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Lema Orante Semanal

 

La Oración nos llama, nos toca los poros de la consciencia

16 de octubre de 2023

 

Nos llaman a orar... hacia la búsqueda de promover nuestras donadas virtudes del Misterio Creador; esas que se emplean intermitentemente...; esas que luego hacen abusos o se convierten en poderosas...; o esas que… entristecen, languidecen y parecen olvidar su origen estelar.

Nos llaman a orar... para identificar e identificarnos, ante la Creación, de nuestro papel, de nuestra función.

Nos llaman a orar reclamando nuestra ignorancia y disolviendo nuestro “libre albedrío”: ese poderoso razonamiento de la soberbia, que busca así justificar el poder de una especie y el desprecio de las demás.

Nos llaman a orar... para que, en esa incertidumbre ignorante, seamos lo suficientemente inocentes como para descubrir la presencia y la acción de ese Misterio Creador en nosotros, con nosotros y entre nosotros.

Nos llaman a orar para que el protagonismo personal, el reclamo del mérito o el aplauso de los logros... no nos conviertan en títeres de nuestras vanidades.

 

Cómo escuchábamos en otras oraciones: He de decirme: “no soy de mí”, no me pertenezco. Soy una expresión de la Creación, del Misterio Creador”.

 

Y al no pertenecerme, no soy una propiedad que se compra, se vende, se alquila, se presta, se dona, se hereda… No. Soy un mensajero útil que se hace presente en un instante, por una misteriosa necesidad de lo que llamamos “vida”, y que preferimos denominar “especie vida”.

Y así nos sentimos vida universal, y dejamos de “categorizar” las especies, las clasificaciones, como si no tuviéramos nada que ver, o como si hubiéramos grabado con fuego la idea bíblica de que todo se nos da para que lo dobleguemos, lo dominemos, lo controlemos…

Una egoísta interpretación.

Todo se nos da para que admiremos, nos asombremos, respetemos, cuidemos… y nos demos cuenta de que somos, no ya “parte de”, sino elementos constituyentes de la especie vida.

Podríamos decir en algún instante que somos minerales, vegetales, animales… Y vacío. Y nada. Todo a la vez. Imposible de recoger como co-no-ci-miento’.

Y eso no implica limitación. Supone reconocer.

Reconocer que, en la medida en que estamos sometidos a nuestras leyes posesivas, seremos límites permanentes. En la medida en que no estamos sometidos a leyes de posesión, de dominio y de control, amplificamos nuestras consciencias y las hacemos dignas del viento, de la luz, de lo imprevisto y lo inesperado, del asombro, de la curiosidad…; del darse cuenta de que somos... entidades enamoradas. Sí, que enamoradamente hemos nacido por ese influjo: Ama-necer. Nacemos por el Amor de la Infinita Eternidad.

¡Y eso nos hace eternos!

Pero si la posesión se incorpora como “dominio de razón”, nos hace limitantes, limitadores y limitados.

 

 

Hemos escuchado que... “En el Principio era la Palabra. Y la palabra estaba con Dios. Y nada se hizo sin su recurso”.

Y hemos oído y escuchado… ¡palabras! Y hemos aprendido lenguajes, idiomas… Y han transcurrido impostores, esos que se llaman “tiempos” –que preferimos hablar de “instantes”-.

Y la Llamada Orante nos pregunta: ¿Y qué palabra –qué palabra-… o bueno, generosamente, qué palabras han calado en nuestra consciencia? Para que, con esa palabra –recordando también: “y una palabra tuya bastará para sanar”-, ¡una! –una que es, no solo expresión, leyendo entre líneas, de “una sola palabra”, sino entendiéndose con ello el mundo de las palabras-, que al saber... o, mejor dicho, al disponerse a escuchar, nos ha calado de tal forma que, por su sonido, por su entonación, por su teórico significado, por la fuerza, por el eco, por... –¡tantos matices tiene la palabra!...-. Bien, pues ¿cuáles nos han calado?

Y tiene su importancia saberlo. Preguntárselo, mejor dicho.

