domingo

Lema Orante Semanal

 

LAS CAMPANAS DE LA MISERICORDIA

NO DEJAN DE SONAR

5 de diciembre de 2022

 

Llaman a orar anunciando Bondad.

Llaman a orar… reclamando –sin exigir- nuestra decidida participación, según nuestra naturaleza.

Llaman a orar en el nombre de la belleza, la ternura, el afecto… y la convivencia.

Llaman a orar… a sentir –desde el Misterio Creador- que nuestra presencia es una imaginería de sorpresas. Representantes elegidos. Único cada uno, e insustituible. Preparado, desde la Nada, para encajar, adaptarse, resolver, recrear, ¡promover!, ¡imaginar!…

La Llamada Orante –simultáneamente-, al resaltar nuestra trayectoria y nuestras penurias, nos recuerda nuestras perfecciones, nuestras capacitaciones; la bondad innata que tiene nuestro “estar”, por la llegada insondable de nuestra presencia.

Y esta llegada insondable de nuestra presencia… nos debe regenerar continuamente. Y saber que cualquier posición en la que se nos coloque, será la que precisamente se necesita, se precisa. Y la mayoría de las veces no sabremos por qué: “¿Por qué a mí? ¿Por qué esto?”.

Y no lo sabremos, porque no es una cuestión de saber; es una cuestión de percibir, sentir… y dejarse imaginar. Y, en consecuencia, dar la respuesta precisa… para evitar recalar en nuestra consciencia de exigencia, de protesta, de negación.

No sabremos “por qué”, prácticamente de todo. Pero la Creación se promueve en una creatividad permanente. No precisa saber. Nada precisa. Pero la Creación es tan inmensa que nos desborda.

Ahora bien, cada ser encaja en su trayectoria, con lo necesario.

 

Sí. Y ocurren aconteceres que el ser debe… recapacitarse.

Fíjense: somos capaces –como humanidad de ciencia y sabiduría- de cambiar la trayectoria de un meteorito, con cálculo, precisión, exactitud. Y no somos capaces de parar una vulgar guerra. Capaces de soñar con el vuelo en el Universo, y a la vez, con el pie puesto en el cuello del que en ese momento es el enemigo.

 

Se vive, como especie, en un tránsito entre la magia del vivir y lo absurdo del desaparecer.

En realidad, somos visibles e invisibles a la vez. Ocurre que, a veces, nos hacemos más visibles. Y los sentidos son capaces de medirnos, pesarnos… Y otras, nos hacemos invisibles.

Lo tenemos que llamar “misterio”, porque aún estamos en la era, en el tiempo de la consciencia de descubrir, de aprender, de buscarle explicación: una época primitiva de la evolución de la consciencia. Muy primitiva. Necesita un porqué, necesita una razón…

Es incapaz de asumir la grandiosidad del Misterio. Precisa dominar, controlar, exigir, manejar, manipular…

La Llamada Orante nos reclama el que nos demos cuenta de ese primitivismo de consciencia.

Que aspiremos a lo que realmente somos.

Y que, en base a nuestra llamada “inteligencia”, nos demos cuenta de nuestra profunda ignorancia.

En cuanto reconocemos nuestra profunda ignorancia, nuestros logros y capacitaciones se nos vuelven tan frágiles, tan incompetentes, que precisan modificarse una y otra vez.

¡Y ni siquiera sabemos comer! Y cada uno va con su régimen y con su patata, su cebolla o su carne.

“Arqueológico”.

Pero… ¡exigente!: “Sí, porque esto es así”. “No, porque esto es de esta manera”. “No, porque… lo que era bueno antes, ahora es ¡malo!”. “¡Hemos descubierto...!”.

A partir de nuestra consciencia evolutiva ignorante, podremos sorprendernos de lo que descubrimos, de lo que aprendemos, sin aferrarnos, sin ratificarlo, sin asegurarlo.

El sublime ignorante vaga por cualquier dimensión, y es capaz de sorprenderse en cualquier ocasión. Y es así como podemos mantener la inocencia de vida… y dar a cada instante o detalle una transcendencia.

Descubrir esos motivos que aparecen, que llegan, que coinciden, que “casualmente” suceden… y que nuestra vanidosa inteligencia no pudo calcular.

 

Ansias de bondades acucian nuestras necesidades. “Ansias de bondades acucian nuestras necesidades”.

Con solo imaginarlas, con solo proyectarlas, harán su efecto.

 

Ansias de bondades reclaman nuestra naturaleza, nuestros proyectos, nuestras ideas.

Depurarlas, aclararlas… y descubrir cómo se precisan, se necesitan. Y así sentirse plenos en la realización, en la presencia.

 

La infravaloración reinante, la autoculpa, el autocastigo… –esa manera de sentirse indigno, en la que nos han ido educando- en realidad es sentirse indigno ante la Creación.

Es “el favor” que nos hicieron los que dominaban, los que dominan, los que controlan: transmitirnos la idea –a través de ellos: padres, madres, amigos- de que somos inútiles, incapaces, crueles, malvados.

