miércoles

Lema Orante Semanal

 

Sin marcha atrás, en conversión evolutiva

26 de junio de 2023

 

Y en este transcurrir de especie, cuando la humanidad se expande en todos los lugares, se hacen predominantes los criterios de poder, mando, control, dominio…; y a la vez, búsqueda de placer, complacencia, satisfacción….

Y se debaten entre la protección y el cuidado... –por el miedo-, y la búsqueda de evadirse de esas situaciones, o combatirlas, con el consiguiente gasto y desgaste crónico.

 

Ese dominio de control, garantías y seguridades se celebra como un “logro de la especie”. Y en cierta medida es cierto, pero ha sido a costa del combate, la imposición, el enfrentamiento, la guerra. Directamente o indirectamente, se han ido consiguiendo esos “logros”, en base a violencia con otras especies, con nuestro propio medio, entre nosotros como humanidad, y el ser contra sí mismo.

Así que se instala un estilo de vida ¿triunfal?, en el que hay que... lograr, conseguir, ganar, tener…

 

Si bien, incipientemente, se desarrollan actitudes de desapego, actitudes libertarias de estilos de vivir... en torno a lo imprescindible, la humildad, lo necesario, éstos se desarrollan en el seno de esa prepotencia generalizada. Y corren el riesgo de mantener esa posición en base al combate, al enfrentamiento. Con lo cual, el desgaste es muy llamativo, y el triunfo no es posible.

La Llamada Orante nos orienta hacia esa posición en la que, al darnos cuenta del estilo que nos envuelve, nos consume, nos materializa, nos prohíbe –sin decirlo- ilusiones, fantasías, proyectos, idealizaciones, puesto que, en general, “todo” –entre comillas- está reglado, estructurado, legislado...

 

La Llamada Orante nos conmina a situarnos en contemplar, el vivir, como un estado de consciencia liberado de la ansiedad por el triunfo, por el dominio, por el control… y asentado en la ilusión, en la fe, en la esperanza, en el servicio.

En esa humildad participativa que no reclama premio.

Sin entrar en la competencia.

Sin entrar en la ‘ejemplarización’.

 

Se hace evidente que la humanidad desbroza, destroza, arrasa… Se sabe. Se dice: “es un paso”. Pero a la vez que se dice y se comenta y se tabula y se evalúa, no es motivo suficiente para cambiar ese estilo de vivir.

Y se sabe que ese estilo produce criminalidad, enfermedad, deterioro…

Sí, se sabe... ¡y se combate!, pero no se va a la causa íntima, que es esa predominancia, ese poderío y ese sentido de ganancia.

No se va al transformar y al congeniar al ser con su entorno, consigo mismo y con sus semejantes. Y así, se construyen cárceles, hospitales, retenciones, leyes, juicios…

Se atiende a las manifestaciones, y no al origen. Y se sabe el origen, pero aún hoy se piensa que es necesario, es triunfalista y triunfalismo el continuar en esa vía, para mantener la especie y para preservar lo logrado.

Y así, como especie, disponemos de hambres –¡de millones, de cientos de millones!-, guerras, distribución absolutamente despótica de los medios… y un largo –no vamos a citar todo- étcétera.

 

Pero sigue prevaleciendo que, a pesar de eso, se luchará contra eso; pero a la vez es necesario mantenerlo para tener el estilo que se tiene.

 

Sin pretender –nos dice la Llamada Orante- buscar las mejoras que esta situación supone para la especie, pero sí atendiendo a la universalidad de los procesos, el hecho de que la propia evolución del poder descubra sus deterioros –la residual actividad de ese poderío- y que se pongan en evidencia, y con esa prepotencia e impunidad, continuar... bien, así es, pero hemos dado un paso por saber, por darnos cuenta. Porque, mientras se desarrollaba este proceso, no nos dábamos cuenta. Las noticias eran triunfalistas siempre. Ahora, las noticias son derrotistas y terribles, como avisando de que, si no seguimos ganando, sucumbiremos al deterioro.

