NOS LLAMAN A ORAR PARA ACLARAR NUESTRAS ACTITUDES
23 de agosto de 2021
¡Tormentas!, como los
tormentos que nos acompañan, pero que a la vez derraman agua que nos alimenta,
que nos refresca, que nos nutre…
Los mensajes de la
Vida, de este escondite del Universo en donde habitamos, se nos presentan con
frecuencia, debido a nuestro nivel de consciencia, como “bueno” y como “malo” a
la vez.
El Llamado Orante
busca que el ser trascienda a esa dualidad; que seamos capaces de universalizarnos sin perder nuestra
particularidad, nuestra excepcionalidad. Y al universalizarnos en nuestra
excepcionalidad, vamos paulatinamente abandonando nuestro afán de convencer, de
ganar, de obligar… y así podemos entrar en un convivir; en un convivir de
cuidos y afectos… que nos reclaman las almas almadas, amadas.
Ciertamente, el
planteamiento de esta forma es difícil de rebatir, sí, pero la mayoría de las
veces se queda en un planteamiento. Porque el ser, en su excepcionalidad, trata
de convencer, de vencer, de imponer… Y en la historia que podemos recordar con
más o menos fidelidad, nos encontramos inmersos en esas guerras, en esas luchas
permanentes entre deidades, costumbres, hábitos…
Todo ello ocasionó
esas guerras religiosas, espirituales. ¡Y siguen!; con menos dramatismo, pero
con la misma insistencia en reclamar la verdad para imponerla sobre otros.
Quizás la
excepcionalidad del ser es lo que promueve ese divismo o esa egolatría
idolátrica que, en vez de admirarse, admirar, sobresaltarse y emocionarse con
lo viviente, trata de acomodarlo, arreglarlo, mejorarlo…
¿Se puede mejorar la
vida, por parte del humano proceder, sin saber realmente qué es la vida? ¿O más
bien se la puede manipular… para obtener beneficios personales, grupales,
accidentales o circunstanciales?
Si todos somos
excepciones únicas e irrepetibles, nuestros recursos no están para
vanagloriarnos; están para compartirlos, para aprendernos los unos de los
otros, para solidarizarnos en muy diferentes aspectos y áreas.
Y seguramente eso es
lo que siente el alma; mas… la
excepcionalidad empuja una a otra y la convierte en liderazgo, la
transforma en estandarte. Y en esa vía, se desprecia, se aparta, se selecciona,
se impone…
La vida, en su
excepcionalidad, habita “en presencia” gracias a su solidaria simbiosis, gracias a su solidario compartir.
Pero parece ser que
lo humano no lo entiende así. Aunque se puedan asumir universalidades, las
particularidades se hacen fuertes, los radicalismos se hacen ¡vehementes! Y apenas
si se deja espacio para compartir. Apenas si hay respuesta, cuando se demanda
una pregunta. Y duele, sí. Y todos viven dolientes de una u otra forma. Porque
al preguntar y al preguntarse, y no obtener respuesta, el ser se inquieta, se
imagina, se supone…
Es lo que se suele decir
en el argot popular “dar la callada por respuesta”: un desolador desplante a la
sinceridad.
Pero la vida, en su
intricado proceso, acude a nuestro auxilio y nos recompensa con el Misterio,
nos recompensa con la esperanza…, que ya lleva su tinte triste, por tanto
esperar. Pareciera que siempre viviéramos ¡con retraso!
De tanto esperar la
llegada del agua, el sediento se desconecta, fabula, entra en el delirio de la
sed.
No es –no-, no es de
excepciones, de excepcionalidades, el trato que lo humano se da a sí mismo y se
da a otros de humanidad. Esa indecisa actitud, que angustia en la espera de “hacia dónde irá, o no…”.
Y así, la humanidad
se debate con sus justificaciones, sus replanteamientos, sus cambios de
posición, para adquirir una mayor representación, un notable protagonismo, como
lenguaje de lo verdadero, como lenguaje de lo auténtico. Lo demás sobra.
Y si hay algo que
podemos corroborar a propósito del fenómeno de la vida, es que no hay algo
que sobre. Todo resulta, en su excepcionalidad, imprescindible y necesario.
¿Qué haría, qué haría
lo bueno si no existiera lo malo? Lo necesita para justificar su bondad. ¿Qué
haría lo malo si no existiera lo bueno? Lo necesita para imponer su voluntad.
Y en esa dualidad… se
ciñe lo cotidiano; como un mal sueño, como un despilfarro.
Sí, como un
despilfarro; porque, ante tanta excepcionalidad, cómo es posible tan inmensa
desigualdad, tan despreciativa actitud… que nos plantean un vivir clasificado,
ordenado según el molde que sea el demandado o el impuesto o el sacrificado.
Parece que nunca hay
tiempo para la resolución. Parece que nunca es el momento para la aclaración.
Parece que debe ser todo confuso, todo apurado y preocupado.
Así, el testimonio,
la claridad, la evidencia, se borra, se embarulla, se enreda. La justificación
temporal es… muy recurrida. Y la ocupación responsable… –¡uf!- muy apreciada. Y
así los unos se aprovechan de los otros, y los otros se aprovechan de los unos.
