LA EVOLUCIÓN DE LA VIDA NO ES UNA CONQUISTA PERMANENTE
17 de julio de 2023
La trayectoria de la
especie humanidad se desplaza a la continua conquista.
Esto implica
desplazarse hacia la posesión, el dominio y el control..., a través de la
fuerza del poder, que hoy se encuentra “polarizado” en la ciencia y su
tecnología; avalado, eso sí, por la llamada “economía”, que gravita según los criterios de los poseedores,
espacios, lugares... y zonas de producción.
Esta tendencia clara,
que poco a poco invade todos los espacios, genera una servidumbre que se aleja...
–en cuanto a capacidades, recursos, medios- se aleja de la conquista, del
logro, del dominio, del poder.
Se aleja, porque su
naturaleza, gestada por ser “conquistados”, es menesterosa en multitud de
aspectos...; y, como servidumbre, se nutre de estar en permanente sometimiento.
La pregunta que nos
muestra la Llamada Orante, en esta introducción, es si realmente es el camino
inevitable... Y, en consecuencia, en cada eslabón de la conquista, cada uno
tiene también su opción de conquistar.
Y así, como mucho-como
mucho, puede haber una rebelión que sustituya una conquista, por otra.
Al hacernos esta
pregunta, nos podemos remitir al trascurrir del ser a lo largo de la Historia,
y lo que nos cuenta la Historia.
Una Historia que...
¿saben? Hasta hace poco se sabía que los varones eran cazadores y las mujeres
eran recolectoras. Y tenía su sentido, por la fisionomía, fisiología y la
estructura de la dimensión biológica del ser. Pero ahora resulta que la
historia nos dice que no. Que quien mejor cazaba y quien mejor lo hacía eran
las mujeres. Y que el hombre cazaba por placer, por diversión. “Estudios de expertos han demostrado, bla,
bla, bla, bla...”.
Es un ejemplo.
Parece ser que la
recolección no era muy rentable, y que rápidamente se hizo cazadora la especie,
sobre todo las mujeres. Con muy buena organización, muy buen diseño…
Y, claro, todo esto –igual
que la versión anterior- está demostrado por el estudio de fósiles, de
reliquias, actos paleontológicos y un largo etcétera. Situación que,
evidentemente, la mayoría de la mayoría de la mayoría de las personas no podemos
comprobar.
Y quien dice ese
detalle –que viene al caso por lo de la conquista-, dice otra serie detalles
que no hacen muy fiable a la Historia.
Si tenemos que contar
la historia de un margen breve, de 40 o 50 años, de la comunidad de un país, y
no podemos incluir qué pasó, para qué se emplearon los fondos reservados; si no
podemos incluir los detalles de los secretos oficiales… –todo ello producto de
la conquista, claro-, ¿qué historia vamos a escribir?
Una historia exenta
de maniobras, manipulaciones...; una historia “aparente”.
Y eso, por acotar
simplemente un espacio de tiempo, breve: 40 o 50 años.
Así que, como podemos
suponer, el margen de error se amplifica en la medida en que aumentamos los
tiempos y se favorecen las especulaciones.
¿Es ese el devenir de
la especie...?
Si nos atenemos a la
simple propuesta del macrocosmos y el microcosmos, no parece ser que el
macrocosmos tenga un desarrollo…
Ahora que se dice que
el macrocosmos es inteligente, evolutivo... –se dice, ¿eh?, por una fracción de
astrónomos-, que es un ser vivo...
“¡Ah!”.
Pues bueno, las
observaciones que hacemos desde aquí, a ese ser vivo, nos indican que... –así,
lo más simple- que se mueve.
“¡Ah! ¡Se mueve?...”.
Siguiendo con lo
simple, nos damos cuenta de que está... bastante oscuro. ¡Bastante! –estamos
hablando a simple vista, ¿eh?-. Sí. Porque cuando llega la noche y vemos esa multitud
de estrellas, el espacio entre ellas, si sumamos los espacios oscuros en
comparación con los espacios estrellados, los oscuros..., bueno, van de sobra.
