La Llamada Orante nos llama a versionarnos
28 de agosto de 2023
Los templos están
exhaustos de albergar peticiones, plegarias y ecos. Las paredes se derriten
lentamente.
Las ansias de
privilegios se consumen en una guerra de materias.
Los horizontes
parecen serrados, como si un trozo faltara.
Las noches se hacen
tardías... y el interés mengua cada día.
Estos detalles pueden
constituir un reflejo del movimiento de consciencia de la especie.
Un reflejo.
Y es así que la Llamada
Orante nos sitúa en ese reflejo, para volvernos a comunicar que cada ser es un
templo. Para volvernos a decir que el privilegio, que la obtención y el logro….
no es el camino hacia la liberación.
Nos hace hincapié en
ese horizonte que se muestra con dientes de sierra, como si la vida se agotara
en estas tierras.
Nos reclama, la Llamada
Orante, la infinitud. Y despoblar de nuestras consciencias la sierra terminal
de una vida de dramas.
Y cierto es que cada
ser tiene un punto de compungida sensación; como si faltara algo.
Sí. Falta esa
conversión de tomar la consciencia de ser una expresión creadora.
Y como expresión
creadora del Misterio Creador, cuando surge, cuando aparece, cuando poco a poco
se va insinuando la compungida situación, esa expresión creadora nos advierte,
nos reclama que ésa no es la respuesta; que ésa es una consciencia aprendida,
que nos han enseñado, ante la falta o la dificultad para el logro, para la
consecución o para la pertenencia. Una carrera de obstáculos... cargada de
razones.
Carga pesada que
cronifica las sensaciones, haciéndolas herramientas con forma y manera, cuando
son expresiones de ánima –sin forma-, de inspiración; que, cuando se someten a
la razón, se esfuman o se hacen costumbre y hábito de compasión, de esa
compasión trémula.
Se nos presenta una
llamada “evolución”, cargada de repeticiones... y de esperanzas fallidas.
Tan fallidas, que se
soportan por la ansiedad personal de mostrar, tener, controlar, dominar...
Son muestras de
aparente fortaleza, pero de débil sensibilidad; carentes de aliento de
infinitos.
Reclama, la
conversión, la fe.
Reclama, la
conversión, la esperanza.
Reclama, la
conversión, la humildad.
Reclama, la
conversión, el amar sin renta, ni exigencias, ni imposiciones, ni condiciones.
Amar... humildad...
esperanza... fe… son los hilos de la Providencia. Son los que usa el gran
Misterio Creador, con el títere de la humanidad.
Suenan –en general- a
teorías, suenan a templos vacíos. Y suenan como reliquias, porque ya el amor es
razonable y negociable; porque ya la esperanza es espera calculada; porque ya
la humildad es pérdida de apetito personal; porque la fe es... es una
entelequia, un vaho.
Sí. El hombre, como
humanidad, tiene respuestas para la conversión... y apuesta por no realizarla,
seguro de sus logros y sus posesiones, ambicioso en su principio, desarrollo y
final. Hoy, los más cultos lo esgrimen como el gran descubrimiento. Proclaman
la muerte como victoria final, y la vida, un disimulo para llegar a ella, en la
que vale cualquier acción, con tal de ganar, producir, tener, controlar o
dominar.
En otros tiempos,
cuentan las historias que, cuando el ser se encontraba perturbado, recurría a “el
templo” y allí rescataba su identidad.
Quizás entendió que
había que construir templos en donde se albergaran todas las cuitas... y
alcanzaran por fin el olor a rancio oscuro y quejumbroso.
Difícil era concebir
que el templo era uno mismo: ese lugar que genera la consciencia cuando se
dispone al vacío, cuando se ofrece al silencio, cuando se desocupa de su
importancia personal.
Ahí, cuando eso se
da, está en el templo. Que es el eco del silencio del Misterio Creador; que es
el eco de la inspiración; que es el eco de la casualidad, de la sorpresa, del
descubrir sin buscar.
Sí, esa conversión se
busca. Se busca como algo perdido, pero se sabe que está. Se busca como algo
oculto, pero se sabe que es evidente. Se busca como algo precioso, pero no se la
sabe mirar.
La Llamada Orante nos
recoge en nuestros sentidos, para que miren, oigan, saboreen, olfateen, palpen…
el interior. El exterior es apariencia.
He ahí la conversión:
cuando disponemos de nuestros sentidos... hacia ese vacío interior que retumba
para que nuestra apariencia se muestre.
Atraídos por la
vanidad del poder, por el aplauso de la egolatría, por las ansias de idolatría
de suplantar, de declararse juez, parte, reo… –todo a la vez-, en ese “libre
albedrío” que se nos muestra como la omnipotencia.
Es semejante a
colocarse en un risco y dar un paso hacia adelante.
Siempre habrá otros
culpables.
Con todos, con todos
los pesares condicionales, condicionantes, todo ello no… no logra ocultar el
latido del converso, del que se siente verso, del que se siente un poema.
Es… más que “fácil”,
habitual, costumbrista… Y para eso están los dichos, los dimes y diretes: para
corroborar que “las cosas son así”. ¡Qué
terrible frase! Es una cárcel perpetua. Pero, por mucho que quiera eternizarse
el ser en sus destrozos, el latido de su esencia está ahí dispuesto, disponible.
No nací “malo” por
excelencia, ni nací “bueno” y me pervirtieron. Nací por amor Eterno.
¡Es bastante
diferente!
Al situarnos en la
referencia de la Creación, ese palpitante eco de nuestra procedencia se hace
audible, se hace sentible, se hace revelador.
Y nada especial hay
que hacer, salvo estar dispuesto y disponible... sin las raíces impuestas de
las razones propuestas. Esas que nos han dado, vendido, y hemos comprado para
garantía y seguridad…
¡De qué?
¡Ah, sí!: de las vanidades. Necesitan estar
seguras, porque su aliento es perecedero. Perecedero. Los recambios están
cerca. Nuevas vanidades vendrán, que harán, de las tuyas, una entelequia.
¿Merece la pena
asegurarlas? ¿Realmente se aseguran?
¡Qué importante es lo
importante!, ¿verdad? ¡Qué importancia tiene lo importante!... que hace, al ser,
ocuparse de lo importante.
¡Sí, claro! Enseguida aparecen las diferentes
e infinitas variables de importancia. Y un ejército de
prevenciones-precauciones rodean a cada importancia. Es una forma de hacernos
importantes.
¿Existe lo importante...
o ha sido una importación importante e importada?
Es bonito el juego de
palabras, porque nos demuestra la falsedad, la vanidosa apariencia de lo
importante.
Deja… deja… observa
por un momento… la importancia. Mírala un poco desde lejos. A lo mejor no es tan importante.
Sin apegos, no hay
condenas de aprecio.
Añadir defensa, a lo
que sabe defenderse, es una redundancia inadecuada.
La Llamada Orante nos
llama a versionarnos, a que nos
versionemos...
Descubramos nuestra
versión... en ese interior de sentidos, en esa vacuidad insondable.
Abrirnos a la escucha
del latido original. Ese que no reclama protagonismo. Ese que nos da
consciencia de ser y estar.
Amor, humildad,
esperanza, ¡fe!… como un nuevo resplandor del que tenemos constancia, pero que
ha sido razonablemente desalojado.
Si lo activamos,
entramos en nuestra versión...; nos hacemos ecos renovados... dispuestos hacia
un nuevo ensamble.
La advertencia orante
es presente, de ¡ahora! No hay que pensarla, “para ver si…”.
Orar es el instante inmediato de transcurrir en el Universo.
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