AJUSTEMOS NUESTRA POSICIÓN;
EVALUEMOS NUESTRA DIMENSIÓN
16 de mayo de 2022
Y el entorno humano,
de humanos, se trastoca, se diluye, se intoxica…
Se hace tóxico el ser
para el ser, en la medida en que cada uno busca su acopio, su posición, su
seguridad, su libertad, su… propietarismo, en definitiva. Y así, entre los
seres se establece una convivencia tensa, difícil, incómoda…
Esto es lo que se
percibe, la noticia que llega, el anuncio que aparece… en toda la comunidad
humana. Evidentemente, sería injusto decir que pasa en todos los sitios, pero…
la preocupación es que ocurre en los lugares preponderantes, poderosos: esos
que marcan… “esos que marcan las posibilidades de todos”.
Y si eso ocurre en
los más capacitados, en los más desarrollados, en los más cultos, y entre ellos
hay una rivalidad, una disconformidad, una incomodidad… su influencia en el
resto mayoritario de humanidad se deja sentir.
Tanto que, por
ejemplo, antes, en épocas coloniales –hace nada- los poderosos, los que se
sentían elegidos, los que en consciencia se sentían superiores, iban hacia sus
entornos a capturar esclavos; entre sus guerras, convertían al enemigo en
esclavo.
Hoy, vienen. No hace
falta ir a buscarlos. La emigración, asfixiada por sus lugares, busca el
esplendor del colonizador.
Estos modelos nos
llevan a una competencia continua que, en realidad, es una guerra soterrada; un
combate de todo hacia todo.
Es evidente que esta
fase de humanidad está siendo… “exitosa”. Exitosa en el sentido de que no se
renuncia a ninguna de las tendencias que a cada uno se le ocurren… sin medir
consecuencias.
Y es así que cada ser
ocupa, en parte, ciertos lugares que no le corresponden.
En consecuencia, el
conflicto se desarrolla. Porque el que más o el que menos se siente invadido.
Los entornos pasados
del ser podrían ser… la fauna, la meteorología, la movilidad de sus tierras,
pero todo ello está –por así decirlo- controlado. Y ahora, la principal
preocupación de cada uno es “el cada cual” que tiene al lado –al lado o lejano-…
al no querer renunciar al estilo personal de conseguir, lograr, alcanzar,
asegurar… y ese largo etcétera proteccionista, acomodado, práctico, con futuro
conocido… Terrible.
La Llamada Orante nos
sitúa en unas coordenadas verdaderamente alejadas de las… digamos que ya “tibias”
ideas de convivencia, compartir, oportunidad, riesgo, avance, convivir,
solidario… y ese largo etcétera lánguido, de palabras que apenas sí se
escuchan.
Preciso es para el
orante, para el que cree, para el
que se replantea, para el que se recapacita, para el que se proyecta, reevaluarse en la posición en
la que el ser se encuentra. Huir de los acomodados recursos establecidos. No
asumir proyectos conocidos de caduca evidencia y en los que se conoce un
teórico futuro, que no es futuro. El futuro es imprevisible, sorprendente,
novedoso, creativo, ¡excepcional! Si no es así, es código; es vivir una
codificación.
De ahí que el creer,
el sentirse ser de Universo… en comunión con el Misterio Creador, nos lleve a
un continuo replanteamiento para abandonar la posición de combate, pero ¡con
fundamentos!, con recursos, con claridades, con sinceridades, sin
ocultamientos.
Dejarse fluir, en los
espacios de sentir y pensar…, hacia esa Eternidad en la que estamos.
En cuanto
aterricemos, en cuanto nos asentemos, entraremos en el usar y tirar, en el
competir, en el trabajar para pagar, en el buscar la seguridad…; en un saber
qué va a pasar. Y ahí la creencia se diluye. Y se establece el dominio del ser
sobre el ser.
De ahí que el ánimo
humano se vea tan perturbado, con angustias, ansiedades, tristezas,
preocupaciones continuadas… “Condicionamientos persistentes”. Y, claro, se
busca la salida en ese ambiente. Ahí
no hay salida.
Es la trampa del más
fuerte. No es el convivir elegante y amable.
Pero, aunque pueda
resultar evidente esta situación, el ser se hace sordo, ¡se cansa de las
advertencias!, ¡no quiere escuchar nada que no sea lo que le resulte grato,
fácil y cómodo! Renuncia a su responsabilidad, a su testimonio.
Y en ello debemos
fijarnos a la hora de “evaluarnos”. Sí: el entorno cercano ya nos ha evaluado.
Ya nos ha dicho que somos así, asao… Cada uno ha opinado. Unos han disparado,
otros han dado analgésicos, otros han puesto paños calientes… Cada uno nos ha… “juzgado”.
Y todo eso, sí, se
escucha, llega, pero cada ser –como universo- tiene que evaluarse. “Evaluarse”:
verse en su valor de creer, de seguir un ideal, un proyecto universal, un
criterio de amplificación… que supone –en este medio de entorno de humanidad,
con humanidad- un esfuerzo, una dedicación, una investigación, una posición
rigurosa.
Llama, llama mucho el
estilo triunfalista y ‘logrador’.
