El desafío secuestra nuestras instancias hacia lo sereno, lo complaciente,
lo entregado
10 de julio de 2023
Entre las muy
diversas actitudes de la encarnación de la consciencia de poder que se da en
este transcurso de nuestra especie, una variable a la que nos remite la Llamada
Orante es aquella en la que el ser busca el área, el lugar, la circunstancia,
el acontecer... en el que pueda demostrarse, y demostrar, que gana, que triunfa, que puede.
Es una tendencia de,
por una parte, egolatría, pero, por otra parte, de menosprecio hacia su
posición. Porque debe demostrarse y demostrar que puede, que gana, que triunfa.
Ese éxito que a
menudo escuchamos, de aquel que supera las adicciones, las ‘tropelerías’… y
regresa triunfante a la cordura, a la dedicación.
Pareciera que la alegría de vivir de cada ser, en su
naturaleza, fuera absolutamente insuficiente... y el ser se impone –“se impone”-
nuevas metas. El lenguaje cotidiano
lo expresa bien: “nuevas metas”, “nuevos logros”. Pero no como consecuencia del
hacer, de la dedicación, de la entrega, no, sino como muestra de capacitación,
de suficiencia, autosuficiencia, buscando el reconocerse.
Pareciera como si
fuera precisa la dificultad, de manera permanente, para así demostrar que es
posible superarla y dominarla.
Tendencias de
comportamiento y de actitud... que llevan al ser hasta situaciones difíciles... que directamente o
indirectamente provoca, para demostrarse su valía.
Y ocurre en la
adolescencia, en la juventud, en el adulto, en el anciano...
Al contemplar la
materia viviente, en esa infinita posibilidad en la que se muestra, resulta que
las intenciones de las diferentes vidas
buscan el acople, la sintonía, la colaboración mutua, el intercambio… para,
así, permanecer.
Y si bien disponen de
recursos para imprevistos, no se prueban a sí mismos para ver si son “capaces
de”.
En realidad, es una
actitud desafiante permanente, como consecuencia de la idea de poder, la que se
expresa cotidianamente.
Ese desafío que,
cuando no consigue o logra lo desafiado, se sumerge en un desespero... o en una
tristeza.
De la cual sale, o no.
Pero si sale es para ver si se recupera y se vuelve a desafiar.
Esa actitud
desafiante inhibe la evolución de
los recursos vitales, que se expresan, y buscan hacerlo, en las condiciones más
favorables.
Y sólo se utilizan
los recursos “de reserva”, para las condiciones más desfavorables, a las que
así el ser puede desafiar, y demostrar y demostrarse que... es capaz.
El desafío secuestra,
así, nuestras instancias hacia lo sereno, lo complaciente, lo entregado; que no
precisa... el logro, sino que, día a día, cada segundo, se ve realizado.
La Llamada Orante, en
otro nivel de profundidad, nos advierte de que hay un trasfondo en ese desafío,
hacia la mismísima Creación.
El sentido de poder,
tener, dominar… desafía cualquier posibilidad, y parece desear “lo más
difícil todavía”.
Se podría decir que
existe, en ese afán de demostrar,
una confrontación hacia el Misterio Creador, una relación... buscar una
relación de igualdad.
Las instancias del
poder... no se limitan. Y no lo hacen, porque nuestra herencia creadora del Universo
infinito está ahí. Pero, puesta al servicio del dominio, control, desafío, nos
coarta, nos limita, aunque aparentemente nos expanda; nos secuestra, nos
garantiza, nos asegura.
Y, sí, cierto es que,
cuando el ser pierde... –por lo
posesivo, lo dominante- pierde la iniciativa, se “acomoda”, sedentariza su
ideario, su idealismo, y acapara lo seguro y lo permanente.
Es otra forma. Es
otra forma de poder.
Ese acomodo que
habitualmente es queja, malestar, incomodidad, pero no sale de esa recua de...
despropósitos.
Es decir que, tanto
en una cara como en otra, no sabe descubrir... –porque el dominio impera- no
sabe descubrir ese filón de... la entrega sin
recompensa, la presencia sin
protagonismo, la dedicación sin
aplausos, el reconocerse enviado e intermediario de una función.
