ES PRECISO
RE-HACERSE, REINVENTARSE EN ALMA
15 de noviembre de 2021
Y el deterioro de la especie
absorbe la consciencia de lo conseguido, de lo logrado, de lo construido, de lo
poseído. Y en base a esa posesión de lo tangible, medible… material, secuestra –casi- casi toda
la actividad del ser. Se hace número: 4, 7, 10… millones.
La posesión de la materia en su
versión más ególatra: en la que cada uno se siente responsable de lo logrado o
de lo no logrado, de lo que tiene o de lo que no tiene.
Todo contable –de contabilidad-
y… guardable –de retención-. Con ello se busca la seguridad: la seguridad de una
tapia, de un techo, de un… ¿qué? Pero, sí: la seguridad de tener.
No, no es suficiente con el ver
experiencial de fracasos, deterioros, corrupciones, robos, esclavitudes…: ese
“modus vivendi” que cada vez se legaliza más y se maquilla más para que lo
corrupto parezca legal, en el nombre de la ley de tal o cual.
Y en ese sentido se sitúa ese
material materialista; en ese sentido se sitúa, bajo la ley del consumo:
consumir y consumir…
Una adicción a lo hecho, a lo
pertrecho. No importa. El consumo está perfectamente planeado para que lo que
surja del trabajo, de la renta, de la posesión, vuelva de nuevo al redil del
reclamo. “Vuelva de nuevo al redil del reclamo”.
Y en esa trama, ¿dónde… dónde y
cómo esgrimir lo sensible? ¿Dónde, cómo… y bajo qué referencia exponer lo
afectivo, lo atractivo, lo bello, lo emocional, lo fantástico, lo increíble, la
belleza…?
La preocupación de lo preocupado precipita la consciencia
hacia lo que se tiene; y según eso, lo que se vale; y según eso, lo seguro que
se está.
Así que… es frecuente que, al
llamar a orar, sí, se establezca un paréntesis momentáneo, emocional. Pero…
luego, al volver a seguir andando, vuelve a mandar… ¡vuelve a mandar!… lo
contable, lo medible.
El alma está transformada,
¡convertida en arma!
Y con ello –sin duda- se genera poder, competencia… y violencia, en sus infinitas
versiones.
¡Y estamos ahí, en todo
eso!... Y por momentos el alma es ¡un hueso duro!... que atraganta; que razona,
calcula e impone.
Atraganta el aliento. Y el
respirar sediento… –¡sediento de amor!- no… no respira; apenas lo hace.
El atasco armado, al alma, es
determinista, limitador.
Se callan los versos… Se calla la
canción… Se calla la emoción…
Y con un “hola”, “perdona” y
“adiós” –tres palabras-, se liquida la emoción.
“Hola”. “Perdona”. “Adiós”. Apenas ese espacio.
El afán de la inteligencia para
adueñarse de los ritmos de la Creación, haciéndolos consistentes, medibles,
mesurables y posesivos… no
permite –no- no permite ver el sutil anuncio de la tormenta, la frágil
presencia del rocío, el suave anuncio del invierno. Ni siquiera el amanecer es
un acontecer. Y el anochecer… una incómoda o rentable oportunidad.
Re… reclama y remarca el Sentido
Orante, con su Llamada, la urgente necesidad de rescatar el alma, del
¡arma!
De hacernos ‘almados’… y así no
habrá ocasión para disparar. De hacernos ‘almados’, y así no habrá oportunidad
para agredir.
Y si mínimamente… almadamente
contemplamos, la oferta de la materia –¡que es alma congelada!- dejará de ser
el seductor señuelo hacia el alma inteligente, hábil, capaz.
No… no se cristalizaron las piedras,
para cogerlas y lanzarlas los unos hacia los otros.
No, no se fueron instalando los
bosques y las selvas, para arrasarlos… y hacerlos piensos.
Quizás no hace mucho –¡no hace
mucho!-, todo esto podría pensarse que son exageraciones. Quizás. Pero ahora que
la carestía se acerca y se manifiesta; ahora que el valor sube y sube, y el
recurso no se tiene; ahora que “la duda razonable” sobre nuestra seguridad, se
esfuma…, ahora quizás no sea exagerado advertir del lodo que envuelve cada
huella. ¡Y que es preciso levitar… en consciencia!; diluir lo armado y ¡vibrar
en lo almado! “Levitar en consciencia”. Porque el convencimiento, el
razonamiento, el cálculo y lo lógico están a… “el acecho”, están acechando
cualquier ilusión o fantasía.
El saber sin conocer, por el mero
hecho de despertar –el saber sin conocer, por el mero hecho de despertar-, de
llevar al cotidiano… estar, la amabilidad, el respeto, la contemplación, las
maniobras en el hacer en busca de la impecabilidad, de la calidad; el admirar
lo concretado con ánimo de impresión, impresionado, sin deseos de posesión…
–¡ay!, ¡ay!- es posible.
