La vanidad de la consciencia humana reclama la propiedad de la vida
7 de agosto de 2023
Por el desarrollo extraordinario del poder, se ha ido generando la idea, la consciencia de que la vida es una difícil tarea por realizar.
Y se convierte, el hacer del hombre, en
una actividad en que supone un “trabajo” el lograr vivir.
Estamos hablando de consciencia.
El Sentido Orante nos habla de esa actitud
universalizada, globalizada, de “la lucha por la vida”.
Planteado así, vivir es un absoluto
fracaso.
Queda condenado a la destrucción.
Pero resulta que, si abrimos la
consciencia a otras perspectivas, el vivir es un hecho excepcional que tiene el
potencial para transcurrir, permanecer... Y, en sí mismo, vivir no supone... “no
supone” un esfuerzo. No supone una carga, una fatiga.
Y si se ha producido ese nivel de
consciencia es porque el desarrollo del poder humano ha alcanzado un nivel de
manipulación de ideas, creencias, recursos..., de tal forma y manera que el
poderoso, los poderosos, manejan y manipulan suficientemente el vivir
cotidiano, convirtiéndolo en un estar
y en un ser... que se cansa, que
pelea, que busca, que discute, que insiste, que...
Así...
así, vivir se hace una fatiga.
Pero no es esa la naturaleza de la vida.
La vida, en su excepcionalidad, al ser un
acontecimiento insólito, tiene los recursos para permanecer, transcurrir,
evolucionar... sin que ello suponga una fatiga, una guerra, una lucha “por”.
Y esta advertencia orante es importante,
porque nos sitúa en una dimensión, según la cual, la preocupación, la búsqueda –en
definitiva- de un cierto poder y dominio, es un camino que hace, del vivir, una
torpe experiencia.
Y así se explica que se busque, en
ocasiones, la llamada “muerte”, para desprenderse de la fatigosa vida.
Increíble.
Al convertir la actividad de la especie en
una “propiedad de la vida”, los logros, los triunfos, las ganancias...
establecen una competencia que resulta ser un combate diario. Un combate diario
para tener, para ganar...
Y, así, el vivir se convierte en una “empresa”
que busca producir, ganar y expandir su poder en muy diferentes niveles.
Y es así que se llega –en la actualidad-
al convencimiento de que la vida la
produce... es un producto de creación humana.
Los logros de la manipulación de las
diferentes especies, y el control y el dominio de unos pocos sobre la
globalidad de la humanidad, nos hacen creer “razonadamente” que la vida es un
producto generado por el poder del hombre.
En otros tiempos, las religiones daban la
idea de que proveníamos de una creación divina.
Y, en cierta medida, esa idea se mantiene,
pero ya como una especulación verbal, no como una consciencia sentida –en
general-.
El dominio y el control de las especies
por parte del hombre genera la idea de “creador”.
Diferentes poderes controlan el alimento,
el agua, la reproducción, el trabajo, la pobreza, la miseria, el conocimiento,
la salud... Y, claro, en esa situación, vivir es un tormento. Para todos; pero
en desigual medida, claro.
Esa es la consciencia que gravita sobre
ese grupo de humanidad que domina
tierra, mar y aire.
Posiblemente, no seamos –no se sea, por
momentos- conscientes de esta visión de la Llamada Orante. Pero cuando llega la
angustia, la ansiedad, la pena, el temor, el miedo, vivir se hace especialmente
difícil.
Y hasta podemos preguntarnos: “¿Pero qué gracia tiene la vida?”.
Y es ahí cuando tenemos que asumir la
excepcionalidad del vivir, lo insólito del acontecimiento, cuyo sentido es
permanecer y transcurrir eternamente.
Ahí tenemos que asumir otra consciencia que
nos permita no quedar atrapados en el salario, en la renta, en lo que puedo, en
lo que no puedo..., sino en el sentirme liberado por habitar en un Universo infinito.
La materialización de lo sutil, de lo
ideal, de lo fantástico, de lo extraordinario, de la belleza, del “arte”, nos
lleva a una consciencia simplemente productiva, de una guerra o lucha por
sobrevivir.
