domingo

Lema Orante Semanal



Estamos entre un infinito proceder que crea y crea
26 de febrero de 2018


Y la cultura, progresivamente va enmarcando a los seres según su actividad, según su profesión, según su actitud, altura, peso… ¡qué más da!

“Enmarcando”… como una fotografía que se enmarca y se queda cerrada: da muestra de que lo fotografiado está ahí, como embalsamado, como secuestrado. ¡No pueden salir las sonrisas o las piruetas!

Están… enmarcados. Como marcados por un sello, como se le hace al ganado.

“Es que usted está enmarcado en el grupo de…”. “A usted lo hemos enmarcado en la franja de…”.



Esto no es nuevo. Es la corriente que ha ido llevando la especie, en base a criterios de valores que establecen los ganadores, los ricos, los poderosos, los guerreros… que enmarcan a sus piezas como si fueran trofeos de caza.

Y están enmarcados los asiáticos; enmarcados, los latinoamericanos; enmarcados, los españoles; enmarcados, los alemanes; enmarcados, los chipriotas…

Cada uno tiene su marco. Incluso se habla de “marcos constitucionales”.

Pareciera que nuestro código genético ya… ya pensó qué marco nos van a poner, o tenemos. Si vamos a llevar paspartú para adornar el título, o no; si va a ser un marco de junquillo –un tipo de estructura de madera-, o va a ser un marco de… “¿Plástico… o un marco al aire? ¿Cómo prefiere usted ser enmarcado?”.



Al enmarcar a los seres, se les margina; se les ¡juzga!, por supuesto; se les condena, claro. No hay presunción de inocencia, ¡no! Se les condena y, a ser posible, en una cárcel de castigo. Porque se les puede condenar con privación de libertad, privación de hablar, privación de… Pero, si es posible, un castiguito: en aislamiento, por ejemplo.



Los poderes que clasifican a los que no tienen esos poderes… están pendientes de otros haceres; nunca de los suyos.

Y, en alguna medida, inician una persecución… –persecución, clasificación- “en el marco de”… la ley, la norma.



El Sentido Orante nos alivia, al recordarnos que, aunque aparentemente estamos en la horma –en la horma- de un planeta, de una gravedad, de un ritmo, de un ciclo, también estamos en una galaxia, en una infinitud de estrellas… Estamos entre un infinito proceder que crea y crea, y que en ningún momento se enmarca, se clausura. Que las enanas blancas no juzgan a las enanas marrones, ni las supernovas castigan a las novas, o los cometas se ríen de los satélites. Parece ser que no.

Y aunque se juzgue a la luz del amanecer, y se le quite una hora o dos según convenga, el amanecer no se da por aludido. Pero, al ser, se le condiciona.

De ahí que el Sentido Orante nos sugiera una constante adaptación, a sabiendas de que, no sólo –por supuesto- por nuestra intención adaptativa, sino por la Fuerza de la Creación asumida, se hará posible un encuadre sin cuadro, un estar sin premisas, un fluir sin castigos…; sintiendo que las sonrisas se besan como… como las nubes se engullen al tocar las montañas; como el rocío se embadurna en las hojas temblorosas de un retoño de planta o… en la quieta piedra, antes de ser pisada. Y ahí, la gota de rocío se desliza y… hace tierna la dureza.



El Sentido Orante nos alivia, recordando la suavidad; haciéndonos recordar nuestra naturaleza… no marcable, no juzgable.



Transcurren las condiciones y los condicionantes, de tal forma que se hacen barrotes… por donde apenas se puede asomar un ojo o una nariz. Son tan estrechos, que quizás no quepa entre ellos una lágrima de amor.

.- ¿¡Amor!? Eso hay que enmarcarlo dentro de una fecha, de un convenio, de un ¡trato!….

.- ¡Ah!...



Y las mentes se estrechan ¡tanto!, que en barras rígidas se van juntando. Y, en todo caso, húmedas se pueden quedar… por algún afecto perdido; pero poco más.

Se vuelven sellos que marcan, a cabezadas, cualquier expresión que no sea la férrea y dura, controladora y castigadora norma enmarcada.



La tan cacareada libertad, es un simulacro de espejismo; “un simulacro de espejismo”: ni siquiera es un espejismo.

Y en este extremo, cualquiera que aún no esté engarrotado, agarrotado y bruñido como una pieza dura y pesada –cualquiera- se preguntaría:

.- ¿Y qué hacer? ¡Qué hacer! ¿Dejar que mis libidinosos pensamientos fluctúen, y las ilusiones se muestren y…? ¿Así?: ¿corriendo el grave riesgo de ser llevados a la inquisición mental del entorno, y al juicio parabólico sin retorno?

.- ¿Todo eso va a ocurrir?

.- Y más.



No sólo te perseguirán a ti, sino a tu generación, a tu casta, a tu herencia, a tu nombre, a tu apellido. Porque de seguro que llevan algo de tu fantasía, de tu confianza, de tu ilusión, de tu sorpresa…

Tú y los tuyos pueden quedar proscritos por haber soñado con amores; por haber fantaseado con… –¡ay!- ideales; ¡por haber pensado alguna vez que todos eran corazones!, y que latían por sus amores, por sus pequeños segundos de suspiros.



¡Ay!, si se claudica y se entra a ser ferralla de estructura rígida… ¡Ay!, si se presta valor a la cárcel del terror sin alma… ¡Ay!... la vida se volverá bruma que no se disuelve. Espesa niebla que nunca se aclara. Razones entrelazadas que cada vez más aprietan. ¡Yugos!



¡Ay! Hay que rondar la campana del milagro. Hay que soñar con el ensueño de lo amado.

Rondar, y sentir que nos rondan. No los perseguidores, los liberadores. Los primeros piares que anuncian la primavera. Los primeros reflejos lunares que cantan los poemas.

¡Ay!... Saber que, en la mazmorra más inmunda, habrá un rincón… con una araña que nos sonría.



Y en la medida… –nos dice el Sentido Orante- en la medida en que nos damos cuenta de estas realidades, y no… no las damos por importantes, perderemos cada vez más… nuestra libertaria posibilidad. Pero en la medida en que estemos alertadamente, dándonos cuenta de que la luz nos persigue, tendremos la opción de iluminar nuestro ideario… y hacerlo ideal; abandonar definitivamente la vulgaridad… y prestarse a la tenue caricia de un sonido que aún no se escucha, que se escuchará cuando en realidad el ser sienta que no es, que no está dispuesto, que no será… un marco, un enmarque de una imagen ceñida a un cristal prieto, a una cerradura… de esquinas.





Sentirse nada, como el aire que transpira; ¡como el aliento que suspira!

Sentirse airado, o aireado –sin ira-, con el bullicio de la alegría.

Sí.









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