No. No es de ley,
siendo excepcionales, una conducta tan justificativa. Es un poco deprecio al
vivir. Es un poco desaliento hacia el otro… el aprovechar y el aprovechar, como
si la carencia fuera la esencia, cuando resulta que lo excepcional es lo
abundante.
Y se convierte casi
en un arte el liberarse de hacer esto o aquello, que otros vendrán y lo
remendarán. Y parece como si la humanidad fuera feliz así: unos evadiéndose;
otros esclavizándose y poniéndose la medalla del mérito. Como aquel que decía: “¡Ay!, ¡menos mal que existen los pobres! Son
muy agradecidos, y me hacen sentirme bondadoso”. O aquellos que dijeran y
dicen –los pobres-: “Menos mal que están
los ricos, que cuando son generosos nos dan de comer”.
Todo es ¡un
despilfarro de despropósitos! Eso sí –eso sí-, como justificativos temporales de
hace unos tiempos, se emplean los “perdones” y los “sientos”.
¡Qué vas a sentir!...
Si lo sintieras, otra cosa harías.
El perdón es un gran
argumento. Permite cualquier tipo de eventos: malos, regulares, vulgares… Sí. Siempre
habrá alguien que te perdone. Y siempre habrá una justificación que apoye tu
posición.
Y entre perdones y
justificaciones… deambulan las excepciones. No es una forma de ser excepcional.
Es una manera de aprovecharse de otro elemento que aparece permanentemente, y
que no se sabe de verdad, en certeza –salvo excepciones-, qué es, como “el Amar”.
Y así que, si nos
fijamos, el ser oscila entre los perdones y los amores: “¡Ay! Te amo mucho. Lo siento. Perdona”. Entonces, ¿qué es amar? ¿Justificarse?
¿Perdonarse? ¡Tantas cosas que se hacen por amor!, ¿verdad?: se bombardea por
amor, se arrasa por amor… Sí. “Por el amor
al país, al grupo, al primo, a la tía, al sobrino… me sacrifico y renuncio, y a
la vez me pido perdón por no…”. ¡Uf!
Quizás el Sentido Orante
nos demanda que... que se deje de justificar el ser; que deje de utilizar el
tiempo como coartada; que no se ampare en el perdón como vía para desubicarse;
que no utilice –¡please!- el amor
como… “maravilloso”, si luego se ejercita como cumplidor, como ocasional, como
circunstancial.
En todo este
manantial de inquietudes, de ¡confusiones!... debemos plantear la posibilidad
de “la resolución” –como nos advierte el I Ching-.
Cuando nunca hay
momento, cuando nunca hay tiempo, cuando no se puede, no se puede, no se puede,
no se puede… quizás en ese aglomerado y confuso instante, el ser se reclame la decidida posición que le conduzca a su
excepcionalidad humilde, referenciada, generosa, ¡y no justificativa!
Cuántas veces se
dice: “Y llegará el momento en que… Y
habrá un momento en el que…”.
La carcajada del
tiempo es inmensa. Porque eso no llega.
Mientras, la farsa
del tiempo se hace la reina, el rey, de la justificación.
Sí, se puede
exclamar: “¡Ay!, ¡qué pena de vida!”.
Teniéndolo todo, el todo se enreda, se obnubila…; se desprende de la Creación
permanente. Y entra en la mismidad indolente.
La oportunidad mágica
de vivir en la excepcionalidad de los recursos… nos debe promover hacia una
claridad radiante, una disposición permanente, una respuesta ¡inmediata!; una
espera de esperanza permanente que se corrobora diariamente, que se renueva
permanentemente.
Renunciar a la
claridad, a la transparencia, a la sinceridad, a la respuesta, a la asunción de
nuestras posiciones… es crear dolientes, es crear dolores. Es hacerse sufriente
hasta tal punto que… los ‘sufrires’ se hacen amores… en donde la sonrisa
escasea, la caricia se ausenta y... la apariencia se señorea.
Es preciso no darse
continuas y permanentes treguas. Resulta cada vez más inquietante la espera. Y
más hiriente el sufrimiento.
La toma del impulso –en
la excepcionalidad de cada ser- de situarse en la referencia amorosa de lo
dispuesto, de lo claro, de lo entregado, de lo generoso, de lo compartido, de
lo solidario… cuanto más tiempo se retrase, más difícil será asumirlo, como ya
está pasando. Porque la cómoda disposición de la duda, de la indecisión, de la
justificación y de los perdones… todavía puede ejercitarse.
Nos llaman a orar
para despejar nuestras posiciones.
Nos llaman a orar
para aclarar nuestras actitudes.
Y el orante no puede
anteponer sus exigencias, porque estaría orando a una farsa; estaría orando a
un… ídolo.
Lo orante que llama
es Misterio Creador; es Proveedor de providencias, de permanentes casualidades,
suertes y… generosidad.
Veamos en el otro el
Misterio Creador; veamos en el otro su reflejo, y despertemos a la admiración complaciente
de todo lo viviente.
Es una necesidad.
¡Piedad!
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