LA VIDA: UNA
MULTIVERSIÓN ETERNA, INFINITA, DE LO ETERNO
24 de abril de
2023
Y en la Llamada Orante nos encontramos con nosotros, que es
como decir que nos encontramos con nuestro origen, con nuestra naturaleza.
En la
Llamada Orante no hay ni prejuicios, ni condenas, ni trampas.
Y así, cada vez que el ser se dispone a orar, sabe que se
va a encontrar con el refugio de sí mismo. Y de inmediato se va a descubrir que
ni siquiera es él, sino que es el Misterio el que vibra y se expresa en nuestra
forma, en nuestro carácter, en nuestra actitud…
Es la oportunidad, lo orante, de despojarnos de nuestras
pertenencias, porque nunca nos han pertenecido.
Y si bien se dijo –y se dice- que se acude a orar, y el
orante pide perdón por sus pecados, por sus transgresiones, pide, pide y pide
“como si fuera” una entidad propia, individual, que contacta con otra
teóricamente superior que está allí, allá…, más bien diremos que, cuando la
oración se hace presente, dejamos de ser “éste”, “aquél” o “el otro”, y
entramos a ser el Misterio, entramos a ser lo que transcurre, y sobre ello
divagamos, meditamos, contemplamos…
Indagamos
sobre nuestra naturaleza, pero que no es propia.
Y si proponemos y decimos la idea de que somos enviados
para cumplir una misión, con los recursos necesarios, evidentemente no nos
pertenecemos.
Somos expresiones insólitas, únicas, imprescindibles y
necesarias, pero como expresión del Misterio Creador.
Y la Llamada Orante nos hace orientarnos hacia un nuevo
peldaño en el que, al acudir a ella, nos descubrimos como expresión de
lo misterioso... y nos caracterizamos de una determinada forma y manera. Y esa,
debemos evaluarla, valorarla, pulirla.
No es –así en principio- no es fácil convivir con quien no
soy. Porque nos han educado tanto en “lo que somos”, que al plantearnos –como
ahora- quiénes no somos: el carácter, la personalidad, la creencia, el punto de
vista, el “libre de albedrío”… son todos esos adornos que a lo largo del tiempo
el ser se ha colocado, sin darse cuenta de que ni uno solo de ellos se ha
expresado sin la emanación del Misterio.
Así
que simultáneamente convivimos con quienes no somos y con lo que somos.
Puede
resultar un poco “esquizo”, “esquizoide”, “doble personalidad”, “Mr. Jekyll”…
“Puede”.
Pero ¿acaso… acaso no se está, con frecuencia, hablando del
Yin y del Yang?
¿No son acaso opuestos y complementarios? Por acercarse un
poco a ellos, porque tampoco son eso.
¿Y no es acaso, al expresar “Dao”, el sentir de la
Creación? Como frase, no como definición. “El sentir de la Creación”.
Y cada ser es Dao. Para trascender a la dualidad; pero en
el mundo que nos corresponde, están.
La propuesta orante es saltar del personalismo individual
que trata con lo Divino como “de tú a tú” o “de tú a mí”, a desvelarnos
que “yo no existo; yo soy Tú”. Pero en apariencia soy yo.
Podemos caer en un juego de palabras. Sí. Pero, ¡qué
diferente es acudir cuando nos llaman!, sabiendo que somos parte de la llamada,
expresión de la llamada, que por su magnificencia nos va desvelando, aclarando,
mostrando nuestra naturaleza, que es Creación.
Mientras que, por el contrario, cuando acudimos con el “yoísmo” estructurado,
pidiendo correcciones o mostrándose como se cree que uno es, ahí sí
empleamos el dualismo que nos acompaña a lo largo de civilizaciones; y, salvo
excepciones místicas a las que no vamos a renunciar y que ahora proponemos al
orar, el dualismo se establece en esa convivencia entre la Creación y el credo
que podamos tener, y nuestra personalidad: quiénes somos, cómo
somos...