O sea que se mueve; y
lo hace, “a nuestros sensores”, oculto, oscuro.
También nos podemos
dar cuenta, a propósito del macrocosmos –a simple vista, ¿eh?- de que se mueve,
que es oscuro, pero que lo hace –con respecto a nosotros- de una forma rítmica.
Hay un ritmo, hay un compás, hay un desarrollo.
Todo se mueve. Y,
dentro de ese macrocosmos, el microcosmos sobrevive.
Porque también, en ese moverse, vemos cómo... los luceros se separan, como
atraídos por otras fuerzas.
En cambio, nuestro
microcosmos, con relación al macrocosmos –de lo simple que podemos observar- se
mantiene en equilibrio, en ritmo: día-noche...; primavera, verano, estío,
otoño, invierno…; época de lluvias, época de sequías, época de frío...
Y por el tiempo que
podemos calcular –160, 180 millones de años, o más; más o menos, tampoco vamos
a escatimar ahora en años- no hemos percibido... –guardando ciertos relatos de
la historia- que nos hayan conquistado.
Parece como si las
especies habitantes se hubieran coordinado para darnos albaricoques, melones,
trigo, arroz, caza, habitáculos, cavernas… y nos hubieran dotado de capacidades
para tener utensilios, recursos para protegernos, cubrirnos, hacernos
habitables en habitáculos...
O sea que habitamos
en un Universo que, hacia nosotros, no se muestra conquistador.
Y estamos inmersos en
infinitas... –por exagerar un poco, sí, de acuerdo- infinitas especies, que van
desde las bacterias, los virus, hasta los rinocerontes y los hipopótamos y los
elefantes, por poner así a lo grande. Y no, no, no parece que esa multitud –porque
son más, ¿eh?- tenga la intención de conquistarnos.
Y como todos esos
elementos del entorno se corresponden con la
vida, y nosotros somos vida, ¿será que la evolución de la vida no es una
conquista permanente de dominio, control, posesión, manipulación, generación de...
importantes y menesterosos? ¿Será que, aunque estemos en ese transcurrir, no
sea el más propicio, pero haya sido... –como si ya no lo fuera, pero digámoslo
así- haya sido necesario?
Porque, para
levantarse, hay que previamente caerse.
Claro que se puede
hacer largo lo menesteroso y la servidumbre. Muy largo.
Pero parece ser que
el factor tiempo es un factor muy “maleable” y muy “manejable”, precisamente
por lo poderoso.
En consecuencia, lo
que nos parece que es muy largo, a lo mejor no lo es tanto. Y viceversa: lo que
parece corto... es más largo de lo que se nos muestra.
Todo parece indicar
que no es... –en cuanto a la
referencia del microcosmos y macrocosmos- no es el camino universal, el que
lleva la especie, sino que lleva un camino de prepotencia, dominio… que
transfiere a todas las estructuras sociales que compone la especie.
Al darnos cuenta de
esa no correspondencia entre el microcosmos de nuestro pequeño universo,
y el macrocosmos, nos es lícito preguntar –y así lo hace la Llamada Orante- si
deberíamos “optar” por otras dimensiones, por otros senderos: solidarios..., amables..., suaves..., compartidos..., comunitarios... y un etcétera. Es decir que también existe un
léxico diferente a “la conquista”, “el dominio”, “el control”, “la manipulación”...
“¡Ah!”.
Existe también la
bondad, la misericordia, la concordia, el equilibrio…
Y no se trata de poner lo uno en contra de lo
otro, ¡no! Se trata de saber, al menos, que existe. Y no solamente existe, sino
que es “practicable”. Con dificultad, claro. Estamos en un transcurrir de
conquista, así que un transcurrir de humildad, de sumisión, de colaboración, de
equilibrio, de disposición, de amabilidad, de compartir, pues no es fácil,
porque se ha educado a: “¡esto es mío!”, “¡y esto es mío!”, “¡y esto
es para mí!”. Ya se ha hablado de ello en otras ocasiones.
