sábado

Lema Orante Semanal

 

NACER DE NUEVO. ALUMBRAR

28 de diciembre de 2020

 

Y por lo que se conoce de los ritmos de creencias, de culturas y civilizaciones, cada una marca, en la humanidad, determinados momentos: para festejar la cosecha…, por la llegada de la primavera…, por la alegría de las primeras nieves…, por el recuerdo del nacimiento del primer hijo, por el recuerdo de los esponsales, por el bautizo del guerrero… Podríamos enumerar multitud de aconteceres… a veces más o menos pequeños, personales, o grandes y comunitarios.

Y es como –en todos los casos- si se diera, la comunidad humana, la ocasión, la oportunidad de revisar, de dialogar, de conversar, de rectificar, de perdonar, de planificar, de orar…

Es un inconsciente colectivo que mueve a la especie a depurarse, según calendarios, según lunas, según diversas situaciones, pero en todos los casos se busca esa… VIRTUD: convertirse, al menos por unos días, en virtuoso.

El Kumbh Mela, en India, es capaz de recoger a más de 15 millones de personas en actos de purificación, de convivencia, de ritos, gurúes… Y no importa si ricos o pobres o… –por poner un ejemplo de increíble motivación-.

 

Pero, de igual forma, la llegada del Ramadán o la entrada del Yom Kippur o, en nuestra cultura, la llegada de la Navidad…, supone un acontecer para revisar, repasar… y acrecentar la Fe, perdonarse y perdonar; pero corregir lo torcido, recuperar lo roto.

Si nos fijamos en el sentido de todas estas ritualidades, en todas ellas late, inicialmente, una palabra: NACER. NACER DE NUEVO.

Es como cuando llega el aniversario de cada uno, y se hace una valoración de lo alcanzado, lo conseguido y lo perdido, lo olvidado. Pero… estos aconteceres de humanidades suponen un empezar de nuevo. Volver a nacer.

Volver a nacer con lo que ya se sabe, se conoce y se ha vivido; aspirar a un ser nuevo que no está salpicado por tantas y tantas decepciones, rabias, imposiciones… y un largo etcétera que “conmina” las esperanzas y los ideales.

 

En nuestra cultura… –“nuestra” por la prevalencia y la prepotencia con la que se instaló, con la que nos educaron, con la que nos enseñaron, con la que nos impusieron-… no había otra información. Y en otros lugares pasaba lo mismo.

Las religiones se apoderaron de nuestras mentes, de nuestros sentires. Se hicieron dueñas de nuestra educación. Penetraron hasta en nuestro más profundo subconsciente. Nos hicieron pecadores a todos, de repente o poco a poco. Poco sitio había para los justos; poco espacio para “lo bueno”.

 

Así que decir “nuestra” es decir “impositiva”, “obligada”, “recalcada”, insistida”…

 

Sin remedio de referencias, sin remedio de confluencias, cada una de ellas se hizo nuestro sentir… y, con ello, nuestra forma de pensar, organizarnos, compartir…

Y a partir de ahí, las guerras interminables por demostrar cuál es la mejor forma de nacer, cuál es el mejor prototipo de individuo.

 

La Llamada Orante de hoy nos implica en ese nacer con naturaleza universal. Sin patriotismos religiosos. En ese NACER que nos descubre con unas características impuestas, a las que tenemos que dar otra respuesta que no sea la guerra, la negación, el combate o… la ignorancia.

Si la humanidad como tal, en su transcurrir, buscaba momentos para revisar, repasar, reconsiderar… asumamos ese ritmo bajo cualquier referencia: el ritmo de saber que al menos, ¡al menos! una vez… –en este caso, cercano: cada año-, podemos remodelar nuestra naturaleza; vernos nacer de nuevo, sin los apegos condicionantes, sin las demandas obsesivas, sin las idea fijas inamovibles.

Días o momentos de encontrarse en oración con el Verbo Creador… sin nombre, sin apellidos –pero que socialmente nos han condicionado-. Asumámoslo como un momento, pero evaluémoslo como una oportunidad. Una oportunidad en ese NACER. Y como es todo nacer: ¡nuevo!, ¡dispuesto!, ¡creativo!, ¡pulcro! ¡Ay!... Deseoso de gratitud.

 

La especie humanidad tirita de miedo. Vislumbra sus desastres. Duda de sus recursos. Y aspira a la muerte como alivio.

