martes

Lema Orante Semanal

RESIDUOS
15 de junio de 2009


Parece que son inevitables. Residuos.
En el siglo XXI de la era cristiana, los residuos que genera la especie son enormemente tóxicos, perjudiciales, dañinos, si bien constituyen una industria floreciente de reciclaje. A pesar de ello, los residuos de las diferentes actividades humanas se vuelven un peligro constante para la vida general del planeta.
Si nos fijamos en esos comentarios iniciales, en los que nos estamos refiriendo a los residuos materiales, podemos deducir también que se producen residuos mentales, afectivos, emocionales, sentimentales, y un largo proceso residual que, probablemente, colabore en el progresivo, amenazante y desquiciante crecimiento de los estados de salud adaptativos… degenerativos… deteriorantes… Hasta el punto de que llegan a inutilizar, en gran medida, al que lo vive y a todo su entorno.
¿Será –será, aunque no sean, “ahora y aún”, medibles- que todos esos residuos de frustraciones, de odios, rencores, rabias –y un larguísimo etcétera-, están ahí? Bien sea que se interpreten como sustancias etéreas, sutiles, pero operativas –en cuanto a espesura, bloqueos, estancamientos-, o bien sea bajo la óptica de que, todos esos fracasos, rabias, situaciones imperdonables, despechos, celos, etc… ideas y pensamientos, están vinculados a neurotransmisores –sustancias neuroquímicas que son detectables, y que sabemos que algunas de ellas, en exceso o en defecto, producen alteraciones severas del comportamiento-.
¿Será, entonces, que ese estilo de vivir, “residual”, puede llegar a ser medible, evaluable, y –en consecuencia- responsable de un sinfín de incapacidades que se van a gestar en la especie, y un innumerable motivo de incapacidades, trastornos, comportamientos…?
Mantener una mentira, por ejemplo… –“una”; ya sea por ocultamiento, ya sea por omisión, ya sea por pensamiento, ya sea por palabra, ya sea por obra-constituye una carga muy pesada. ¡Una mentira!; que expande su bloqueo a todas direcciones; es densa y espesa; no deja fluir el ánima; no deja expresarse al espíritu.
¿Qué decir de la rabia, del rencor, de la envidia…? Acontecimientos cotidianos que surgen, que aparecen, que se medio solucionan, pero que van dejando su poso.
¿Será, por ejemplo, que los residuos sean inductores de mayores porcentajes de radicales libres, que terminan por oxidar, por dañar… por bloquear las funciones normales?
¿Será –también- que esos residuos del comportamiento, de la forma de pensar, constituyen los acontecimientos epigenomáticos que inciden sobre el genoma, para que éste sufra importantes variables… que no sean viables?
Y, bajo estos criterios, surge una significativa esperanza. Es decir, puedo ejercer una cierta influencia –“una cierta influencia”- sobre esos acontecimientos residuales. Y decimos “cierta influencia”, porque son parte de una cultura, de una evolución, de una forma de concebir la realidad, que se incorporan lentamente y que se hacen “naturales”.
¡Ay!... ¡Ay!
Pero aún –aún- se puede percibir el aroma de una “cierta” influencia, sobre la generación de residuos de una manera continua y permanente; y que éstos se vean aminorados, se vean descendidos en sus niveles, en su producción y en su contaminación . Porque, evidentemente, los residuos pensantes de unos y otros, contaminan . ¡Y no sólo lo hacen a nuestra propia especie!, sino que también se traslada a la domesticación… se traslada al cultivo… se traslada al terreno… se traslada a las armas… se traslada…