 

Y es, en consecuencia, el darnos cuenta de que tenemos acceso, como consciencia de humanidad, a comprobar y ver cómo este estilo de vivir nos lleva “a”... que, así, al darnos cuenta, se pone en evidencia que la consciencia del ser, como especie, posee recursos para cambiar, modificar, intencionar, motivar, convertir…, sin necesidad de luchar o pelear, pero sí con la convicción de que somos, en origen, seres de armonía, de equilibrio, de relación, de adaptación...; y que no somos seres de usurpación, de castigo, de deterioro, de triunfos y derrotados.

La vanidad está pujante, pero, a su vez, deja ver los deterioros que produce.

Y es así que... –nos sugiere la Llamada Orante- que podemos darnos cuenta de que el vivir no supone una lucha permanente; que el vivir no implica una penalización, una controversia, un prejuicio constante.

Es así como podemos –en el transcurrir de este momento de la especie- darnos cuenta de que el vivir es potencialidad liberadora, es potencialidad de austeridad, de sosiego, de calma. ¡Sin duda, hay que ejercer en ello!... y saber estar ante lo injusto, lo agresivo, lo “miedoso”: ese fantasma permanente que nos augura grandes catástrofes, pero a la vez asume que son producto de nuestras acciones.

Ese doble lenguaje del poder que ha ido desarrollando la especie, es el camino que ha tomado, y que amenaza claramente nuestra permanencia.

Y así, la Llamada Orante nos conmina al rescate de “los detalles”.

Sí; hacernos... lo que somos realmente: pequeños, muy pequeños. Y vamos a rescatar ese detalle de un poco de humildad, ese detalle de un poco menos de agresividad, ese detalle de menos mentiras y ocultamientos, ese detalle de menos prejuicios, ese detalle de menos acopios, ese detalle de ¡un poco menos de miedo!

La recuperación del detalle de nuestra identidad.

Esa micro-conversión que nos aparte de hablar de dramas y tragedias permanentes, como si fueran algo ajeno a nosotros, cuando estamos inmersos en ello. Y más bien buscar el apoyo del infinito... infinitamente pequeño, de modificar, en esa microconversión, actitudes que hoy sabemos que, producto de ese estilo de vivir, nos llevan al inevitable combate, a la confrontación, al no, a la divergencia…

 

 

De ahí que la labor de cada ser ha de ser en la perseverancia, en la fe, en la esperanza y en el hacer cotidiano que, a través del orar, el meditar, el contemplar, nos puede modificar ‘conversoramente’ –no convencidamente, conversoramente- en otra realidad.

 

Es así que podemos decir que la vida, en su transcurrir, se defiende de la vida, para evitar que ésta se convierta en una tragedia... De la misma forma que cada vez se descubren más y más recursos que desarrolla el ser para resolver patologías, para resolver discordias, para resolver apatías. Sin duda en pequeña proporción, muy pequeña, sí. Pero es una respuesta que está ahí; que, sin duda, siempre ha estado ahí, pero se activa ahora de forma significativa.

 

Y en esa infinitud de... infinitos detalles, no podemos aguardar a que, desde lo poderoso y lo dominante, nos inciten a la conversión. ¡No!...

 

Fíjense, por ejemplo, simplemente ahora, que estamos en un tránsito local de urnas, en el que se nos ofrece, desde lo poderoso, las más dispersas, diferentes y opuestas propuestas. Una guerra muy dura que no nos respeta. Un grupo de poder, que se ha ido haciendo con nuestras consciencias, no respeta nuestro hacer. Al revés: le induce al combate, le induce al ganar, al perder –incluso “al perder”, para dentro de poco ganar más-.

Y a nivel de poderes, hoy se mueven estructuras –a través de la ciencia, la tecnología y el progreso- que se desprenden de lo hegemónico, que plantean con vigor, fuerza y agresividad el combate de la hegemonía.

