Referencia
Trascendente
15 de mayo de 2023
Y
la invocación orante nos referencia con otras perspectivas, contemplando los
aconteceres sin los prejuicios, juicios, opiniones, costumbres, normas…; que no
es que no existan o que no tengan que ejercerse o ejercitarse en algún momento,
pero no deben condicionar nuestro
ánimo, nuestro humor, nuestros amores.
Cuando
el ser se hace intromisión hacia sí mismo, busca el ejecutar sus proyectos e
ideas, y se vuelve impositor, exigente, dominante.
Cuando
la referencia es de Universo, esas características –bajo el Sentido Orante-
deben diluirse.
¡A
ello recurre el creyente para encontrar las trazas, las señales, los diferentes
caminos!
A
ello recurre el creyente: a la Oración que invoca, que provoca.
Esta
no tiene normas ni leyes.
La
referencia de la Bondad y la Misericordia no conoce costumbres.
Es
y está, y se hace el auxilio de nuestras contrariedades, para llevarnos a la
flexibilidad, a la comprensión, a la aceptación, a la adaptación, al desarrollo
de nuevas perspectivas.
Cuando,
además –no por ser más, sino por
diferente-, la oración se hace variable, distinta, diferente…; buscando siempre
el aporte, el desarrollo, el salir de las enclaustradas informaciones,
formaciones y costumbres.
Según…
según la consciencia de cada uno, y ateniéndose sólo a ello, el llamado
"mundo” es terrible, horrible. Nunca encontrará algo a su gusto, a su
diseño. La queja será permanente.
Pero
cuando nuestra consciencia sale de su guarida, y se hace… se hace vigilia de
luz, entonces es capaz de resaltar lo brillante, lo admirable, lo bondadoso; es
capaz de recrearse en la belleza de un instante, en el alivio de descubrirse
flexible y generoso.
Es
cierto, sí, que vemos diariamente la ira personal; esa que todo lo juzga.
Sí.
Es cierto que se contemplan dramas, por noticias, por imágenes o por cualquier
otro medio.
Y,
sí, es cierto que cotidianamente se suceden dificultades que se agrandan.
Pero
todo eso es una pequeña parte –más pequeña de lo que parece- de otras
situaciones que ocurren. Pero, claro, cuando no son de nuestra implicación, es
como si no existieran...
Y
el ser hace un “close-up”: un cierre
de objetivo, sobre sus cuitas, y ahí se mueve. No parece haber nada más.
Y
así se van sumando consciencias belicosas, rabiosas, excitadas. Siempre
encuentran otra de la misma naturaleza, que apoya, que aporta...
Y
claro, se termina consumando el drama o la tragedia o la explosión.
La
Llamada Orante nos sitúa en la sintonía con lo viviente.
Y
en todo ello encontramos el aliento para desjudicializarnos.
Asumirnos
en los papeles que nos van apareciendo, pero aprendiendo, deduciendo, ¡interpretando!,
bajo una perspectiva trascendente
–no de nuestros dientes; ¡algo más!-.
El
asumir el vivir como esa pesada carga que se hace cada vez más densa, supone un
acotamiento, un acotar el transcurso, un cierre de fronteras, una pérdida de
dimensiones en cuanto a referencias.
Sí.
En ese escollo del egocentrismo, el empleo de referencias de humanidad puede
ser, y es, cuando se hace con honestidad, clarificador.
Y
si la referencia la hacemos con una persona presa injustamente, o si la hacemos
con un enfermo doliente y postrante, o si la hacemos con alguien que no ha
tenido la oportunidad de leer, ni de escribir, ni de aprender… si nos
referenciamos así sucesivamente –para no ampliar- con otros referenciales de
otros seres que viven bajo otros parámetros, nos puede ser de utilidad para sospechar... –dejémoslo ahí- sospechar
la trascendencia de nuestro transcurso.
Y
si a todo ello le añadimos el evidenciar, el evidenciarnos en las cualidades,
los dones personales que se tienen, las capacidades, y todo lo que ello puede
promover, con ese impulso estamos cerca de escuchar lo orante, de aplicarlo a
nuestra permanencia, de variar
nuestra “puesta a punto”.
Y
acude también la “desesperada” actitud que incita a la huida, que incita a la
violencia...; y, a la vez, a la incapacidad “de”. En ese cerrado espacio entra
la consciencia, incapaz de solventar las propias cárceles que el ser se va
ejercitando en ellas. Y que, como sólo se encuentra bajo la legislación de su
consciencia privativa, no ve, no siente, no percibe otra referencia.
Asumir,
ante la queja permanente, ante el desespero y la incapacidad… asumir la opción –que ahí está- de hacerse mínimamente humilde. Y en ese sentido,
diluir la importancia y el caos personal.
Concederse
una posición de tránsito de “cal-ma”.
Esa
calma activa que nos implica serenidad, y que nos congratula cuando nos damos...
y recibimos la respuesta; la respuesta complaciente.
Trascender,
ascender a una visión, a una audición, a un sabor, a una textura… que contemple,
el vivir, como un don, como una excepción, como una insólita aparición.
Trascender,
situándose en la perspectiva de nuestro desconocido origen, y como creyente, en
la evidente anuencia, ayuda, implicación y constante piedad y generosidad que
se derrocha a través del vivir.
Trascender,
poniendo en activo que nuestra
presencia y nuestra permanencia, y el transcurrir que ello supone, ¡no es obra
nuestra!
Trascendemos
hacia un Misterio, y a desarrollar una plena conciencia de confianza hacia esa Referencia
Trascendente.
La
condescendencia, esa que no se toca, no se posee, no se tiene, pero que
evidentemente, “con serenidad”, el ser puede notar que gravita sobre él, sobre todos, es una invitación a que también
condescendamos con lo que nos va tocando; lo que está sucediendo.
Dar
paso a la calma y a la serenidad, ante la creciente irritabilidad y desespero y
queja.
“Con-des-cender”.
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