sábado

Lema Orante Semanal

 

El transcurrir de la vida es en base a matices

17 de abril de 2023


 Y cada Llamada Orante nos sitúa en la sintonía de otra dimensión, sin cortar la comunión con nuestra travesía.

Es habitual que, al entrar en otra consciencia, al “universalizarnos” –dicho de otra forma-, se pierda la referencia de dónde se está, de lo que se hace; en cuyo caso no hay comunión, hay disociación.

Y ciertamente, la vida a la que pertenecemos –misterio- es una comunión de necesidades, intereses, interacciones, conexiones, sintonías… No se puede reducir a “blanco y negro”, a “bueno y malo”.

El transcurrir de la vida es en base a “matices”; matices de diferente transparencia, de distinta característica, que nos hacen discernir continuamente y sabernos dar la respuesta adecuada para cada situación.

Eso es lo llamado “ideal”.

En el práctico acontecer no ocurre así. Cada vez es más el sentido desintegrador y personalista.

Cada vez cunde más la actitud de elaborar sectariamente el plan, el recorrido… como si, los demás, simultáneamente no existieran, y a la vez, nos obedecieran. Curioso.

Sí. Ese individualismo cada vez más radical, se mueve simultáneamente en esa aparente dualidad; porque es simultáneo: o no existe nadie –en referencia a alguna actitud o alguna decisión a tomar- o los “álguienes” son devotos y forofos de mi decisión.

Con lo cual, obviamente, la ‘con-fianza’ se convierte en esa otra acepción, es decir: que nadie se fía de alguien.

“La fianza”: dícese de un pago adelantado que se da ante un alquiler –por ejemplo- para que, si hubiera algún desperfecto al final del contrato, se subsanara con ese dinero. Es un signo de desconfianza. Claro. Y es lógico que surja cuando el sujeto se individualiza hasta tal punto, que no existe nada que no sea él, o lo que existe está totalmente a su favor. 

Fianza: “desconfianza”.

Y todo ello se nos va mostrando como algo… normal.

La palabra “normal” ha adoptado un polimorfismo estructural, mental, afectivo, emocional, impresionante.

 

Por poner un ejemplo grotesco, pero a la vez siniestro y simultáneamente tétrico: he aquí que una persona llegó a demandar a otra persona vecina –una vecina, a otra vecina-; demandarle que no estaba conforme con algunas cosas. Y la dueña –la que era visitada- esgrimió un hacha contra la vecina. Y he aquí que la vecina le quitó el hacha y, en legítima defensa, le dio... no sé si 14 o 24 hachazos –hay personas muy resistentes-. Bien. El jurado, el juez, la declaró inocente por “legítima defensa”.

No vamos a discutir la decisión del juez. No. Vamos a replantearnos la situación. O sea que a mí me vienen a atacar, yo quito el arma al atacante, y yo me... me... 14, 24 hachazos. A lo mejor con uno era suficiente. Y entonces es “legítima defensa”, no es...

Es un ejemplo real, por supuesto –que ha dado lugar a una película-, y… normal.

Así que ya tenemos una norma estupenda para cuando vayamos a quejarnos de algo a alguien: si ese alguien se defiende –o mejor dicho, nos ataca-, y nosotros podemos quitarle su arma –el quid está en quitarle su arma, no sacar nosotros alguna, no, no, quitarle su arma- y, en defensa propia, bueno… pues cae en el combate, pues qué pena, ¿no?… “Inocente”.

Bien. Podemos poner multitud de ejemplos que, en general, chirrían un poco, pero es la onda de “lo normal”.

Y así, por poner un ejemplo menos cruel, en la medida en que se acusa a un personaje político, de algún “teórico”, “teórico”, “teórico” delito, en esa medida aumenta su popularidad, aumenta su valor.

Es normal.

Pareciera que, en otro tiempo, ¿verdad? –no hace mucho-, pues si... tal, pues menos: sería cual, ¿no? No.

 

Así que, hoy más que nunca, hablando de la actualidad...

En la actualidad, se hace cada vez más necesario el sintonizar con nuestra Universalidad... ya que constituimos una expresión de la llamada “vida” –que no sabemos qué es exactamente, pero que ahí vamos… ahí nos llevan-; tiene que ver, evidentemente, con unas estructuras llamadas “Universo” o “Universos”.

Si logro sentirme incorporado a ese Universo, como Misterio Creador, muy probablemente, el sentido individual, particular, sectario, radical, exigente… ese que siempre que quiere hacer algo, queda mal con alguien... ¡Qué cosa!, ¿no?

.- ¡Es que voy a seguir mi camino!

.- Entonces, ¿para eso tienes que quedar mal con otros caminos? No debería ser así.

.- ¡Bueno! Hemos quedado en que lo normal es otra cosa, ¿no?

.- Ah, es verdad, sí. Pues sí, pues...

 

Pero al sentirme Universo, y vivir como tal, no preciso radicalizarme en ningún sentido. Transcurro en diferentes acciones, actividades y decisiones, pero sin que ello suponga ruptura, separación, olvido...

 

Vamos a ver. Si nos ponemos un poco exigentes –un poco, ¡un poco!- con nosotros mismos, somos un conglomerado de secuelas de actos fallidos.

Suena fuerte, ¿verdad?: “un conglomerado de secuelas de actos fallidos”.

¡Qué horror! Suena hasta feo. ¡No! El aglomerado se usa para encimeras y para... no sé, para mesas –para todo, el aglomerado-.

Claro, si nos volvemos “normales”, no exigentes, entonces “somos un cúmulo de virtudes que, a lo largo del tiempo, y con el esfuerzo y la dedicación permanente, hemos alcanzado una posición privilegiada y virtuosa, la cual nos permite tomar los caminos más adecuados para nuestra realización”. Amén.

