No es virtuoso aquello que deja residuos dolorosos
21 de julio de 2025
Se extienden los despropósitos de nuestra comunidad humana. Se expanden las guerras, se incrementan las corrupciones, se debilitan las leyes, se normalizan los insultos… y un largo etcétera que vamos viviendo, que vamos contemplando, que vamos meditando; que la Llamada Orante nos advierte de que las proporciones grandes de estos acontecimientos terminan calando a las proporciones pequeñas de individuos, de convivencias, de comunidades.
No somos ajenos a los desmanes que se generalizan. Debemos preservar las virtudes, mantener firmes las convicciones, y estar en solidaria disposición, para que el desequilibrio general que cada vez más nos rodea pueda ser atendido, pueda ser comprendido, pueda ser valorado y, en consecuencia, disponerse a servir para frenar –al menos- la posibilidad de que cada vez más, a través del desarrollo del individualismo, se replique, en cada ser, lo que ocurre en grandes comunidades, países y gobiernos.
En otros tiempos, podían ocurrir y suceder acontecimientos que quedaban ahí, encapsulados. Pero, hoy, cualquier acontecer salpica y llega hasta los últimos rincones.
Y mientras unos –por ejemplo- apuestan por energías necesarias para seguir con este ritmo vertiginoso de vivir, a través de lo nuclear, otros talan árboles para sustituirlos por placas solares. Y no hay conciencia social ni medios que faciliten una –al menos- protesta, con un mínimo de posibilidades de variar el desarrollo de estas decisiones.
La ciencia no parece ponerse de acuerdo. Implicada en la política y en la filosofía del más fuerte, y en el rendimiento económico, arrasa con las voluntades.
Y el ser se encuentra deslocalizado, desprovisto de posibilidades… y se secuestra a sí mismo.
Y gesta un mundo de apariencias y de escondites, con lo cual se hace, evidentemente, más y más difícil el convivir, el compartir, el consensuar.
La desconfianza y la vanidad personal se juntan para apoderarse de las voluntades. Y la voluntad queda merced al triunfo, al fracaso, a la opulencia, a la miseria…
La turbulencia está servida.
La Llamada Orante nos percata de todas estas situaciones, con el fin de que mantengamos ese vínculo entre la Creación y nuestra realidad; que seamos reflejos de su universo, como microcosmos que somos, y nos demos la garantía de navegar por los espacios de claridad, de solidaridad, de análisis, de estudio, de afectos…
Es tiempo de purificar defectos, para crear afectos hacia uno mismo y hacia el entorno.
No vale meter la cabeza en el agujero. No vale decir “esto no va conmigo”. No vale eludir nuestra naturaleza.
Y decir “no vale” es decir que, con esas actitudes, el ser se debilita, se hace un ignorante provocador que se conforma con vivir al margen, renunciando a sus capacidades cognitivas, a sus criterios, a sus palabras. Llegando a ser, la miseria, la pobreza, la ignorancia, una norma que aqueja a unos… a unos millones. Es el pago por el desarrollo, por la evolución, por la ciencia, por la tecnología, por…
No es virtuoso aquello que deja residuos dolorosos.
“No es virtuoso aquello que deja residuos dolorosos”.
Pero la Llamada Orante no se queda en el lamento. Que tampoco era la pretensión. Era la advertencia; o es la advertencia. Y, como vida gestada desde la Creación, conserva la espera esperanzadora que ponga en evidencia la necesidad de reencontrarse como universo, de descubrirse como unidad.
Y ese deterioro progresivo y expansivo nos estimula para la ideación de nuestro compromiso con lo viviente, empezando por nosotros mismos.
Y todo lo que es deterioro brinda la oportunidad de la confianza en lo misterioso, en lo pulcro, en lo idealista. Por tanto, subyace, entre tanta desesperación, una esperanzada promesa: esa promesa de sabernos cuidados, sabernos guiados y mantenidos por ese Misterio Creador.
Y a los dolores, y a los dolores de los dolores no se les debe permitir escribir nuestra vida como drama y tragedia; como punto final.
Más bien, debemos buscar la génesis de todos esos dolores de dolores, que nos hizo mencionar por un tiempo, llamar, a este lugar del universo, “el planeta Dolores”, y que ahora se hace un gemir continuo, una rabia incontenida.
Si somos decididamente peregrinos de un vivir clarividente, de un vivir ilusionante, aun rodeado de desastres, debemos cultivar la palabra, los gestos, las actitudes.
Y en nuestra adaptación a los desastres, no darles el valor que habitualmente se les da a esos desastres, sino más bien recrearse en lo que se debe cultivar cada cual, según sus talentos que le han dado; si no, es fácil verse arrastrado hacia la vulgaridad o hacia el descompromiso permanente.
Es fácil llegar a la conclusión de que… “¿Y yo qué puedo hacer?”.
