Aliviar no es caro, no desgasta-
Se recrea, se congratula
20 de marzo de
2023
El empeño en el logro, en la
consecución, como atributo de nuestra capacidad, culmina... en una condena.
Sí; la condena de ver que todo el
empeño puesto en la importancia personal que se esgrime para lograr y lograr, conseguir
y conseguir, tiene una terminación.
Y es cuando el ser se convierte en un
condenado: ha sido condenado a vivir de esta o de aquella forma o manera,
puesto que ya el empeño de lograr y conseguir lo ha realizado.
Es el declararse “el protagonista de
la vida”, y apropiarse de ella como “mi vida”, “mi cuerpo”,
“mi plan”, “mi…”, lo que conduce finalmente a condenar.
Pero condenarse a sí mismo. No hace falta que la condena venga de fuera –aunque
también ayuda, claro-.
La Llamada Orante nos plantea esta
situación para mostrarnos que, como vida, somos una experiencia de Universo;
que, como vida, no somos protagonistas, somos intermediarios, intérpretes. Que
el guion ya está marcado por el Misterio, y nosotros descubrimos, en nuestro
transcurrir, nuestra participación, nuestra dedicación. Y las ganas y los
empeños que pongamos son en base a descubrir nuestra misión.
Y entonces, bajo ese criterio, no
termina. Y bajo esa visión no hay condena, porque no somos los protagonistas
que nos hemos engendrado y que nos hemos creado nuestra vida.
Sí. Es difícil sentirse anónimo,
puesto que cada cual trata de resaltar... –por su palabra, por sus acciones,
por su posición, por sus comentarios- trata de resaltar, para mostrarse más y
mejor que otros. Y esa es una competencia que, bajo esos criterios, no admite
el anonimato. Al revés: va cargada de nombre, apellido, origen, barrio... ¡pfff!
Toda una carga para la que nuestro vigoroso código genético no estaba diseñado.
Estaba para enlazarnos con las estrellas. Y poco a poco se le convirtió en el
esclavo del empeño, del logro, la consecución. Y luego, obviamente, viene el
dolor, el martirio, el desespero… “La condena”.
Pero la convivencia habitual nos
fija, nos marca, nos ‘algoritma’ –o ‘algoritmiza’-, nos clasifica...
Y nos parece normal. Y tenemos que
demostrar nuestra valía para que nos acepten. Y así buscamos el premio.
El vivir no es una competencia, no es
una competitividad.
Y se dice –y decimos- “orantemente
anónimos” porque, ante la Creación, ante la referencia del Misterio, quien sabe
de nuestro ser, éste está diluido, está en ese misterioso… fundido con todo. Porque
somos expresión de ello.
Por eso rechina y se condena el
propio ser, al desligarse de lo que es una expresión Creadora, una expresión
que se encarna por necesidad de un guion misterioso, pero que es una
imaginería del Misterio Creador.
Pero, no. El ser ha cortado esa
vinculación –en la que se empeña en referirnos la Llamada Orante- y se queda en
quién fue mi padre, quién fue mi madre, quién fue mi abuelo o mi abuela. Se
aferra a sus apellidos y a su raza: esa extraña palabra… racista.
Se aferra a distinguirse y a hacerse
dominador, que sabe que será –bajo ese prisma- terminal. Pero si ha logrado lo
que quería…; pero si ha logrado lo que le imponían –y se lo ha dejado imponer-...;
si no se ha entusiasmado por la idea de Creación y de inmersión en lo Infinito,
se queda segregado a sus músculos y tendones, a sus huesos y a sus posesiones. Y
le da a todo un tinte terminal.
“Los terminales”.
¿Condenados a ser “terminales”? ¿Ese
es el eslogan de vivir que actualmente se ejercita?
Un eslogan que tiene el principio en
uno mismo, y como héroe se inmola y se hace terminal para permitir que las
futuras generaciones… bla, bla, bla, bla.
Y se hace del vivir un sacrificio constante;
claro, en una queja infinita e interminable. Y, por supuesto, un humor de
desagrado, de inconformidad constante, pendiente de declarar los errores ajenos.
Líbrele de exaltar virtudes de otros, porque entonces opacifica las propias.
Errores de vida. Sí, “errores” porque
conducen a los horrores... de terminales ansiosos y desesperados.
Dotados de los recursos que se
precisan para nuestro plan de Eternidad, el ejercicio de nuestra presencia en
esa anónima actitud es el servir de testimonio de nuestras capacidades que, de
inmediato, se ven necesitadas. Y ese proceso ha de ser sin el afán de lograr, conseguir,
ganar, dominar...
¿No es acaso, para nosotros, el Misterio
Creador, un anónimo?