Y, dentro de lo
imprescindible, necesario, único e insólito que es cada ser, el mostrarse en la
posición que se corresponde es realmente la virtud.
La Llamada Orante nos
llama a buscar esa referencia anónima que se encuentra en sintonía con el
Misterio Creador, para así ser consciente de nuestra íntima referencia con lo
Providencial.
Con esa Providencia
que día a día nos regala la sorpresa, la novedad, en el detalle, en la casualidad.
La insistencia –en
ese poder- de garantizarse la seguridad, conlleva un ejercicio permanente de
combate, de muy diversa índole.
Y es hábitat
corriente luchar contra el insomnio o la somnolencia, o contra el hambre, o
contra la gula, contra el cansancio, contra la incomodidad, contra el...
Hay una “contra”
permanente, de esa queja de no aceptarse. Con lo cual, se pierde el aliento y
el soplo de los proyectos de nuestra Creación.
“Se pierde el aliento
y los soplos de nuestra Creación”.
Porque se emplean de forma inadecuada.
Es necesaria
esa re-visión, auto-contemplación, evaluación y calidad de nuestros
recursos, de nuestros medios, de nuestras funciones.
El sentido de la
humildad, sin que sea una posición trabajosa, trabajada. No. Debe ser una
posición obvia y evidente, porque así somos con respecto a la Creación, con
respecto al Universo en donde habitamos.
Cualquiera
desprovisto de egolatría podría decir: “Pero...
¡pero qué barbaridad! Este ser, aquel y el otro, que se rebelan, que se
muestran desafiantes hacia todo lo que les rodea, ¿no se han dado cuenta... de
su insignificancia?”.
Claro, ahí se da el
famoso refrán de: “En el país de los ciegos, el tuerto es el
Rey”. Si yo reduzco y reduzco mis estancias, mis visiones de mis
acciones, finalmente, yo solo seré el protagonista. Todo lo demás serán
servidumbres.
Señores... y
esclavos.
Ahora, si amplifico
mi visión, me doy cuenta de mi insignificancia y de la facilidad con que, en
esa visión, me convierto en ser humilde, sumiso, dispuesto y disponible hacia
lo que descubra de la Providencia, que me muestra, que me enseña…; y evito el
autoengaño, la valoración de importancia, el engaño de la ganancia…
El mundo de poder nos
ha llevado desde la carencia hasta la opulencia, con la creencia de que ha sido
un logro de nuestras potencias.
Y, en realidad, ha
sido un vehículo para mostrarnos nuestra esencia: esa que es la de permanecer
en consciencia solidaria, en consciencia comunitaria, en consciencia de “interpendencia”.
Saber intencionadamente,
con esa Providencia Fundamental, que nuestra dedicación es reclamada.
Y en ese reclamo,
advertirse de si tal reclamo es personal, de valoración, de control, dominio,
posesión, o es realmente una necesidad de nuestra intervención, de nuestra
participación.
El autoproclamarse
“sapiencial” ha llevado al ser a la arrogancia. Y con ello, al ejercicio de sus
capacidades, en la demostración permanente de lograr, conseguir, alcanzar,
dominar… y todo ello, transformarlo en ideas y conceptos de progreso, avances...;
aunque las “secuelas”, y lo que va dejando de miserias, de mentiras, de
ocultamientos, de vanidades…
No se valoran esos
residuos... que no deberían estar.
Y el ser se va así
conformando con... posiciones de ventaja.
Y, en su sapiencia,
interfiere, bloquea, retiene... y un largo etcétera en el que, su capacitación
hacia contemplarse en el seno de una Creación infinita, se ha convertido en un
deseo de posesión ilimitada; que, a su vez, a pesar de mostrarse una y otra vez
como naciente, creciente, decreciente y perdida, se insiste.
La Llamada Orante nos
sitúa, ahora, en reconocer nuestra esencia, nuestra Providencia, que a todos
envuelve, y que a la vez, simultáneamente nos coloca como únicos e
irrepetibles.
Una conversión de lo
poderoso, en lo servicial. Una conversión de lo vanidoso, en humildad. Una
conversión de lo ansioso, en serenidad.
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