Y verse como individuo –en este individualismo creciente- con imposibilidad de influir, de incidir sobre lo que transcurre. Y así, fácilmente ir delegando y delegando –en sustitutivas normas, leyes y costumbres- nuestros ideales, fantasías e ilusiones.
No es difícil… aunque no resulta eficaz, pero no es difícil mostrar, a través de la historia, cómo ese individuo, hombre o mujer, hicieron tal o cual cosa, descubrieron tal o cual cosa que cambió y se extendió a todas las comunidades.
Pero esos ejemplos no llegan –aunque son evidentes-, y cada uno se infravalora: “No, pero yo no soy científico”. “No, yo no soy importante”. “Yo no soy…”. Y así evita cualquier compromiso.
Ciertamente, la realización de un solo ser, ¡anónimo!, se expande hacia todo el universo.
Ciertamente.
Probablemente no veamos nuestras acciones anónimas en su expansión, en su desarrollo y en su incidencia; o a veces, sí. Pero la bondad que se gesta en un ser no tiene fronteras, no tiene impedimentos…
Respira…
Y en ese respirar… otros inspiran.
Es preciso, sin duda, una posición de humildad y sumisión… pero con esa entrega incondicional a la bondad, a la solidaria actitud, conscientes de que no se queda en nosotros, sino que se expande a todo el universo.
¡Sí! Puede parecer exagerado. Pero cuando nos descubrimos como unitarios en la vida, en el fenómeno de la vida –que desconocemos, pero estamos en él-, no es difícil darse cuenta de que mis actitudes, actos, palabras e intenciones no se quedan aquí, sino que se expanden. Sí podemos hacer.
Y en cada uno está el arte de mostrarse –desde su intimidad, hacia el entorno- de una manera trascendente, adaptable… y con la disposición creativa que aporte el dinamismo suficiente para que, el viajero de luz, el peregrino humano, vaya dando sus bondades por allí por donde está, por allí por donde pasa.
Recordar que somos un diseño artístico de la Creación.
Y en consecuencia, nuestro espectro de acción es artístico. Y esto supone una búsqueda de la belleza.
Y esto implica… una recreación continua.
E igual que cada amanecer es diferente, cada día ha de ser una expresión de arte encaminado hacia la belleza, dada las cualidades que nos adornan.
Y es así como tendremos una reserva permanente de conocer, saber, expresar y darse, con la creatividad necesaria para mostrarse como artista que se enamora de su hacer, que ama su posición y, en consecuencia, precisa amar y ser amado.
Es la obra culminante del artista: Amar.
Es la obra culminante porque no se corresponde con ninguna arista ni ningún ángulo ni ninguna estructura. Sin renunciar al mundo conformado.
Y es así que la consciencia enamorada nos da ese aliento permanente de renovarnos, reafirmarnos y adecuarnos a las diferentes situaciones.
Y es, el amar, ese amar a la vida –que no sabemos qué es- y ese sentido de amar que tampoco podemos hilarlo, tampoco podemos poseerlo, pero que está ahí como la cohesión y el sentido de nuestro peregrinaje.
¿No va acaso el peregrino, en cada paso… –“no va acaso el peregrino, en cada paso”- ensoñando y amando el sentido de su peregrinaje?
¿No tiene acaso el ansia de encontrarse con lo que supone llegar y continuar?
Un peregrinaje eterno, pero que sin duda lleva la fuerza del Amar, gracias a lo cual se siente –cada uno- fortalecido y capacitado para realizar ese viaje, moviéndose o sin moverse.
El amar no tiene fronteras.
Áaaaamen.
***
That which leaves painful residues is not virtuous
2025-07-21
The absurdities of our human community are spreading. Wars are spreading, corruption is increasing, laws are weakened, insults are normalised... and a long list of other things that we experience, we contemplate, meditate on; that the Prayerful Call warns us that the large proportions of these events end up affecting the small proportions of individuals, of coexistence, of communities.
We are no strangers to the widespread excesses that are becoming generalised. We must preserve our virtues, keep our convictions firm, and be in solidarity, so that the general imbalance that increasingly surrounds us can be addressed, can be understood, can be valued and, consequently, be prepared to serve to stop –at least- the possibility that increasingly, through the development of individualism, what happens in large communities, countries and governments is replicated in every being.
In the past, events could occur and happen and remain there, encapsulated. But today, any event creates ripples and reaches the furthest corners of the world.
And while some –for example- opt for the energy needed to keep up with this dizzying pace of life, through nuclear energy, others cut down trees to replace them with solar panels. And there is no social conscience or means to facilitate –at least- a protest, with even minimal possibilities to change the course of these decisions.
Science does not seem to agree. Involved in politics and in the philosophy of the strongest, and in economic profit, it is sweeping away wills.
And the being finds itself displaced, devoid of possibilities... and abducts itself.
And it creates a world of appearances and hiding places, which obviously makes it more and more difficult to live together, to share, to reach a consensus.
