Apariencias y Evidencias
16 de diciembre de 2024
Todo lo que se nos presenta y somos capaces de percibir de nuestro entorno, llamado “naturaleza”, se nos muestra bajo el signo de las evidencias, lo cual nos permite proyectar, calcular, ordenar, distribuir…
Incluso los procesos imprevistos e inesperados, se sabe que están… –como terremotos, como cambios bruscos en el clima-, se sabe que están ahí latentes, y que en algún momento puede fallar una falla… y un deslizamiento. No sabemos todavía prevenirlos… o advertirlos cuando van a ocurrir, pero resulta evidente que están.
Con la llegada del sedentarismo se presentan los cultivos, aparece el campesinado, y la evidencia del comportamiento del reino vegetal se hace total.
Responde a unas pautas y a un sentir común. Y permite multitud de variables.
Y, se insiste: hasta donde somos capaces de conocer, lo que se nos muestra es evidente.
¿Y qué ocurre con lo humano…? ¿Cuáles son las evidencias? Simplemente, de cualquier ser.
Cuándo empezó a ocurrir, no se sabe, pero el ser se hace apariencia.
Y “el arte” –entre comillas- de aparentar permite un cierto nivel de convivencia.
Es decir, todo estaba preparado evidentemente “para que”… Pero una de las piezas de la Creación, quizás admirada por lo evidente, trató de modificar-apropiar… ese Misterio.
Y fue entonces cuando no quedó más remedio que aparentar.
La apariencia es ocultar lo que se siente, lo que se es, lo que se piensa, lo que se intuye, lo que…
¿Y hasta qué punto… hasta qué punto esa posición es verdaderamente humana, verdaderamente natural? Porque podría ser que así lo fuera, y fuera una de las tantas variables evidentes que existen. Pero ocurre que cuando el ser se hace aparente, y su posición habitual es la apariencia, se disocia.
Al disociar su naturaleza entra en conflicto consigo mismo. Y ese conflicto consigo mismo le daña. Hasta el punto de que podría decirse –así, sin mucha certeza, ¿verdad?, pero con mucha evidencia- que el peor enemigo del ser es él mismo. Y no necesitaba un enemigo que fuera él mismo. Claro, cuando el enemigo de uno es uno mismo, la derrota está asegurada. Claro: conoce al otro, el otro conoce a éste…
Y la derrota acontecerá por diferentes o con diferentes manifestaciones.
Y en este extracto de visión, resulta curioso que el ser –en general- se refugia en la oración para mostrar sus evidencias.
Y está bien, sí, está bien, pero no puede ser que se justifique una apariencia, en base a una evidencia anímica-espiritual con el Misterio Creador. Se le coloca en una posición que no le corresponde.
Y así, el Sentido Orante resulta fragmentado, puesto que se ha ejercitado bajo lo evidente del ser, pero luego –luego- aparece la apariencia.
Y la oración se fragmenta.
Ese probablemente haya sido el mecanismo, a lo largo de la historia, por el que cientos de miles de millones de millones y de trillones de oraciones, de intenciones, etcétera, no culminaban con cambios de humanidades en el sentido de sus verdaderas dimensiones, sino que eran cambios de otras apariencias.
Y poco a poco se fueron sustituyendo –como así ocurre- las evidencias orantes, por las evidencias de psicólogos, de chamanes, de brujos, de hierbateros, de médicos, de sacerdotes… –ya no-.
Quizás por eso surgió la idea de “la oración continuada”: de ese estado de emoción y de intención en el que el ser, durante el día, tiene instantes y momentos orantes breves, muy breves, pero constantes… para así poder responder de forma evidente lo que es, cómo es… y facilitar la unidad del ser. Una unidad que resulte obvia para el entorno. Y así la sintonía será fácil.
En cambio, cuando la apariencia se perfila, se adiestra, la sintonía se hace difícil. Hay fragmentos, hay detalles que no encajan. Entonces, las susceptibilidades y las sospechas se hacen cotidianas. ¡Voilà!
Y no se trata de… –podría interpretarse- de descarnarse diariamente, de despellejarse para mostrar nuestras entrañas. No. Es la simple muestra de… mi estar, mi posición… para que me puedan encontrar, para que podamos intercambiar, para que sepamos si debemos compartir o no, o seguir…
No se trata de simplificar. Evidentemente las relaciones humanas son muy complejas, pero podemos sintonizarnos en fragmentos evidentes, con lo cual, la parte aparente pueda estar o no, pero sin conflicto.
