Darse la opción de una prosperidad de ánimo
27
de febrero de 2023
Resulta evidente el
cuido que la Providencia ejercita sobre la
vida: esa expresión que palpita en este lugar del Universo, y que se nos
hace especial, extraordinaria, excepcional. Aunque luego, cuando se concentra
en los seres de humanidad, se puede convertir en tormento, en angustia, en
ansiedad, en tristeza...; pero también en emoción, en entusiasmo, en alegría,
en propósitos.
Y esa provisión de recursos para la vida, se
nos hace también –según nuestra consciencia- muy desigual, muy
desproporcionada.
Dependiendo de dónde
se manifieste ese vivir de ese humano, así correrá una serie de vicisitudes muy
diferentes.
Al desarrollarse una
cultura globalizada, la expresión más perseverante es el descontento. En
cualquier estrato.
La Llamada Orante nos
incide sobre el ánimo, el humor, que hace de la consciencia una queja, un
rictus, una posición de incomodidad, de apatía.
La queja se instaura
en cada situación –bajo una justificación, claro-... y hace del ser una
apariencia. Porque en la medida en que el ánima –el ánimo, el humor, el amor-
se enturbia, se desquicia por esa queja… que es el producto de la consciencia
de “verdad” que tiene cada uno, y que trata de una u otra forma de imponerla o
de imponerse...
La Llamada Orante se
hace ‘Al-mada’. Y en su hacerse ‘almado’, reclama el Amar “a imagen”: en la
imaginería y en la semejanza en la que la Creación nos ama.
Ese almado estar es
el ánimo cotidiano, es el ánimo de relación, es el ánimo de convivencia, es el
ánimo del hacer.
Y si ese ánimo ‘almado’
no está sintonizado con la extraordinaria consciencia del vivir, entonces el humor-amor
se hace confuso... y se asumen posturas indiferentes y ‘de-terminantes’.
Se entra así en un ‘con-vivir’, ‘con-estar’ odiseico: de odisea, de tragedia y drama. Como si cada
ser –universo que es- estuviera desconectado, des-bridado, des-hilachado.
Se pierde
progresivamente la consciencia de que la vida, el vivir, es comunión, es
contacto, es resplandor, es vibración, es sintonía.
Y en este transcurso
de humanidad, de una manera genérica, la sensación es de... que lo realizado,
lo vivido, lo experimentado, las filosofías, las religiones, las costumbres…
poco hubieran aportado.
Quizás desde el principio
se pusieron al servicio de intereses, costumbres, filosofías, religiones… e
hicieron, a cada ser, interesado: buscando intereses, rentas,
beneficios, producción… –se le puede decir de muchas formas, pero en cualquier
caso con relación a la idiosincrasia personal-.
Y en la medida en que
esa demanda no se satisfacía, se fueron acumulando y acumulando experiencias,
sucesos, que quedaban como poso resbaladizo.
Y el ser miraba hacia
abajo.
Y la luz no llegaba. La
sombra… la sombra estaba.
Y así se fue
fabricando esa actitud, esa forma de estar.
Esa forma de estar
que no valora lo Providencial. Esa forma de estar que descuida su estructura,
que abandona su esperanza. Y, por supuesto, no se responsabiliza de lo que
salpica.
Asumir la evidencia
de que estamos sintonizados, y que cada posición repercute en el resto. Véase
“el resto” como “lo que no soy yo”. Ya suena mal. Pero el estar parece
transcurrir así.
La Llamada Orante nos
incide en que, en ese buscar, en ese
empeñarse en que los sucesos sean a nuestro gusto, nos encontramos y nos
encuentran y nos muestran lo que somos. Y al vernos, nos descubrimos con los
talentos necesarios para modificar
nuestras posiciones, para reevaluar nuestro estar, para reconsiderar nuestros
silencios, nuestras palabras.
Podemos decir que
todo está mal o que todo está bien, o decir: “Como siempre”; como si tuviéramos consciencia de una eternidad
aburrida, insulsa e inútil. “Como siempre”.
No es de honor orante
el someter a la eternidad –“siempre”-
como una vulgar costumbre.
Se llega fácilmente a
la consciencia de que “lo normal”, “lo de siempre” es malo. “Malo” en el
sentido de deterioro. Es una mueca. Y lo teóricamente “bueno” es una ficción,
una virtualidad.
Esos parámetros
anquilosan la consciencia. Hacen al ser un pésimo representante de especie.
Renegar de los dones,
de los aconteceres, de los recursos, es, además de golpearse, golpear –por
sintonía- a todo. “A todo”.
Nos urge, la Llamada
Orante, a que seamos verdaderas, verdaderas, verdaderas expresiones de un Aliento
Creador, de un alma almada que reconoce sus dones, que los pone al servicio, no
a la actitud de dominio.
Ha sido –y es- costumbre, aplazar y aplazar y
aplazar la disposición de promoverse en el sentido creativo, innovador, ¡entusiasta!
–también existe-.
Las normas que se
acostumbran y se establecen como “verdades”, son características que tiñen
nuestras relaciones y sintonías con la Creación.
Y de alguna manera,
cada ser tiende –tiende- a sentirse creador, a sentirse individuo, a sentirse
separado, distante.
Si eso se hace
“popular”, la población se contradice, se roza.
Se hace áspera la
cercanía.
No es esa la imagen
que nos da la brisa: que, en su invisible transcurso, se presenta sin trabas.
No es esa la imagen que nos da el ‘Ama-necer’: lo que nace por el amor de la
Creación. No es esa la imagen que nos envuelve como lugar de Universo que es
cuidado, que es atendido, que es mimado.
Qué elocuente es el
silencio. Sin duda, es el verbo de lo Eterno. Nos pone de manifiesto, a la vez
que nos brinda la ocasión de mostrar nuestra sonoridad. Y así, recrear, recrear
y recrear la vida, en base a sintonías.
Mientras la
Providencial Creación se vuelca a lo almado, para mostrarle los motivos de ese
inconmensurable Amor, lo creado parece... parece mostrarse esquivo; indolente a
la vez que soberbio.
Recogerse almadamente
en el ánimo del humor que nos hace fluir sinceramente.
Darse la oportunidad
de un estar sin queja. Darse la opción de una prosperidad de ánimo.
Darse el encuentro
con uno mismo, descubriéndose inter-pendiente de todo lo creado.
Amplificar esa
consciencia de costumbre, de regla, de norma, de poder, de dominio, de control…
y entrar en la comunión de la comunicación, del entendido, del comprendido, del
cuidado… cuidado… cuidado...
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