposas en las muñecas?

.- Bueno, pues mira: eso es que todavía está en periodo de formación, entonces, no es hábil con las manos. No. Es más bien ‘trope’trope es “torpe”, en jurásico-. Y entonces, eso es así. Es así y… ¿qué quieres que te diga? Poco a poco…

.- Pero poco a poco habrá alguna…

.- Sí, sí. Poco a poco vamos… –¿como diríamos?- vamos… ¡Sí! Por ejemplo, en el Corpus –Corpus Christi-, el día del Corpus soltamos un grillete de la pierna izquierda. ¡Y no sabes lo que lo agradecen! ¡Oh, lo agradecen…! Pero fíjate: pasado ese día, lo piden.

.- ¿Lo piden?

.- Sí, porque saben que todo esto es para cuidarlos. Y cuando no los atas, no los dominas, no los posees, se sienten ¡huérfanos!... o sienten que no les interesas.

.- ¡Oh!... ¡ya!

 

Y transcurren los tiempos, y transcurren y transcurren, y pareciera que no se escuchara ningún mensaje que, en alguna medida, modificara, corrigiera, mejorara… ¡ay!, tanto dolor. Porque, sí: no se da cuenta –¡no se da cuenta!; ¡es que es increíble!- no se da cuenta de que la poseída posesión, la actitud posesiva produce dolor. Propio y ajeno.

O sea, el poseedor, en su afán de poseer, cuando ve que la presa se le escapa siente dolor. Y la presa… pues también. Aunque se escape, siente el dolor que ha producido por escaparse. Porque si no se hubiera escapado, el padre no tendría dolor y estaría feliz con su hija, felizmente casada, organizada… y con sus hijitos y polluelos, en un bello paraje para ser felices, como son… las perdices. Sobre todo las que no se cazan; porque las perdices que se cazan no son muy felices; están llenas de balines, de plomo.

Claro, el Universo contempla cuando esto ocurre. Y dice el Universo –por ejemplo, dice-: “¡Hay que ver qué feo!, ¡qué aburridos! Y van a repetir otra vez ¡lo mismo! ¡Qué aburridos! ¡Qué feo!...”.

“Sí. Así como hizo mi padre y mi madre, así yo voy a repetir…”.

 ¡Qué feo! ¿Acaso el sol que tenía tu padre o tu madre es el mismo que tienes tú? ¡No! Parece que es el mismo pero no es el mismo. Ya no alumbra de la misma forma. Es diferente.

¿Acaso el cometido que tú traías, con tus recursos y remedios, estaba al servicio de tu padre, tu madre, tus amigos, o estaba al servicio de la Creación?

Y cuando… –verás- cuando te sientes servidor de una Creación, los dolores que sienten otros por haber perdido la posesión, no te duelen.

. -¿No te duelen?

.- No.

.- ¿Y el sufrimiento que tiene mi padre porque no hago lo que él quiere?

.- Pues que sufra, ¡pobrecito! ¡Qué feo!, ¡qué chantaje!

¡Oh! ¡El CHANTAJE! ¡Es verdad: “el chantaje”! ¿Cómo no lo hemos nombrado antes?… –¡ah!, ¡despistes orantes!-. El chantaje es esa fórmula, esa fórmula… no sé cómo definirla, pero es esa fórmula tan, tan, tan usada, de la posesión, que, subrepticiamente…:

“Como no estoy de acuerdo contigo, no te hablo o no te digo… o te chantajeo y me vuelvo frío y distante”. –¡Es un chantaje!-.

“Como sé que tú me aprecias o me quieres, te dolerá. Y a ver si mi dolor –por mi distanciamiento- hace que te apiades de mí y corrijas tu postura; o, en cualquier caso, si sigues con tu postura, que mi dolor te acompañe”.

¡Qué fuerte!, ¿no? ¡Qué fuerte! ¡Eso no se escucha, no! Eso lo descubre ahora la oración. No se escucha, pero así funciona. ¡Guau!...

Y traspasa fronteras. Le da igual que uno esté en Kuala Lumpur o Sudáfrica o esté… en Dinamarca. ¡Da lo mismo! No hay fronteras.

Y así van deambulando los habitantes humanos –salvo excepciones- con sus penas propias, sus penas ajenas, sus chantajes propios, sus chantajes ajenos.

Verdaderamente, arrastran sus almas. Sí; son cuerpos fríos que atan su alma con una cuerda brusca, y van caminando arrastrándola mientras el alma llora. Pero no tiene suficiente sentido de Universo, el esqueleto que arrastra, como para incorporar su alma. Por eso la lleva arrastrando.

