El hacer en la pulcritud excepcional de lo extraordinario
es una motivación
8 de mayo de 2023
Y así nos llaman a
servir... a cada cual en su posición.
Nada sobra ni nada
falta.
Nos llaman a indagar
sobre nuestra naturaleza, y recoger lo que en nuestras culturas se definen como
“virtudes”, y que en cualquiera de los casos buscan la sintonía, el equilibrio,
que a lo largo del tiempo puede ser muy variable de forma y manera.
Y en este transcurrir
nos llaman a “participar”, con la actitud y la intención de sanar, entendiendo
por ello todas las disposiciones: desde el mínimo pensamiento hasta la máxima
pulcritud de intervención o de novedad o de ciencia extrema.
Y nos llaman a sanar,
porque la especie se ha situado en un desarrollo en constante desequilibrio. Se
ha situado en una actitud de dominio, de posesión, de poder.
Y eso se ha ido
extendiendo en todas las capas y estratos sociales.
Y eso supone un
estado adaptativo de salud, perturbador. No ya para la especie, sino para todas
las demás especies con las que compartimos el fenómeno de la vida.
Y sanar implica
pulcritud, limpieza, belleza, palabras, gestos, ‘dis-posiciones’, aprendizajes, entregas a las promesas, obediencias
a los deberes, aplicaciones a las innovaciones... y una permanente sintonía en
lo creado, en la Creación.
Una permanente
sintonía en el Misterio Creador, a sabiendas de que somos enviados con recursos
y con mensajes a cumplir.
Y ello no nos da ni
autoridad, ni importancia, ni reclamo.
Ello nos proporciona
responsabilidad, aplicación, ¡entusiasmo!, dedicación.
Al amparo de la Misericordia,
de la Bondad, de la Providencia, nos disponemos a cumplir.
Y en ese cumplir,
darnos cuenta de esas casualidades, de esos misterios, de esas coincidencias.
De todo lo que
aparece.
Y, en consecuencia,
nuestros sentidos deben estar “despiertos”.
Muy despiertos. Para que así podamos percibir lo sutil, darnos cuenta de lo
extraordinario, de lo excepcional, y abrigarse a ello.
El hacer en la pulcritud
excepcional de lo extraordinario... es una motivación. Y la Llamada Orante nos
implica que sea una motivación exigente.
No es... no es, ahora, tiempo para salir del paso.
Este transcurso que
nos implica supone excepcionalidad, extraordinaria actitud, impecable actuación.
La vulgaridad del
poder atrae. Sin duda. Pero destroza.
Y en ello vemos el
desengaño, la contradicción, la disputa...
Cualquier tipo de
guerra.
Y es así que la
violencia de cualquier naturaleza, se expresa con “naturalidad”, como una
necesidad para obtener obediencia; como una necesidad de implicarse en “importante”;
como una necesidad de recalcar lo que se debe.
Es preciso depurar
ese carácter, esa consciencia de dominio, de control, de poder, pensando que en
ello está la virtud. Y cada cual tratando, en consecuencia, de proclamar su
verdad, su única verdad.
Y es así que el
conflicto se establece, con las garantías de que ¡continuará!
Y ello conlleva “enfermar”:
ese estado adaptativo de salud que busca el equilibrio, que busca la armonía,
que busca la serenidad.
Pero la vanidad que
impera es la que produce ese estar sin sintonía... que conduce a dolores,
sufrimientos, inadaptaciones y creaciones de dependencias.
Somos “interpendientes”,
cierto. Y en ello tenemos que estar. No, “dependientes”. Porque en ello viene
el abuso, en ello viene la exigencia, en ello trae la demanda...
En la medida en que
nos hacemos interpendientes, nos ocupamos simultáneamente de nuestra posición y
la de otros.
Y así todos quedan
cumplidos.
Es una armonía de
equilibrios, de frecuencias, de armonías.
“Sintonizarnos”. Sintonizarnos
con el Misterio Creador, que ello sí está sintonizado con nosotros, por la
evidencia de que estamos.
Esa intención de
estar en sintonía, de buscar y hallar la referencia Creadora en todo lo que nos
acontece, nos da la soltura de sentirnos bajo ese manto misericordioso,
bondadoso, generoso... y de dádivas.
Y así, obedecer a las
llamadas que aparecen, que nos reclaman.
Somos necesitados y
necesitadores.
Y en la unicidad del
acontecer, nuestras acciones se hacen simultáneas con las intenciones Creadoras.
Y de ahí saltan a la
consciencia de servidor de lo Eterno.
Ya que estamos en la
eternidad, en lo infinito y en lo inmortal, nos servimos de ello testimoniándolo en nuestras disposiciones,
actitudes.
Y esa demanda que la
llamada Orante nos hace, en el sentido de sanar, nos coloca en la simultaneidad
de nuestra dinámica y de la dinámica que nos envuelve.
Y es así como se hace
lo extraordinario.
En la medida en que
cada uno se sintoniza y se dispone en ese equilibrio sanador, es capaz de
proyectarse, y su ejemplo tiñe lo
que toca.
La filiación de
nuestra presencia en forma de vida, se realiza en base a la sinfonía Amorosa
del Misterio Creador.
Sí: “sinfonía”. Ese
sonido inaudible para nosotros, pero audible cuando se está en oración.
Esa sintonía, esa
sinfonía que sintoniza con la vida para promoverla, lo hace a través de lo que
sentimos. Y el sentir del ser es unitario. Es un sentir de “amar”; que se puede
diversificar de mil maneras: en odio, en rencor, en venganza...
Pero es sinfonía
amorosa.
Y en esa sintonía
debemos buscar lo que realmente es virtuoso, y así desechar el rencor, la rencilla,
la rabia, la manía, los prejuicios, y convertirlos en esa experiencia de
sintonía de sentires, de afectos... afectivos y efectivos.
Es una necesidad el confiar en nuestros sentires,
en la emoción de nuestros afectos.
Hacerlos universales.
No sectarios ni partidistas, sino comunicadores, sintonizadores de esa
sinfonía.
“Confiar”... es otro instante que debe prevalecer en la esperanza
cotidiana, como ese condimento que nunca falta; como el agua.
Hacernos manantial en
donde se pueda beber; en donde calmemos nuestra sed... y la de sedientos.
Sí. Nos llaman a
sanar. A esa vocación inevitable de entronizarse en la belleza; de agraciarse...
en ¡lo transparente!, en disolver las apariencias; del aclararse en sinceridades.
Y acudir a la llamada,
con nuestras mejores ofrendas... a sabiendas del cortejo que nos orienta...; la
oración que nos sustenta...; la Providencia que nos alimenta.
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