Y ahí siempre habrá esa dualidad entre... –para
simplificar- entre Dios y el hombre, Dios y los hombres. Una dualidad de dolor,
de falta, de engaño…; de un largo etcétera de cómo se ve la especie en su
“dualismo existencial”.
Los
macabros espectáculos entre religiones propietarias de dioses: ¡qué horror!
Cuando asumimos la actitud de un nuevo peldaño en el
Infinito y en lo Eterno, y dejamos de juzgarnos, de fustigarnos, y dejamos de
juzgar, dejamos de reclamar, empezamos a ser lo que somos, que no es lo que
seguramente cada uno piensa que es, sino otra realidad.
Una realidad de Misterio, con mensaje y recursos. Una
realidad que no me pertenece. Y al decir "no me pertenece" no
significa que empiece a combatirme y a castigarme. Algunas tendencias hablan de
hay que anular el “yo”, el “ego”. Sí. Bien. ¿Y...? ¿Quién queda?
La naturaleza de la vida no es el
transcurso de lo que queda, del que gana, del que prospera.
La naturaleza de la vida es una muestra de la Creación, que
suspira. “La naturaleza de la vida es una muestra de la Creación, que suspira”.
Y cada “yo” es un mensajero, una expresión creadora que es
Creación. Es como si la Creación se desgajara, y uno de sus gajos –como el de
una naranja- fuera la vida. Y fuera la vida de cada uno, que ya no es cada uno,
sino que es una multiversión infinita de lo Eterno.
La
vida: “una multiversión eterna, infinita, de lo Eterno.”
Configurado cada ser vivo como un mensaje, es un mensaje en
su encarnación, en su desarrollo, con la potencialidad de descubrir, la
creatividad de aprender y la solvencia de estar mostrando lo que trae: ese
mensaje.
Pero es que él es el mensaje. No es alguien que trae
la carta, no. Él, usted, aquel y el otro… son las cartas.
Y en
esa medida, la dualidad no tiene necesidad de aparecer.
No
sólo somos cómplices divinos, sino somos expresión divina.
Como expresión de lo Divino, no tiene principio ni tiene
fin. Tiene... –no de tener, sino de expresar- tiene una forma, una manera de
expresarse.
Y “parece” someterse a ciclos y a ritmos, pero también es
ficción.
Sí. Todo es como un gran escenario, donde hay luces,
alfombras, tarimas...; donde hace calor y frío… Un estudio donde se va a rodar
tal o cual escena.
Y en ese estudio transcurren buenos, malos, vidas, muertes,
enfermedades… diferentes condimentos. Para luego, cuando se termine la
filmación o la interpretación...
Por
cierto, ¿quiénes son los espectadores?
Los
mismos actores.
El
actor, como espectador que simultáneamente representa lo que la Creación
decide.
Y al ser actor y espectador simultáneamente, bajo la
dirección de la Creación, puedo ver lo verdaderamente trascendente –que se
queda sin palabras- y puedo ver la ficción, las apariencias: del calor, del
frío, de la urgencia, del hambre, de la guerra…
Y una vez culminado el rodaje, el espectador-actor, expresión
de la Creación, desaparece como protagonista. Entra en otra vida.
Como el ejemplo que estamos siguiendo: y vemos a éste que
actúa así y es así... pero termina la actuación y sale, y es otra persona.
Esa
otra persona... es el mensaje, es el mensajero.
Pero hay que –como diría la canción- “rodar y rodar
y rodar”… para saber distinguir la apariencia de lo configurado,
de la evidencia de lo invisible.
La
apariencia de lo configurado, con la evidencia de lo invisible.
La simultaneidad trinitaria del espectador, el actor y el
promotor, se funden en un Misterio. Y ese promotor, aparentemente invisible, es
el que posibilita que el actor-espectador, se fundan en la promoción y se
diluyan en el Misterio.
Piedad. Ámen.
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