No, no es una imagen idílica precisamente. No. Pero es bueno recordarla, sobre todo cuando la víctima del chantaje se encuentra permanentemente chantajeada, y se siente, y lo siente, y la siente.

“Sí. Yo hago lo que creo, lo que quiero, pero con el dolor subsiguiente de otros… que sé que no les agrada. Pero me llega. Si estuviera realmente ligado a la Creación, ese “otro” no me llegaría; ese dolor del otro no me llegaría, no. Recogería mi alma arrastrada… y me vestiría con ella”.

Sí. Porque, habitualmente, el ser se desviste de su alma. No la pierde, la lleva a rastras.

Sería… sería –expresa el Sentido Orante- una actitud de detalle, el que el ser se dispusiera a evaluar, a replantear su posición.

Porque además, es curioso: el que es chantajeado y poseído, transmite esa sensación y la ejerce sobre otros. Y así sucesivamente. Y así, los niños, en su más tierna infancia, tienen SUS juguetes, tienen SU… Son SU-SUS. Y esos SU-SUS, esos pequeños SU-SUS… hacen sus correspondientes chantajes.

Pero, ¡claro!, ¡son niños! Pero, ¡claro!, siempre hay una justificación para mantener la vulgaridad, la posesión, el chantaje…

¡QUÉ FEO!...

 

 

 

 

 

 

***



[1] El nombre de “Pedro Botero” es una forma de denominar al diablo y, consecuentemente, sus calderas serían el infierno.

 

 

sábado

Lema Orante Semanal

 

EL DESAFECTO DE VIVIR

7 de septiembre de 2020

 

Quizás, la mayoría de las personas del mundo civilizado no estén muy de acuerdo con la vida que llevan.

Seguramente, en su área de trabajo, afectos, proyectos, propuestas… no se encuentran a gusto.

Hay –por así decirlo- un disgusto subterráneo, que a veces se expresa como protesta, y otras veces se calla como “normalidad”… pensando, quizás, que “la vida es así”.

 

El Sentido Orante de hoy nos advierte de –en principio- dos detalles:

El primero es que “la vida es así” –o de otra forma-…, y en ese “ser así” participan los que en mayoría están a disgusto, en disconformidad. Ellos también han formado ese tapiz, ese tamiz, ese suelo de insatisfacción.

Con esto se pretende asumir al menos una parte que depende del propio ser, y que podría –por así decir- remediar algunas –“algunas”- quejas.

La segunda advertencia orante es que, en este estado de vivir, normalmente, además de no reconocer la participación personal, se buscan culpables. Y siempre se encuentran. Pueden ser grandes culpables como el Estado, el Gobierno, el primer ministro… o pueden ser pequeños culpables como la familia, los amigos, los maridos, las esposas, los conocidos…

 

Como podemos deducir, entre culpables, y el no reconocerse como partícipe de esa situación, la posibilidad de que esa percepción del estar amargado, incómodo, desaparezca, es hartamente difícil. Porque no se puede acabar con todos los culpables. Son muchos. Que sería el resultado… definitivo.

Y por otra parte, no se reconoce lo que uno aporta a esa situación de apatía, desespero o… Tiene múltiples nombres. Quizás sea “desafecto de vivir”.

 

A la hora de preguntarnos por qué esto sucede, descubrimos que nos educaron, nos formaron y nos animaron a hacer el mundo a nuestro gusto, a nuestra manera. Y ciertamente, en la medida en que no había compromisos ni dedicaciones…, las cosas ocurrían según uno quería –aparentemente-. Eso animaba, al ser, a hacer el mundo a su imagen y semejanza.

 

Pero, poco a poco, el llamado “mundo” se fue resistiendo a ser tratado según el capricho de cada uno.

Y es ahí donde van surgiendo los culpables… y la consciencia de que mi proyecto es lo mejor, y no tengo ninguna responsabilidad, ninguna participación en esta situación.

En ese momento, cada uno –que es mayoría- no se da cuenta de un detalle que es importante, y es que probablemente… es más que probable que él sea culpable, según la referencia de otros. ¡Ahhh! Es decir que “el culpable-culpado”, el que pensaba que la culpa de todo la tenía esto o aquello y lo otro, resulta que, para otros, la culpa de esto, de aquello y de lo otro la tienes tú.

Eso normalmente no se suele ver.

 

Y el Sentido Orante se pregunta… y le pregunta a “el disconforme permanente”:

“¿Dónde estaba la Creación, dónde estaba el Misterio, dónde estaba Dios, cuando permanentemente te desesperabas…?

¿Pensaste que quizás tuviera algo que ver –culpablemente, claro- en todo este proceso?”.

