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Lema Orante Semanal

 

El llegar a la vida constituye una liberación

18 de septiembre de 2023

 

Cada transcurrir... se presenta como el protagonista de la historia de la especie: “Y antes era así, y entonces ocurrió aquello…”. Pero “antes de antes” era de otra forma. Y en la medida en que nos acercamos a “el ahora”, consideramos que esto es ya ¡el colmo!

Probablemente no nos demos cuenta de que nuestra capacidad cognitiva y de desarrollo de convivencia social ha ido cambiando... y, en consecuencia, ese cambio parece haber borrado esos pasados, que se pueden considerar mejores o peores, depende de cómo esté transcurriendo este presente.

Lo ideal sería que pudiéramos –y se puede- conjugar, compactar ese… tramposo tiempo, para darnos cuenta de que el pasado-presente-futuro se constituyen en falsos protagonistas que asumen liderazgos que ya ocurrieron, que ya pasaron, que fueron parecidos… pero que ahora, “por esa falta de memoria” –diría el tiempo-, lo consideramos nuevo, distinto. Y bien sea catastrófico o bien sea fantástico. En esa dualidad se maneja el ser.

 

Lo cierto es que hay algunas situaciones que perduran de una manera o de otra, y que pueden decidirse a ser “características” de la sapiencia de este “homo” que nos representa.

 

Y así, por ejemplo, la violencia ligada al poder... –y aprovechamos la sentencia religiosa: de pensamiento, palabra, obra u omisión”- está ahí... latiendo. Y pasan los milenios, y se la ve presente, y parece ser una característica inevitable para alcanzar una posición viable en la vida.

Cierto es que, a lo largo de este transcurrir, la “violencia-poder” se ha hecho cada vez más “sutil” o “civilizada” o... “ordenada”. Pero, a poco que se la mire en los prejuicios, en los apartados, en los claustros de castas… vemos que hay, de fondo, una violencia instaurada. Como por ejemplo en los emigrantes, ¿no?:

 

Violencias, desde las más terribles en su transcurrir hacia estos “jardines del mundo” –según cuentan políticos, que es Europa- hasta luego la permanencia, la estancia, el desarrollo…

La instauración de “los papeles”. ¿Cómo...? Seguro que el papel, en sí, nunca pensó que fuera tan importante. O sea, no, nunca pensó: "¿Yo voy a ser tan importante? ¡Si soy simplemente un papel!". Pues... pues sí. Llegó a ser tan importante, ¡y es tan importante!, que puede definir la historia de la vida de una persona: su comportamiento, su actitud, su trabajo…

¿Eso... no es violencia?

 

Un papel te puede condenar o te puede “garantizar”. ¡Un papel! Con su debida escritura, claro.

Es un ejemplo simple de entender, y de ver cómo la violencia de poder se estructura, se insinúa y se aplica a los seres, en base a su color, a su procedencia, a su lenguaje, a su religión…

Violencia de poder ¡tan diversificada!...

 

La Llamada Orante nos muestra cómo fácilmente podemos albergar, en nuestra consciencia, juicios, condenas, castigos… de forma habitual y natural. ¡Y ya está incorporado como código!: “¡Ah!, si haces esto, pues... ya no quiero esto”. “Si hago lo otro, ya no podrás...”.

Ese juego de poderes… violentos. Y dícese “violentos”, porque se han tomado como base unas normas, unas costumbres… y aquel que las propague o las promulgue o las…

 

¿Puede ser –nos dice la Llamada Orante- que sea el tiempo de desbrozar esa “violencia- poder” sostenida... que cada ser ejerce sobre sí mismo y sobre lo demás de una manera “natural”, “ordenada”, “lógica”, “entendible”, “comprensible”, “admisible por todos”…?

Es que la justificación del empleo de una actitud de poder o de violencia es ¡infinita!

 

Pero está ya justificada en la consciencia y en la ley...; con lo cual, las posibilidades de cambiar de actitud ¡no son fáciles!

Pero sí podemos ver... –y de ahí la Llamada Orante- sí podemos ver hacia dónde nos conduce, en este caso, este punto de referencia: “violencia-poder”.

Y nos conduce a esa posición que cada uno adopta como protagonista privilegiado que, adornado por todas las leyes, normas, costumbres, etc., por pensamiento, palabra, obra u omisión incide sobre los demás.

Y todo ese proceso, ¿realmente... –por ello quizás aparece esta advertencia- nos ha llevado a ser mejores, virtuosos, colaboradores, sensibles...?

 

¿Todo esto nos ha llevado a ser... compasivos, amorosos, incondicionales, fieles?

¿Todo esto nos ha llevado a ser capaces de asumir nuestra naturaleza, en todas sus plenitudes?

¿O más bien nos ha llevado a una mayor incidencia de la extensión de ese “poder-violencia”?

Una extensión hacia toda nuestra presencia.

Y que puede castigar con la indiferencia, con el silencio, con la mirada, con el gesto…

 

Si nos... –es algo obvio, pero por recordarlo- si nos fijamos en el mundo de la vida, podemos justificar fácilmente la violencia y el poder, pero también podemos remarcar las confluencias, las sintonías, las comuniones, los acuerdos, la unicidad latente.

Sí. También podemos ver que esa comunicación, esa sintonía de necesidades, está ahí... presente.

Y se ve que, como humanidad, la distorsionamos, la incomodamos, la impedimos, la secuestramos, la dominamos, la controlamos. No ya solo con la visión global de... de lo que hacen los países. ¡No, no, no! Estamos hablando del día a día de una persona, de un orante: que contesta con violencia, que actúa con indiferencia, que… etcétera.