Y así nos hacemos una idea de que el Misterio Creador, a través de los más capacitados, nos muestra…

¿Acaso el Amor infinito de ¡lo Eterno!... ha gestado intermediarias acciones de castigo, de impunidad, de dominio? ¿Ha gestado, en su profundo e insondable movimiento, criaturas, para que sufran, para que sean maltratadas, para que lleguen a sentir su despropósito…? No.

El reclamo de Bondad que hace la Llamada Orante nos conmina a recordarnos, a todo lo viviente, la Bondad innata de la que estamos dotados. En consecuencia, nadie de esa materia viviente tiene la autorización y el dominio de suplantar a la Creación. ¡Y menos aún, que nos lo creamos!

 Asumimos que intermediarios somos todos, cada uno en su posición. Y asumimos que unos nos orientan en un sentido, y otros en otro.

Y lo asumimos en la medida en que no se nos utiliza, no se nos manipula, no se nos domina, no se nos castiga. Se nos reclama, desde la Creación, que seamos, unos hacia otros, bondadosos. En cuyo caso, cuando otro se muestra rencoroso, castigador, está dejando de ser lo que es.  Y, en consecuencia, ¡no debe influirnos! ¡No debe influirnos! Nos debe producir… lástima, pena.

Pero la vida no es un sistema de dominios; es un sistema de equilibrios, de armonías, de convivencias.

Sin duda, lo humano ha creado el desequilibrio, el desfase, el… des-amor.

Pero, a la vez, no puede vivir sin él, no puede vivir sin “ello”, porque ello es su esencia; ello es su naturaleza.

Consecuentemente, cada vez que alguien, algo, situaciones, nos castiguen, nos persigan o nos acusen… no demos crédito.

Sí debemos recordar nuestras bondades. ¡Claro! Y si alguien nos ofende, reclamarle su admiración.

Si alguien nos ofende, mostrarle nuestro silencio, pero no nuestro dolor. En todo caso, la lástima y la pena por cómo ha actuado.

 

Y en el nombre… y en el nombre del Auxilio del Nombre del Misterio Creador, proyectamos nuestras bondades hacia los que sentimos que… viven tiempos, momentos necesitados; que se duelen sin encontrar esperanza; que se retuercen sin saber cómo pedir; que no saben a dónde acudir.

Y en el nombre de nuestra bondad, de nuestra capacidad, de nuestro privilegio de alimentarnos, abrigarnos, andar, ¡movernos!… proyectamos nuestra bondad hacia esos necesitados… que son “nosotros”… que se retuercen en las cárceles; que se van más allá de la locura, en los siquiátricos; que agonizan inútilmente en la guerra. Todos aquellos que bocanadas al viento hacen, y que languidecen de hambre… ¿Qué se les dice cuando alguien se vuelve exigente porque esto no estaba caliente o no estaba frío o…?

A todos aquellos que buscan la esperanza en el desespero, hacia ellos nuestras bondades. Y las buscan en el desespero de la huida, de “algo mejor”; en el desespero del engaño; en el desespero del martirio.

A esos que habitan y yacen en las camas de hospitales, pendientes de su próxima queja, de su próximo llanto o lamento.

Aquellos que esperan sin esperanza; que no tienen quien les diga, que no tienen quien les llore.

 

Nuestra referencia orante debe abarcar a todos. No debe conformarse con: “Bien está el ocuparte de los tuyos”. Un secuestro y un egoísmo más. No. No es “bien está”.

Bondad es… percibir en lo que hace nuestra humanidad, en la que estamos presentes, y a sabiendas del misterio del Amar, poder intencionar, orantemente, nuestras bondades.

 

Como decía el canto: “a ser devotos de un eterno acto de Amor”.

 

Y sí, sí. Hay que ponerse a ello, ciertamente. Puesto que el reclamo cotidiano del pedir, querer, tomar, agarrar, poseer, guardar, proteger… nos remite a una esquina, a una esquina poblada de aconteceres, y no nos permite ver el espacio grandioso en el que estamos.

 

Sí. Hay que decidirse a… un instante de bondad, un instante de proyección, un instante de no ser “¡yo!”… y estar en “nosotros”.

A sabiendas de la luz que nos alienta.

A sabiendas de que nuestra proyección está avalada por la creencia, esa creencia de Misterio.

 

Sentir la consciencia eterna de la Piedad.

Sentir la consciencia eterna de la Piedad. Y así, percibir nuestra naturaleza de Bondad.

 

Las campanas de la Misericordia no dejan de sonar. Son latidos silenciosos que nos envuelven… para otro escuchar.

 

 

Suenan, sí. Suenan… y desechan nuestras miserias. Y aclaman nuestras concordias.

Suenan las campanas de la Misericordia. No paran de sonar. Aunque sordos nos hagamos, ahí están.

 

No temamos perder nuestras miserias, las posesiones, los controles y los dominios. Son costras de impropia naturaleza.

 

Las campanas de la Misericordia no dejan de sonar… mientras el aullido de la Piedad infinita se destila hacia… hacia las gotas de bondad que suponen nuestra naturaleza…; que nos alimentan, que alimentan, que se evaporan, que llegan….

 

Las campanas de la Misericordia no dejan de sonar…

¡Ten… Piedad!

 

 

 

 

 

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