miércoles

Lema Orante Semanal

 Vivir es un ganar permanente y eterno, ¡inagotable!

2 de octubre de 2023

 

Despiertan los días con tonos de esperanza...; y, simultáneamente, aullidos de alimañas serpentean por las esquinas.

Parece que no hay tregua a el paso de la luz. Todo parece indicar que el sosiego es una entelequia...; que la calma es ficticia...; y sólo la serenidad es una posibilidad.

 

Cada criatura parece buscar sus soluciones a sus problemas, a sus creadas necesidades.

Todos se ven comprometidos, y pareciera que nadie esgrime su valía.

¡Ya habrá otros! ¡Ya le tocará a aquél o ya... responderán aquéllos!

El necesitado exige y el poderoso condena.

El necesitado necesita lo que el poderoso tiene, y éste lo tiene porque lo esclaviza.

Resulta ser una visión, un tanto ¿catastrofista?... ¿O de sensata evidencia?

¡Ay! Depende del ánimo con que se afronte, con la actitud con la que el despierto aplauda sus sentidos: que puede ver, oír, hablar, sentir, andar…; y aplaude a su cuerpo como si fuera resucitado.

 

¿Será… será todo –¿qué es “todo”?- será todo una apariencia? ¿Un conflicto de mentes que se han quedado atoradas en leyes, costumbres, normas, condenas...?

¿Serán consciencias fracasadas, porque han seguido exigiendo al mundo que les sirva, y no se han planteado servir?

Las justificaciones se pasean e inundan montañas, ríos, valles... y mares.

“Justificaciones”: justicias asumidas. Y como son justicias, bien vale justificarse.

 

En otros momentos, el destino es el augurio que avisa.

Y estamos sin escudo.

 

Todo, todo se tergiversa y se hace esdrújulo, enredos...; maniqueísmos mentales de trazas espurias.

 

¡Ay!, ¡orar!, ¡orar!... Nos llaman para que todo este burdo desarrollo, aunque quizás elegantemente expresado, sea redimido.

¡Sí! Nos llaman a redimir toda esa escalofriante... impresión de impresión de impresión de impresiones.

 

Por momentos corremos hacia las cavernas, o hacia la oscuridad o hacia la quietud, para ver si pasa lo que tenga que pasar... ¡para que no nos pase nada! O bien al desespero, a la rabia, a la inquina… y al dicho: “¡Ya decía yo!”. “¡Si ya me parecía a mí!”. “¡Si ya creía yo!”.

 El “yoísmo” de matanzas; sí, ese que mata cualquier anhelo o suspiro, ¡que se desespera ante cualquier alegría ajena... porque no es suya!, porque cree que entonces ¡le va a tocar menos!

Aleluya… ¡Aleluya!, ¡por favor!

Tenga la oración consideración, que hoy es lunes, y que empieza una nueva ocasión.

¡Aleluya!, ¡aleluya! Por favor, oración, danos los bálsamos generosos que nos nublen lo aciago, terrible y peligroso, y nos aclaren lo bello, lo alegre y gozoso.

¿No eres tú acaso, oración, la que nos llama para el disfrute de la contemplación de la vivencia de lo Superior...?

O quizás –¡aleluya!, ¡aleluya!, ¡aleluya!-, quizás… confundido se está cuando se pretende ser el privilegiado, ser el justiciero, ser el nominado a tener derecho a la furia, a la rabia, a la ruptura.

 

¡Aleluya! ¡Aleluya!

 

Nos llaman a orar... para clarificar el cúmulo de impaciencias.

Nos llaman a orar para percibir la serena ¡compasión! y ¡misericordia! Porque si no fuera así, el latido de la voz no estaría, la sed no llegaría, el hambre no reclamaría.

¡Aleluya! ¡Aleluya!

Nos llaman a orar para distinguirnos. ¡Sí!; para distinguirnos de un hacer dudoso, de un hacer “lo justo”, de un hacer con desconfianza.

Nos llaman a orar para que nuestro estar y hacer sea un hacer de entrega, de referencia ¡divina! ¡Sí! De ¡chispas!... como confetis de color que serpentean en nuestros ‘haceres’, en nuestros ‘estares’, en nuestras reacciones...

Y seamos escuchas pacientes, generosos y serviciales.

 

¡Aleluya!, ¡aleluya!