Llama, llama mucho el
estilo sectario, egocéntrico y personalista.
Llama, llama mucho el
sentirse protagonista.
Llama tanto, que a la
hora de evaluarse el ser se devalúa. Sigue la corriente de lo establecido,
ordenado, dictado: eso que el humano hace para colonizar a otros y hacerlos
esclavos de normas, dictámenes, posiciones…
Y la vanidad de estar
en permanente posición desligada de
lo Universal, incorpora todo lo espiritual de forma “rutinaria”. Así cree
cumplir con lo que se debe. Así cree que está en lo normal. Así cree que es lo
que se debe hacer.
Se convierte el ser
en un creyente, más que de sí mismo, de lo que le proponen, de lo que le
orientan, de lo que la sociedad recomienda, pide, llama…
Este estilo de vivir
precisa de esclavos, precisa de producción, precisa de un poder que ordene y
mande. Y cada cual, en su posición, ejerce más o menos –según el tiempo, la
edad, el lugar-… pero ejerce más o menos en esas coordenadas.
Y es así que el ser
se muestra “previsiblemente” infiel, lejano, aislado, superficial. Cómodo. Al
gusto propio “aparente”, que es el gusto de los demás. Llámase “demás” a un estilo
de sociedad.
Y surge una pregunta,
desde lo creyente, inevitable: ¿es posible que desde el Misterio Creador se
haya gestado la vida, en esa biodiversidad increíble, y haya invertido
intencionadamente en una variable de vida, llamada “humana”, que termina ‘egolatrizándose’,
arrogándose…? ¿Es posible…?
¿Es posible que, de
la belleza transcendente de un lagarto, de una orquídea, se pase a la
vulgaridad cotidiana de un “ciudadano”… que tiene que mentir, que debe ocultar,
que tiene que aguantar, que tiene que aparentar, que tiene que esconderse, que
tiene que huir, que tiene que combatir…? ¿Ese es el proyecto de una Creación?
Por eso, al evaluarse,
el ser debe considerarse en la órbita de la Creación.
Desconectarse de su
órbita personal, particular, familiar, ciudadana…
Amplificar el embudo
de su identidad, hacia lo Infinito, para percibir algo más que el gusto
personal, algo más que lo que me atrae, algo más que lo que me gusta, algo más que
lo que quiero…
Soy algo más que todo
eso, ¿no? Y no sólo se supone, sino que ciertamente soy algo más que todo eso. Pero he caído en todo eso.
Y gracias al Sentido Orante,
se me permite darme cuenta de ello. Y aunque no quiera escuchar… y aunque aparezca
una rebeldía… egocéntrica, personalista y… –entre comillas- ¿”libertad”?, el
ser sigue siendo algo más que todo eso.
La Llamada Orante nos
sitúa en un panorama –difícil buscar una palabra sola-… en un panorama que
resulta, por nuestra naturaleza, por nuestra providencia, por nuestra herencia
de Universo, por todo ello… nos resulta, todo esto, “decepcionante”.
¡Y el brío de la vida
nos debe conducir a oír, ver y darnos cuenta de ese movimiento humano
decepcionante, para que modifiquemos nuestra posición! ¡Nos atrevamos a la
aventura de la Creación!… ¡No a la aparente ventura de la acomodación!
Cuando una flor
emerge entre la junta de ladrillos, en un camino, sabe que se arriesga a ser arrasada
por un caminante. Pero sabe también que puede despertar la sonrisa de un
paseante.
Y así se expresa la
vida: con el arrojo de la fantasía, de la imaginación; de no saber… qué es lo
que tiene preparado el Eterno Misterio.
Nos parece, al
despertar, que lo que está preparado es lo que tenemos que hacer: a dónde
tenemos que ir, qué tenemos que comer, qué tenemos que preparar… Y llegamos
incluso a creernos eso.
Realmente nos
despierta ese “ama-necer”, ese amor para nacer, para ser creativos, para ser
diferentes, ¡para dejar de ser demandantes y buscar ser servidores! ¡Nos
despierta para descubrirnos en una Creación infinita!
¿Es que acaso se
puede seguir pensando que me despierto y me animo a hacer esto o aquello, por mi propia capacidad…? ¿Porque yo
valgo mucho o porque me obligan o porque me han castigado o porque es
obligado…?
Nada de lo creado
despierta sin el consentimiento del Misterio Creador.
Y si nos dan ese
privilegio, debemos –en consecuencia- ser lo suficientemente abiertos… para ser
esa flor que despierta sonrisa; para ser ese proyecto que supone una novedad;
para ser y sentirse guiado por una Eternidad… que sigue confiando en nosotros, ¡que
no se comporta como una humanidad!
Por mucho que
queramos domesticar a la Creación,
es indomesticable.
Es la humanidad la
que se domestica; y cree que ha conseguido una gran labor.
Los sentidos nos dan
los “sentí-mentalismos” para poder aspirar a nuestra verdadera esencia. Por eso
seguimos vivos:
Esa eterna… esa
eterna apuesta por vivir, que el Misterio nos da. Y que, ahora, en este tiempo
de humanidad, nos susurra a gritos el que ajustemos nuestra posición; evaluemos
nuestra dimensión.
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