CUANDO NOS
LLAMAN A ORAR, ES PARA RESTABLECER,
REMEMORAR NUESTRA REFERENCIA DE VIVIR
24 de
enero de 2022
Cuando nos llaman a orar,
ocurre para restablecer, rememorar nuestra referencia –nuestra referencia de
vivir-… con el Misterio Creador. Y hacer así, en nuestro cotidiano acontecer,
un reflejo de ese Amor que nos gesta, nos mantiene y nos entretiene, en forma
de Vida.
Y esa posición de
reflejar nuestra ascendencia, se expresa en la creencia, se muestra en el
convivir, se comparte en el colaborar. Y todo ello –como diría la Tradición
Oriental- de una forma “dulce y juiciosa”.
Pero como tantas y tantas
veces ocurre, la consciencia de humanidad elabora un criterio, proyecto, idea…
y luego, a la hora de ejercitarlo –quizás por su ascendencia divina-… aparece
esa importancia personal, ese libre albedrío, ese “dueño de mí”, ese cómodo
proceder, esa actitud de “el mínimo esfuerzo”, esa posición de –en definitiva-
imponer cada ser su posición. De ahí que las alianzas, las uniones, las
comuniones, las agrupaciones, las formaciones, las comunidades, etc., estén en
permanente y evolucionante ebullición de conflictos.
Tensiones, entendidos
diversos, interpretaciones, pensar por otros… Toda una serie de derroches que
aminoran nuestra vitalidad, que desaniman nuestra alma, que materializan
nuestras ilusiones, que nos enfrentan.
Pero parece que eso no es
suficiente para corregir, para rectificar. Más bien parece todo lo contrario:
mayor empeño en demostrar, en ganar, en imponer… cada cual con su estilo.
Es una guerra, un combate de desgaste permanente.
Y paradójicamente, es
curioso que a la vez el ser de humanidad se pregunta: “¿Y por qué pasa esta
incomodidad? ¿Y por qué ocurre esta desgracia? ¿Y por qué…?”.
No, no ve. No visiona su participación.
Resulta, a la luz de una
mínima observación, que se pertenece a una especie deteriorante, deteriorada…
que trata de escapar de sus propias incongruencias, con otras más grandes; que
trata de mostrar su valía con insolencias o con posiciones insostenibles; que
es capaz de justificar “cualquier”… cualquier acción.
Y al justificarlo, se
inhibe de responsabilidad. “Y al justificarlo, se inhibe de responsabilidad”,
con lo cual no corrige.
Todo ello hace que el ser
pierda su vínculo con la Creación, pierda su almada inspiración y ensueño, y la
sustituya por sucedáneos de consumo, de costumbres, de hábitos, de repetir, más
allá de lo necesario, modelos y actividades y actitudes que incrementan una y
otra vez el desespero, la angustia.
La Llamada Orante nos
llama con vehemencia, para que tomemos en cuenta nuestra filiación con lo
viviente, nuestra filiación con el Misterio, nuestra filiación con lo Amante,
nuestra fidelidad con lo prometido.
Fielmente –como promesa
Creadora- amanece, anochece, llueve… y los frutos nos endulzan el paladar. Todo
acude fielmente, pero…
Y acude fielmente como la
Fidelidad a lo revelado –como dice el I Ching-. Como promesa. No se desdice de
lo prometido. Ahonda en ello.
Sin duda, esa propuesta
–recuerdo de la Llamada Orante- implica un esfuerzo, una dedicación, una
renuncia, una disposición… a crecer, a innovar.
Y claro, como se ve…
¿quiénes están en esa disposición? A la primera vuelta de tuerca que hace la
Providencia, se busca el refugio de “más vale pájaro en mano que ciento
volando”.
Cualquier tiempo,
cualquier momento supone siempre una oportunidad. Y la oportunidad implica… un
recurso, un auxilio, una ayuda… para que podamos sintonizarnos con el lenguaje
de la Creación, y podamos reflejarlo en el convivir con el entorno.
El humano proceder se
promete ¡tantas y tantas cosas!, asegura y asevera tantas posiciones… que
resulta absolutamente asombroso cuando renuncia a ello.
La palabra, las palabras,
el mejor vehículo para promover nuestras sensaciones, intenciones, emociones…
se hacen esquivas, se hacen “esquinas”, y dejan de ser ondulantes,
transparentes, convincentes, consecuentes y, por supuesto, testimoniales.
Y en esa medida, la referencia entre unos y otros se hace
enormemente difícil.
Pareciera, a veces, que el ser desafía su propia
naturaleza, para ver hasta dónde puede llegar.
