NO HA FLOREADO
AÚN LA CONSCIENCIA CREADORA DE UNIVERSO
4 de
septiembre de 2023
Y a sabiendas de
que el todo se desplaza, el ser tiende, en sus senderos de la
historia, tiende a aposentarse en verdades, en seguridades, en dominios, en
posesiones...
Y la sensación de movimiento la dan las justificaciones.
Pareciera que se precisan
millones de transcursos para modificar una decisión, una propuesta.
Por una parte, la gran
justificación es la palabra “siempre”: “Es que siempre… siempre me
siento aquí, siempre poseo este sitio, siempre…”.
Es una digna aspiración
la palabra “siempre”, porque nos sitúa en nuestra inmortal presencia, pero en
un ejercicio de ella, más bien retenido, áspero, costumbrista...; sin la
curiosa actitud de valor.
Y se insiste una y otra vez: “No. Es que aquí,
siempre…”. “Es que yo, siempre…”.
Pareciera que a los seres
los han puesto como clavos o chinchetas, en un sitio, y no se pueden mover... y
así garantizan el seguro movimiento y posesión de “su sitio”.
El ser, con su consciencia, ha cartografiado la
posición que debe ocupar éste, aquél, aquéllos...
A poco que cada uno se
mire, es posible que descubra que... poco –“poco”- se ha movido de su sitio;
en el sentido global de su consciencia.
Y a la vez están las
palpitantes demandas de lo pendiente, de lo ausente, de lo imaginable, de lo
‘soñable’...
Y así, cada uno puede contemplar sus “reliquias” por
hacer.
La Llamada Orante nos
descubre esas posiciones, que no se corresponden con el lugar en el que
habitamos en el Universo. Que no sabemos cuál es; que lo definimos en base a
nuestro egocentrismo... y podemos decir que estamos a la derecha “de”, a la
izquierda por arriba “de”... Pero ¿dónde está eso?
Así que nos quedamos
enclaustrados con la estrella polar, el norte, el sur, el este y el oeste y....
el padre, la madre, el hijo...
No ha floreado aún la consciencia creadora de
Universo.
Es una “propuesta” que
late en las estrellas, que perdura en el verso, que se concreta en el poema...
y que nos hace sentirnos viento: invisibles, transparentes, móviles
y sonoros a la vez; todo simultáneamente.
Nos quitan las sillas, las puertas, las ventanas...;
nos quitan lo mío...
El viento no puede decirse a sí mismo que es suyo.
Y, en esa medida, no nos
aferramos al monolito de una razón, de una seguridad o de una pertenencia. Nos
hacemos volátiles viajeros, cargados –¡sin carga!- de historias; con todo por
escuchar, y mucho más por... decir.
Al ser viento,
escuchamos; percibimos a quien nos mueve, que no precisa esfuerzo, que no
necesita ayuda.
Como viento, gravitamos
para dar, para servir; para que, con la consciencia de respirar, podamos
aspirar perfumes... escuchar lo increíble... y atender hacia donde nos llevan.
Convertidos en
transparentes e invisibles, pero escuchantes, parlantes e imprescindibles y
necesarios a la vez, no podemos estar sujetos a cadenas, a dominios o a
pertenencias.
El Sentido Orante, en su
llamada, nos llama hacia lo “inconcluso”: un paso de inmortalidad
que no... que no termina. Y no por ello tiene algo pendiente, sino que lo
pendiente le aguarda... y le lleva.
Cuando “concluimos”,
cerramos las puertas, las rendijas, las ventanas... Y el ser tiende a hacerse
su nido, pero no para promoverse hacia nuevas aventuras, sino para “asegurar”;
asegurar espacios, tiempos... y para que quede bien, y así poderlos contar a
generaciones futuras.
¿No resulta un tanto patético...?
Y decir “patético” es
expresar todo lo que falta, todo lo que está
por hacer, todo lo que desconocemos. Así hay que concluir con
los restos, que la mayoría de las veces son elementos justificativos para
teóricas “nuevas” expectativas.
Por esas adhesivas
medidas de “siempre”, las consciencias se hacen conclusas, y aparece el tiempo,
el límite: ese feroz marcaje de la historia, que marca un inicio y un final. Y
lo suele rematar diciendo: “Así es, desde siempre”.