 

Fácil es arroparse en la generalidad y sentirse excluido de esa... actitud.

O a veces –según necesidad- verse inmiscuido en ello, por ley, por justicia, por...

Realmente, llega a ser ¡terror!

 

A poco que se piense, la cantidad de veces que el ser se siente incómodo, mal, rabioso, vengativo, etcétera, por... porque el tendero no le ha servido como él esperaba, o porque su hijo o su pareja –o lo que sea- no responde efectiva y afectivamente como estaba... ¡instituido!, ¡instaurado!

Y eso ocurre cada segundo.

 

Y si tenemos presente esta Llamada Orante, estaremos en condiciones de tener otra actitud, otra disposición, otra posición... que no sea la de estímulo-respuesta, según patrones establecidos.

 

Ciertamente, según esto último que hemos dicho: “según patrones establecidos”, ¡qué y con qué facilidad... –a propósito de este apartado de “violencia-poder”- con qué facilidad el ser se condena!

Sí. Porque ya se condena... por sus propias normativas, leyes, costumbres, argumentos. ¡Ya está condenado! ¡Sólo hace falta que aparezcan los signos, los hechos, las circunstancias…!

Con lo cual, la posibilidad de modificar esa condena se antoja difícil.

Como en otras ocasiones se ha comentado: “estamos en libertad condicional”.

 

Y la Llamada Orante es un... ¡un resquicio! –visto desde la óptica del protagonismo, claro-. No nos atrevemos a decir que es algo más.

Es un resquicio para situarse en otra posición, y no cargar y no tener permanentemente el arma, dispuesta.

Que en cada tiempo puede ser diferente, pero es un arma, es una justicia, es una condena.

 

¿Podríamos dejar de ser condenados? Ya hacían la propaganda, las religiones: “Es que como sigas así, como hagas esto, te vas a condenar. Lo que hacían con todo ello era, precisamente, establecer una condena irremisible. Era una trampa mortal.

Pero, en cualquier caso, estaba ahí esa advertencia; que luego era una maniobra de condena más. Hasta llevar a personas a la hoguera, por infieles, por increyentes, por brujas, brujos...; con la algarabía popular, encima.

Ahora no se hace así. No. Ahora se va al abogado, al juez… o “se tira por la calle de en medio”... o se hace alguna otra barbarie.

Pero ese pellizco de condena está ¡ahí! ¡Y no somos seres condenados!... Somos seres liberados.

El llegar a la vida constituye una liberación.

La vida no es una condena permanente; que algunos así lo piensan, y llegan al suicidio porque sus planes no han funcionado; con lo cual, condenan al entorno también, porque termina siendo responsable de sus decisiones. Es interminable.

Y así parece que el único recurso es: “Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa", en cuyo caso... no se decide hacer ninguna otra cosa que no sea la que esté ya ¡incrustada!, ¡establecida!, ¡compulsada por la autoridad!: de la familia, del país... de la instancia que sea.

 

 

Ha pasado suficiente tiempo de esa impostura, como para darse cuenta, en consciencia, de cómo se han ido labrando, a fuerza de poder y violencia de diferentes formas y maneras, unos surcos, en la consciencia humana, que difícilmente van a recibir semillas.

Y difícilmente –si llegan- van a germinar, porque es una tierra violada, porque es una tierra arada... que había que ¡someterla!, que había que ¡castigarla!

Y ahora se la premia con insecticidas, plaguicidas, fungicidas, pesticidas, abonos nitrogenados… –por ejemplo-.

 

No se ha planteado el ser, como humanidad, sus tendencias y sus andanzas.

Se da por bueno lo realizado. Se da por bueno lo ejercitado. Se da por bueno… lo que nunca lo fue, pero se mostró como lo mejor.

 

Es fácil... –sí, fácil- fácil darse cuenta de las condenas que se tienen, de los condenados que tenemos o a los que hemos condenado.

Así que es fácil empezar a ‘des-condenar’ y ‘des-condenarnos’; a percibir, a sintonizar, a colaborar, a participar, a convivir.

 

 

El poder violento interior de condena y de autoinmolación debe ser descubierto, desprendido. Y en consecuencia... –y en consecuencia- la actitud similar o semejante ante el medio.

 

 

La Piedad nos acoge, sí. La Misericordia también.

Sí. Son palabras de poca enmienda, porque proceden de... ¿de dónde proceden? ¿Son propiedad de alguien?

Claro, lo hemos atribuido a que son propiedades de religiones, filosofías… No, no.

La piedad, la Misericordia, la Bondad son… sombrillas, paraguas que la Creación nos pone. Y que se derraman sobre nosotros para que, precisamente, podamos recoger la palabra, el mensaje y la transformación que nos lleve a dejar de ser ¡condenados!, porque no lo somos.

Porque somos habitantes del Universo.

Porque somos descendientes de una Creación Misteriosa.

 

Y así, en la medida en que la Piedad, la Misericordia, la Bondad... se ejercitan en nuestra actitud...

Y para ello tenemos que desprendernos de lo fijado, establecido, normalizado, normatizado y un largo etcétera… Si no, nos volvemos impermeables y escuchamos... “palabras”: “bondad”, “misericordia”, “piedad”, etc. ¡Bah! Rebotan.

 

Hay –parecen evidentes- signos evolutivos que nos muestran, en este caso, que esa posición de “poder-violencia”, ejercitada en sus múltiples facetas y desarrollos a los que hemos llegado, no nos conduce a liberarnos, sino que nos esclaviza más aún.

 

 

Podríamos decir: “Estamos a tiempo”.

 

 

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