Decía el refrán –que estará en la mente de todos-: “Las apariencias engañan”…
Y lo que no acaba de concebir el ser, en general, es que, increíblemente, en contra de su sensatez –si es que estuviera, ¿verdad?, pero pongamos que sí-, no son necesarias. Sí, porque se parte ya de la idea de que la apariencia es absolutamente necesaria para poder soportar a éste, a aquél, al otro, al otro, al otro y a uno mismo.
¡Error!
Si bien es cierto que cuando se recurre a las evidencias puede haber confrontaciones, puede haber… Pero ¡son limpias! ¡Son claras! Y rápidamente se solucionan, y se llega a un consenso, a un acuerdo. ¡Es así! Pero no se cree.
Quizás el deseo de posesión impide esa posibilidad, o la dificulta enormemente. Y se piensa que el mundo de la apariencia pues… puede tener la fiesta en paz.
Una fiesta en paz no es una fiesta. Si es que hasta nos traiciona el lenguaje. “Una fiesta en paz no es una fiesta”. La fiesta no tiene que ver nada con la paz. La fiesta es jolgorio, risa, bromas…
La paz –lo que entendemos por “paz”- es quietud, silencio, modosidad… Quietud.
Claro, por supuesto que hay montones de definiciones, pero en la misma definición de lo cotidiano está… el horror:
“Tengamos la fiesta en paz. No se puede hablar de esto, ni de esto, ni de esto. No se puede mostrar esto, ni esto, ni lo otro”.
Entonces, realmente, la fiesta se convierte en un sepelio; sí, en el preámbulo de una muerte. Por cierto, por cierto, por cierto, por cierto, con un gran esfuerzo. Si se empleara todo ese esfuerzo en… no sé, en mejorar la musculatura, el esqueleto, el humor… no sé, alguna otra cosa: mover una silla, limpiar una estancia, tendríamos todo impecable. Porque es mucho esfuerzo para disolver lo que soy y aparentar lo que no soy.
Y eso: que hay que hacerlo con el tendero, con el señor que llega, con la señora con la que me encuentro, con… O sea, continuamente. Es un esfuerzo francamente… demoledor. Sí. Demuele, claro.
Muchas veces uno se dice: “Estoy cansado, y no sé de qué”. Ya saben por qué, de qué están cansados: por el esfuerzo que se realiza en esa dimensión. Que es más del que parece. Si bien ya se ha incorporado de manera natural –qué palabra: “natural”-; que es lógico.
La Llamada Orante nos advierte, nos clarifica esta parte del estar, del ser, del convivir, que nos lleva al agotamiento, al enfrentamiento personal y –obviamente- con el entorno. Y se ofrece como Llamada Orante para que, a través de ese sentido inevitablemente transparente de evidencias que se establecen en el momento de orar, pueda ejercitarse.
Parece mentira, ¿no? Fíjense, fíjense en una cosa muy simple. Al sujeto no le da vergüenza, no se avergüenza ante lo orante, ante el momento de orar, de mostrarse como es. Quizá porque sabe que a quien se dirige la oración sabe de sobra quiénes somos, porque nuestra procedencia es un diseño de Él. Pero resulta sorprendente que, ante lo insospechado, lo inabarcable, no haya posibilidades de aparentar.
En cambio, ante lo manejable, lo dúctil, lo fácil, lo sencillo, como es con las especies y con la nuestra propia y con nosotros mismos, nos resulta… ¡puf!, difícil. Difícil sería orar. Muy difícil.
Pero sí recuerdan –sí recuerdan-, en aquel relato paradisíaco, cuando comieron de la fruta prohibida, del árbol de la vida del bien y del mal, que, ante la visita de Yahvé una tarde –fue por la tarde, dicen, sí; no sabemos por qué eligieron la tarde, pero bueno-, Adán y Eva se cubrieron con hojas de parra. Nos cuenta la historia.
O sea, ya empezó la apariencia, ¿no? La vergüenza. Trataban de engañar al mismísimo Dios. Y éste evidentemente se dio cuenta, ¿no? Dijo: “Algo ha pasado. ¿Por qué os cubrís?”.
Empezó ahí la apariencia.
Da mucho que pensar, sí. Un relato que quizás sea una revelación, quizás no, quizás sea una ocurrencia… pero que nos lleva a una compleja percepción.
Y he aquí que Yahvé, al ver lo que había ocurrido, decidió sacarlos de esa consciencia de estar y de vivir, paradisíaca, y los colocó en otra; en otra muy diferente.
Y quizás –quizás, en esta especulación orante- el hombre, el ser humano, se enrabietó, se contrarió, se molestó por ese castigo –vamos a llamarlo así-… y emprendió la nueva dimensión bajo el concepto de, con sus capacidades, desafiar al mismísimo Dios.
