Somos una desequilibrada estructura que se mueve en busca
del equilibrio
25
de septiembre de 2023
La Llamada Orante nos
pone de manifiesto, quizás –vamos a poner esa palabra- la única evidencia de
nuestra consciencia, fruto de una configuración biológica en un entorno en movimiento...: quizá, la única
evidencia es que habitamos en lo que hemos venido a llamar “Universo”.
Es decir, esa
pregunta que a veces se hace: “¿Quién
soy?, ¿de dónde vengo?, ¿qué hago?, ¿a dónde voy?”, etcétera, está bien, pero ¿cuál es la evidencia obvia, en
razón a nuestros recursos configurativos de nuestros integrantes? Que
habitamos, que estamos en lo que llamamos “Universo”; que es un conjunto de
fenómenos y de estructuras que actúan siguiendo unas “posibles” leyes,
siguiendo unos “probables” aconteceres...
Pero si decíamos
“quizá”, también habrá que decir que habitamos –en consecuencia, por lo que
acabamos de expresar- en un Misterio.
Porque, sí, puedo
conocer algo de la galaxia, de tal, de cual… pero enseguida nos encontramos con
las oscuridades de materias y energías. Esas son las prioritarias, las que nos
llevan al Misterio... y a realizar conjeturas e hipótesis: evanescentes
deducciones, fruto de nuestra capacidad –hasta donde se llega por estos métodos-.
Así que, el tomar consciencia
de que soy un habitante, que habito, que resido en el Universo, nos da, si
asumimos esa posibilidad...
Que, insisto, quizás
sea la única evidencia que podamos llamarla como tal:
.- ¿Dónde estás?
.- En el Universo.
.- ¿En qué parte?
.- Ah, mira. Ya eso son muchas preguntas. Aquí, en el Universo,
hasta donde llegan mis componentes biológicos integrados, no tenemos ni
derechas, ni izquierdas, ni arribas, ni abajos, ni al fondo, ni... No. Sabemos
que estamos en un Misterio.
Y dentro de ese saber
en dónde estamos, ¿qué podemos apreciar en la simple observación, e incluso en
las deducciones a las que se ha llegado?
Así, volviendo a las
evidencias, todo se mueve.
Cada parte de ese
“todo” lo hace con diferentes intensidades, frecuencias, ritmos…
O sea que... si soy
un habitante del Universo, y éste es un Misterio, y todo se mueve, soy un
producto de ese Universo.
No han creado un Universo
y luego han puesto al muñequito, no, sino que todo se ha creado
misteriosamente, incluso los muñequitos.
Que si vinieron de
allá… no lo sé. Que si fueron de aquí… no consta.
Y dentro de esa
perspectiva de evidencias, la Llamada Orante nos recalca también que ese
moverse… de misterios insondables que intentamos entender, comprender –y, en
alguna medida, reduciendo, reduciendo, reduciendo, reduciendo, con “algo” nos
quedamos-, ese movimiento está en un estado de equilibrio.
Y aquí “equilibrio”
significa que los movimientos, el moverse, se hace con un cierto sentido;
dentro del Misterio, claro.
Todo esto nos compete...
y de ahí que la Llamada Orante nos recalque la necesidad de sentirnos
habitantes del Universo.
Un Universo de Misterio,
desconocido; que, parcelas del mismo, más o menos inspeccionamos y deducimos.
¡Se mueve!... y está
en un extraño equilibrio. Y decimos “extraño equilibrio”, porque nuestra
palabra “equilibrio” supone un peso equivalente en un lado y en otro de la
balanza, y aquí no hay balanza.
Habitamos en un
corpúsculo de luz visible insignificante, si tenemos en cuenta el resto, que es la profundidad del
Misterio.
Y podríamos añadir –en
nuestras palabras otra vez- que milagrosamente se está en equilibrio. Así que
podríamos –así, por deducción sencilla y simple- vivir en movimiento, con la consciencia de infinito, en el hacer hacia
el constante equilibrio.
¿Por qué “el hacer
hacia el constante equilibrio”?
Porque... en la
observancia de nuestra constitución, no tenemos una balanza que equilibre
nuestra derecha y nuestra izquierda. Nuestros órganos son desequilibrantes. Pero
todo ello conjuntamente, cuando fluye con naturalidad,
se hace equilibrio: y el pequeño, que gateaba, se hace equilibrio y se pone en
pie, y juega a moverse y finalmente anda.
Así que podríamos
decir que somos una desequilibrada estructura que se mueve en busca del
equilibrio, en el seno de un Misterio... que es indefinible, pero que
pertenecemos a ello.
No somos entes independientes. No. Aquí todo está
interpendiente.
Pero ¿qué ocurre en
el hábitat del convivir y del comportarse?
Que la tendencia al equilibrio
–por encontrarnos en este Universo- no se ¿”materializa”? –¿podría ser?-, no se
“realiza” –podría ser la palabra-; lo cierto es que se polariza.