Pero la Llamada Orante nos lleva un poco más allá. Y nos dice: “Pues sí, probablemente recuerdes esta palabra y aquella y la otra y…”.

¿Y...? ¿Y...? ¿Se acabó el cupo?

Y exactamente –y así es- habitualmente se cierra –como las fontanelas en el recién nacido: esos orificios abiertos que laten ansiosos de amor-. Se cierra. Y así, éste se llama Ambrosio, aquélla se llama Linda, el otro se llama… Y éste es de Guatemala, aquél es de Singapur… Todo eso va cerrando ¿verdad? Éste se siente europeo, aquél se siente africano, el otro….

Y luego, para más cierre, uno es arquitecto, el otro es abogado… “¿Y tú qué eres?”. “Yo soy ayudante técnico sanitario”. “Yo soy ingeniero naval”. “Yo soy astronauta”.

Y luego se cierra un poquito más. Ya no queda posibilidad de que entre ninguna otra palabra, porque: Yo tengo…”. “Aquí mi hijo”. “Aquí mi mujer”. “Aquí mi marido”. “Aquí mi casa”. “Aquí mis Bonos del Estado”. “Aquí mis ahorros”. “Aquí mi pensión”…

Y eso puede empezar –¡y empieza pronto!- el cierre de fronteras de la consciencia. Y ya cada uno se queda categorizado en Alcobendas, en Alcoy, en Paris, en Roma, en Nueva York… con pasaporte y todo.

Y uno se pegunta –la Llamada Orante nos pregunta-: ¿Y qué pasa con las demás palabras, después de que ya eres todo eso?: ingeniero naval, ayudante técnico sanitario o... influencer –para ponernos un poco al día-. Una vez eso, ¿qué? Las demás palabras, ¿qué pasa con ellas?

¡Ah, bueno! Hoy, en el tiempo actual, pasan a ser Twitter, Instagram, Telegram… o cualquier “am” que pueda surgir. Lo cual es todavía más dramático.

O sea que podría decirse que hubo un tiempo, cuando el bebé dijo “¡mama!”, que aquello sí como que…

Por poner una manifestación inicial. Pero luego, con el cierre de fontanelas y el cierre de espacios, se fue gestando, por ejemplo, la famosa “familia”, que se la llevó a la categoría de “sagrada”. ¡Increíble!, ¿no? ¡Increíble!

Sí. Increíble, porque el atributo de “la Sagrada familia”, resulta que –según parece- su fundador –que no fundó ninguna familia, por cierto- pues nunca habló de la familia. Es más, estaba un poquito desapegado: “Mujer, ¿yo qué tengo que ver contigo?” –le dijo un día a su madre-. Eso parece mala educación, ¿no?

Luego ya, en momentos de apuro, parece ser que dijo: “Bueno, ahí tienes a tus hijos… En fin, yo estoy ocupado en otras cosas”. Y a cada uno que le seguía le dijo: “Tú, deja todo. Deja a tu padre, a tu madre, tus negocios. Todo. A tus muertos. Deja todo. Ven conmigo”.

¿Dónde está la familia?

¿Se la inventó Pablo de Tarso, o algunos interesados? Que, por cierto, el concepto de “familia” era propio de los esclavos, en el Imperio Romano. Sólo de esclavos. Se juntaban, claro. La esclavitud, la penuria, la tragedia… los juntaba.

¿Y cómo llegó tanto, que hasta a hacerse sagrada, y convertirse –es un ejemplo- en “lo más importante es la familia”?

Y se amplifica, porque no solamente queda en la familia genética –que vale la broma de decir: ¡y vaya usted a saber!-, sino que se amplifica: “la familia de la Seat”, “la familia española”, “la familia argentina”...

Pero… pero ¿qué es esto? ¿Cómo se ha cerrado tanto la consciencia, el poro de la piel? Aberturas para amplificarse y fundirse con el polvo de las estrellas.

“No, es que yo tengo este carácter… Es que ¡como tuve este trauma!...”.