Es posible porque, el que más o
el que menos, tiene atravesada el arma,
y el suspiro del alma gime. Sí: gime de… ¡dolor!... Porque el amor se ha hecho
consumo, interés, renta, ¡beneficio!…
Y lo que es más grave: todo ello
se ha sellado bajo el título de “normal”.
Y es así que la convivencia se
hace guerra. El compartir se hace enfrentamiento. El proyecto común se hace
distorsión.
¡Ay!... El vivir se hace
así… tormento.
Y el gesto se tuerce; la arruga
aparece; la mueca es constante; la prisa desesperada es permanente.
¡Ay!...
¡Ay!, de anhelo.
¡Hay!... de haber.
¡Ay!, de suspiro.
Que no soy cosa para consumir.
Que no soy cosa para provecharse,
aprovecharme.
Que no soy cosa para… poseerme.
Que soy sutil apuesta del
Misterio Creador.
¡Que soy presencia… almada, de un espíritu
animador!
¡Que el hecho de ser… se debe al Misterio
Creador!
Que el hecho de aún sensibilizarme
y… promoverme como ave que vuela, como pez que nada, como planta que
crece…
Y a todo ello parece no
importarle si tendrá o no tendrá, si seguro alcanzará…
Y ante tanta posesión segura, y
ante tanta ansia de ¡control!… el alma se petrifica;
se hace dura y… rompible. Siendo en su esencia irrompible, se hace rompible por
su petrificación. Y al fracturarse y al romperse, ¡duele!, ¡se sufre!, se
instaura la “normal” enfermedad.
Y aparecen los remedios de
materialidad… sin que se tenga consciencia de que se ha traído y se ha
petrificado lo que no es de arribo, lo que no está contracturado, sino que está
aliviado, aligerado, difuso, amplificado, generosamente enamorado.
Es preciso re-hacerse. El hacerse
según lo que transcurre, se convierte en desecho, en residuos.
Es preciso re-hacerse…;
reinventarse en alma. Y quitar la costra del arma.
Y re-hacerse es… en cada hacer
–en cada hacer-, sentir… –“sentir”, de sentido almado, animado-… en cada hacer, sentir que
estamos en un tránsito enamorado en el que, el servir en base a las dotes y las
capacidades de cada cual, esté disponible; se esté dispuesto a estar sin renta,
sin posesión.
Re-hacerse. Rehacerse en la
seguridad del viento; en la fuente, en el manantial y en el pozo.
Rehacerse, sabiendo que lo preciso
y lo necesario estará; llegará…
Rehacerse en las virtudes de la
sinceridad, de la claridad, de la transparencia…
Rehacerse, sabiendo que la
oportunidad es permanente, es constante; que la Providencia ¡nos da!...; que el apoyo
está.
Pero en ello hay que ejercitarse.
Rehacerse, para no seguir igual.
Para abandonar “lo normal”. Para aspirar lo que es el alma: ¡excepcional! Sin que ello implique
egolatría ni idolatría ni importancia personal, sino tan solo un “ser y estar”
de acuerdo a nuestra naturaleza, a nuestra providencia, a nuestro origen
mantenido y entretenido: nuestro origen estelar.
¡Ay!, Misterio Creador… que
relampaguea continuamente con cada nacer de Amor, con cada anochecer
estrellado, ¡con cada sustento respirado y masticado!...
Es preciso el auxilio, que está
ahí aguardando. Pero para ello, la humildad… la humildad sumisa al sentir claro
y transparente, debe ejercitarse, debe expresarse.
Y que la preocupación deje de ser
la ocupación permanente. Y dejar de… recoger por algún rincón o esquina… un
beso furtivo de afecto, incluso de amor.
Que es más bien, por nuestra
naturaleza, una instancia mantenida y sostenida de emoción; ¡no de posesión!
No es
tarde. No existe el “demasiado tarde, muy tarde”. En los dones de la
Creación no hay tiempo. El tiempo es una cuña que el hombre ha engendrado para
dominar.
Como decía el refrán: “Nunca es tarde si la dicha es buena”. Y es una
advertencia para cuando el ser se siente alicaído e incapaz o impotente, y da
por hecho los hechos, y en ellos se queda. Y piensa que es tarde, demasiado
tarde, cuando resulta que… amanece permanentemente. Nunca es tarde.
Pero siempre hay que empezar.
Porque vivir es un brote de eterna primavera. ¡No es un hecho accidental!
Porque ¡vivir!... es un suspiro
eterno, enamorado.
“Porque vivir es un suspiro…
eterno… enamorado.
***