sábado

Lema Orante Semanal

 

CALMA

18 de octubre de 2021

 

Y se transcurre ahora, en estos tiempos, precipitadamente; diríase “más veloces que la velocidad”.

 Y, en consecuencia, se deja de percibir el paisaje, el entorno, el lugar de la huella, el eco de las palabras, la importancia de las necesidades, la trascendencia de cumplirlas.

 

Todo parece tener prisa.

Y en ello… el ser se muestra –curiosamente-, además de apresurado, remiso en sus recursos, reservado, como si intuyera que en algún momento pudiera precisar de sus “ahorros”.

Deja, por su precipitación, de darse cuenta de los aportes diarios… Los amaneceres son tan transitorios, que se convierten en números… que se suman.

 

Se abandona el ritmo referencial ¡simple!, del día y la noche, del hambre y la sed. Y se recurre a “el ansia” de poseer, de asegurar y de no malgastar las virtudes.

Pareciera un mal cuento. Las virtudes no se malgastan.

Los recursos Providenciales no se agotan, no necesitan seguridades, puesto que no dependen de nosotros.

Pareciera… pareciera que se ciñe sobre la vida una amenaza. Y sobre la vida, lo que ronda es una liberación, ¡no una amenaza! Quizás, incluso se puede interpretar que esa liberación, al no corresponder a ideas propias… sino a referenciarse, pudiera interpretarse como peligrosa, incluso.

Y volvería el refrán de “más vale pájaro en mano que ciento volando” o “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. ¡Terror!: aferrarse a lo malo… por conocerlo, y renunciar a la bondad que continuamente se ofrece, nos ronda… y nos reclama nuestra naturaleza.

 

Esa prisa precipitada, ¡desesperada! –diríase-… que trata de imitar a “el antes”, a “lo de antes”… es, sin duda, darle valía a lo malo conocido… que es lo que nos ha precipitado a lo “más malo por conocer”.

 

¡Calma! Que la luz no tiene prisa. Que ha establecido su ritmo, su velocidad y su infinita proyección… que pudiera parecernos rápida.

Desde nuestra naturaleza, todo puede ser muy rápido… o muy lento.

 

Una calma que permita el transcurrir…; que permita el verse en actuación, en compromiso, en satisfacción.

 

Calma… que sabe de la espera. Y que la referencia del Misterio nos garantiza –sí, “nos garantiza”- la esperanza.

 

Cálculos y más cálculos, realiza el ser en su transcurso. Se “dinamita” por momentos… en ¡ocuparse y ocuparse!

Y pierde la referencia: esa que nos orienta hacia lo Eterno, lo Permanente, lo Inmanente, lo Trascendente, lo Liberador… Lo disponible en necesidades… La entrega permanente.

Eso que nos da la consciencia de un conocerse y un conocer… el alcance de nuestra intención.

 

 

Calma, reclama el vivir… Sin que eso conlleve pereza, desidia o abandono, sino que conlleve esa referencia de Universo, de viajeros de espacios.

 

¿A qué? ¿A quién hay que temer?

¡Si estamos sobre un lugar que peregrina por lo infinito! ¿Acaso nosotros colaboramos en ello? ¿Acaso eso ocurre por nuestra capacidad, nuestra ciencia, nuestro conocimiento? ¿O más bien hay algo que asegura nuestra rotación, nuestra traslación, nuestro movimiento espiral de galaxia, nuestra precipitada –aparentemente- intención de viaje hacia… lo Eterno?

 

Nos llevan, nos aseguran, nos garantizan… hasta el punto de que pensamos en “luego”, en “más tarde”, en “mañana”, en “el mes que viene”… ¿De dónde nos viene esa seguridad…? Esa seguridad que luego es tan esquiva, tan… ¡tan miedosa!, a la hora de dar, a la hora de expresarse… ¡Como si la vida dependiera de nosotros!

¡Aunque sea por un momento!... poder sentir y pensar que vivir es un milagro de insólita naturaleza, de la que tenemos una consciencia de infinita capacidad… ¡que no consiste en saber!, sino consiste en sentir el Misterio Enamorado que hace posible ¡respirar!… ¡hablar!… ¡ir!… sabiendo que nos llevan.

 

El vivir, y la vida, no ha sufrido abandonos.

Cierto es que el ser, en su consciencia de hedonismo, piensa que… por momentos le han abandonado. Pero… ¡no! ¡Él se ha abandonado en su naturaleza! ¡Él ha “creado” –entre comillas “crear”-, ha promocionado esa guerra, esa hambruna, ese desespero, esas matanzas, esas envidias, esas rabias, esos prejuicios, esos egoísmos!