Todos somos “traumatólogos”. ¡Claro! Porque todos afirmamos tener traumas:

“Y ese trauma me marcó”… –como si fuera un ganado al que se le marca con el sello del propietario-. “Me marcó”

Y bueno, ¿y no hubo más palabras entre medias, y cosas, para que se quitara el trauma? ¿Y no había pomadas para el trauma, o jarabes o inciensos...? Parece ser que no.

Y luego vienen las memorias históricas, las memorias dramáticas, las memorias óseas, las memorias fósiles…

Entonces, la vida se convierte en un trauma. Todos debemos ser traumatólogos, ¡claro!, para ver si al menos se puede arreglar alguna ‘ar-ti-cu-la-ción’.

¡Ah! ¡Qué palabra! Sí. La articulación es algo así como que une unas cosas con otras, ¿verdad?, manteniendo la propiedad de cada una de las partes, pero teniendo una sintonía de comunión solidaria para que, así, por ejemplo, se mueva la rodilla. Pero el fémur es el fémur, y la tibia y el peroné son la tibia y el peroné. Pero uno no puede existir sin ninguno de los otros, ni la cápsula, ni la sinovial, ni los ligamentos cruzados…

Bueno, pues parece ser que hay muchas roturas de ligamentos mentales cruzados. Y que se iniciaron con palabras, con aconteceres sonoros…

Pero ¿qué pasó luego? –insisto-.

La Oración parece decirnos que nos volvimos sordos. Sordos, no solamente auditivos: oído externo, oído medio, oído interno –o sea, sordos de orejas-, sino que sordos ¡de piel!

Millones de poros –tantos como neuronas- inundan nuestros pellejos, pero…

¡Cuántos poetas!, ¡cuántas canciones!, ¡cuántas escrituras!, cuántas conferencias, cuántos sermones, cuántas plegarias transcurren y han transcurrido, y pareciera –“pareciera”- que los seres... se repiten y se repiten.

Y en cierto modo es así. Y en la breve historia que cada uno recuerde…

¡No solamente suya!, sino de un poquito más: del entorno. Que existen otros continentes, de verdad. Que existen otras personas. Cierto. En serio. Que no hace falta tener el poder de conocer, para saber que existen.

Pues bien. Parece que la sordera se apoderó de la especie, en base a que la especie se apoderó de lo que encontraba. ¡Ah! Lo hizo suyo, y sólo se escuchaba a sí mismo, para asegurarse lo que encontraba... y hacerlo propio.

Claro, a partir de ahí, las fontanelas definitivamente se cerraron y los poros se hicieron impermeables          

 

¡Oh!, sí. Cierto es, cierto es que, como diría la canción: “en un rincón del alma”...

Sí. Hay rincones... –que no se saben y no podemos localizarlos, porque no tendrán espacio como tal- hay rincones que son permeables. Es que si no fuera así, no estaríamos, en consciencia, vivos.

Y por ello, se mantienen y se conservan las plegarias, las oraciones, las meditaciones, las contemplaciones. Porque… aunque pasen tiempos y siglos, el ser siente, “en algún rincón del alma”... –como diría la canción: “aún guardo el recuerdo que me dejó tu amor-, tu amor de lo Eterno.

Quizás en ese rincón, por donde fluye la inspiración del Misterio Creador, y que nos permite vivir, podamos transformar, podamos hacer fluir nuestras condenas por los traumas; ¡dejar de ser traumatólogos!; ¡pasar a otra especialidad... cuántica! –porque es tan pequeña que ni te das cuenta-.

¡Ah! “Cambiar de especialidad”… ¡Ah! Está bien.

 

Y sí, se dirá de inmediato:

.- Pero hay cosas que pasan, hay cosas que suceden que no se pueden olvidar.

.- ¿Y quién dijo “olvidar”? ¿Para qué está la memoria...? Pero, sin olvidar, quitar la marca. “Quitar la marca”.

.- Es que, después de aquello, ya…

.- ¡Sí, está bien, es lógico! Pasaste mucho miedo, te dio terror, sí, ya, ya, ya… pero ¡¡han pasado 36 años de eso!! Y todavía “eso” marca tu carácter y marca tu humor… Please!, ¡por favor!, ¡ya!, ya es hora de que… eso está ahí y sabes, pero… ¡pero vinieron otras cosas! ¡Ah! Pero no las escuchaste. No, no, no.

