LAS JUSTIFICACIONES
20 de noviembre de 2023
Las circunstancias, a
manera de “entorno”, siempre son utilizables como justificantes.
Y ello supone que los
‘haceres’, las actitudes y las ideaciones de una vocación, de un proyecto, se
vean retrasadas, bloqueadas, aminoradas... y se conviertan en algo que “pudo
ser”, algo que “quizá alguna vez…”.
La Llamada Orante nos
advierte a propósito de las justificaciones.
Pareciera –“pareciera”-
que cualquier acción o actividad está condicionada; necesita justificarse, como
si precisara una legalidad, un permiso: permiso para vivir, permiso para
convivir, permiso para hablar, permiso para expresarse.
El acondicionamiento
que se muestra en las culturas, sociedades, comunidades, etc., se justifica; que, si nos acercamos un
poco más en lo que ello implica, descubrimos a un juez, a una justicia. Que es
lo que es una justificación: un juez que permite, admite, juzga, condena,
castiga...
Bajo el Sentido Orante,
la vida, la especie vida, no precisa de jueces, no necesita acondicionadores,
no vive de las aparentes libertades o prohibiciones.
Y ese acontecer –“vida”-,
ligado, custodiado, ayudado, auxiliado, cuidado… por el Misterio Creador, no
recibe de éste justicia. No se precisa.
El reclamo de
cualquier justicia es consecuencia de la incapacidad de escucha y de la pérdida
del respeto.
Y nos damos cuenta de
que el ser se expresa, se muestra, según su necesidad del momento de su actuar.
Y al entorno, el cual sirve habitualmente de coartada, otras veces no lo tiene
para nada en cuenta.
Lo cual constituye un
‘des-cuido’ en torno a la custodia
que el ser debe hacer en torno a la actividad de la materia viviente, para que
cada función se realice sin roces, sin incomodidades, sin secuestros, sin
paradas.
La comunidad humana
transcurre con el tropiezo, la inconveniencia y la arrogancia; que se acrecienta,
todo ello, de una manera progresiva. Y precisa de la justificación y de los
agravios comparativos para proseguir con esa actitud.
La Llamada Orante nos
aclara. Nos aclara que, esa actitud,
llevada a toda la actividad cotidiana, supone el protagonismo de cada ser, como
un obstáculo o una dificultad para el desarrollo de otros; cuando, en realidad,
como materia viviente de la especie vida, debería ser todo lo contrario.
Y esto no es una
opinión. Es una evidencia que se constata con el comportamiento de la vida: que,
para que ésta sea plena, necesita de la comprensión, de la adaptación, del
respeto, del cuidado, de la ayuda; de
la ayuda mutua permanente.
Y de una manera más
global, podríamos decir que precisa de una actitud de amor hacia el acto de
vivir.
Y, con ello,
desencadenar una secuencia de solidario intercambio entre lo que uno porta y lo
que portan los demás, en el término genérico de vida: ese intercambio de ayuda,
que no de esclavitud, que no de obligación.
Cuando la Llamada
Orante nos lleva por estos vericuetos, nos descubrimos infantes e ignorantes
incapaces. Mas no es ésta la idea; sí, que nos demos cuenta de la profundidad
que implican las palabras, que nos descubren las posiciones que tomamos. Pero a
la vez, nos dan esa sensación de profundidad en la que nos sentimos incapaces –en
principio- de abordar toda la sugerencia de cada palabra.
Y puede surgir el
agobio... y la sensación de incumplir y de ser incapaz. No es ése el mensaje. Es
todo lo contrario: partiendo de nuestra posición de ignorancia y de humildad y
de inocencia curiosa, descubrir, en la profundidad de cada palabra, un
descubrimiento que está –que está-
en nuestro ser.
Que lo que nos
muestra la Llamada Orante no es algo ajeno o impositivo o conductual. No. Nos
muestra la profundidad de nuestra naturaleza, nuestro vínculo con el Misterio
Creador, nuestras infinitas posibilidades, nuestra capacidad de comprensión.
Pero, para ello, el
mensaje orante se posiciona de tal forma que nos sitúa en ese infinito. Y
evidentemente nos sentimos –así, en principio- como muy pequeños y casi
inútiles.
Pero es justo lo
contrario, lo que pretende la Llamada Orante: es engrandecer nuestra posición
como un hecho insólito, como un acontecer sorprendente; pero que, ciertamente,
en su referencia con el Misterio de la Creación, es ínfimo.
De la infinitud y de
la pequeñez extrema... se contempla la grandeza de nuestra existencia.