¡No le han abandonado! Si le hubieran abandonado, ni siquiera eso sería capaz de generar o de gestar.

¡Es curioso!: cuando el marchar va… digamos que “bien”, el mérito es humano. Cuando el marchar no va bien –¡ay!-, es… “el Dios, que nos ha abandonado”.

¡Patético!...

 

Sí. El ser de humanidad pretende –porque sigue pretendiéndolo, con diferentes métodos: religiones, ciencias, filosofías-… pretende “domesticar” a lo Eterno. ¡Sí! Domesticarlo, como hace con los animales de “su compañía” o de “su sacrificio”. Como hace con la vida que le rodea, con sus cultivos, con sus aguas, con sus tierras, a las que maltrata, usurpa… y rotula como si fueran suyas.

 

 

Un ciego aguarda… el solidario servicio para cruzar la calle. Golpea con su bastón en el suelo, pero… ¡todo el mundo tiene prisa! ¡Todo el mundo va corriendo! Todo el mundo dice “luego”. Todo el mundo dice “quizás”. Todo el mundo teme ¡perder un segundo!... en ayudar, en colaborar, en participar.

El ciego sigue golpeando, con pena, su bastón en el suelo… Y ahí sigue, mientras humanidades pasan y pasan, preocupadas y ocupadas con sus destinos.

Y la verdadera humanidad golpea y reclama la comunión, el auxilio, el cuidado, lo solidario, lo convivencial, lo necesario.

 

Y estamos en un transcurrir en el que cada ser, con su importancia personal, con su proyecto personal, con su identidad personal, con sus… “sus”, con sus sustos permanentes, abandona la consciencia Providencial; esa que nos da diariamente la certeza del amanecer, del anochecer, de la primavera, del otoño, del invierno.

 

Continuamente se nos ofrece, en la medida en que nos serenamos, continuamente se nos ofrece esa referencia… de la Bondad Superior. Que la sentimos en nuestros recursos, en nuestras capacidades, en nuestras manos.

 

¿Por qué se la deja para más tarde? ¿Por qué se dilata la sintonía con la referencia? ¿Por qué siempre hay algo más importante?

 

¿Por qué los besos sellan los labios?

 

Decía el proverbio: Quien cierra la puerta a la mentira, nunca dejará entrar la verdad”.

 

Son puertas de vanidades, puertas de seguros, de garantías de humana procedencia, que se guían por micro egoísmos que pasan desapercibidos, pero que realmente configuran la actitud, la acción…

 

Las justificaciones están siempre prestas. Las razones, disponibles las veinticuatro horas. Y así, cada ser se justifica y razona sus decisiones, sus actitudes, sus puestas en escena.

Y con ello firma que ése es el vivir; que ésa es la auténtica condescendencia.

Los afectos, atracciones… y demás aconteceres emocionales, forman parte de… de una sicopatología de la vida cotidiana.

Sí. El saber de la ciencia, del conocimiento, del entendimiento… está preponderante, y los llamados de los sentires se hacen tibios y justos; no de justicia y de justeza sino de precariedad.

Besos sellados… que se justifican por razones, explicaciones…

Siempre hay, en el recurso de humana procedencia, una explicación.

Y como es general –salvo excepciones- alcanza del título de “normal”.

 

Y es así como lo excepcional brilla por su ausencia. Lo extraordinario… estará –sí, estará- pero tan amortiguado, tan miedoso de aparecer, no vaya a ser que el juicio humano –sea social, familiar, amistoso, etcétera- no esté de acuerdo… Y así, lo extraordinario, lo excepcional, queda en el anecdotario; cuando debería ser lo cotidiano, para no caer en la vulgaridad… de repetirse incansablemente en el tropiezo en los mismos peldaños que generaciones y generaciones hicieron.

¡No es de Amor, ni de calidad, ni de caridad, ni de bondad!... esas actitudes. No son propias de una vida vivida. ¡No son la pasión enarbolada que entusiasma!... y que hace posible “los imposibles”.

 

Es preciso… ralentizarse. Es preciso el reclamo de la calma. La urgente y necesaria necesidad de lo sincero.

 

¡Despejar la incógnita del vivir con la entrega apasionada!, con la decisión ¡sin dudas!... Que pareciera a veces que hay jueces que nos rodean y nos observan para ver si…

Fantasmas de la propia egolatría.

 

La Piedad nos acoge permanentemente.

El abrirnos a sentirla… nos da el auxilio de la espontaneidad, de la palabra clara, de la ternura, de la disposición hacia los recursos, hacia los dones.

 

No más retrasos, en esa precipitada huida.

 

 

 

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