El movimiento del ser
se polariza hacia una dirección. Y aunque su tendencia como Universo es al equilibrio,
su consciencia de fuerza, su consciencia de capacidad, su consciencia de
admiración y su consciencia de recursos, le hacen tender a la seguridad, a la
posesión, al dominio, al control...
Y en consecuencia,
realiza maniobras de movimiento que estancan, que bloquean, que inmovilizan.
Y en consecuencia,
que dificultan su propia acción y,
obviamente, la acción de todo el entorno, desde la hierba más insignificante
hasta el elefante más enorme.
Nos llegan, después
de millones de años luz, ondas gravitacionales de algún proceso que se ocasionó
hace también millones de millones de años luz.
Todo se mueve.
Y nos llegan de paso,
es decir, que “pasan por aquí”.
No sabemos hacia
dónde van ni cuál es su objetivo. Especulamos sobre ello, eso sí.
Pero es evidente –por
lo poco que conocemos- que se han creado unas condiciones absolutamente
excepcionales en este lugar del Universo, para que tengamos la constancia de
que estamos ahí, para que tengamos la consciencia de que habitamos ahí; sin
perder el movimiento... y creando un equilibrio especialmente significativo.
Pareciera que el
desequilibrio nos impulsa a esa búsqueda equilibrante.
Que estuviéramos
cambiando constante y continuamente de estado.
Diríamos, “de estado
vibracional”.
Y aunque podamos decir
que “nos conocemos un poco”, cada día nos descubrimos algo diferentes.
De ahí que, con todo ello,
la Llamada Orante nos implique en un estar que se mueva en la
renovación, en la transformación. Que nos permita, desde el
desequilibrio, buscar un equilibrio creativo, en esa Creación insondable y
misteriosa.
Podría decirse que,
dentro de ese desequilibrio de Universo, que se mueve hacia el equilibrio, y
que lo mantiene simultáneamente, nuestra presencia está... con un ejercicio de
presencia que no se corresponde con esa dinámica universal, misteriosa.
Y no porque no la
tengamos, sino porque hemos secuestrado esa consciencia solidaria, esa
consciencia de comunión, esa consciencia de contacto, esa consciencia de interpendencia,
en beneficio individual.
Y nos hemos quedado –en
ese sentido- filiados al nombre, al apellido, a la calle donde nacimos, a la
casa donde está, a la provincia, al país… y de ahí no hemos salido.
¡Porca miseria!...
¿Es posible que no
nos hayamos dado cuenta de que habitamos en el Universo?
¿Es posible que la
única evidencia constatable no la empleemos en nuestro estar, sino que estemos
secuestrados en el zapato que llevamos, la ropa que nos ponemos, la comida que
preparamos?
¿Es posible que, como
humanidad, nos peleemos por un metro cuadrado de linde y organicemos ejércitos...?
Y eso sí, hacemos
banderas.
¡Y juramos por ellas!
Pareciera que –“pareciera”,
no; es así- que hemos tomado posesión de nuestros dominios en el Universo.
Y eso ya no es
ignorancia, es… desvarío. Sí; es desvarío porque están tan discordantes esas
coordenadas que, sin lugar a dudas, sólo a través del orar, el meditar y el
darnos cuenta contemplativamente de en qué forma nos movemos... Y movernos en
ese equilibrio, pero a sabiendas de que estamos “suspendidos” en el Universo.
El botón de una
camisa tiene consciencia de toda la ropa que abriga al cuerpo.
Es fácil decir, ante
esta frase –aparte de “absurda e inútil”-, que los botones no tienen
consciencia.
.- ¿No? ¿Y por qué se abrochan?
.- ¡No! Los abrochamos nosotros.
.- ¡Ah!, ¡ya! O sea que nosotros seríamos como el
Misterio Creador, y los botones serían como los muñecos humanos.
No gusta esto,
¿verdad? No, no gusta.
Pero, probablemente,
cada vez que se abrochen un botón, se acuerden del resto.
La irresistible
atracción del botón por el ojal, ¿no les parece apasionante? ¡Por favor! ¡Si es
que no salimos del mismo sitio! “La irresistible atracción del botón por el
ojal”. ¿O es que el ojal llama al botón?
¡Ah!, el famoso
cuento del huevo y la gallina. El ojal está hecho para el botón, y el botón
está hecho para el ojal.
Uno para el otro… Y
justo cuando se ensamblan aparece el equilibrio.
Estamos en una
consciencia realmente novedosa: que la Llamada Orante nos lleva para que, a
pesar de nuestra “manualidad”, seamos capaces de, con ella, trascender y
situarnos en el torbellino, en el ciclón del Misterio.
Las hojas del otoño
parpadean en su prestancia...
Coquetean con el
viento... y saben de su viaje...
Y contemplan cómo la
tierra las reclama.
En consciencia, cada
hoja planea su caída... para hacer
de su vuelo un arte...
Un arte de equilibrio
que le permita llegar a posarse...
A posarse... para ser
alfombra de la huella.
Vivir...
***