miércoles

Lema Orante Semanal

 

SIEMPRE. ETERNO. INFINITO.

9 de enero de 2023

 

 

Y el vivir, el vivir se hace en recuerdos de cada día.

Y cada instante transcurrido se queda impreso en el ánima del ser… como si fuera una vianda para algún momento de penuria o necesidad. Y, a la vez, vamos regando recuerdos que el entorno tiene de nosotros.

Y así, los recuerdos y el recuerdo se convierten en alimento, cuando no en tormento. De ahí la necesidad de dirimir qué recuerdos son alimento, y cuáles son pesadas cargas de tormento.

La Llamada Orante nos lleva a los recuerdos de Infinito; sí, esos que dejan de ser recuerdos; que siempre se hacen presentes –por ponerles una localización-.

En los recuerdos de lo Eterno no hay tiempo. Entonces no hay recuerdos, porque no hay pasado, ni presente, ni futuro. Hay “eternidades”.

Y esta palabra, que nos desborda en cuanto a su significado, es una palabra de liberadas disposiciones…, puesto que, al no precisar del tiempo, todo ha pasado y todo pasa a la vez. Sí, es como decir que todo lo que está ocurriendo ya pasó, pero a la vez está ocurriendo.

No es preciso ahondar en la razón y en el saber; es… instinto de eternidad, lo que nos debe proveer. Y en ese instinto de eternidad, los recuerdos se hacen eternos. Todo lo que transcurre es eterno. Es la manifestación de lo infinito.

 

Si hacemos del vivir una eterna presencia, dejaremos de acumular, de olvidar, de retener… Cohabitaremos con lo imprescindible, lo necesario y lo preciso para la demanda de auxilio.

Es difícil de entender, cuando la norma reclama “seguro”, cuando la norma demanda exigencias.

 

Es evidente que la concepción de… el estar, del vivir, que ha ido gestando la sapiencia humana, se ha hecho limitante, limitada. Se ha hecho aparente. No ha consensuado con la Eternidad, con lo Infinito. Se ha relamido en su sapiencia, en su tenencia, en su capacidad. Y todo ello para luego claudicar.

Y, a base de repetir, se ha creado la consciencia de “empezar” y “terminar”. Y ahí no hay eternidad. Ahí no está la infinitud.

La Llamada Orante nos incita a posicionarnos en el vivir, sin “empezar” ni “terminar”. Cambiar las coordenadas por “infinitud” y “eternidad”.

Así nos liberamos del corsé de que todo es caduco, de que todo es deterioro, de que… como se suele decir: “Al final…”.

 

Experimentar, en el estar-haciendo-sintiendo y pensando, que habito en la infinitud, que me ha traído para cumplir, para ejercitarme, para realizarme en lo Eterno, que sería la Vida: “La Vida Eterna”.

Parecen dos cosas: Infinitud y Eternidad. En realidad es la misma, pero para desligarnos de la esclavitud de los recuerdos –y dejarlos en pasado-, y del principio y el fin…, debemos hacer un paso previo de Infinito y Eterno, antes de acceder a la inimaginable contemplación.

Así que transcurro en un Infinito y me concreto en una Eternidad.

 Transcurro en un Infinito y me concreto en una Eternidad.

Y todo acontecer desligado del tiempo, me nutre. Y con ello evoluciono, creativizo mi presencia… y me dispongo a mi servicio: al que me corresponde, que es siempre más y más del que puedo pensar.

 

Y el Infinito me inspira. En realidad, respira por mí. En realidad… nunca he existido. He sido una refleja luminaria del Misterio Creador. Pero, puestos a estar, la Eternidad nos acompaña. Y puestos a asumir nuestra “cobertura” material, hacemos del recuerdo una actualidad… y nos hacemos recuerdos de otros, para otros… desprendiéndonos de lo superfluo, lo condicionante, lo acondicionado.

 

Sí. Los silencios se hacen eternos. Y los instantes, infinitos.

 

Cuando la Oración nos transporta a estas vibraciones, es fácil entrar en contradicciones o en intentos de comprensión, de entendimiento y de razón; o bien, situarse en una burbuja, como un paréntesis, sabiendo que, lo que nos dicen, “en realidad no es así”.

Se ha de estar alerta. Y puesto que nos llaman a orar, debemos asumir esa posibilidad, ¡al menos! Y no se trata de estar o no de acuerdo. La oración no se negocia; ¡se vive!

Y la Llamada y el Sentido Orante que nos adornan… son experiencias de Universo; posicionamientos de día a día; alimento de evolución; capacitaciones permanentes.

 

Al asumir la expresión de lo Eterno a través del silencio, podemos escuchar los cantos de las piedras… los chistes de las plantas… las baladas del agua… el susurro de las estrellas…

 

Con el comienzo infinito y la presencia eterna, nuestra vocación de realizar, desde lo material hasta lo inmaterial, se hace con la pulcritud y la calidad de un “siempre”.

 

Un “siempre” que es el sí de aceptarnos, de aceptar el transcurrir, el acontecer… sin el ánimo banal de la contienda, la posesión, el gusto o el disgusto; más bien, con una participación, ¡siempre!, que se destila de lo Eterno que comenzó en el Infinito.

 

Y así podemos decir que somos trovadores de infinitas leyendas, que transitan eternamente… y se hacen presentes según necesidades.

 

En el “siempre”-“eterno”-“infinito”, recogemos tres palabras que nos evaden de la costumbre, de la repetición; que evocan siempre la innovación: esa textura de calidad, que nos sorprende, que nos impresiona, que nos produce admiración.

 

 

 

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