No hacía falta el demonio. Lo que pasa es que luego se inventó, por necesidades de guión, para justificar el rencor de lo humano hacia lo divino, y se achacó la culpa a ese impostor: el demonio; cuando resulta que el impostor era el mismo ser.
¡Oh-oh! A lo mejor, cuando muchas veces culpamos a éste o a aquél, de nuestras cuitas, si inspeccionamos nuestro estar, a lo mejor los culpables de nuestras cuitas somos nosotros mismos.
¡Oh!
Y el demonio de aquél y del otro no existe. Existe el nuestro.
¡Ah!
Sí, sí. Es cierto también que, de vez en cuando, unos u otros, aquellos o los otros, sueltan sus demonios.
Y podemos percibirlos… pero no son nuestros.
No podemos decir que nos dañan. No, no. No engarzan con nuestra ‘demoniología’ personal.
Pero, claro, dentro de la apariencia es más fácil atribuir al otro lo que me pasa, y no atribuírmelo a mí mismo… por lo que soy, cómo soy y cómo vivo.
Sí. Por supuesto, hay multitud de variables, multitud de puntos de vista. ¡Pues claro, pues claro! Las apariencias son infinitas. Lo evidente resulta sencillo…; simple, contundente y convincente.
Y es ahí –cuando es así y cuando la convivencia se establece bajo esos criterios- como resulta inevitable llegar a un consenso, consensuar. Es decir, dicho de otra forma: ponerse de acuerdo, tener un sentido común dentro de la individualidad de cada uno; que supone –sin duda- un transcurrir, un esfuerzo. Sí, sí, pero es un esfuerzo que culmina, en cada paso, de forma gozosa. Y no el martirio de la apariencia luctuosa de largo recorrido.
Recientemente, un prestigioso político, admirado, el señor Mujica, decía una frase nada… nada entusiasta. Y la traemos a colación ahora que estamos en este plano.
Decía: “He intentado toda mi vida cambiar, cambiar las cosas, y no he conseguido cambiar ninguna”.
¡Guau! Su vida, larga –que lo es-.
Y cabría preguntarse: “Pero usted ha tratado de cambiar las cosas, las cosas de fuera, ajenas a usted. ¿Y ha intentado cambiar las suyas?”.
Esto, evidentemente, es utilizar un módulo. No… Para nada es… –ni siquiera- una opinión contra el señor Mujica. No. Es un personaje público y, como tal, lo empleamos como frase.
Entonces es frecuente que el ser trate de cambiar a los otros y a los otros y a los otros, en base a las apariencias, no al consenso ni a las evidencias. Y, claro, con el paso y en el transcurrir de cambiar a los otros, utilizando apariencias, nada cambia. No. Las evidencias siguen siendo otras.
Y así se llega a la conclusión de que no hay posibilidad de cambiar nada… cuando resulta que todo es posible.
Reseñábamos esa frase hace mucho tiempo: “En el Camino de lo Siempre Posible”.
Pero, muchas veces, el cansancio de la apariencia retrasa y retrasa… el consenso de las evidencias.
La Llamada Orante nos abre, en este ama-necer, la advertencia de la naturaleza del ser, con el sentido de que lo evidente resplandezca en su inocencia, en su “sin trampas”, en su juego, en su manera diferente de ser cada ser, pero reconocidos como sintonía de una misma especie, con lo cual tienen un sentir común a compartir, a convivir y a desarrollar.
No una pelea continua y constante por permanecer.
Retornar a la inocencia de la evidencia… y alcanzar la transparencia de la ignorancia.
Retornar a la evidencia de la inocencia… y rescatar la evidencia del consenso como una vía de consistencia, como un sentido de unicidad.
La Piedad nos contempla en su Misericordia y en su Bondad, y con ella somos… “siempre posibles”.
Dignas expresiones de nuestro mensaje.
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Appearances and Evidences
2024-12-16
Everything that is presented to us and that we are able to perceive from our environment, called “nature”, is shown to us under the sign of evidence, which allows us to project, calculate, order, distribute…
Even unforeseen and unexpected processes we know they are…–as earthquakes, sudden changes in the climate- we know that they are there, and that at some point a fault can fail… and a landslide may occur. We don’t know yet how to prevent them… or warn about them when they are going to happen, but it is evident that they are there.
With the arrival of sedentary lifestyle, crops are introduced, peasants appeared, and the behaviour of the plant kingdom becomes fully evident.
It responds to guidelines and a common feeling. And it allows for a multitude of variables.
And, it is insisted: as far as we are able to know, that what is shown to us is evident.
And what about human…? What are the evidences? Simply about any being.