Desde la pequeñez de
la grandeza extrema se contempla la magnificencia de nuestra existencia.
Al deparar en nuestra
presencia y sentirnos mensajeros liberadores, portadores de un mensaje eterno,
si eso lo asumimos, estaremos en disposición de situarnos en el sitio adecuado,
de promocionarnos de la manera precisa, ¡de ser un testimonio!... en la
pequeñez de nuestra grandeza.
La importancia, esa
importancia personal que se reclama, esa justicia, esa normalidad, esa –en
definitiva- exigencia cotidiana, es un lastre.
La Llamada Orante nos
hace ver que nuestras pretensiones, si no son expresión de un sentir enamorado,
transparente, limpio, se convierten en... –si no es así- se convierten en
justicieras posiciones de ofertas y demandas, de acuerdos o desacuerdos, de
gustos y disgustos, de reproches y exigencias.
Y que todo ello,
revuelto, termina siendo la frase: “Es
que la vida es así”. ¡No! La vida no es así.
Las muestras de una
vida “así” se han desencadenado por la arrogancia, por la egolatría y la
soberbia, al descubrir el ser la grandeza incomparable del Amar, la cual quiere
poseer. Y cada uno, desde su diferente posición y lugar.
Y esa vivencia de
Amor no es posesiva. Cada ser
vivencia su grandeza, y, como el Agua, el Amar del Eterno no desprecia ninguna
posición. No elige a éste o a aquél. Se derrama en todo lo viviente.
Y el ser de humanidad,
en su ego-idolatría, reclama… reclama celosamente su posesión. Y así aparece “mi
perro”, “mi gato”, “mi pareja”, “mi esposo”, “mi mesa”, “mi esposa”, “mi”, “mi”…
Ya se hace posesión.
Y con ello se
institucionaliza... y vuelve a ser: “Es que la vida es así”.
¡Reclama!... la
especie vida, en el ser de humanidad, una identidad que se corresponda con
nuestra naturaleza extraordinaria, excepcional, insólita.
No podemos dejar que
la marea de lo vulgar nos arrastre... y nos haga ser justificativos miembros de
agravios comparativos y de exigencias continuadas.
Y como en otras
ocasiones, la Llamada Orante nos advierte de que, precisamente por encontrarnos
en esa ola crispada del vivir, es el
momento de darse cuenta de que ese vivir y convivir no es crispación, no es
exigencia, no es demanda, no es obligación, no es premio ni castigo. Es
liberación... a través de ese Amar que brota sin que se haya buscado o sin
que se haya producido por nuestra interesada disposición.
Llegados a estos
niveles, por momentos parece imposible variar los rumbos de la continua oferta
y demanda. Parece imposible. Pero ya solo el hecho de decirlo –y volvemos a las palabras: “parece imposible”-, nos
demuestra que lo posible está en nuestro interior, lo posibilitante está
dentro. Que lo ‘im-posible’ es una
demanda que nos promueve a infinitas posibilidades.
No sabemos con
certeza cuánto esfuerzo habría que hacer en el neolítico o en la Edad Media
para modificar tal o cual comportamiento. Y ahora, en este transcurrir, no
podemos decir si es más exigente nuestro esfuerzo que en otro tiempo. Cada
transcurso tiene su acontecer y, con ello, su virtud... y su descubrir la manera de transcender. Y
es así como descubrimos diferentes momentos de nuestro caminar.
Ahora nos puede
parecer casi –“casi”- misión imposible. Casi. Pero, ciertamente, hay
estrategias, dentro del Misterio Creador, que nos colocan en el borde del
precipicio. Y como decían Escrituras: “Lánzate
al precipicio, que los ángeles vendrán a rescatarte y a recogerte. Está
escrito”.
Y cierto es, a la
vez, que no se debe provocar, en el sentido de “tentar” a ver si eso es cierto
o no. Pero sí que podemos casi adivinar
que nos ponen en posiciones de vértigo. Y nos pudiera parecer un castigo o una
maldición o alguna otra injuria por parte del Misterio Creador, cuando resulta
que es todo lo contrario otra vez. Es justo lo que hacía falta para que saliera
de nuestra capacitación el recurso para disolver... disolver la contrariedad,
disolver la injuria...; hacer del continuar un descubrir permanente. “Hacer del
continuar un descubrir permanente”.
No exigir a los demás
lo que no se está dispuesto a testimoniar.
En ese precipitado
abismo, los ángeles salvadores expresan siempre una palabra:
“Bienaventurados”.
“Bienaventurados”. “Bienaventurados”
***