Si somos imagen y semejanza, ¿por qué
convertirnos en protagonistas, y olvidar nuestra vinculación existencial con el anónimo Misterio Creador?
Pero, sí, esa Creación nos ha dado
fuerza, vigor, imaginación, fantasía… Y en vez de sentir la filiación inspirada
de lo Anónimo Creador, el ser se fija en la manifestación, se apodera de ella y
no quiere ser anónimo.
Le preocupa cómo pasar a la historia:
sí, a su historia familiar, a su historia personal de padre, de madre, de...
¡Qué drama!, ¿no?
¿Para eso está la vida?
Para que, finalmente –claro-, te
olviden totalmente, por los afanes protagonistas de los que vienen después
siguiendo el mismo modelo. O que te recuerden con una placa o con una breve
bibliografía o biografía personal.
Ese interés impositivo personal de
resaltar sobre todo lo que rodea, podríamos decir, en el lenguaje cotidiano
actual, que es patológico. Suena vulgar, sí. Sí. Pero quizás pueda repercutir
en el interior del ánima, e incida en dejar aparte el "yo soy así; yo soy así".
Ese dicho ególatra que se aferra a sus maniáticas costumbres.
Y claro, en ese afán de conseguir, de
lograr, de tener, de dominar, de controlar… ¿dónde está el consuelo?, ¿dónde
está el amparo?, ¿dónde está la comprensión?, ¿dónde está el cuido? El cuido de
ternura y de imaginación. ¡No!, ¡no está! ¡No está! Está en la preponderancia, está
preocupado por la importancia, es exigente con que todos sean geniales y
poderosos...
Se hace, el ser, racista, y desprecia
cualquier signo de esos llamados “de debilidad”. ¡Claro! Cuando el ser no está
con el afán imperioso del triunfo, es débil. Y al débil hay que apartarlo. ¡No
vamos a estar consolando a todo el mundo todo el día! No. No vamos a aliviar
así porque sí. ¡No, no, no! Está todo muy ocupado en conseguir la distinción, en
conseguir la medalla, en que se reconozca.
Se hace así una herencia de especie,
mutilada. Sí. Porque, al estar cada cual pendiente del control y del dominio
del de al lado o del siguiente, o ser dominado por el adyacente, se hace
difícil... –no porque lo sea- pero se hace difícil el ver la luz reluciente. Esa
luz reluciente del amanecer. Y se busca la bruma, la niebla… Duele la luz. Porque
en el afán de poder se ocultan las debilidades. “Debilidades”.
Y así el ser se ve obligado a mentir
en lo que realmente siente, porque sabe que se va a interpretar como una debilidad,
que se le va a condenar, que se le va a criticar…
Entonces, miente.
Y así se agobia; se calla; se encalla
en cualquier asidero.
Y –¡ay!-, ojalá si descubre que el
alivio está en otro proceso, en otra dimensión. Porque, en ésta, cada vez se hace
más imposible.
Los patrones de poder están muy
claros, clasificados y ordenados.
Sí, ya se nos dijo de otra forma en
nuestro entorno cultural: “que tu mano derecha no sepa lo que hace la
izquierda”.
Ya se nos advirtió hace miles de años, que
éramos… “la voz que clama en el desierto”.
Aunque solo fuera por eso, nos
interesaría ir al desierto, para escuchar la voz.
Y así, cada uno, en atención a la Llamada
Orante, se debe encontrar en su anonimato del lugar del desierto, en donde sabe
que el eco llegará a lo Eterno.
No por ello se va a despreciar toda
la vitalidad que nos rodea; al revés: se le va a dar la trascendencia, la
importancia, y vamos a ser el alivio constante y permanente entre unos y otros,
con lo cual el padecimiento cesa, puesto que el protagonismo impositivo
desaparece.
No somos trémulos del desespero
terminal que se justifica por el deber cumplido.
Somos una esperanza permanente del
testimonio de lo Divino.
Bastante diferente.
Somos templos templarios que no
decaen; que fluctúan, que vibran, que se ondulan; que se precisan y se
reconocen en “vivientes”, en originales e insólitos, en imprescindibles y
necesarios que tienen la guía y la referencia en el Amor que reciben cada día...
y en el amor que deben reflejar al necesitado auxilio, a la penuria sonriente,
a la lágrima parpadeante... con tan sólo una palabra, o quizás una sonrisa, o a
lo mejor una caricia…
¡Resulta tan barato aliviar!...
¡No es caro! ¡No desgasta!... E
incluso puede colaborar a la importancia personal.
No es caro. No desgasta.
No es caro. No desgasta. Se recrea… Se
congratula.
***