When it began to happen is not known, but the being becomes an appearance.
And “the art” –in quotation marks- of [1]pretending allows a certain level of coexistence.
That is to say, everything was evidently prepared “for”… But one of the pieces of Creation, perhaps admired by what is evident, tried to modify-appropriate… that Mystery.
And it was then that there was no other choice but to pretend.
Pretending is hiding what one feels, what one is, what one thinks, what one senses, what…
And to what extent… to what extent is that position truly human, truly natural? Because it could be so, and it was one of the many evident variables that exist. But it happens that when the being becomes apparent, and its habitual position is pretending, it dissociates.
By dissociating its nature, it enters into conflict with itself. And this conflict with itself harms it. To the point that it could be said –without much certainty, could it not? but with much evidence- that the worst enemy of the being is itself. And it didn´t need an enemy that was itself. Of course, when one's enemy is oneself, defeat is assured. Of course: one knows the other, the other knows this one…
And the defeat will come in different ways or with different manifestations.
And in this extract of vision, it is curious that the being –in general- takes refuge in prayer to show its evidences.
And it is fine, yes, that is fine, but it cannot be that an appearance is justified, based on spiritual-emotional evidence with the Creative Mystery. It is placed in a position that does not correspond to it.
And so, the Prayerful Sense becomes fragmented, since it has been exercised under the evident being, but then –then- the pretence appears.
And the prayer is fragmented.
That has probably been the mechanism, throughout history, by which hundreds of thousands of millions of millions and trillions of prayers, intentions, etc., did not culminate in changes of humanity in the sense of its true dimensions, but were changes of other appearances.
And little by little -as it happens- the prayerful evidences were replaced by the evidence of psychologists, shamans, witches, herbalists, doctors, priests… –not anymore.
Perhaps that is why the idea of “continuous prayer” arose: from that state of emotion and intention in which the being, during the day, has brief, very brief, but constant moments of prayer… in order to be able to respond in an evident way to what it is, how it is… and facilitate the unity of the being. A unity that is obvious to the environment. And then harmony will be easy.
On the other hand, when the appearance is outlined, trained, harmony becomes difficult. There are fragments, there are details that do not fit. Then, sensitivities and suspicions become quotidian. Voilà!
And it is not about… –it could be interpreted- of daily fleshing out, of skinning oneself off to show our entrails. No. It is the simple display of… my being, my position… so that they can find me, so that we can exchange, so that we can know whether we should share or not, or continue…
It is not about simplifying. Obviously human relationships are very complex, but we can tune into evident fragments, so that the apparent part may or may not be there, but without conflict.
The saying goes –which will be in everyone's mind-: “Appearances are deceiving”…
And what the being in general does not quite understand is that, incredibly, against its common sense –if it were present, right?, but let's assume it is-, they are not necessary. Yes, because we already start from the idea that pretence is absolutely necessary in order to be able to bear this one, that one, the other, the other one, the other and oneself.
Error!
It is true that when one resorts to evidence there can be confrontations, could be… But they are clean! They are clear! And they are quickly resolved, and a consensus is reached, an agreement. That is how it is! But it is not believed.
Perhaps the desire for possession prevents that possibility, or makes it extremely difficult. And one thinks that the world of appearances can… have a peaceful party.
A peaceful party is not a party. Even language betrays us. “A peaceful party is not a party.” A party has nothing to do with peace. A party is revelry, laughter, jokes…
Peace –what we understand by “peace”- is stillness, silence, modesty… Quietness.
Yes, of course there are lots of definitions, but in the very definition of everyday life there is… the horror:
“Keep the party in peace. We cannot talk about this, or this, or this. You can't show this, or this, or the other".
Then, really, the party becomes a funeral; yes, the preamble to a death. By the way, by the way, by the way, by the way, with a great effort. If all that effort were used on... I don't know, on improving the muscles, the skeleton, the mood... I don't know, something else: moving a chair, cleaning a room, we would have everything impeccable. Because it is a lot of effort to dissolve what I am, and pretend what I am not.
And that: you have to do it with the shopkeeper, with the man who comes, with the woman I meet, with… In other words, continuously. It is a frankly… devastating effort. Yes. It is devastating, of course.
Many times, one says to oneself: “I am tired, and I don’t know why”. Now you know why, what you are tired of: because of the effort that is made in that dimension. Which is more than it seems. Although it has already been incorporated in a natural way –such a word: “natural”-; which is logic.
The Call to Prayer warns us, it clarifies this part of being, of living together, which leads us to exhaustion, to personal confrontation and –obviously- with the environment. And it is offered as a Call to Prayer so that, through that inevitably transparent sense of evidences that is established at the moment of praying, it can be exercised.
