NOS LLAMAN A ORAR CUANDO TODO SE HACE DENSO
2 de enero de 2023
La generalidad anímica que la cultura preponderante nos muestra, es fastidiosamente incómoda. Con grados de desespero, con apatías, abulias y… tristezas depresivas que surgen por el anclaje de ideas preconcebidas que no supieron evolucionar, que no quisieron cambiar.
Y así el manto global
es… “sin remedio”.
La Llamada Orante –desde
el Misterio Creador- nos muestra lo rencorosamente ególatra que resulta esa
visión; que sí, sí, pondrá miles de ejemplos de catástrofes, dramas, terrores,
horrores, sí. Y sin tratar de poner una balanza en la cual sobresalgan las
virtudes, los proyectos, las fantasías, las ilusiones, las alegrías, las
confianzas, los pactos, las promesas… pareciera que nada de eso existe: “pesa
poco”.
Sí. La consciencia de
humanidad se ha hecho ¡peso!, se ha hecho cantidad, se ha hecho relato de
casos. Y abrir cualquier información supone una entrega… una entrega de
desastres, de amenazas, de deterioros, de engaños, de tragedias.
Pareciera que el peso
de la materia se agolpa, se constriñe. Y la consciencia de vida se secuestra.
Pareciera que no hubiera el azul de la vigilia. Pareciera que no existieran las
estrellas de la noche. Pareciera que la sonrisa se había acabado ¡o prohibido!
Y la muestra es de
desespero personal, de incapacidad para lograr esos logros que cada uno se
fabrica por la cultura y… las ansias.
Se hace gris el panorama. La densidad de lo que
pesa.
Y ya se dice en el
argot popular: “Es que esto pesa mucho”.
“Es que esta experiencia me resulta muy pesada”. “Es que vivir así es muy
pesado”. “Es que pesa mucho la historia”… y un largo ¡pesar! –de “peso”- se
hace [1]pesar.
Y desde el Misterio
Creador, la Llamada Orante nos advierte de esa corriente que arrastra, que aploma… el vuelo,
la fantasía, la posibilidad, el diálogo, la concordia, la convivencia, el [2]“entusiasmós”.
Y los compromisos
empiezan a pesar. Y las promesas pesan. Y la solución para el peso es la huida,
la olvidada promesa, la vulgar y cotidiana empresa de transmitir el desahogo
del desespero. De transmitir el desahogo del desespero.
Y bajo el Sentido Orante,
cabría preguntarse: ¿Dónde está el juego infantil? ¿Dónde está la travesura
ante la ley? ¿En dónde se encuentra la picardía de… el nuevo plan? ¿Qué fue de
las fragancias de los proyectos: “papel de fumar”? ¿Dónde, dónde está ese
dinamismo juvenil de fuerza, de agilidad? ¿Adónde fue a parar el castillo del
adulto, que hizo con esmero y con cuidado? ¿Dónde está la longevidad del
relato, de la experiencia, del saber?
Parece –parece- que
todo eso se ha “terminado”. En la cultura del terror, todo eso se ha terminado.
Sólo queda el sobrevivir de la manera más… satisfactoria.
Pero las esperadas
esperanzas se hacen nostalgias atrevidas… imposibles de creer.
La Llamada Orante nos
advierte, nos avisa de esas texturas de pesimismo atroz. Y nos recuerda que
somos como cometas… que “en vivo” estamos al volar; que el viento nos da el
aliento, y el Misterio Creador nos sujeta con la guía.
El pesimismo se hace
cada vez más pesado y engrosa lo que llaman “realidad”.
Parece que nadie se
acuerda de que hay un aliento, un ánima, que es el que da, a lo pesado, a lo
material…, la consciencia de que existe, la consciencia de que está.
Pero eso parece
olvidado, y se tiene –aunque no concretada- la idea de que lo pesado, lo denso,
lo real, es la consciencia en verdad. Que cualquier otra textura que no sea
medible, pesable, visible, tocable, arreglable, manipulable… no existe. Así: una
consciencia de serrucho, de garlopa, de estridencias, que arrastra.
Y en esos momentos de
aplomo, cuando no hay que seguir arando en el pesimismo, aparece un chiste, una
broma o algo que nos saque de esa pésima versión de la vida. Entonces podemos
darnos cuenta de que el aliento está. Que no es la pesada carga del cuerpo –de
lo que llaman “cuerpo”-, de huesos, músculos, tendones… Que el ánima está, y el
ánimo es el que le da configuración al peso. Pero no para que pese en la
pesadumbre, sino más bien en la mansedumbre que lleve al ser a contemplarse en
lo posibilitante: en la pequeña hoja que sale entre los ladrillos que
descuidaron su unión; y ahí aflora como… “furtivo”.
Nos llaman a orar cuando
todo se hace denso; y cuando debemos alumbrar, con ilusión y fantasías, lo que realmente somos: una imaginación de lo
Eterno. Imágenes que se rellenaron de tierra… para conformarse con montañas, con
piedras… para no desdecir a esa materia que, en verdad, nunca lo es, sino que
es el aliento comprimido, configurado y conformado, como una etapa del ser. “Como
una etapa del ser”.
Si somos aliento del
Misterio Creador, si somos imaginación semejante a lo Inabordable, no somos una
pesada carga.
No somos una cargante
experiencia que debe seguir ¡aguantando!…
aguantando lo que la atrapa: las leyes que establece el ser, de la vida, desde
la gravedad que nos sujeta hasta el “destino final”… –una farsa-.