Mistrust and personal vanity come together to take control of people’s wills. And the will is left at the mercy of triumph, failure, opulence, misery…
Turbulence is served.
The Prayerful Call makes us aware of all these situations, so that we may maintain that link between Creation and our reality; that we may be reflections of its universe, as the microcosm that we are, and ensure that we navigate through the spaces of clarity, solidarity, analysis, study, affections...
It is time to purify defects, to create affection for oneself and the environment.
It is no good to bury one’s head in the sand. It is not enough to say "this is not for me". It is no good to avoid our nature.
And to say "no good" is to say that, with these attitudes, the being weakens, becomes an ignorant provocateur who is content to live on the margins, renouncing its cognitive capacities, its criteria, its words. Eventually, misery, poverty and ignorance become the norm for some... for millions. It is the price we pay for development, for evolution, for science, for technology, for....
That which leaves painful residues is not virtuous.
"That which leaves painful residues is not virtuous".
But the Prayerful Call does not remain in lament. That was never its intention either. It was the warning; or is the warning. And, as life gestated from Creation, it preserves the hopeful expectation that highlights the need to rediscover ourselves as a universe, as a unity.
And that progressive and widespread deterioration compels us on to conceive our commitment to the living, starting with ourselves.
And everything that is decay provides the opportunity to trust in the mysterious, in the neat, in the idealistic. Therefore, underlying all this despair, is a hopeful promise: the promise that we are cared for, guided and sustained by that Creative Mystery.
And the pains, and the pains of pains must not be allowed to write our life as drama and tragedy; as an end.
Rather, we must seek the genesis of all those pains of pains, which made us mention for a time, to call, this place in the universe, "the planet Pains", and which now becomes a continuous moaning, an uncontained rage.
If we are decidedly pilgrims of a clairvoyant life, of a hopeful life, even surrounded by disasters, we must cultivate words, gestures, attitudes.
And in our adaptation to disasters, not to give them the value that is usually given to those disasters, but rather to recreate what each one should cultivate, according to the talents he or she has been given; otherwise, it is easy to be dragged into vulgarity or permanent disengagement.
It is easy to come to the conclusion that... "What can I do?”.
And to see oneself as an individual –in this growing individualism- with the impossibility of influencing, of having an impact on what happens. And so, easily delegating and delegating –in substitutive norms, laws and customs- our ideals, fantasies and hopes.
It is not difficult... although it is not effective, but it is not difficult to show, through history, how that individual, man or woman, did such and such a thing, discovered such and such a thing that changed and spread to all communities.
But those examples don't come –although they are obvious- and everyone undervalues themselves: "No, but I'm not a scientist". "No, I'm not important”. "I am not...". And so, any commitment is avoided.
Certainly, the realisation of a single, anonymous being expands to the whole universe.
Indeed, it does.
We probably don't see our anonymous actions in their expansion, in their development and in their impact; or sometimes we do. But the goodness that is gestated in a being has no borders, has no impediments...
It breathes...
And in this breathing... others inspire.
It is necessary, undoubtedly, a position of humility and submission... but with that unconditional dedication to goodness, to solidarity, aware that it does not remain within us, but expands to the whole universe.
Yes! It may seem exaggerated. But when we discover ourselves as unitary in life, in the phenomenon of life –which we do not know, but we are in it- it is not difficult to realise that my attitudes, actions, words and intentions do not stay here, but expand. We can do it.
And in each one of us is the art of showing ourselves –from our intimacy, towards the environment- in a transcendent, adaptable way... and with the creative disposition that provides enough dynamism so that the traveller of light, the human pilgrim, may go about giving his goodness wherever he is, wherever he passes by.
Remember that we are an artistic design of Creation.
And consequently, our spectrum of action is artistic. And this implies a search for beauty.
And this implies... a continuous re-creation.
And just as every sunrise is different, every day must be an expression of art directed towards beauty, given the qualities that adorn us.
And this is how we will have a permanent reserve of knowing, expressing and giving ourselves, with the creativity necessary to show ourselves as artists who fall in love with their work, who love their position and, consequently, need to love and be loved.
The culminating work of the artist is: to Love.
It is the culminating work because it does not correspond to any edge or angle or structure. Without renouncing the conformed world.
And it is in this way that the consciousness in love gives us that permanent encouragement to renew ourselves, to reaffirm ourselves and to adapt ourselves to different situations.
And it is love, this love of life –which we don't know what it is- and this sense of loving that we can't make sense of, nor can we possess it, but which is there as the cohesion and the meaning of our pilgrimage.
Doesn't the pilgrim, at every step... –"doesn't the pilgrim, at every step"- dream and love the meaning of his pilgrimage?
Does he not yearn to find what it means to arrive and continue?
An eternal pilgrimage, but one that undoubtedly carries the strength of Love, thanks to which one feels –each one- strengthened and enabled to make this journey, moving or not moving.
Love has no borders.
Aaaaamen.
***
