Somos imprescindibles y necesarios en la labor de bondad
3 de julio de 2023
La evolución de lo poderoso exige dominio y control de la mayor parte de las áreas posibles de la actividad humana.
Y así, este poder genérico crece en
capacidad y recursos, en relación con los que no tienen, como referencia impositiva,
como referencia clara, el logro, el beneficio, la ganancia, el poder...
De tal forma y manera se establecen,
genéricamente, dos proyectos, según lo cual, uno es el poderoso y otros son los
subordinados.
Sí, es una simplificación. Podemos ser
minuciosos y, depende del lugar, la comunidad, etc., para que sean de una
manera o de otra. Pero el sentido del poder, del “querer es poder”, se ha
transmitido de una manera contundente.
Tan contundente, que ese modelo se repite
en diferentes escalas, desde los más-más poderosos hasta los más menesterosos.
La Llamada Orante nos sitúa en ese plano,
con el sentido de posicionarnos con respecto a los poderes que podamos ejercer,
que podamos estar ejerciendo por nuestra vanidad, nuestra soberbia, nuestro
orgullo, nuestros prejuicios... Una retahíla de características que no se
resuelven simplemente diciendo: “Pero
también hay cosas buenas y también...”.
Sí, sí. También.
Según esa regla, en ocho mil millones de
habitantes y pico, que mil millones pasen hambre –“hambre-hambre”, ¿eh?-, no es
nada. Y los demás, no es que estén “jartos”, no, pero... subsisten.
La bondad se cultiva y debe ejercitarse
con la solvencia de su testimonio. “Debe ejercitarse con la solvencia de su
testimonio”.
Y en esa medida, las carencias derivadas
del poder, el dominio, el control, la manipulación, las verdades a medias, las
versiones incompletas... todo ello se irá minimizando.
Será un proceso largo, porque el entorno
pide y exige combate, enfrentamiento, discusión.
En la medida en que nos damos cuenta de nuestros posicionamientos, de nuestros
reclamos, de nuestras exigencias, estaremos en condiciones de promover nuestras
bondades; incrementarlas... incrementando el servir a nuestros ideales, el
servir a nuestros proyectos, el servir a lo necesitado, el servir a lo “enfrentado”...
en el sentido de no combatir, de no ganar ni perder: ese arte de indiferencia de
estar, con la amabilidad
complaciente.
Si nuestras referencias no son las
propiedades de dominio, y son las bondades de servicio... nuestro referencial
se sitúa fuera de la condición impositiva cultural y social, cotidiana; y lo
hace, como ser de universo, en el Misterio Creador. Ese que llama a orar... Que
no es persona, que no es algo conocido. Siempre está por conocer.
Pero sí que, cuando nos referenciamos en
lo bondadoso, y lo hacemos a través de ese Misterio Creador, nos damos cuenta
de su incidencia creativa continua, permanente.
Y esto nos da la suficiente humildad para
no caer en la demanda de la queja, en la demanda del desacuerdo, en la demanda
del enfrentamiento.
Una de las “estrategias” del ejercicio del
poder es el protagonismo.
Al ser protagonista, ya se adquiere un
nivel de distinción, un nivel de... ‘reconoci-miento’.
Y si bien es cierto que el reconocer las
bondades de los otros es imprescindible, necesario, convivencial, no es menos
cierto que, si se asume una posición de privilegio y de poder, la bondad
disminuye, la humildad se diluye; y ese protagonismo exige pleitesía, exige y
demanda aplausos... y “servidumbre”.
Un ejemplo muy simple, ¡simplísimo!, pero
utilísimo: cuando vemos una película, preguntamos por el actor, “el
protagonista”.
Antes era más... más llamativo quién era
el protagonista. Luego, poco a poco, fueron dándose cuenta de que había un
director.
Y ahora, ambos comparten, en cierta medida
–dependiendo de qué, cuál sea el producto-, la posición de poder: o bien se
impone el actor en sus propuestas, o bien se impone el director en sus creencias.
No es que siempre sea así. No, no. Pero,
en genérico, ¿en qué nos fijamos...?
Y cuando ha terminado la película, la
persona se levanta y se va.
Pero es que, cuando ha terminado la
película, aparecen una serie de nombres, personas: coreografías, servicio,
ayudante de cámara... un largo, etcétera.
Pero son ¡personas! No son protagonistas. Pero,
sin esas personas, no se hubiera
podido lucir el actor, ni el director hubiera podido gestar sus ideas.
Pues en la vida cotidiana es parecido.
