SOMOS PEREGRINOS A LOS QUE NOS LLEVAN HACIA LA CONSCIENCIA SIN FIN
27 de noviembre de 2023
Y los sabios de
ciencia nos afirman, desde la realidad, que nuestro destino como “vida” es
desaparecer; que, desde el comienzo, es una desaparición, una extinción.
Cabe preguntarse –bajo
ese mismo prisma- qué sentido tiene el impulso de vivir, si su destino es
morir, extinguirse, desaparecer... Ni siquiera brindan la posibilidad de
transformarse, convertirse, desarrollarse en otro plano, en otra... dimensión. Sería
avanzar mucho. No está la ciencia para tanto.
Echa raíces en lo
tangible, en lo que puede controlar y dominar. Fuera de ello, no hay “algo”.
Hay Nada. Y esta Nada le viene muy grande.
A lo largo de
historias –historias, sí, depende de quién la cuente- se aprecia una
consciencia que cambia, y que apoya ahora a lo amarillo, otras veces a lo
blanco, otras veces aplaude a lo derecho, otras veces aplaude a lo izquierdo… Es
maleable, manejable, manipulable.
Quizás... quizás
porque está en evolución, porque está transitando en diferentes ritmos,
momentos y pausas, como lo haría un recién llegado nacido, que por días lo
vemos cambiar.
Aquí, por
generaciones vemos cambiar, pero tardan, si lo comparamos con lo individual.
Mensajes ha habido,
hay y habrá, de diferentes dimensiones; desde ese que se expresaba al principio
–que nuestro destino era la extinción- hasta los que nos llevan a las
profundidades del averno o a las excelsas veleidades de los cielos, donde nos
aguardan manjares y...
También los hay
intermedios, que compaginan el dolor y la esperanza...; claro está, también los
que nos convierten en nubes, en alacranes, en plantas... o volver otra vez como
nosotros, mejorados. Hay de todo en el mercado de la vida.
Y todo,
individualmente, parece verdadero y fantástico. Y todo tiene, individualmente,
sus adeptos y sus convencidos. Pero el Universo, los universos, quedan
demasiado lejos.
Se aferran los ciclos
de consciencia a inclinaciones que generan potencia, prepotencia y poder...
para controlar, dominar y someter.
Pero lejos están
visionarias percepciones a propósito de nuestra presencia en el Universo, sobre
la que hace hincapié nuestra Llamada Orante con insistente continuidad.
Lo cotidiano se
siente más seguro con nombres y apellidos de filosofías, religiones,
espiritualidades… Pero, cuando de Misterio Creador se trata, sin nombres ni
apellidos, sin... –¡ay!- sin nacimiento, sin currículum de donde tirar, sino
que aparece como muestra...
Y, como “muestras”,
se expresa en lo universal.
Y el Universo no
tiene nombre ni apellido. Y el Misterio Creador, como expresión cercana, menos
aún. Así que nuestras “llamadas orantes” no tienen por finalidad crear
adicción, adeptos o seguidores; son mensajes inspirados en cada momento. No
dependen de una pauta ni de una escritura o papiro antiguo, revelado.
Y claro, sin
currículum, sin facturas, sin reglas, sin normas, sin repeticiones, siempre diferentes, no arraigan en la consciencia
cotidiana, que busca retener, tener, poseer, dominar, controlar, asegurar…
La oferta libertaria,
liberadora, no tiene especial atracción, puesto que no cuesta, no cotiza. No
cuesta ni cotiza, ni se puede comprar ni vender. No tiene carnet... ni leyes.
No pide. Nos llama...
para los que quieran escuchar.
Y en este transcurrir
de especie, el ser, en su parca evolución, se auto escucha y, obviamente,
escucha a lo poderoso, a lo famoso, a lo que manda. O bien se erige en
protagonista –cada uno y cada cual en su posición-, siempre buscando aliados
para hacerse ganador.
La Llamada Orante nos
alerta de esa consciencia derrotista...
que aprovecha el desmayo para el control; que asegura, con “la ciencia” –la
nueva religión-, que nuestro afán es morir y que nuestro impulso vital está
destinado a ello.
No es eso lo que nos
muestran las estrellas.
Sus parpadeos eternos
se ocultan en un torbellino y desaparecen, pero... ni nacen ni se mueren. Se
transfiguran. Y ya dejamos de ver lo que veíamos, o vemos lo que fue. Porque la
Creación es un vértigo insondable, “sin
destino”. Sólo tiene destino lo que termina. Salvo que “el tino” del
destino lo veamos con la precisión infinita.
