domingo

Lema Orante Semanal

 

Dentro de la diversidad infinita, hay una comunión absoluta

20 de febrero de 2023

 

Estamos en un transcurrir en el que los diálogos se hacen difíciles de establecer; en el que la escucha se hace sordera; en el que las palabras se hacen ruidos y, en consecuencia, las convivencias se hacen roces.

No es la mejor manera de estar. No es la mejor forma de ‘con-vivir’.

Y es así que la resultante es… la violencia sostenida, los prejuicios, las condenas, los castigos. Siempre en preámbulos de guerras y paces, de acumulación de nuevas contiendas...

Y se extiende en el diálogo político, social, cultura, emocional, racional, espiritual, religioso, idealista.

Pareciera que una sombra se instaura sobre lo luminoso, que es el vivir transcendente, el vivir transparente, el vivir sincero.

La Llamada Orante nos sitúa en este escenario, que por momentos se olvida. Y al no ser conscientes de ello, se compaginan los desacuerdos.

Si, en cambio, somos conscientes de este tiempo de transcurrir, podremos agudizar nuestro oído, atender bien nuestra visión, nuestro sabor, nuestra olfación, nuestro tacto. Hacer que nuestras percepciones sean vivencialmente sentidas. Y ‘atrever-se’ a manifestarlas, con el suave respeto con que se insinúa una nube sobre el azul del amanecer; con la evidente sonrisa del comienzo de la lluvia; con la sonora plegaria del canto del gallo.

Y de esa manera, entraremos en otras perspectivas: las que identifican nuestra naturaleza de humanidad, que se va olvidando, se va dejando atrás, y se va creando esa amalgama de intereses, dominios, controles… que no son actitudes de nuestra intimidad, aunque progresivamente la mayoría se contagia de la convicción de que hemos venido aquí, a este lugar del Universo, a triunfar, a ganar, a poseer, a controlar, a dominar…

Y hemos venido, ¡porque nos han traído!... en una misteriosa acción de imaginería misteriosa. Y nos han traído para dar testimonio de nuestro origen desconocido.

Y ese testimonio se expresa a través de la curiosa sensibilidad de nuestros sentidos, que nos lleva a buscar. Y el que busca es inocente, ignorante. Y, en consecuencia, se muestra sin contrariedades, sin juicios previos. Se muestra con la inevitable sonrisa del niño que se sorprende.

Y nunca hemos dejado de serlo –niños-. Somos niños, jóvenes, púberes, adultos, ancianos… todo a la vez. Bien es cierto que predominan más unos elementos que otros, unas características que otras. Sí. Pero no... –en esa inocente e ignorante curiosidad de búsqueda- no sobra ningún tiempo. Tan pronto estamos jugando, por el hecho del disfrute, como estamos minuciosamente desarmando y armando… y asombrándonos del amanecer y del ocaso.

Pero ocurre, cuando así no se está –que es nuestra naturaleza-, que el ser se siente sabido, “sabedor”. Sabido y sabedor... ¿de qué? Y cada uno esgrime su razón, como espada [1]tizona dispuesta a instaurar su convicción.

Ahí se deja de ser naciente, creciente, maduro, longevo, eterno. Y se pasa a ser caduco, limitado, obsesivo, compulsivo, dominante.

Una posición en la que la pena y la soberbia compiten, según convenga.

No es esa nuestra contienda. ¡Porque no somos contienda! ¡Porque no sabemos quiénes somos! Acotamos –por dominio y poder- definiciones, pero realmente no lo sabemos.

Y es así, “sin saber”, como podemos promocionar todas nuestras nivelaciones. Y no dejar el juego, la sonrisa, la curiosidad, la sorpresa, la experiencia… Todo a la vez.

Porque, sin saber, voy descubriendo lo que no descubrí ayer. Pero mañana será diferente... porque yo seré diferente. Porque cada ‘Ama-necer’ vuelvo a la vida... en el estar; aunque nunca me he ido de ella en el ser.

Puede pensarse que son disquisiciones de palabras. No.

Aún necesitamos las palabras. Y puestas en su debida condición y necesidad, son las que amplifican nuestras consciencias y nos las hacen... –las consciencias- nos las hacen claras, dispuestas, disponibles, ¡sin miedo! Con testimonio. Y... valientes.

¿Por qué? ¿Por qué se pierde la valentía del niño, del púber, del joven… que se lanza? ¿Por qué...? ¿Falta de músculo?, ¿de tendones? ¿O condicionante de consciencia que encasilla al ser a sus edades? ¡Qué horror!

Y justo, justo… despegado del ego, despegado de la importancia personal, en la medida en que transcurre el ser, éste debe ser más valiente, porque algo –¡algo!-… algo conoce. Y sabe –sin saber- dónde ejercer la valentía: que, cuando está realmente transcendido, sabe que la puede ejercer en cualquier momento y lugar.

 

Tenemos consciencia de que nacemos porque nos ama ese Misterio Creador. El Misterio Creador. Y nos ejercitamos en ese amar que sentimos, a la hora de conectar, contactar con lo viviente.