Y sea cual sea la posición, el ser de
desarrollo en la bondad debe estar alerta y atento para no caer en el
protagonismo, en la exigencia de su papel, en la promoción de sus actos...
Porque pareciera que, sin éste, aquél, el
otro o el de más allá –por ese criterio escalonado de poder-, tal o cual cosa
no se realizaría.
Tenemos que hacer compatible que somos
imprescindibles y necesarios, cada uno de los seres de humanidad –pero imprescindibles
y necesarios en la labor de bondad-...
y el darse cuenta, a través de los signos y señales del Misterio Creador, de que
los aconteceres –dejémoslo ahí de momento- no dependen exclusivamente de
nosotros.
Estamos inmersos en esa Creación, en ese
acto de Amor permanente que nos cuida y nos promociona para que seamos
testimonios de ese fluir y transcurrir transparente, que no reclama ni demanda,
sino que realiza, ejercita y da testimonio de su hacer.
Y es así que, si realizamos admirando a otros, delegando en otros, compartiendo
con otros, desarrollamos un sentido solidario... y descubrimos nuestra
posición, nuestro lugar en el reparto –volviendo a la película-.
Y si sabemos admirarnos mutuamente, no
habrá reclamo ni exigencias. No será preciso el mandato y la orden.
Siempre sabiendo guardar la excepcionalidad,
porque ella nos permite facilitar el descubrimiento de cada uno en su
desarrollo, y quita esa máxima de que “todos somos iguales”.
Todos somos distintos.
Y el arte de vivir en sintonía con la Creación
consiste en saberse situar, a través de la referencia del Misterio, en la
posición que nos corresponda, obedeciendo a nuestras posiciones idealistas, que
vienen dadas por ese Misterio Creador, y que se han ido fraguando y se fraguan
diariamente.
Este tiempo del transcurso de lo poderoso,
del transcurrir del poder, nos alerta, nos debe alertar, primero, para no caer
en posiciones de protagonismo poderoso, que rápidamente se hace inquisitorial y...
¡mentiroso! –que es parte del guion del poder-.
Y es así que, bajo esta transitoria pero evidente
situación, nuestra alerta, además de “no caer en”, consiste en saber relacionarse con todo ese poder
que nos rodea con leyes, normas, costumbres, religiones, morales... Un elenco impresionante de recursos que nos
pueden subyugar en cualquier momento.
Sí. Porque en esas situaciones de poder, “siempre”
–entre comillas, siempre- siempre hace falta un culpable para demostrar la
ganancia y el poder. ¡Siempre!
Culpable que... o ciertamente lo será, o
no lo es, pero se le hace culpable.
Ya nos enseñaron: “Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa”. Y eso está
más clavado de lo que parece. Y una buena composición, desarrollo y explicación
nos puede hacer sentirnos culpables.
Es como una buena manipulación de una
estadística: dirá lo que más nos interese.
Y es así que, en el arte de vivir, debemos desarrollar esa estrategia de saberse
partícipe, de evitarse culpabilidades... y de eludir enfrentamientos.
¿Cuántas veces...? –es una exageración
plantearlo así, pero seguro que hay un termómetro-. ¿Cuántas veces por minuto
se vulneran los llamados “derechos humanos”?...
Y se hacen “torcidos”. Tan torcidos que,
con un mínimo de sensibilidad, nos avergüenza.
Pero, sí, se puede vivir en la ignorancia
de no deparar en el tiempo en el que nos toca transcurrir: es el mejor caldo de
cultivo –esa posición- que tiene el poder para “aprovecharse”.
Sí. Y tendrás todos los derechos del
mundo, pero para alcanzarlos tendrás que rellenar tal cantidad de exigencias,
de burocracias, etcétera, que... que no llegarás.
Es un ejemplo que se vive diariamente.
El poder, recogiéndose en la ciencia, en
el desarrollo de su tecnología, establece sectores que nos hacen incompetentes.
Y es fácil que creen abismos entre lo que
se está haciendo y desarrollando, y lo que uno hace y procura sacar adelante.
Fácilmente, si no estamos atentos, podemos
caer en un territorio de incompetencia, de incapacidad; y, en consecuencia,
vulnerables para manipularnos, controlarnos y convertirnos en servidumbre.
Que el rigor de nuestras bondades, en el
servicio a nuestros ideales, nos proporcione la alerta y el saber necesario para
no caer en el dominio que nos impida
nuestra referencia con lo Creador.
Que la excepcionalidad... sepamos
aplicarla en cada instante.
Y así seamos capaces de dar el brillo, el
relucir, por la luz que nos asiste y nos consuela permanentemente.
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