La Llamada Orante no nos juzga; nos orienta
30
de octubre de 2023
Cada ser es un
proyecto celeste del Misterio Creador. Y como proyecto, es la proyección de ese
Misterio. Y como tal, la Creación le dota de coordenadas, de orientaciones, de
medios, de recursos, de posibilidades… para que así el ser testimonie su origen
y, en esa medida, su vivir sea en consonancia con su presencia... y la
necesidad que misteriosamente se generó para que el ser –ése, aquél y el otro-
estuviera.
Podríamos decir que,
con tantas opciones –aunque las coordenadas causales están como prioritarias-... podríamos decir que –insisto-
el que el ser se comporte, se muestre ante todo ello como “privilegiado”, se
sienta en su “libre albedrío” y en sus coordenadas de “querer” –quiero esto, quiero aquello; no quiero esto,
no quiero lo otro-… como consecuencia de ello, las coordenadas de su
proyecto celeste –que es- se vean temblorosas, se olviden fácilmente, se
consideren… “¡Bueno!”; no alcancen la
presencia de prioridad, sino que se contemplen como “una opción más”.
Y es así que
contemplamos una especie contrariada, confundida, aguerrida...; con querencias
inagotables.
Realmente, de forma...
amplificada, el ser de humanidad “no respeta la especie vida”.
Y esa posición hace
que el vivir sea una continua epopeya, y cada causalidad y cada imprevisto, cada inesperado y cada instante, sea
revisado, censado, censurado, evaluado...
Y la actitud de
rechazo está ahí, siempre latente. Y, con ello, el retroceso y la quietud.
Y unos pocos, a costa
de una mayoría, entran en una textura de avances y de... proyectos e ideas...: “querencias
de poder”. Y la gran mayoría se sitúa en un sedentarismo mental de consciencia,
en el que se premia y se castiga a sí mismo.
Resulta que su origen
es… innombrable, y su práctica es
deplorable.
Y esto, esta Llamada Orante,
no es ningún juicio ni ninguna… No. Es una simple inspección... sin
profundidades.
La Llamada Orante no
nos juzga. Nos orienta. Nos da esas coordenadas. Nos advierte de nuestras
disposiciones, nuestras actitudes, para que así podamos reconducir nuestras
decisiones.
Sin querencias. Con
amores. Con esos que son incondicionales
Y ocurre que cada ser
reconoce la llamada de su vocación...; reconoce las coordenadas de sus
fantasías, ilusiones...; los idealismos que se promueven como referencias, que
sin duda están ligados a esas coordenadas: a esas coordenadas celestes que nos
orientan.
La especie vida es
una especie idealista, en la que se encuentran las biodiversidades más
increíbles... y en las que el ser de humanidad ocupa un papel... amplificado.
Y bajo esa “falta de
respeto” actúa sobre la especie vida, perturbando, conturbando...
Y los idealismos, las
vocaciones, quedan en ligero suspenso, suspendidas, ¡sin despegar!... cuando se
las demanda para que actúen, para que recogen ¡con júbilo!... los movimientos
de la Providencia.
Pues justamente... se
hace lo contrario.
Relativiza las
proposiciones y las somete a un “ya
veremos”, “quizá”, “tal vez”, “es posible”...
Ese laxo compromiso
de... ¡de indolencia! –ésa es la
palabra-.
El queso gruyere
tiene numerosos orificios; si lo ponemos a flotar, se hundiría.
El ser humano tiene
infinitud de poros, pero saben ser herméticos, compactos y asegurados. Si lo
ponemos a flotar, flota. Pero... si quiere el dominio del agua, si quiere
apoderarse de la flora y fauna, se llena de orificios y se hunde.
Su diseño es volador,
por los ideales y vocaciones; y a la vez es sustentador, por la precisión de su
constitución, que hace posible un hacer... en base a ese saber que se le
permite descubrir.
La Llamada Orante se
colma de bondades. Se hace misericordiosa. Se hace alivio y
consuelo.
Y así, el ser de
humanidad deja de descomponerse en
su afán de poderío, y deja de auto agredirse en su especial protagonismo.
La piedad –entre
esa bondad misericordiosa- gravita en las palabras orantes como el bálsamo que
cuida nuestros pies, que acaricia nuestras pisadas, que corrige con sigilo y
con dulzura... nuestros desvaríos.
Esa piedad nos
conduce a lo luminoso, a lo esclarecedor, a lo conjugado, a lo compartido, a lo
solidario.
Y así el ser entra a
la sintonía de darse la bienvenida y dar la bienvenida a los que encuentra, que
han sido diseñados para ello –los que encuentra-.
Y es ahí, en esa piedad, cuando el ser tiene que
responder con sus mejores galas, asumiendo, compartiendo, colaborando…;
descubriendo la magia gratificante del servicio.
Y así como nos sirve
la Creación en unas proporciones inabarcables, al menos que el ser sirva en
unas mini-proporciones. Que entre en ese “imprescindible y necesario”, pero ¡con
entusiasmo! No con precaución, con reticencia, con desconfianza, con miedo.
Todo parece indicar
que llegan los tránsitos en los que
hay que cambiar de vía, coger otro vehículo… Estar en ese tránsito. No perder
el contacto.
Estamos
permanentemente en tránsito, y llegando.
Además de empujarnos,
la Creación nos seduce con todo un cortejo
de posibilidades.
El Orante no puede
permanecer cerrado, enclaustrado en el regocijo de su gusto o su tendencia. Eso,
pronto se agota... y se reduce a un ácido que corroe, a una creación de
consciencias que, en la queja, encuentran su pasión, su sabiduría, su consciencia
crítica.
El ser tiende, por su
ego-idolatría desarrollada, a interpretar las señales de la Creación como una
obligación, como un castigo, como una imposición. Y resulta que son signos de
amor... plasmados en esa
piedad, en esa bondad y en esa misericordia. Lo cual no es difícil descubrir,
ya que se nos dan continuamente posibilidades –pequeñas, medianas, grandes-...
para convertirnos, para transformarnos, para revisarnos, para declararnos.
Es momento de
trascender al cotidiano proceder, miedoso, tembloroso, desconfiado.
Es momento de
aventurarse a la... disposición, en esa actitud creativa y solvente.
Que cada ser se haga
solvente de su vocación y de su idealismo... para que se recoja en las
coordenadas de la Creación. Para que sea testimonio de la especie vida.
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