¡QUE DESDICHA… EL VIVIR SIN
CONTAR CON LA VIDA!
27
de septiembre de 2021
Domina la cotidiana
“normalidad” del acomodo, de la queja soterrada; a veces, del clamor de la
protesta.
Pero todo ello
encapsulado, silenciado hasta que, un día… un día se descubre o estalla.
“La fiesta en paz” se
ha convertido en un modo de vivir, en una manera de estar… para no perder
ninguna oportunidad.
Mientras, a la vez,
el alma bulle en buscar ser sincera. Y no se atreve.
Y el proyecto y el
cambio se ejercitan en el silencio meditativo. Pero tampoco se expresa.
El ser se secuestra
continuamente.
Nadie parece saber
quién es quién. Salvo cuando ¡irrumpe!… desordenadamente. Pero tampoco ése es
el que debe ser.
El respeto humano
cotidiano, para que los que hablen y comenten –que nunca es de ellos mismos- no
tengan motivos, es una actitud… de solapada mentira.
Se da más crédito a
la opinión vulgar… que a la sugerencia ¡sincera!
Se da más crédito al
miedo y al drama… –parece que “hierve” mejor-, que a la mínima alegría, a la sugerente
posibilidad o a un simple estar en armonía.
Sin duda, todas estas
facetas, son muy generalistas. Cierto. Pero no menos cierto es que gravitan y
gravitan sobre nuestro diario acontecer, y cada vez es más difícil ser lo que
se es, y el ser se acomoda para ser lo que los demás quieren que sea.
¿¡Es que acaso la
vida de un ser se ha cristalizado en este Universo –con todos sus proyectos y
recursos- para convertirse en un pésimo actor de los gustos ajenos!?
Y socialmente –y
socialmente- se incide sobre cada ser… para juzgarlo, premiarlo, condenarlo,
apartarlo… –¡depende!... del interés ajeno-.
La especie humanidad,
en su desarrollo, se ha convertido en una “Guerra de Secesión” que no tiene
prevista su disolución. Es un estilo de vivir… que conspira, que critica, que
mira…; que se camufla con la opinión, con la libre expresión…
La Llamada Orante nos
¡requiere! Nos requiere como seres de Universo. Nos requiere como seres
sinceros… que podamos aspirar ¡el viento!, sin miedo, sin prejuicio.
¡Es demasiado,
demasiado, demasiado importante el vivir!, como para reducirlo a una crítica, a
un insulto, a un… silencio, a un “pasar” y conformarse.
La Llamada Orante nos
reclama la infinitud, la eternidad y el misterio permanente que supone ¡vivir!...
Y en ese misterio debemos permanecer, y no caer en el fácil recurso de la
queja, la acusación, la crítica…: ¡el “mundanismo” cotidiano!
Pero, ¡ojo! Tampoco
erigirse en salvador, en protector, en dominador, en controlador de ¡verdades!…
Que también los hay. Y pasan por ser los virtuosos.
Se ha construido, a
lo largo de la evolución, un vivir de tropiezos, de golpes, caídas, dolores…; “la
queja viva permanente”… que obviamente culpa a esto o a aquello o a aquél o al
otro… y se olvida, se olvida del vivir.
Pero ciertamente,
para acordarse del vivir, es preciso purificar esa cotidiana apariencia.
¡Para recordar el
vivir auténtico, es necesario alcanzar una transparencia!
¡No es preciso
esconder algo! Es un peso… ¡inaceptable!
¡Sí! Hay un clamor de
la vida.
Sí. Hay una
exclamación del vivir… –sí-… que nos promueve la oración –sí-… para salir de
ese recoveco, laberinto, encrucijada… en el que no se quiere perder nada de lo
que se tiene, o se quiere obtener más de lo que se debe; en el que el combate
es permanente; en el que la opinión del más incapacitado ¡pesa más que el
criterio y el sentido del más sofisticado!
¡Hasta cuándo va a
imperar la vulgaridad de vivir!... a espaldas de la grandeza de un instante de
respiro.
¿¡Cuándo el ser va a
reclamar, a su destino, su verdadera intemporalidad, con sus sentires, con sus
búsquedas, con sus actitudes…!? ¡Que se adaptan, pero no callan! ¡Que asumen,
pero no renuncian!
Si desciende el nivel
de sensibilidad, si se aminora la intención del afecto, si se hace del Amar un
tímido contento… estaremos fuera del contexto de vida de Universo.
¡Estaremos apilando
los cementerios, los hospitales, los enfrentamientos, los odios, los rencores!…
Contaminando…
Las minas
antipersonas que están repartidas por muchos lugares, son pequeñas explosiones,
comparadas con las minas antipersonas que el propio ser genera hacia sí y hacia
el entorno.
¡Estalla en su
callada lucha! Llora en su silencio de escondite. Y procura, ante lo vulgar,
que no se note.
¡Ay! ¡Qué desdicha!...
el vivir ¡sin contar con la vida!
¡Ay! ¡Qué desolación!...
el estar sin sentir que se está, anhelando y deseando otra realidad.
¡Ay!, ¡qué dolor se
hace!... cuando las palabras se silencian, o se expresan… “aparentemente”. Dan
una muestra de apariencia.