Entramos en tiempos en
los que no importa el error, ni el horror, ni la tragedia, ni el drama, ni el
terror… Entramos en tiempos de impunidad, donde todo tiene “justificación” y
“lógica”; donde todo se puede más o menos explicar…
Y si no se puede explicar, pues se recurre a la
suerte, a la casualidad.
La comunidad humana se muestra dehiscente,
deshilachada, desconvocada.
Los seres se ocultan, los
seres mienten, los seres adquieren un secuestro individual hacia sí mismos, que
no es viable. Pero desafían... y se insiste cada ser en su verdad.
Pero ¿dónde está el
referencial? ¿Dónde está… la expresión que nos habilita en el vivir, en el ser
y en el estar? ¿Dónde está en nuestra consciencia? ¿Donde está… y cómo se hace
operativa?
Es obvio y evidente que
la voluntad asume posiciones interesadas; de su propio interés. Con lo cual, el
desinterés hacia lo que no sea su interés, crece. Y así podemos decir, por
ejemplo: “No hay voluntad política, social, para terminar con el hambre de 4000
millones de seres que subsisten con menos de 5 dólares y medio al día”.
Y lo dicen, lo dicen los
que pueden cambiar ese drama. Lo dicen ¡con total impunidad! No se preguntan y
no se cuestionan que ellos son los que crean esa situación. No hay voluntad de
remedio, de cuido.
Algunos recordarán un
eslogan de la OMS que decía: “Salud para todos en el año 2000”. Era en el siglo
pasado, sí; hace un rato, cierto. Pero... el año 2000 era como entrar en el
paraíso de nuevo. Entramos en el 2022 –veintidós años después- y la salud se
deteriora cada vez más.
Y habían prometido, como
humanidad de mundo… mundial…, que había recursos y medios para que todos
tuvieran la oportunidad de tener un medio, un sistema, una forma de tener
recursos para cuidar su salud. Ese es un ejemplo. Se pueden encontrar miles.
Y seguro que lo dijeron con convicción, con idea. Y
prometieron eso, pero no cumplieron.
También algunos
recordarán que los países prósperos prometieron dar el 0,7% para mitigar las
necesidades de los países pobres…; que habían llegado a la pobreza por el colonialismo,
por la avaricia, por… –no, eso no lo dijeron, lo decimos ahora-. Se les iba
ayudar.
¿Qué fue de aquello?:
“No, es que ahora no tengo tiempo. No, es que ahora estamos en crisis. No, es
que verás… han cambiado las condiciones”. Ahora vuelven a hablar otra vez, como
intentando decir: “¡Hombre! Podíamos… podíamos hacer algo ¿no?”.
No vamos a hacer un
repaso, obviamente, del “descompromiso”, de la falta del valor de la palabra;
que, como vemos, se refleja a nivel mundial. Pero ese reflejo mundial es consecuencia
del reflejo diario de cada uno. En mayor o menor medida y contando con
excepciones.
La Llamada Orante se
ofrece permanentemente. Y sus advertencias, recuerdos, reclamos, sólo persiguen
–“sólo persiguen”-… cuidarnos, advertirnos, avisarnos, dotarnos.
No nos juzgan ni nos condenan. ¡Ni siquiera nos
critican!
La Llamada Orante nos
advierte, nos ¡muestra!: “El que tenga ojos para ver, que vea. El que tenga
oídos para oír, ¡que escuche!”.
Increíblemente, en el
Misterio Creador, en el Misterio Orante, se puede decir que ese inconmensurable
referencial cree… –porque nos ha creado- ¡cree en nosotros!
Y habría que decir,
recordando o parafraseando al Cristo: “No soy digno de que entres en mi casa,
mas una palabra… –¡una palabra!; las palabras otra vez- una palabra tuya
bastará para sanar”.
Pero tenemos que escucharla. Tenemos que darle
¡crédito!...
Y el saber que confían,
nos debe suponer una avalancha de esperanza, de corrección, de replanteamiento,
de recapacitación, de proyectos –parafraseando el lema del año-.
¡No es coherente!… no es
coherente responder –ante quien cree en ti, quien te crea y te recrea-… no es
coherente desoír y... ampararse en lo que más me pueda interesar o me pueda
atraer.
Ciertamente, por la
evolución en la que estamos viviendo, la Llamada Orante es… –como bien también
se dijo- es La Voz Que Predica En El Desierto.
Y es así que el ser se escucha –se escucha a sí
mismo-, pero no escucha… a La Voz…
Y por eso se dice que “predica en el desierto”.
¡Qué difícil!… ¡qué difícil resulta, para esta
humanidad, creer!
Se cree por momentos en
algo o en alguien, pero por momentos se descree y… y se va saltando de piedra
en piedra pensando que no se va a caer.
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