It seems unbelievable, doesn’t it? Look, look at a very simple thing. The subject does not feel shame, does not feel ashamed before the prayerful, before the moment of praying, of showing himself as he is. Perhaps because he knows that the one to whom he prays, knows very well who we are, because our origin is a design of His. But it is surprising that, in the face of the unsuspected, the unfathomable, there is no possibility of pretence.
On the other hand, in the face of what is manageable, ductile, easy, simple, as it is with species and with our own and with ourselves, it is… ugh!, difficult. It would be difficult to pray. Very difficult.
But they do remember –they do remember- in that paradisiacal story, when they ate the forbidden fruit, from the tree of life of good and evil, that, before the visit of Yahweh one afternoon –it was in the afternoon, they say, yes; we do not know why they chose the afternoon, but oh well- Adam and Eve covered themselves with vine leaves. The story tells us.
So, the appearance has already begun hasn’t? The shame. They were trying to fool God himself. And he obviously noticed, didn’t He? He said, “Something has happened. Why are you covering yourselves?”.
That's where the pretence started.
It gives us a lot to think about, yes. A story that may be a revelation, perhaps not, perhaps it is an occurrence... but that leads us to a complex perception.
And lo and behold, Yahweh, seeing what had happened, decided to take them out of that consciousness of being and living, paradisiacal, and placed them in another; in another very different one.
And perhaps -perhaps, in this prayerful speculation- man, the human being, became enraged, upset, annoyed by this punishment -let's call it that -... and undertook the new dimension under the concept of, with his abilities, challenging God himself.
The devil was not necessary. What happens is that later it was invented, for script needs, to justify the resentment of the human towards the divine, and the blame was placed on that impostor: the devil; when it turns out that the impostor was the being himself.
Oh-oh! Maybe, when we often blame this one, that one for our troubles, if we inspect our being, maybe the culprits of our troubles are ourselves.
Oh!
And the demon of this one and the other does not exist. Only ours exist.
Ah!
Yes, yes. It is also true that, from time to time, one or the other, those or the others, release their demons.
And we can perceive them… but they are not ours.
We cannot say that they harm us. No, no. They do not fit with our personal ‘demonology’.
But, of course, within the appearance it is easier to attribute to the other what happens to me, and not to attribute it to myself… due to what I am, how I am and how I live.
Yes. Of course, there are a lot of variables, many points of view. Of course, of course! Appearances are infinite. The evident is simple…; simple, forceful and convincing.
And it is there –when this is the case and when coexistence is established under these criteria- as it is inevitable to reach a consensus. That is to say in another words: to reach an agreement, to have a common sense within the individuality of each one; which supposes –without a doubt- a process, an effort. Yes, yes, but it is an effort that culminates, at each step, in a joyful way. And not the martyrdom of the long-standing mournful pretence.
Recently, a prestigious, admired politician, Mr. Mujica, said a phrase that was not at all… not at all enthusiastic. And we bring it up now that we are on this plane.
He said: “I have tried all my life to change, to change things, and I have not managed to change any of them”.
Wow! His long life, –which it is-.
And one might ask: “But you have tried to change things, things from outside, things outside of you. And have you tried to change your own?”.
This, obviously, is using a model. No… It is not at all… –not even- an opinion against Mr. Mujica. No. He is a public figure and, as such, we use it as a phrase.
So, it is common for the being to try to change other people, and others and others, based on appearances, not on consensus or evidence. And, of course, in the course of changing others, using appearances, nothing changes. No. The evidence continues to be different.
And so, we come to the conclusion that there is no possibility of changing anything… when it turns out that everything is possible.
We reviewed that phrase a long time ago: “On the Path of the Always Possible.”
But, many times, the tiredness of pretending delays and delays… the consensus of evidence.
The Call to Prayer opens for us, in this loving-dawn, the warning of the nature of being, with the sense that the evident shines in its innocence, in its “no tricks”, in its game, in its different way of being of each being, but recognized as a harmony of the same species, with which they have a common feeling to share, to live together and to develop.
Not a continuous and constant struggle to remain.
Return to the evidence of innocence… and reach the transparency of ignorance.
Return to the evidence of innocence… and recover the evidence of consensus as a path to consistency, as a sense of unicity.
Piety contemplates us in its Mercy and in its Goodness, and with it we are… “always possible”.
Worthy expressions of our message.
[1]In Spanish, the words for 'to appear' (as in to seem), 'appearance,' and 'pretending' share the same linguistic root, represented by the word 'apariencia' (appearance) and the verb 'aparentar' (to appear or pretend).
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