El lenguaje, sin duda, se ha hecho cómplice de la
prisión.
Decíamos en otro momento
orante, que estábamos en libertad condicional. Pero podríamos añadir, tal y
como transcurre la consciencia, que es una libertad condicional eterna...; que
es lo mismo que decir “cadena perpetua”.
¡Voilà!
Y así se van perpetuando
y conservando fósiles, huesos, tierras... y escribiendo historias que
justifiquen las “verdades”: las que imperen en ese momento; pero que, por su
posición imperial, no difieren de otras de otros imperios.
Y si seguimos con el
símil de “libertad condicional”, “cadena perpetua”... deberíamos buscar o
cambiar de abogado, ¿no?, a ver si éste –ante el juez de la ley, del orden, de
la tradición…- pudiera encontrar algún resquicio legal para que al menos
tuviéramos una prisión incondicional, revisable. Pero parece que es...
Es curioso –parece que
vamos a dar un salto orante, pero no-. Fíjense que existe “el abogado del
diablo”, ¿no? Y se usa cotidianamente: “Voy a hacer de abogado del
diablo: ¿Y si todo sale mal? ¿Y si se cae la columna? ¿Y si…?”.
¡Vale, vale, vale, vale! ¿Y dónde está el
abogado de Dios?
Porque, en esa
conversación, no se suele decir: “Bueno, ahora yo voy a hacer de
abogado de Dios: ¿Y si nos va bien? ¿Y si nos va estupendamente? ¿Y si nos
relacionamos mejor? ¿Y si nos saludamos? ¿Y si nos entendemos? ¿Y si nos
escuchamos? ¿Y si colaboramos?”.
Ah...
En realidad, el abogado
del diablo es el fiscal. Y estamos sin defensa en el momento actual.
¿Y cuál es nuestro
auxilio? “El Nombre de...”. Sí tenemos abogado de Lo Innombrable. Sí es, ese
Llamado Orante, nuestro abogado, que aboga por liberarnos de un juicio
¡injusto!, ¡sin pruebas!; ¡de un juicio manipulado!; de un juicio ¡rentista!;
de un juicio a esclavos.
Y como ya lo dice la literatura, tenemos el derecho de
una legítima defensa.
Si sabemos cuál es nuestro auxilio, no necesita
legitimizarse.
Nuestro origen nos
cualifica como defensores libertarios, reflejo de Creación. Pero necesitamos
hacer consciencia de ello, para no caer en la “turba” de lo condicional.
Sí. Porque esa turba se
hace turbulencia, y se hace incisivos barrotes, y se instauran las normas de
nuestras libertades.
Las libertades que tienen
normas no se pueden llamar “libertades”; simplemente son “normativas”.
Es como cuando se pretende legislar la libertad... y
de entrada ya se niega la liberación.
Fíjense en cómo las
sociedades están instauradas en estados de derechos... –que es lo más parecido
a una lápida-. Porque en la historia de humanidad se fue imponiendo y
desarrollando, en unos pocos, la idea de que el resto eran inútiles.
Y así, enseguida cada uno
se impuso su ley, y los vuelos del viento dejaron de soplar, y quedaron los
esqueletos de palabras.
Pero la palabra reclama
su aliento. La palabra demanda su naturaleza. La palabra, como ánima del
viento, ¡susurra!... su presencia.
Su mensaje no es de
sometimiento. Es de alivio, consuelo, bondad, suavidad, sonrisa...
Palabras que quedan suspendidas...
Y que, en la medida en
que las recogemos respirando, respirando en la escucha, nos hacemos diversos,
originales, excepcionales, únicos; vamos descubriendo nuestras naturalezas... y
dejamos de ser condicionales, condicionados, justificables, justificadores.
Nos hacemos viables invisibles; viables invisibles que
realizan.
Seguir la llamada que nos
promueve, que nos sitúa en la complicidad con el bien, hace de nuestro silencio
el aliado digno que permite el sonido de la palabra; y hace, de la palabra, una
historia viva, sin condiciones...; con el aleteo eterno de la inmortal
mariposa.
Volar.
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