Esto suena un poco cursi, o suena un poco extravagante o irreal. Pero... pero es lo que simultáneamente ocurre. Y no alcanza el ser a esa ecuanimidad de desterrar el “que si fue bueno, que si fue malo, que si fallido, que si acertado, que si…”.

Dejar… dejar de acumular culpables. Porque ¡hay que ver! Si se fija uno bien en alguien, te das cuenta de la cantidad de culpables que lleva consigo. Como el señor del saco. Dices: “¡Qué saco más grande lleva ese hombre!”. Dice: Esos son sus enemigos. “¡Ah!”.

 

El ser de humanidad ha ido creando, en su poderío, en su camino, un sectarismo realmente muy diferente a lo que implica vivir.

Sin duda, su capacidad comparativa con diferentes formas de vida le dan esa característica. Y se hace rey, reina, princesa, príncipe… y otras calidades.

Y precisa expresar su fuerza, su poder, su dominio, su autoridad, su autonomía...

 

Podría pensarse, en una primera aproximación, que la vida resulta tan conflictiva, tan conflictual que, o bien es así, o bien no tiene remedio.

Ni es así... y no precisa remedio.

Pero, en ese afán individualista y personalista, sectario, la ciencia nos dice que hay que mejorar el diseño de la vida; que, mirándolo bien, la vida no está bien hecha.

Habría que retocar un poco el clima, la montaña, el valle, la primavera, el estío, un poquito el mar –menos profundo, un oleaje más contenido-… Y con respecto a los seres, pues hay seres que no deberían vivir, o sea, no deberían existir, y otros que deberían existir, pero… bueno, a cierta distancia. O sea, como que “el invento vital” –vamos a llamarlo así- está mal hecho.

Eso opinan los prebostes de la ciencia; no todos, evidentemente: los que publican, los que hablan, los que vociferan, los que prestan su voz a los medios.

“¡Hay que mejorar, hay que mejorar la especie! Y ahora que podemos coger y bailar con los genes, podemos cambiar éste por éste, y prohibirlo... Y ahora que la inteligencia artificial va a trabajar para nosotros, pues evidentemente está claro que la especie es ‘mejorable’”.

 

Desde la óptica de ese Universo con el que comenzaba la Oración, todo parece indicar –“todo parece indicar”- que lo que ocurre en esta superficie del Universo es insólito, es singular, es especial; ya que desde aquí, mirando un poco hacia allí, hacia lo cercano, no se ve nada parecido. Dentro de unas coordenadas pequeñas.

En consecuencia, ya solo con esa percepción –que podría decirse que es indiscutible-, se han tenido que dar tantas condiciones, o han tenido que ocurrir tantas multidimensiones para que aparezca eso que llamamos “vida”, que resulta... ¡desbordante! Y sobre todo, que no tenemos respuesta.

Podemos opinar que fue “el azar y la necesidad”, como decían científicos.

Pero también podemos decir que, algo excepcional –por razones, por motivaciones que absolutamente desconocemos-, esto llamado “vida”, se dio, se da y se mantiene con independencia de lo que cada uno de nosotros decida hacer.

 

Estamos, y nos han traído, para dar testimonio de gloria. Sí; gloria del acontecer diario, que va desde el nacimiento de una nueva hoja de un brote, hasta la increíble marea de una ola gigante. Y todo eso –han sido dos ejemplos fortuitos-, todo eso, hay que fijarse en una cosa: todo eso ocurre sin que nosotros hagamos algo.

O sea, eso –como ejemplo-, y todo –como millones de acontecimientos-, ocurre, no porque nosotros hayamos decidido que ocurra.

Pero es curioso: tiene que ocurrir para que nosotros estemos.

¿Cómo?

Sí, sí. Que todos esos miles de acontecimientos a los que somos ajenos, y que no hemos participado en ningún momento para que ocurran, deben ocurrir para que nosotros estemos aquí. Como, por ejemplo, pues eso: ahora hay luz. ¿Qué hemos hecho para que sea de día? ¡A ver!

¿Hemos corrido deprisa sobre la Tierra, para hacer que gire a toda velocidad y que amanezca pronto?

¿Se imaginan? Ya nos hubiéramos caído hace mucho tiempo. Nosotros y la Tierra, claro.

Sí. Puede parecer una pregunta muy tonta: “¿Cómo me voy a preguntar, yo, qué he hecho para que amanezca?”.

.- Sí, ¿qué has hecho?

.- Nada.

.- ¡Nada!... Y, y, y, y ¿cómo es que ha amanecido?

A lo mejor nos contesta:

.- ¡Pues ya ves!

.- No, ya. Ya lo vemos, ya. Sí.

 

La Llamada Orante, en consecuencia, nos insiste de diferentes formas y maneras a propósito de nuestra universalidad, a propósito de nuestra consciencia creyente, para que no nos quedemos en la parte estrecha del embudo; para que sintamos, en esa parte estrecha, la infinitud que nos anima, que nos promociona, que nos alienta.

 

Al igual que, sigilosamente, la luz se insinúa... y cada vez se hace más franca, a la vez y también, nuestra naturaleza, en la medida en que nos sentimos Universo, se hace cada vez más elegante, prudente, sensata, fluida.

 

Y en el Orar, sentimos el fluir de esa Consciencia Creadora que nos envuelve y nos alimenta…; que nos alienta y nos promueve; que nos hace descubrir.

 

No se equivoca el amanecer, cuando llega. Tampoco el anochecer es un error.

 

No sabemos quién sujeta las estrellas.

 

Tampoco podemos descubrir... por qué el aire es invisible.

 

El Misterio Creador nos contempla.

 

 

 

 

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