O mejor:

“¿Crees que tiene algo que ver el Misterio Creador, con todos los desastres que te pasan? Agobios, ansiedades, miedos, rabias…” –¡Buau!-.

Cuando se habla de la contaminación, se suele omitir la contaminación existencial.

 

¿Y en qué cambiaría la situación, si se tuviera en cuenta esta tercera variable: lo Divino, lo Creador? ¿En qué cambiaría?

En todo.

¿Pero cómo va a admitir, un decidido actuante –según su voluntad permanentemente y según el criterio de culpables-… cómo va a admitir algo que esté por encima de él?

Esa es una pequeña dificultad.

 

Si contemplamos… –que es la Sugerencia Orante- si contemplamos todo nuestro estar… sin ánimo de protagonismo, seguramente nos daremos cuenta de que todo se ha ido conformando para que estemos así. Y que, probablemente, nuestra participación sea… digamos que mínima…; en cuyo caso, sería lógico pensar que el agobio, la pena, la rabia que se tiene... se diluyera, puesto que no es algo gestado por otros, por mí, sino que es algo que se da misteriosamente y que debo afrontar vitalmente, con el reconocer una intervención… superior a la nuestra. Entendiéndose por “superior”, no un ser –como uno- que tiene más fuerza, sino un Misterio que gestiona nuestras vidas hacia una misteriosa dirección.

Veamos: ¿sabe el niño, cuando empieza a caminar, qué pantalones le van a comprar? ¿Sabe en qué calle vive? ¿Sabe el niño, mientras crece, por qué se le enseña esto o aquello? ¿Entiende el niño lo que dice la televisión, o se hace una idea de la discusión entre los padres?

En definitiva: ¿Se entera el niño de algo de lo que pasa?

No.

Pues si eso lo ponemos en proporción, en la medida en que nos desarrollamos –y aquí viene un problema- “creyendo que sabemos”, nuestra posición es semejante a la del niño.

No sabemos.

 

Y habitualmente el ser se desarrolla en su gueto afectivo, espiritual, religioso moral… ¡Todo son condicionantes!... que no saben, y que crean una manera de estar.

Pero ¿ésa es la forma de estar…?

Es semejante al niño que, cuando no obtiene lo que quiere, llora y se enfada…; o que quiere comer siempre dulces o golosinas. Y su mundo se reduce a la pelota, a comer y dormir…

En proporción, el adulto está en similares… diríamos que “en peores circunstancias”. Porque el niño va a evolucionar y va a ver algo más. Pero el adulto ya instaurado –¡instaurado!- no ve más; no evoluciona. No admite más criterio que el suyo. Y ningún “útil” –filosófico, animista, espiritual-… ningún útil le sirve. Utiliza –los utiliza- esos útiles, pero… sin la fe suficiente. Los escucha por un momento, pero luego vuelve a sus intereses.

 

 

¿Y si, bajo el Sentido Orante, diluyéramos los culpables?

¿Y si reconociéramos nuestra ínfima presencia y… alguna responsabilidad?

¿Y si dejáramos entrar el aire fresco de la Creación… y asumiéramos lo que transcurre como un Misterio…, y actuáramos con el aliento vital que nos da cada recurso, cada medio, cada ambiente?

 

Y habría que añadir otro detalle: ¿Y si el ser se atreviera a pedir ayuda…?

Por supuesto, una ayuda no exigente, no demandante, no egoísta…

 

La especie humanidad respira ansiosa, cada uno en busca de su necesidad, tratando de imponer su voluntad, chocando continuamente con otras voluntades.

 

La especie humanidad se ha negado, en general, a asumir que es una presencia en el Universo; que pertenece a una Creación; que está mantenida y entretenida por una instancia desconocida… que bien podríamos percibirla orando, meditando o contemplando.

Y en consecuencia, tener en cuenta, además de los culpables y de la responsabilidad propia, otras participaciones.

 

Entre los discursos destructores, culpables y angustiosos… –entre ellos- hay una vibración gratificante; liberadora.

La Creación se insinúa… compasivamente.

Lo hace bajo el manto de la casualidad, la pequeña sorpresa, el detalle de belleza, la historia alegre… Se vale de lo que hay, para recrear al incrédulo, al egoísta, al hedonista, al soberbio, al vanidoso, al ególatra…

 

Situémonos sin arrogancia ante… la brisa que mueve las plumas; ante la luz que entra entre las rendijas; ante los sonidos que se cuelan entre las palabras.

 

Dejémonos descubrir por la compasión de lo Eterno.

 

 

 

 

 

***