Porque enseguida es habitual que, ante cualquier reclamo evidente, normal o... nombrado, el ser responda: “¡Ah, no! Eso no lo llevo yo”. “¡Ah, no! Eso no es mío”. “¡Ah, no! Eso no me corresponde”. “¡Ah, de eso no sé nada!”. ¡Huida, huida, huida!: “No, no. No quiero aprender aquello, no quiero conocer lo otro. ¡No, no, no! ¡Eso no es mi problema!”.

¡Aleluya!

Nunca la vida ha sido un problema. El usurpar la vida, el secuestrarla en nuestra egolatría, es un problema.

¡Aleluya!

 

Por momentos, los seres parecen saber todo y conocer todo... y por otros momentos, cuando el compromiso les llama y les toca: Ah, yo no sé nada, yo no sé nada”. “¡Ah! No me he enterado, ¿quién lo ha dicho?, ¿cuándo?, ¿dónde?”. “Yo he oído... me parece que...”.

“Al-leluya”.

Un “Aleluya”, sí, para tomar aliento; para desprenderse de tanta conveniencia... y tomar el aliento que la vida, en su esplendor –sólo es esplendor-, nos da.

 

¡Aleluya!

 

Nos llaman a orar... con el sentido de renovar nuestras carencias, y que éstas dejen de serlo, para ser anuencias de proyectos, de posibilidades, de disposiciones.

 

¡Aleluya!

 

Nos llaman a orar para que el amar sea... ¡indisoluble! ¡Pero no por decreto!, ¡no por norma!, ¡no por rito!, ¡no por ley!... sino por ¡evidencia sentida!

 

Es, decirse: “No puedo dejar de amar lo que amo, porque es lo que da sentido a la vida, a mi vida, a las vidas”.

 

¡Aleluya! Pero con qué frivolidad, con qué facilidad se derrite ese amar, y se le ponen normas, leyes, costumbres, ritos y exigencias.

¡Condiciones!

¡Ah!, sí, la famosa “libertad condicional”. Debe de ser eso. ¡Aleluya!

 

Así que el amar se hace condicional: “Sí te amo, con la condición de que…”.

 

No es ese el plano en el que nos ama la Creación. No es ese el plano en el que, “a imagen y semejanza”, debemos ejercitarnos.

Sentir el amar es incondicional.

¡Aleluya!...

 

Nos llaman a orar para que percibamos ese Amor sin condiciones que nos brinda la Creación.

Nos llaman a orar para que, en consecuencia, cuando sintamos nuestras emociones, nuestras sensaciones, nuestras atracciones... y descubramos que son imprevistas, inesperadas, ¡extraordinarias!, especiales… atestigüemos todas esas cualidades y les demos el cauce que... nos lleve.

¡Aleluya!

 

 

Se hace… ¡se hace vibrante el palpitar de cada mañana!, cuando la luz se insinúa para escudriñar nuestros sentires, para activar nuestras fantasías, para disponernos a nuestras escuchas, para aprender… a dejarnos descubrir.

Para admirar ¡al entorno!... ¡Para admirar la virtud de todo lo que nos rodea!... y, al menos, saberse con la suerte... de una Providencia inagotable.

¡Aleluya!

 

¡Que no se apresure la condena a la oscuridad! Aún no ha llegado la luz. Cuando llegue… será claro. Nada habrá que temer.

Aguarda a que la claridad creciente te invite a subir en su viaje, como un pájaro; como un pájaro cantor que se divierte con el viento. ¡Aleluya!

 

No dejes que el vivir se anide de angustias, de temores y de pérdidas.

Vivir es un ganar permanente y eterno, ¡inagotable!, que no precisa competir; sólo ser fiel a lo que siente.

¡Aleluya!

 

Que el temor de pérdida no se acreciente; que cada día es una ganancia.

Que el juicio no se adelante; que el vivir es un arte. Si se le enjuicia... se esfuma la belleza.

¡Aleluya!

 

El cuido del amar no se derrite. El cuido del amar es la mar profunda que se renueva en cada ola; que resplandece en cada noche.

 

¡Aleluya!

 

La mariposa vuela confiada. No le preocupa el ruido, ni el color, ni el olor.

Se ocupa de ser lo que es. Se balancea en el vacío del aire... regalando sus colores, la fragancia de su silueta y el equilibrio de su sentir. De ese que se sabe solidario con todo lo viviente.

 

¡Aleluya!

 

 

 

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