Es momento, no solo puntual sino ¡diario! –pero ahora nos conmina lo puntual-, de hacer honor a la vida, hacer honor a su contenido y su capacidad, asombrarnos por su instauración misteriosa, advertir-nos, en nuestro vivir, del Milagro que cada día acontece… para volver a suspirar, a aspirar… y jugar con la risa. Y abandonar el golpe.

 

Al estar en este NACER que nos… ¡toca!, podemos descubrir –como si no se supiera- que EL AMAR es lo que importa. Es el fundamento. Es la transcendencia.

Sin saber… lo que realmente es, pero sintiendo lo que reflejamente nos conmueve, nos hace saltar a otros momentos de consciencia… en los que el Universo se hace grandioso y nuestra sensibilidad se hace ilimitada.

 

Ese “nacer de nuevo”… es el AMA-NECER que, en otras muchas ocasiones, el Sentido Orante nos lo recuerda para que sea un leitmotiv diario –¡no impositivamente circunstancial!, como ahora aceptamos y asumimos- que nos dé también otra oportunidad, ¡teóricamente más grande o más amplificada!… que la imposición cultural y la costumbre que llevamos encima.

Pero ese cultivo al AMA-NECER –“nacer por Amor”-… es el que nos debe acompañar cada día. Y bien está que por las circunstancias, para no entrar en la continua guerra, sepamos también recogernos en este culminante año, que para unos será una cosa, y para otros otra, pero que, bajo el nivel de referencia, hemos dado ya una vuelta. Nos han “alumbrado”.

¿Saben? El alumbramiento es el acontecer que sucede cuando la placenta se desprende de la intimidad materna, cuando ya el ser alcanza una individualidad.

“Alumbramiento”. “Alumbrar”. Y bien dice: que en cada uno de esos momentos, una nueva luz aparece.

Y de lo que tenemos que darnos cuenta –y nos requiere el Sentido Orante- es que cada día alumbramos. Es nuestra naturaleza: ¡alumbrar!... en la oscuridad. Ahora con otro sentido, pero, a la vez, con la independencia de que hemos nacido otra vez… en este vasto Universo en el que… –podríamos decir hoy, bajo el Sentido Orante- “sin duda”, ese Misterio Creador de inmensidad oscura –Misterio- alumbra una franja de luz…; una pequeña franja que ilumina, que ¡sale! de ese Misterio Creador. Y que, en lo grandioso, lo vemos en los infinitos números de estrellas, insignificantes ante lo oscuro, lo Misterioso.

Igual proporción observamos entre nuestra tierra firme y el agua que nos rodea: una desproporción que impresiona.

Y en esa impresión es cuando debemos asombrarnos de pertenecer a ese Misterioso Acto de Amor… que supone la aparición de la LUZ…; y, con ello, que supone nuestro aporte luminoso.

No importa a qué género pertenezcamos. Somos seres gestados para dar testimonio de Luz. Para alumbrar.

 

Si nos damos a nuestro sentir, si nos damos a purificar este sentir, amando… y amando y amando, desde lo más insignificante hasta lo que consideramos más grandioso… estaremos siendo semejantes, parecidos a ese milagro de vivir. Seremos milagrosos y milagreros, y tendremos la potencialidad de transmitir milagros. De no dar nada por perdido. De no juzgar. Y así, ampliar la posibilidad de no ser juzgados.

 

El Amar no puede ser condicional. No puede estar sujeto a una “libertad condicional”. Es en su ejercicio, en su búsqueda y en su desarrollo, en donde el ser se descubre…; en donde somos capaces de dar sentido –con nuestros sentidos- a todo el arte y belleza que supone el “creer”; en ver ese nacer transfigurado; en ver esa muerte, resucitada.

Y en consecuencia, no desfallecer ante la constante amenaza… y el permanente aviso que nos condena, que nos castiga…

Y dar otra respuesta, en la que el vivir sea una lozanía, en la que el vivir sea un descubrirse, en la que el vivir no tenga tiempo, en la que el vivir traspase fronteras, ¡en la que el vivir amadamente disuelva los límites… y se haga luminaria… ¡y nos podamos contemplar en las estrellas!

 

No aplacemos… No aplacemos para otro día, para luego, para más tarde… la función de brillar impecablemente. De alumbrar renacidamente. De resucitar…

Y ahuyentando, así, la desesperada fuga de la muerte.

 

¡ÁMEN!

 

 

 

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