Y eso nos da el ánimo, el humor y la complacencia… al sentirnos fundidos, ¡atraídos!

 

Y a lo que nos atrae, también nosotros somos atractivos. En consecuencia, en esa disposición, el ser se encuentra fundido con lo creado. ¡Con todo! Hay una fuerza de atracción. Porque, dentro de la diversidad infinita, hay una comunión absoluta.

“Diversidad infinita-Comunión absoluta”.

 

Y esto nos hace amar... misteriosamente, como el Misterio que nos mantiene.

Y nos emociona, nos inquieta, nos promueve la satisfacción, el cuido, la alegría, la confabulación, la fantasía…; ¡ese enamorado instante!... que es eterno, pero que al poseerlo se diluye.

Y es ahí cuando transcurre el ‘des-amor’: ese desarreglo de negaciones, quejas, humores, incomodidades… en el que conclusivamente se llega a la idea de que todo es basura.

Es la suprema expresión de la ego-idolatría del ser. Al descubrirse que es incapaz de poseer lo que transcurre y por donde transcurre, le inunda el desespero, y todo se hace horror… desamor...

Y en ese “¡todo está fatal!”, “¡todo es horrible!”, “¡todo es terrible!” –desamor-, la esperanza se hace la flor más fea del campo. No se la deja crecer... o se la arrasa con el arado, ¡que para eso es un arado! Y hay que mover la tierra, ¡someter a la tierra!

Hoy sabemos que no debe ser así... –pero esto hay que decirlo con voz baja-... porque el arar implica dominio y poder.

E igual que se somete y se hiere a la tierra, pues se aplica el mismo sentido para lo viviente.

Cuando el ser se hace sedentario y campesino cultivador, se olvida –y por eso saca su arado, su hoz y su martillo-, se olvida de que vivió… transitando por bosques, por valles, por montañas, sin arar, sin plantar, y encontraba el sustento.

Pero he aquí que la posesión se hace dueña, dueña del hacer. Y llegamos a estos tiempos en los que cualquier cosecha es posible en cualquier momento. Las estaciones son virtuales: ya se maneja la luz y la temperatura suficiente para que la dócil semilla pueda ser engañada, y se sienta –incluso- libre.

Es un ejemplo, pero nos sirve para incorporar de alguna manera –sin duda ya, misteriosa- lo que debería ser permanente: esa esperanza.

Incorporarla como… una expresión de ese Amar de Misterio; de esa sorpresa que ya trae el despertar de cada mañana.

 

Si en consciencia esperas… siempre verás amanecer.

Si la prisa te come... y no sabes de la espera, la noche tragará tus ilusiones... Y, cuando amanezca, habrás llorado tanto que no podrás ver la luz.

 

Ese estar... en la espera, es la iniciación de la esperanza.

 

Y en la medida en que esa ‘esperan-za’ se hace consciente, cotidiana, en cualquier transcurrir, ocurra lo que ocurra, el ser dispondrá de recursos; algunos inmediatos, y otros circunstanciales, y otros a largo plazo.

 

Las radicales convicciones que en el tránsito actual imperan, son consciencias macizas... que golpean.

Y resulta que nuestra consciencia es vaporosa, transparente, amplia, dúctil, flexible...

Sí. Y eso es lo que nos permite una renovación.

Por eso cada ser debe decirse continuamente que no es una consciencia voluble, de bola pétrea, sino más bien una nube que transita modificando su figura, su color… según el misterio del aire, de la luz… y de otros misterios más que nos envuelven.

Así, si soy una misteriosa consciencia, estaré en la curiosidad del Misterio y estaré en esa ductilidad respetable, que no admite enfrentamiento ni controversia, sino una búsqueda común, un estar complaciente por lo que se va logrando, por lo que se va incorporando, por lo que se va descubriendo.

 

Como convivientes del aleteo del viento, de la marea del agua y de la claridad de la luz… nos hacemos conversos. Sí. Nos hacemos un verso...

Y así poder ‘con-versar’ sin impedimento.

 

Sobre la vida gravita un amanecer eterno; un amanecer que funde esa marea, ese aleteo y esa luz...

Y nos da la consciencia eterna e infinita, cuando nuestras pupilas ya no pueden ver y la oscuridad nos inunda.

Es el amanecer de la inmensidad en donde nos encontramos. Es el amanecer del infinito que nos arropa.

Y es así que, consciente que es cada uno de nuestros latidos, despertamos al alborozo de vivir, de ¡sentir!, ¡de entusiasmarse por estar!… Ser una expresión del Misterio Creador.

No hay más.

No hay más. Es ¡todo!

 

Y así la esperanza se hace Providencial. Y el milagro, el milagro se hace ‘evi-dente’. Y llega con su sonrisa original de la casualidad, de la suerte, de la coincidencia.

 

Sertar”: sí, sería el sonido y la palabra que indica el ser y el estar.

El ser esa instancia de un amanecer eterno, y ese estar de un descubrirse expresión del Misterio.

 

Ser-tar...

Ser-tar...

***



[1] “Tizona” es una de las espadas que la tradición o la literatura atribuye al Cid Campeador