El imperio –el que tocaba ahora- ya no es... absoluto. Se mueven suficientes poderes como para debilitarlo.

Lleva su tiempo, claro. Sí. Un simple ejemplo: hace 60 años –por poner una cifra bastante aproximada-, hace 60 años, China era un despojo de “amarillos” que se reproducía y tenía que controlar su reproducción para poderse alimentar.

¡Y tan solo han pasado 60 años!... y esa realidad ya no es así.

No ya por los logros que astronómicamente ha tenido a todos los niveles, desde la astronomía, con su plataforma en órbita, y otros logros, sino a todos los niveles de hegemonía; con la diferencia de que no pretende suplantar, sino que se alía con otras potencias, con otras posibilidades.

Y así, mientras se reúnen los G7, los G20 –esos G: los hombres G-, ya se reúnen otros “sin G”, pero con una capacidad y unos recursos especialmente significativos. No es el anuncio de una guerra. No. Pero sí es el anuncio, el preámbulo de desmembrar un imperio, con los mismos argumentos con que llegó a ser “el imperio”: poder, violencia, dominio, control, propaganda...

Lo que ahora se llama “geopolítica”. ¡Ah!, ¿pero existía, en geografía, otros países que... también existían? Pues mire usted por dónde, sí. A los que se les ha enseñado a ser esclavos, pero han descubierto que también pueden ser señores. Es más, los esclavos necesitaban algún señor para que los dominara, y ha habido ya –y crecen- los suficientes señores como para acrecentar y acrecentarse en el poder.

 

La Llamada Orante nos llama a darnos cuenta de en qué universo de humanidad nos encontramos, para que nuestra consciencia, en pequeños impulsos, pueda –intencionada, intuitiva y testimonialmente- convertirse en lo que es... de sensibilidad, de arte, de belleza, de entusiasmo, de corrección…

Saber corregirse, saber rectificar, es una expresión de bondad que nos promueve.

 

 

Orar, meditar, contemplar... y puntos suspensivos –es decir, cualquier otra dinámica de nuestro aliento- constituye el soporte con conocimiento, porque estamos en el seno “de”. No vamos a volver a la Edad Media, no; no vamos a volver al paleolítico, aunque existan dietas paleolíticas.

¡La vida no tiene marcha atrás!

Eso hay que aprenderlo bien: La vida no tiene marcha atrás.

Y es en el transcurso de ella, como perfectamente se puede ver en un ser humano: cuando ya decide, por su edad y tiempo, andar, ¡no vuelve a gatear!, no vuelve a babear, salvo que su deterioro le lleve a ello. No tiene marcha atrás.

Por eso, cualquier tentativa de aislarse, secuestrarse, es una vanidad más y otra forma de combate, a la espera de que el señor y el poderoso se apiade de nosotros y nos conceda… ¡Por favor!

Si a cada pequeño paso –¡pequeño!- le damos la dignidad de la conversión, la propia vida providencial...

Porque todo ello está gestado por ese Misterio Creador que nos transmite, en el orar y en el estar, las coordenadas por las que podemos desarrollar nuestras capacidades, a través de nuestras consciencias.

 

Y esos pequeños infinitos instantes, esos quantums de conversión, buscan la sintonía, buscan los semejantes. Y así sintonizamos... y así nos amplificamos.

Y en ello está la convivencia, el compartir, el convivir de una forma solidaria… evitando cualquier reclamo protagonista, demandante, de queja permanente.

Y haciendo, de lo imposible, posible.

 

Sin marcha atrás, en conversión evolutiva.

Hacia ahí está el reclamo orante hacia este tiempo de vida.

Ahí está la garantía providencial que nos hace ver, descubrir dónde estamos, aprender... y desarrollarnos en un sentir liberado.

Testimoniando.

 

 

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