 

La Oración nos llama, nos toca los poros de la consciencia.

¡Y no voy a dejar de amar y de enamorarme, porque un cura pedófilo me persiguió en la infancia, en el colegio! ¡No!

.- ¡Pero aquello pasó!...

.- Sí, ¿y...? Tuvo mala suerte. No lo consiguió.

.- Pero pasó, y pasaste miedo y….

.- Sí, sí. ¡Pero luego me hice valiente! ¡Y me enamoré hasta veinte!

.- Sí. Y te abandonaron luego.

.- Bueno, sí, ¿y qué? Pero cuando miro las estrellas por las noches las veo en su sitio; son fieles. Y cuando percibo cómo vibra la vida del escarabajo, de la mariquita, de la lechuga, de… ¡del aire!, pues todas esas lastrosas y costrosas y traumáticas experiencias se hacen como… pequeñas lecciones de aprendizaje.

“Pequeñas lecciones de aprendizaje”. No, pequeños traumas traumatizantes.

Sí, sí. El Sentido Orante se mete en todas partes, se inmiscuye en cualquier rincón de nuestra alma, porque es el vehículo que tenemos para refrescar… el calentamiento global.

 

Sí. La Llamada Orante sabe sonreír. El Misterio Creador no es un poderoso francotirador que nos martiriza y nos persigue.

Es un Misericordioso y Bondadoso gestador de vidas eternas.

 

Sí. Como dicen ahora algunos científicos astrofísicos: “Parece ser que el Universo es inteligente y evoluciona”.

¡Oh! ¡Oh! ¡Han tardado en darse cuenta! ¡El Universo es inteligente!… ¿Y dónde está el cerebro del Universo?

También se ha descubierto que las plantas son inteligentes, y tampoco tiene cerebro.

¿A ver si los que tienen cerebro son los más incompetentes? ¡Ah! ¡Muestras hay!, ¿eh? Sí. Pero no se trata de fustigarse, no. Ni muchísimo menos.

 

 

Así que nos decimos: “¿¡En dónde estoy...!?”.

¿Y qué podemos contestar? Pues la respuesta más lógica es:

.- ¿Para qué me preguntas eso, si sabes que no sé dónde estoy?

.- ¡Hombre!, estás en un lugar de La Mancha.

.- Ya, ya, ya. Deja a La Mancha tranquila. ¿Quién me pregunta? ¿El Misterio Creador me va a preguntar: ¿¡en dónde estás!? ¡Por favor! Yo solito me pregunto: ¿y en dónde estoy?... ¡No sé!... Flotando en el Universo; con la consiguiente ley de gravedad, porque puedo ser contaminante, contaminador.

Pero bueno, nuestra bolita azul está ahí, aparentemente tonta; se inclina un rato, gira sobre su eje, da otra vuelta alrededor del sol... y todas esas cosas que nos han contado; que parecen insuficientes, ¿no creen? ¿Habrá algo más...?

 

Y así, volviendo un poco a las manifestaciones orantes de hoy, si “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y nada se hizo sin ella”...

Algunas comunidades humanas advierten de que sólo existe aquello que tiene nombre. Lo que no tiene nombre, no tiene sonido. Le falta… eso: tiene luz, pero le falta el sonido. Porque quizás en el principio fue “Luz y Sonido”.

Quizás, lo del “el Principio” se queda muy corto, ¿no les parece? Sí, porque si decimos “principio” es decir: “¡Ah! Pues hace 20.200 millones de años luz que…”. No. “Principio“, no. La Eternidad no tiene “principio”. Lo Infinito no tiene “principio” ni “fin”.

Es difícil asumir eso, así, en consciencia pragmática, práctica.

Hay que entrar en otro estado.

Dejar de ser “traumatólogo”, dejar de ser “sicólogo”... y entrar a ser anónimo, poroso como la esponja… que se deja llevar por los vaivenes de los cantos del viento que percibe en cada respiración… y que… sonríe con cada suspiro… ¡Ayyy!

 

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