No es fácil.
Así como... como “un aleluya”, sin pretender combatir
la conquista –no, porque eso es incombatible, terminas aliado con el
conquistador-, sin pretenderlo, entonamos un aleluya grande, y recordamos eso:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque
ellos verán a Dios.
Bienaventurados
los humildes y los menesterosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados
los limpios de corazón, porque ellos estarán en la concordia.
Bienaventurados…
Y así sucesivamente.
¡Caray!
Eso, insisto, era
simplemente un aleluya de... de salir “a lo grande” por otras opciones –“por
otras opciones”-, en ese otro léxico.
Todo pareciera
indicar que esos aleluyas se corresponden con la post mortandad, allá en el
rancho grande de los cielos. Pues no.
No. Se correspondía,
como mensaje, aquí y ahora. Evidentemente, sin éxito; con testimonios
personales y particulares, sí, sí, pero a nivel de humanidad no es contable. O
sea, no se tiene en cuenta.
Pero es bueno –nos
dice la Llamada Orante- saltar hacia los aires y en aleluyas, puesto que parece
ser que hay otras vías; que se han explicitado otras vías parciales. Es decir,
que estas son las más cercanas y
conocidas a nuestra cultura, pero hay otras que afirman lo mismo, con distinto
lenguaje y distinta arquitectura, pero en esencia lo mismo.
Fueron exhalaciones
de Universo, de Creación, de Misterio Creador, las que fueron dando sus
bocanadas en los llamados “Textos Sagrados”, leídos entre líneas para recoger
otra percepción, desde los Upanishad hacia la Torah, pasando por el Corán, por
tradiciones más antiguas aún, como los drávidas, como los pre-hincas… Los
vestigios de esas minúsculas actitudes nos hablan de otra dimensión. De otra
dimensión ejercitable en ésta.
Eso sí, con la
inteligencia, la adaptación, la socialización, la conversión: de “conversar”,
de ver las diferentes visiones; de conocer y, en ese conocer, poder ejercitarse
en la bondad, en la piedad, en el servicio, en la alegría, en la entrega, en la
fidelidad, en la promesa.
Resulta que sí hay
recursos para mostrar otra cara, aunque seamos servidumbre de servidumbres.
Porque los
conquistadores, a su vez, se hacen servidumbres de sus dominios.
La Llamada Orante nos
promueve hacia una actitud, una disposición, que justamente ahora, bajo la
sintonía de la liberación y de la
transfiguración, nos permite aspirar a esos sueños, fantasías…
Sueños, fantasías...
que se evocan y están abocados a colaborar, a compartir, a congeniar, a
con-sentir.
El descubrirse en la
bondad, el descubrirse en el servicio, el descubrirse en el compartir, en el
entregarse gozoso, nos da pie para, bajo ese estado, disolver esa idea de “bueno”,
“malo”, “mejor”, “peor”... y nos adentra a la comprensión de los aconteceres, ¡sin
juzgar!, ¡sin justificaciones!, sin prejuicios.
Resaltar las
evidencias nos promueve hacia el equilibrio. Nos evita el juicio, porque lo
evidente se muestra y tiene que testificar. Testificar en el sentido de
mostrarse, de dar testimonio.
Hacerse en la fe de
la bondad en la que nuestro microcosmos disfruta y está, dentro de ese
macrocosmos por el que empezaba la Llamada Orante.
Hacernos fe del
cuidado, de la oportunidad, la ocasión, la circunstancia en la que se nos lleva
para que nos convirtamos, nos purifiquemos, nos aligeremos de nuestros botines
de conquista.
Hacernos fe de la
alianza en la vida…; en todo lo viviente.
Hacernos fe en
nuestros recursos, en nuestros dones que nos inspiran.
Ser fieles a esa
inspiración y a ese idealismo, sin la renta del beneficio.
Con la consciencia de
ser auxilio y auxiliado a la vez.
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