El hacer de la
vida es un compromiso solidario
1º de mayo de 2023
Y la invocación de la
Llamada Orante nos transporta hacia nuestras naturalezas de Universo, que se
plasman en nuestro hacer de bondad, en nuestra misión de redención, en nuestra
expresión de fuerza… en la convicción.
No es una simple
llamada. Es un requerimiento. Y que, en la medida en que nos responsabilizamos
de ello, nuestro ser asume el equilibrio, la armonía, la disposición, la ayuda.
Habitualmente, en lo
cotidiano, ante muy diferentes circunstancias, se suele escuchar el decir: “Pero
¿yo qué puedo hacer? Yo no puedo hacer nada... Eso lo que lo
tendrá que hacer aquél, el otro o el de más allá”.
El hacer de la vida
es un compromiso solidario que no excluye ninguna posibilidad. El mero hecho de
adoptar una posición de disponibilidad, de saber que se está en la intención de
la búsqueda, y de que nos encuentren, nos capacita para tener una… no sólo
respuesta, sino una actitud responsable... que ayuda.
La “ay-uda” –como el “ay-uno”-
es esa disposición a desligarse de lo posesivo y entregarse a lo solidario.
Y sea cual sea la
necesidad que aparezca, si nos sabemos solidarios como seres, e inevitables
como vida, en solidaridad, bastará una actitud, una palabra, un gesto..., para
que ello implique una ayuda. Que muchas veces no es la de nuestro agrado, pero
es una posición que nos capacita para buscar nuestras respuestas.
Sentirse ayuda y
sentir que me ayudan... es una posición de consciencia, realmente en la vía de
la liberación. No solamente porque “no estoy solo”, sino porque soy consciente
de la necesidad de ayuda y soy consciente de la necesidad de mi ayuda a
otras situaciones.
Toda… toda Llamada
Orante que se implica en el Misterio Creador, tiene una representación, una
realización, una configuración en nuestras formas. No es un mundo separado.
Cuando separamos
nuestra consciencia conectiva con la Creación, y nos quedamos con
nuestra consciencia aseverativa de nuestra razón, estamos presos;
limitados; en constante dependencia; con el miedo incorporado, que lo tomamos
como recurso de cuidado.
Educados en el miedo
por las injurias que podemos recibir, sin descubrirnos las bondades que podemos
ofrecer... y las ayudas –como decíamos- que somos, cuando nos educan en esa
disposición, los logros siempre están limitados.
Y caer en la
limitación, dentro del infinito Universo en el que habitamos, es un desespero.
Y de ahí las prisas,
el consumo, el acelere, el “inmediato”...
Se ha de tener siempre presente... que somos
una minucia equivalente al Misterio Creador: somos un Misterio también.
Y estamos para
testimoniar la grandeza de ese Misterio, a través de posicionarnos en
permanente generosidad, en constante avistamiento de no perder la referencia...;
de que nuestra mensajería está porque necesaria es, y no admite suplir nuestra presencia. Y de esa
manera, cada consciencia asume la responsabilidad, asistida permanentemente, de
poder cumplir... con el entusiasmo
de saberse cortejado amorosamente por la Creación.
Nuestra sola, sola
presencia... de un amanecer, la consciencia de descubrirnos al despertar, ya es
una evidencia del cortejo de Amor del Misterio Creador.
No despertamos a la
oscuridad solitaria. Despertamos a la luz bulliciosa, al sonido de la expresión
viviente.
La algarabía de la
vigilia nos pone en sintonía con nuestro papel: el que nos toque.
En estos tiempos de cronicidad desesperada, las
soluciones aplicadas son efímeras y rentistas. Las prevenciones son casi unas
quimeras.
Y resulta que somos…
somos el transporte, somos el testimonio de expresar el cese del sufrimiento.
Pero se tiene ahí como… como algo... inaudito, imposible.
Tan imposible, que
con la amenaza constante de la muerte, y el sentido limitativo de la
existencia, nos impide ver el amanecer permanente.
Portamos, por el
hecho de vivir, una existencia sostenida y mantenida, sin la necesidad del
sacrificio, del sufrimiento y el dolor.
Por ello, debemos
salir de la cronicidad, introducirnos en la prevención... y aspirar continuamente a la resolución, esa,
liberadora... Esa liberadora que es la gran ayuda, la gran redención.
Pueden parecer
palabras grandilocuentes o proyectos inabordables. Pero, si así lo fueran, no
se escucharían; no habría palabras para decirlos. Si se escuchan y se dicen es
porque están.
La palabra crea. Y en
el Principio era ella. Es ella.
No somos una necedad
transitoria que se mece en los vaivenes de la casualidad, la suerte o... el
desprecio.
En ese sentido de la
conversión, debemos rehabilitar la consciencia de humanidad: el dejar de
sentirnos permanentemente culpables... y responsables de todos los desastres.
Es perentorio
recuperar la dignidad. Sin duda, hay que ejercitarse en ello.
Sin duda, no vamos a
negar las barbaries y los desastres que crónicamente se establecen como si
fueran de nuestra naturaleza. Pero es ahí donde tenemos que incidir: no es nuestra naturaleza. Es el camino
que han seguido nuestras capacidades, consentido
por el Misterio Creador, en ese Misterio. Y que, en ese desespero y en ese
deshacer, está el reclamo que pide la bondad, la caricia, el consuelo.
Esa... maldad, en
realidad está reclamando una posición de bondad, porque de ella venimos y de
ella somos. ¡No podemos quedarnos en el análisis circunstancial de evidencias
racionales! Tenemos que ir más allá, y asumirnos como inspiración reveladora...
que se dispone a servir y a pulir,
cada instante, su ejercicio de hacer.
¡A sacar brillo!... a
cada palabra, a cada actitud.
A hacer de la memoria
un alivio, no un desesperado movimiento que nos condena; más bien, un inspirado
instante de redención. Fíjense qué infinita diferencia.
¡No hemos venido para
ser condenados!... Hemos venido para testimoniar que somos liberados. Y que nos
ejercitamos en esa liberación, por el testimonio de los recursos de los que
hemos sido dotados. Y así somos un servicio permanente... que elude el
conflicto, la controversia, el prejuicio y el castigo.
La flor de primavera
no es una casualidad. Es una muestra transparente de cálida belleza.
La brisa suave que
nos acaricia... es una expresión de compañía,
de sentirnos acompañados.
El sonido de nuestras
pisadas... es el tambor del compás; ese compás que busca los ritmos de la
alegría.
Sí. Somos excepciones
delicadas... y dedicadas a dar muestras de perennidad.
Hacer, de nuestro
muestrario, una sinfonía de belleza.
Recurrir al auxilio
del canto del pájaro...
Y las ansias
fantásticas, apoyarse en el aleteo de las aves que vuelan.
Todo instante de vida es una trascendente experiencia de belleza, de consciencia
de Amor.
Es el perfume del suspiro… en permanente alivio.
“Es el perfume del suspiro, en permanente alivio”.
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