Curiosamente –curiosamente- en ese nivel de pensar, todo ha quedado reducido a la contaminación ambiental. Todo ha quedado reducido a la contaminación capaz de producir un cambio climático severo. Todo ha quedado reducido a una mala gestión de la materialidad. Pero la verdad incómoda que tanto se propagó –y se sigue aún propagando, aunque ya en menor intensidad-, del norteamericano Al Gore, a propósito del cambio climático, no tuvo en cuenta… –¡qué pena!; pero bajo el sentido orante, sí- la contaminación pensante ; ésa que, en definitiva, es la responsable del efecto invernadero, de la emisión de anhídrido carbónico, etc.
Pero el sistema de pensar no alcanza a darse cuenta de la magnitud de esa visión de vivir y… y se queda en la representación externa, cuando resulta que la ¡única!... posibilidad de variar esos niveles de contaminación provocada por residuos irreciclables, es modificando el nivel de comportamiento, de pensamiento, de sentimiento, ¡de emoción! Y en esa medida, el ser se dará cuenta de cómo manejar los elementos materiales de su industria… de sus recursos… de sus necesidades...
No necesitará multar a esta empresa o aquella otra.
Aún existe el aroma de ir ¡a la raíz!... del árbol que se seca, para ver cómo podemos abonarlo… incentivarlo… ¡regarlo!... No tratemos de mejorar el árbol podándolo… cuando sus raíces son incompetentes; no tratemos de limpiar sus hojas… cuando sus raíces son incapaces de beber. No digamos luego que “hacemos todo lo posible”, cuando, realmente, podemos saber que lo que hay que hacer está en otro lugar. No en el exterior. ¡No en la manifestación!
Hoy, siglo XXI de nuestra era cristiana, cada ser humano –salvo excepciones- es un elemento residual contaminante, con escasas posibilidades de rectificación. Escasas.
¡Pero al decir “escasas”!, se implica que aún quedan posibilidades. Y ese “aún” es ¡el que reclama el sentido orante!; ¡el que reclama!... el replanteamiento constante; ¡el que reclama!... la vida del ánima ; el que reclama… el hacer impecable; ¡el que reclama!... la obediencia; el que reclama… ¡el rigor!; el que reclama la alegría; ¡el que reclama la sinceridad!
En su escasez… ¡bullen!... como pompas de jabón.
Desde nuestra naturaleza, se grita… ¡con pasión! ¡Con “pasión”!... de tono, y “com-pasión” de compadecerse a sí mismo, para modificar, ¡para variar un ápice! Y todo volverá a ser primavera. ¡Un ápice!
El sentirse un residuo con escasas posibilidades de dejar de serlo, sentirse contaminador, contaminante, implica… –con esos recursos que hemos enumerado; y hay más, pero aunque sean escasos son… exigentes- implica… –el darse cuenta de todo ello- el ponerse, el disponerse… –gracias a la perspectiva orante…- el ponerse, el disponerse –insisto- a realizar un… un ¡“es-fuerzo”!; ¡volver a ser la fuerza capaz de generar un ciclo vital sin residuos! ¡En consecuencia, sin desgaste! ¡En consecuencia, sin deterioro! ¡En consecuencia, sin degeneración! En consecuencia… ¡con ánimos de eternidad!, con visos de Infinito.
Y es apelando a nuestra propia naturaleza que podemos gestarnos en esas dimensiones.
Es la misión imposible que estimula a que sea posible.
¡Es abandonar el criterio y el principio de desgaste, de deterioro!...
Es dejar fuera el cansancio, la torpeza, el desánimo...
Residuos… que van a bloquear articulaciones, actitudes, gestos; ¡que van a contaminar!... a otros que, ya teniendo sus propios residuos, se ven inundados por otros.
Esto no es labor de un día, ¡ni de una semana! Es una labor de conversión, una labor de cotidianidad, ¡una labor purificante con lenguaje actual!, con un lenguaje operativo sobre el que se puede, el ser, ejercitar. ¡Y que, a la hora de hablar de una purificación anímica o espiritual, estemos hablando de un hecho evidente!, ¡de un comportamiento… concreto!, ¡de una actitud clara!… que luego pueda conducir a la palabra “purificación” como un sonido central.
