COMPASES DE HUMANIDAD
18
de abril de 2022
A partir de un tiempo
–quién sabe cuándo…- el ser de humanidad cambió el compás de su ritmo. El que
estaba antes del cambio era un compás de… naturaleza, de relación íntima con
todo el entorno, además de un compás de comunidad, de especie comunitaria, en
el que cada individuo conservaba su particular cualidad, pero precisaba del
resto para ejercerla.
Un compás de
humildad… en el que el ser se sentía ligado, sintonizado, desde su identidad,
con su grupo de especie, con el entorno que le tocaba vivir y con los
aconteceres externos más significativos: desde el nacimiento del amanecer,
hasta las noches estrelladas.
Pero quizás poco a
poco, o quizás por un repunte inesperado de alguien que se sintió superador,
interpretador, intermediador y, en consecuencia, impositor de reglas, normas,
actitudes…, el compás, el compás que se marcaba para que el ser sonriera,
disfrutara, percibiera la vida… se cambió. Y se hizo… independiente.
De ser ‘interpendiente’…
pasó a ser independiente. Se distinguió de su grupo, se desligó de su entorno e
ignoró los ritmos de su Creación.
Atrás fue quedando la
humildad, y delante se fue poniendo la potencia.
Y se fue instaurando…
otro compás.
De aquel que incluía
la individualidad dentro de lo comunitario, de aquel que estaba sintonizado con
su medio, de aquel que miraba con asombro el exterior… se pasó a la discusión, a
la independencia del individuo sobre el grupo, sobre el medio, e ignorando lo
Creacional.
El compás ya era otro:
el compás del ¡golpe!
Ya no estaban las
palmas... sordas y envolventes, de hojas de laurel y rosas. No. Ahora era el
golpe solapado por la importancia personal que cada uno exhibía. Adiós
humildad.
La Fe… que en algún tiempo existía, ese
creer… sin sentidos, que no ve, que no escucha, no saborea, no toca, no... no
percibe perfumes –semejante al agua, que es inodora, incolora, insabora, insípida,
pero que es fundamental-…, la Fe se hizo ¡hierro! –como sus dos letras que lo escriben (Fe)-.
Se hizo hierro de ¡rigidez!, de logro personal, de hazañas individuales.
Y el sentido
comunitario, el sentido solidario, el sentido convivencial, se fue disgregando.
Ahora el compás era
de mano abierta. Del golpe amortiguado, a mano abierta aclarada, que manda, que
ordena, que controla. ¡Que escribe la historia de guerras, de asedios, de
confrontaciones!… ¡Que arrasa la tierra!... ¡Que viola los mares!...
¿Dónde está… la Fe?
Se convirtió en un
compás de espera.
Las religiones
hicieron su acopio y sacaron sus banderas, anunciando sus verdades únicas y
verdaderas; imponiéndose… en manos abiertas y cerradas, colonizando sentires…
atracciones… dedicaciones, inspiraciones, sueños, fantasías…
¡Qué poco quedaba de
aquel compás!
Una nostalgia mullida,
una sed… una sed orante en la que
refugiarse por tantas heridas… de tanto golpe cerrado ¡e imposición de mano
abierta!
Apenas… apenas a
veces... resuena el antiguo compás. Y se escuchan chispas… que llaman, que
claman por una conversión, por una rebelión, por una innovación, por una
creencia esperanzada en el mismísimo ser… ya golpeado, herido y traumatizado.
Los compases de mano
cerrada y abierta se fueron haciendo prepotentes, escandalosamente importantes,
deliberadamente desafiantes… ¡de todo! ¡Hacia todo!
Esa sintonía de especie,
de consciencia liberadora… Porque no había reglas impositoras, y menos aún
impostoras…
Algunos echaban de
menos “algo”, sin saber muy bien el qué.
Pero la impositiva
obsesión del mando, la obsesiva repetición, la compulsiva ganancia y acopio, el
sectarismo permanente… que se arrogaba afectos para poderse individualizar… –prepotencia
afectiva y mental, soberbia de saber, eruditos del poder-… se fueron haciendo
castas, pirámides destructoras… en las que los abusos y las imposiciones son la
norma.
Y cada vez campeando
con más fuerza, la impunidad.
“Por ahí
está la tierra. Por ahí están los otros. Por ahí están las estrellas”…
Lo que valía era el
acopio. Lo que se impone es la soberbia.
Y los seres se prostituyeron.
Sí. Se fueron dando, unos a otros, al mejor postor.
Era normal –y es
normal- comprarse y venderse por dinero, por intereses, por afectos, por…
importancias.
La Fidelidad a lo
Revelado pasaba a ser un recuerdo de historias.
Y así se transcurre en
el hoy de cada día: en el vértigo, en el desaforado afán de conseguir, ¡de
asegurar!…; evitando cualquier riesgo, pero en realidad produciendo
continuamente riesgos.
Buscando seguridades.
Y en ese afán de buscarlas, se crean nuevas inseguridades.
Porque vivir no es un seguro de vida. Vivir es
una creatividad, por una Creación permanente... que contempla, que medita, que
ora. Y con ello… se asombra, se descubre como enviado, como elegido para hacer,
como descubridor de su sitio… aunque éste suponga incomodidad, dificultad, pero
sabiendo que es.
¡Ay! Pero ahí está el
entorno de compra y venta, de placer fácil, de instantes evasivos… que se
autocontemplan.
Son las nuevas
“verdades”. Son los deteriorados y pasados afectos, que no sirvieron… pero que
se ponen de moda una y otra vez, para arraigar aún más el golpe y la
importancia de sentirse “libre”…
¿De qué?
Sin consciencia real
de que la misma expresión es falsa… puesto que no sabe identificar quién le
esclaviza; puesto que no se libra de ello, y él es el primero que esclaviza.
Cada uno en su posición y en su lugar.
La Llamada Orante se
identifica como el compás, tanto
desde la óptica de la precisión de ese compás que rotula curvas, que especifica
ondas…; que tiene un centro y una expansión. De ese compás que suena…
¡Y no se trata de
retornar o volver a otra instancia pasada! No.
Se trata de
esclarecer y salir de este golpe a mano alzada… y hacer un transcurrir
liberador: ese que interpreta y que escucha sus pisadas; que se fija en el
verde de las hojas; que se fascina por la flor. Ese que escribe un poema y se
enamora para siempre. Ese que se sabe... amado… cuidado… ¡mantenido!
Eso está ahí. Eso
está ahí aguardando…; aguardando nuestra llegada.
Que requiere, sin
duda, esfuerzos, dedicación, perseverancia, confianza. Y una esperanza gozosa
de sentirse… cercano a ese vivir que nos reclama, que nos aguarda, que nos ¡espera!
AEEEIIIIIIIIIII
***