Y así, con esa pésima
consciencia, el ser va rompiendo y rompiendo y rompiendo y rompiendo… las
frecuencias de comunión, de adhesión, de sintonía…
E inevitablemente
busca otras, o se secuestra en sí mismo, como buscando razones para “la buena
ejecución de la ruptura” –“como buscando razones para la buena ejecución de la
ruptura”-.
¡Y rabia da! –orantemente,
anímicamente- que, con la espléndida, la inagotable perspectiva de ¡la vida!…
¡No solo la humana!...
“La vida”. ¡Porque la humana no es un secuestro de las otras formas de vida! ¡Es
una integración de todas ellas! Un hito, una pequeña culminación en el Universo
Creador.
No es la pesada carga
de estar y de seguir. Es el aliento del suspiro, la motivación de la
complacencia, la satisfacción de lo cumplido, el placer de lo servido…; el
volador viento de las ideas, que revolotean como nubes y aguardan el momento
oportuno para llegar a ejercitarse, encarnarse y realizarse. Y con ello, el
asombro, la admiración y la congratulada culminación.
No está el aire para
ahogarnos; ni el agua, para ahogarnos.
Están para
alimentarnos... Para ser la fantasía de aguas que recorren el ciclo… sin
fatiga, sin pesadez, mientras el viento las lleva.
Un Feng Shui
inagotable que, en cada gota de rocío, en cada copo de nieve, en cada mar
embravecido, en cada río desbordado, en cada pozo sediento, en cada aire
violento, suave o tenue… recoge la nube y el nublo, y se alegra con el
relámpago y canta con el trueno.
Todo esto no pesa…
pero está.
Y es lo que hace
posible que el ser no sea ¡pesado!; que el vivir sea el ligero aroma del
perfume; que el vivir sea el tenue parpadear de una inmensa e infinita estrella;
que el vivir sea el entusiasmo de un amanecer continuo… que nos transporta; que
el vivir sea el resplandor inagotable de la chispa: esa que alumbra a la vela.
Nada de eso pesa.
Y en ello hace
hincapié la Llamada Orante, ante esa pesadumbre, ante ese pesimismo, ante ese
peso.
Ante ese peso que
supone la Historia, ¡que no recuerda! No recuerda –es curioso-. No recuerda las
tardes de otoño. No recuerda, la Historia, los paseos plácidos o los juegos de
playa. ¡No! La Historia nos recuerda la batalla, la guerra, la conspiración, la
caída, la llegada, el triunfo, la ¡pesadumbre!, la herrumbre. Y así el ser se
va cargando de Historia, y se va haciendo denso… Insoportable.
Y no es, la memoria,
el reducto de la tragedia. No es, el recuerdo, la daga hiriente de cada
instante. Es, la memoria, el aliento que nos ha conducido hasta lo lejano; que
nos ha llevado… con independencia de nuestros legados.
Y si, en el
transcurrir, el ser se retrae de sus hazañas, y sólo contempla las ruinas… es
imperiosa la necesidad del aliento fresco que está, pero que pesado se reconoce
porque no sabe visionar, porque se ha trucado la visión para mirar y tomar…
poseer y gobernar… cuando resulta que somos visionarios del soplo del A-mar. De
ese ciclo de agua interminable, de vientos insondables…
Es precisa la
conversión. Es precisa la intención y el decidido testimonio de la decisión…
sin el temor de trasgredir lo ordinario, sin el miedo a contravenir lo
establecido, sin la alerta de la llegada del castigo.
No somos carne espesa
y pesada de cañón retorcido.
No somos pesimismos
lanzados al Universo para que se pudran en los cementerios.
El pesado destino ha
imbuido la consciencia liberadora, la ha escondido, y el ser se ha hecho
reo del destino inexorable de su derrota, de sus detritus.
Pronto, pronto se
hace llegada de la luz amanecida, de esa que no se agota día tras día. Siempre
distinta, entusiasta.
¿Por qué no darse
cuenta de ello? ¿Por qué no apercibirse de la curiosidad del ojo… que mira, que
ve, que imagina, que interpreta? ¿Por qué no fantasear con lo que se escucha,
con el eco del silencio, con quién sabe qué sonará y qué será eso? ¿Por qué no
transportarse con el perfume del aliento? Con ese que respiramos y que nos
avisa del frío, del calor, de la humedad… o del refinado afán de la flor que
nos regala, con su perfume, un verso.
¿Por qué no saborear
la saliva ansiosa que busca el consuelo del agua, del dulce, del salado, del
amargo, del ácido?
¿Por qué no... por
qué no darse cuenta de la infinita interpretación de las texturas, cuando
rozamos, cuando tocamos? ¿¡Por qué no maravillarse de los sentidos!, que
constituyen el sentido, que conforman la fantasía del ser?
¿¡Qué pesadumbre nos
lo impide!? ¿¡Qué memoria fatalista nos prohíbe!?
Como imaginación… que
se hace cada sentido, cargados de agua y de aliento, movemos y enjugamos y
enjuagamos nuestros sentidos. Y visionamos, con todos ellos, la perspectiva de “humor”:
del humo y del aliento invisible que da el ánimo, que gesta el entusiasmo, que
proyecta la idea, que sabe perseverar en la innovación cotidiana.
Estas sugerencias
orantes son las que nos alertan y nos alientan, a la vez, para que nuestra
consciencia deje de ser lo que no es; deje de ser la pesadumbre apesadumbrada,
pesada y densa.
El viento suave
acaricia la luz del amanecer. Nos hace visibles… Nos hace evidentes testimonios
de entusiasmos.
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