En esas perspectivas, no sirve el “yo soy así”… “éste es mi carácter”… No sirve una actitud residual.
Se precisa una actitud de revisión y de cambio constante, ¡hacia un sentido purificante! Eso conlleva un ejercicio de alegría, de atención, de cuidado… ¡no solamente propio sino también ajeno! ¡Somos un cuerpo de vida, toda la humanidad!, y todo sistema viviente.
Las algas también sufren las consecuencias de nuestra contaminación residual. Y se deterioran. Y se mueren. O se hipertrofian… y crecen desmesuradamente –por poner un ejemplo… real-.
Y es esa forma de pensar… “supervalorante”, la que deforesta, la que se come el mar, la que destruye montañas, la que es capaz de dañar a otros… para sentirse mejor.
Y esa posición aún dispone de escasos pero intensos recursos para… ¡cambiar su spin!, es decir, su giro, ¡su sentir!, ¡su sentido! ¡Y cambiar la perspectiva de que todo ciclo y todo ritmo precisa la generación de un residuo!... que, finalmente, por mucho que se recicle, siempre algo va a quedar ¡¡O no!!
Hace apenas cien años, la vida media del hombre alcanzaba los treinta y cinco, treinta y seis... Cien años después, sin grandes acontecimientos, ha triplicado su… o casi ha triplicado sus expectativas vitales.
Sirva ese ejemplo para darnos cuenta de que, con muy pequeños cambios, la perspectiva de cambios ya generalizados se hace enorme; de la misma forma que, el ser, gestador de residuos por sus criterios y conceptos, puede modificarlos y, a partir de ese instante, entrar en otras dimensiones de convivencia, de compartir, de convivir, de “so-li-da-ri-zarse”, para… entrar –¡quizás!, también- a otro periodo de permanencia muchísimo más largo…, gracias a la pérdida de roces… a la disolución… de gasto, en definitiva, a la corrección de residuos.
E inevitablemente viene la pregunta: ¿Pero… el uso de cualquier energía ya implica… ya implica un gasto, un metabolismo, un residuo, un reciclaje, un…?
¡No!
¡El uso de la Fuerza Divina no conlleva residuos!
¡Y ése es el auténtico alimento! Ése es el sustento que nos mantiene… a toda la especie viva. ¡La toma de consciencia de ese alimento, de esa Fuerza, de esa energía, como elemento operativo en nuestra… vida, nos da… esa activación de las escasas posibilidades! “Escasas”, que, bajo el influjo Divino, se convierten en ¡”grandiosas”!
¡Hay que aprender de nuevo!
¡Hay que reinterpretar otra vez!
Hay que precipitarse al futuro… hacia donde Dios corre.
¡La comunión-comunicación en lo Divino!... como la auténtica fuerza que no produce residuos. Sin duda, también aclarar que “utilizada adecuadamente” –lo cual tampoco es fácil-. ¡Pero al menos el guión está ahí! Debe llevarnos a una redistribución de nuestras disposiciones al hacer, al estar, al sentir.
Y si… ¡en el Nombre de… lo Eterno! se ejercitan las acciones –en materia, en funcionamiento… en producción, en…-, ¿no cambiarían multitud de acciones y la forma y manera de realizarlas y producirlas?
Tenemos y disponemos, además, de ese intento que hicieron las religiones –¡fallido!, ¡egoísta!, ¡soberbio!-, ¡y que siguen haciéndolo!, para saber lo que no hay que hacer.
Probablemente estemos en la vibración… sí, en la vibración… de que se pueda –como posibilidad- ejercitarse en otra forma de concebir, pensar, idear.
¡Quizás sea el momento propicio... hacia la conceptualización de residuales contaminantes y la posterior decisión de ejercitarse, desde las escasas opciones, bajo el ánimo de lo Divino!
No hay tiempo que perder… Se lo lleva Dios.

Ámen.


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