¡La precisión
infinita...?
Sí. Es tan precisa,
que es casi imposible de percibir. “Casi”.
Pero el Misterio
Creador se muestra de tal manera... que deja muescas para que sigamos la
huella.
Muescas de sorpresa,
muescas de esquivas aventuras, muescas de posibles.
Sí. Se nos muestra
esquivo y... desaparece y aparece.
Y generaciones han
escrito sobre ello y han establecido normas, leyes…; incluso niveles de
estancias. Sí; igual que se cartografió los pedazos de tierra que quedaron
emergentes, se cartografió la vida eterna.
Y así, el ser podría
avanzar y llegar, cuando su impulso vital, inevitablemente, le llevaba al
cadalso de la muerte.
No somos destino. No
somos principio ni fin. Somos peregrinos a los que nos llevan hacia la
consciencia sin fin. Y con esa
perspectiva, si la incorporamos a nuestro ser, a nuestro estar, a nuestro
convivir... la configuración de lo que ocurra, la transfiguración de lo que
suceda nos va a permitir visionar de otra manera.
Un estar sin la
dependencia organizada: esa que impone y obliga; y, más bien, estar ante el
descubrir la demanda de lo que se precisa, y así darse a una entrega apasionada:
a esa que no reclama privilegios; esa que, como una flor, se expone a la frágil
sutileza de la belleza y al perfume de sus ilusiones.
Bajo esta perspectiva
transfigurada –“bajo esta perspectiva transfigurada”- no aparecen obstáculos
precisos, puesto que son fijos. Y lo
transfigurado se hace trascendente y presente a la vez; se va y se queda,
simultáneamente.
Con lo cual, no hay
miedo. Hay equilibrio, hay precaución, hay cuidado.
Hay ilusión de
creativas posiciones; de esas que nos llevan –valga el ejemplo- a otras
dimensiones. Sí. Lejos de lo conocido. Saltarse ese precepto de que “más
vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Al igual que “más
vale pájaro en mano que ciento volando”.
¡Que vuelen! No
quiero ningún pájaro en la mano. Que, si lo malo conocido está, aspiro a lo
bueno por conocer, ¡sin saber! Porque se me presenta, porque se me ofrece,
porque... choca con lo establecido,
con lo habitual.
Y como decía el
dicho: “El hábito no hace al monje”. Y amparados en lo habitual, el
ser deambula en contradicciones, en desdichas y… alegrías, las menos.
Se habla y se dice
con patrones establecidos, con reacciones conocidas, con respuestas
establecidas. Y, ciertamente, contemplar esa trayectoria genera tristeza y
apatía... ya que se reclama, desde las estrellas, una ansiosa liberación que
nos transfigure en la presencia y la acción.
Cierto es que no hay
que precipitarse.
Cierto es que hay que
saber guardar... la intimidad de la esperanza.
Y, con el sosiego de
la calma, saber que es certero el amanecer...
de igual forma que es ese “ama”, ese amor que nace cada instante de luz. Pero
nace porque ya estaba. No empieza. Transcurre.
Atrás debe quedar la
vulgaridad establecida; aquella que penaliza, que castiga, que impone. Esa que
se hace ley y que transcurre a través del tiempo.
Si buscamos ser
legítimos y auténticos, tenemos que mirar a las estrellas. Puede resultar muy
poético, y en consecuencia inútil.
¿Inútil...? ¿Inútil?
Pero el suspiro
estaba, con su aliento, antes que
las palabras.
Pero el suspiro
estaba, con su aliento, “antes” que las palabras.
Si asumimos la
consciencia del transcurso, sin
principio ni fin; si nos disponemos a transfigurarnos, como ya lo hace el
transitar... con el contaje del tiempo; si se está dispuesto a ser lo que el
Misterio Creador gestó... desde una Nada inentendible, con disposición a que
los aconteceres de consciencia nos lleven, ciertamente
entraremos en otras perspectivas; sin desconocer las que dominan, sin
desconocer las que controlan y las que aparentemente animan.
Y así se gestan otras
posibilidades. Esas que son infinitas, esas que no se agotan, esas que siempre
son remedio.
Se aguarda nuestra
presencia humilde, nuestra actitud ignorante, nuestra curiosa inocencia...,
para que nuestra consciencia alcance una transfigurada presencia que nos lleve
hacia las eternidades, sin ambición, con el impulso que traen las oscuras
noches de invierno...
Esas que sólo
custodian una Eterna Primavera.
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