Y es así que la Llamada Orante se convierte
en ese soplo, en ese aliento que nos mantiene con el entusiasmo que supone la
consciencia de vivir...; con la
sorpresa que supone la suerte de encontrar...;
con la alegría que aporta el encuentro de sonrisas, de diversión...
Y todo ello nos puede conducir a estar en
una consciencia creativa, no productiva,
con la certeza de que esa consciencia creativa va a gestar los recursos que
precisemos en nuestro transcurso.
Y hay que fijarse... desde lo más material:
el darse cuenta de que, un día de respirar, masticar, hablar, andar... –atención-
supone una conjunción extraordinaria
de solidarias funciones de más de 70 trillones de células.
¿Es o no, extraordinaria, la vida? ¿Es o
no, milagrosa, la existencia? ¡Cómo ese conglomerado!... –desde la óptica material-
se ha puesto de acuerdo para generar esas funciones increíbles, como el hablar,
como el calcular, como imaginar...
¡Eso no lo hemos producido nosotros, como
humanidad!
Ha sido gestado por... infinitas
influencias. De ahí que llamemos, a la vida, “algo excepcional”, “extraordinario”,
“insólito”.
Eso debería ser suficiente motivo para que
nuestra consciencia de estar y de hacer se sintiera gozosa, ¡entusiasta!,
comunicativa, ¡solidaria! Dar una respuesta como la que todo nuestro organismo
da, solidariamente, para estar.
Y, en esa medida, la idea de que la vida
es una lucha, una competencia, un triunfo, una posesión, podrá diluirse, podrá
hacer cambiar la actitud de humanidad... y que pueda expresarse esa consciencia
de sentirme un acontecimiento insólito en el Universo, y comportarme como tal,
sin reclamar nada porque todo lo tengo, y hacer testimonio de mis recursos, que
todos y cada uno de nosotros necesitamos los de los demás.
La Llamada Orante advierte de que, en el
pensamiento “lógico”, se entienda la excepcionalidad, lo extraordinario y lo
insólito de la vida; su misterio, su
milagro.
Pero la cuestión es que, en el transcurso
del vivir humano, esa idea no se plasma en el hacer cotidiano. Y, de esa
manera, entramos en un raciocinio, en un razonar, en un calcular, en un
producir, en una renta, en una competencia.
Y así se expresa: “¡La vida es dura!”.
¿La vida es dura...? La vida es plegable,
adaptable, flexible, cooperante. Si no, no se hubiera promovido y expandido.
Pero la vanidad de la consciencia humana
se erige por encima de todo ello, ¡y reclama la propiedad de la vida!
Y así escuchamos: “Porque yo, con mi vida, con mi propia vida, puedo hacer lo que crea
conveniente”.
¡Nos hemos declarado propietarios de la
vida!
Desde la óptica espiritual y anímica, esa
frase de “la vida es mía, me pertenece,
hago con ella lo que quiero”, etc. –“propietario de mi vida”- es insolente;
¡como mínimo! Y, ¡claro!, convierte la vida en algo ¡duro!, que lucha por
tener, por ganar.
Urge que la consciencia de vivir se convierta en una consciencia de
eternidad, de infinito; que disolvamos nuestra posesión, nuestra pertenencia.
No
nos pertenecemos. Somos una expresión misteriosa de
la Creación –como frase mínima-.
Y eso nos debe llevar a la idea de que no
tenemos que competir y defendernos y atacar... por la vida.
Dejar que la vida se exprese a través de
nuestra consciencia, sabiendo que ésta –la consciencia- es una intermediaria
fase... –“intermediaria fase”- en nuestra evolución.
Infinitas posibilidades nos envuelven.
Quedarse anclado en la propiedad de mi ser
es anular las expectativas de Lo Eterno.
Hagamos una expresión solidaria de ese
sentirnos expresión creadora, a través del sonido, en el mantra que nos pueda
conmover y sintonizarnos... para abrirnos a una consciencia universal... y
¡desprendernos de la propiedad combativa de nuestro ser!
aaAAAAAAAAMMmmmmmmm
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