La mentira ronda con
el ocultamiento. Y es curioso que, ese fomento al escondite, se piensa y se
siente que ahí se quedará, y que a la tumba irá a parar, y que nadie lo
sentirá, ¡nadie lo descubrirá!
¡Qué estúpido
proceder!
Lo oculto, lo
aparente, no puede evitar que se irradie lo evidente.
Por mucho ejercicio
que se haga para aparentar…, sólo con el respirar, en cada exhalación el ser se
muestra, y otros respiran su aliento.
¡Sí! ¡Quizás no se
sabrá a la minuciosidad lo que cada cual oculta, esconde y evita! Con precisión
no se sabrá, pero peor serán las consecuencias. Porque las actitudes de
vulgaridad contaminan, ¡contagian!, dañan. Producen dolor.
Y así, ¿acaso no
vemos el continuo dolor… que circula?
¿Acaso se puede
seguir pensando que es “por una alteración de”… o “por causa de”…?
Bajo el Sentido Orante,
nada de eso tiene sentido. El dolor es impropio del viviente.
La vida, en su
magnificencia, no precisa de dolerse.
¡No bajar el nivel de
consciencia, que evidentemente nos muestra razones
que explican este o aquel dolor! Se es consciente de que el origen está en el estar, en la manera de ser, que se ha ido labrando en un
cultivo social, espiritual, político económico… –etcétera largo-.
Hacernos dignos del
vivir es un reclamo orante, para que nos sintamos fluidos; para que dejemos de
preguntarnos: “¿Y qué puedo hacer?”. ¡Todos
saben lo que deben hacer!
La pregunta de que “¿qué debo hacer?, ¿qué puedo hacer?” es
la pregunta engañosa que trata de comprometer al entorno con su opinión, y así
establecer una estrategia ¡falsa!... de la manera de estar, de la manera de
ser.
¡La vida!, el vivir,
da suficientes referencias como para que cada ser tome nota de su
posición. Él sabe qué hacer. Pero evalúa más y valora más lo que otro u otros
dicen de lo que se debe hacer, de cómo se debe comportar…
El ser se siente ¡sometido
a otros seres!... Y se amedranta cuando tiene que referirse a ser una creación
continua y permanente. Se amedranta cuando no tiene el poder que reclama continuamente sobre su cuerpo, sobre sus
acciones, sobre su actitud…
Desprecia la vida y
el vivir. Y transita en la incómoda situación de renta, beneficio, pérdida,
ganancia… Avejenta sus pieles, sus ideas, sus danzas… y así se convierte en un
pergamino que no es leíble.
¡Ese no es el vivir…
que reclama la vida!
Ese no es el estar en
el que cada cual debe saber –¡y sabe!- realizarse.
No hacer de lo
cotidiano un inconveniente, ¡por
favor!
Acercarse… acercarse
al vivir ardiente: a ese que sonríe a los dones permanentes y continuados de la
Providencia. A ese que busca, porque está en el Misterio. A ese que descubre,
que ¡aprende!, que se asombra.
No hay que aceptarse
en la vulgar versión de lo que la evolución quiere –esa evolución de exigencias
humanas-. Hay otra evolución: la verdadera. La que no está diseñada por el
sabio, el tecnológico, el inteligente… Esa otra evolución que nos perfuma, nos
alienta y nos muestra la diversidad infinita, con lo cual dejamos la vulgaridad
cotidiana.
La tarea de vivir es
embarcarse en el mar, en el AMAR. No es echar el ancla en el puerto.
La tarea de vivir no
es anclarse en alta mar… y hacer del vivir una conquista.
La tarea de vivir es
navegar sin anclas, con el aliento de los vientos… que nos llevan en un
transcurrir infinito.
No hay que llegar,
hay que transcurrir.
No hay que salir, ¡ya
estamos!
Pero, sí. En estos
ritmos de humanidad, si se quiere reconocer el vivir… supone un esfuerzo.
Un esfuerzo que ¡está
alentado!, que está referenciado en el Eterno Misterio. Un esfuerzo que está
inherente a el ser. ¡Que no supone cansancio! Que no da fatiga. Que, por el
contrario, da vuelo, da ganas… y no
de “ganar” precisamente, sino de desprenderse del lastre que impone la
vulgaridad.
El Universo Creador
aguarda con sus dones.
El Misterio… el
Misterio Creativo, permanente y generoso, ¡cargado de Misericordia y de Piedad!…
hace que el esfuerzo no sea doloso, no sea desagradable. Más bien, que sea
liberador. Y así lo es cuando la referencia es ¡el Amor!, cuando la referencia es Lo Amante.
El esfuerzo, ahí, no
implica fatiga ni cansancio ni dolor. Supone ternura, descubrimiento,
creatividad y aliento.
¡El entusiasmo de
vivir es gratuito! ¡No es un guión! ¡No es una partitura! ¡Es un don que tiene
lo viviente!, y que el humano ha tratado –y trata- de dominar, de controlar, de
manejar, de manipular, ¡de imponer!
En la sutil esperanza
de un lejano y –a la vez- íntimo aliento, la Oración reclama.. exclama… aclara…
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