EL SER NO VE LA PROVIDENCIA EN LA ACTIVIDAD DE LOS OTROS
19
de julio de 2021
Las Bondades Providenciales
del Misterio Creador son infinitas.
A lo largo de la
historia de la humanidad, se contemplaban con danzas, fiestas o tributos… por
las lluvias, por la cosecha, por el nacimiento... Había un vínculo, llamémoslo
“primitivo”, pero consustancial con el hacer cotidiano.
En la medida en que
el ser va dando explicaciones a su modo de evolución “razonable”, no festeja la
lluvia, ni el amanecer, ni el eclipse, ni el nacimiento, ni la cosecha. Se hace
protagonista de cualquier logro.
Poco a poco va
deshaciendo la comunión con la Creación, y va haciendo un culto a sus
capacidades, a sus recursos. Y se va haciendo un colonial propietario del planeta.
Y como “especie humanidad”
se va apoderando y… manipulando todo su entorno, de manera productivista,
rentable, ganadora, acopiadora.
Y como cabía esperar
en ese proceso, se plantea el control y el dominio de la propia especie en
cuanto a reproducción, expansión, tipos de convivencia, formas de pensar,
maneras de convivir… en base a un modelo de pirámide en el que unos
auto-elegidos, con poder en todos los niveles, van derramando ese mismo modelo
de poder en diferentes capas, para que cada una se sienta prepotente,
dominante, autosuficiente.
El modelo de poder se
extiende con el “tú puedes” y “tú puedes”…; “querer es poder”…
Y así, la huella Creadora
se desvanece. ¡Persiste la Bondad Providencial!, pero… como dice el refrán: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”.
Se umbilicaliza la consciencia de humanidad y –como el símbolo de la serpiente-
se devora a sí misma.
Porque, en ese
dominio hacia sí, en ese dominio de “el hombre sobre el hombre” como humanidad,
se establece un continuo desagrado, una permanente queja, una acidez corrosiva
que lo que hace es –aún más- incidir en su egolatría, en su protagonismo.
Salvo “avisos”,
normalmente la envidia, la mentira y el prejuicio martillean una y otra vez la
convivencia, la solidaridad, los ideales. Cualquier faceta se somete a una
critica feroz, típica de “poder” –como el modelo prioritario que hemos citado-.
Y llega hasta las pequeñas comuniones humanas: el colegio, la familia, la
empresa… Se convierten en un hervidero de denuncias. Nada bueno se ve en los
otros. Cada uno, con su hegemonía de poder, se ve bueno a sí mismo. Y la única
referencia es él mismo, con respecto a los demás, así que los demás sobran: deben
ser acidificados. Ni una sola virtud se resalta. Y cuando se hace a veces, se
hace para obtener alguna recompensa.
Así se mueve el mundo
contemporáneo, el mundo de la civilización, el mundo de la autosuficiencia.
Si la Bondad está
presente, si los dones se siguen derramando ¿cómo es que el hombre los borra,
los manipula, recurre a la ley de la casualidad, a la suerte –sin saber lo que
es-, se explica a su modo y manera…?
A su modo y manera…
da una versión. Pero deja de ver la Providencia en la actividad de los otros. Deja
de ver la virtud. O si la ve, la anota y la valora como enemiga, ¡y la ataca!
¿Quién… quién –aparte
de sus virtudes-… quién no tiene una versión “oscura” de sus propias
actividades? No por él mismo –aunque a veces también, claro- sino por su
entorno. Algún defecto tendrá. Algún espacio no estará como debe estar.
Como alimañas se
comportan, buscando ese defecto, ese error. Y así se hace, el convivir, una
competencia, un juego entre aprecio y desprecio, con predominio constante de la
queja, de la incomodidad…
Y se hace tan –permitamos
la palabra, inapropiada- “universal”, que es difícil revertirlo. ¡Muy difícil!
Muy difícil advertir a alguien:
.- Oye, pero también tiene esto de bueno.
.- Sí, sí, sí, pero… es cierto que esto otro no está
bien, no es correcto, no es adecuado.
.- Sí, ya, pero fijémonos también en por qué, busquemos… ¡una
mínima bondad!
.- No, no, no… Bueno, sí, pero… no, no, no.
Es obvio que, bajo
esas coordenadas, las estelas –ya no huellas-… las estelas del Misterio Creador
se queden ahí para la consciencia humana, aunque permanece, continúa infinitamente,
la Bondad Providencial. Pero, para la consciencia de la actualidad, es un vaho
fino que transcurre… ¡quizás!, de vez en cuando, ¡a lo mejor!
Si en otros tiempos
formaba parte integral del vivir cotidiano, hoy es una anécdota.
La Llamada Orante nos
invita a revisar nuestras posiciones
con respecto al vivir cotidiano, con respecto a nuestra consciencia hegemónica,
quejumbrosa y… ¡destructora!
El Sentido Orante nos
invita a hacer otras tomas de ese “estar”; a abrir el zoom de esa visión; a que,
como orantes que acuden a orar, sean fieles a la escucha, a esa evocación que
continuamente hace la Creación.
Con el continuo ¡despecho!,
se establece una cortina que nos impide sentir, percibir… la luminosidad de la
Creación, la Bondad esparcida. Y prefiere –por su dominio y poder- el ser,
atormentarse… poniendo el cristal del deterioro, el cristal de “sin remedio”,
como hábito.
¿Y si… y si se cambia
de traje? Aunque el hábito no hace al monje, ayuda.
Porque además, en
este proceso de queja y crítica permanentes –que obnubila cualquier visión
virtuosa-, esa actitud se vuelve contra el propio ser, y se auto-flagela lo
suficiente como para decir que ése es su “control de calidad”; que se conoce
bien y reconoce sus defectos; los asume como “naturales” aunque perjudiquen a
los demás. Algunos se contienen hasta ahí. Otros se deprimen tanto, que se
colocan en el borde de la autodestrucción.
Su propia “guerra”,
su propia “visión” los destruye. Y el entorno humano ayuda a que eso ocurra.
La Llamada Orante nos
sugiere una actitud de… ¡compasión!…;
una actitud de ¡misericordia!, para
nosotros mismos y para todos los demás. Una posición ¡valiente!, que apuesta por
proyectos, ideas, imaginería, realizaciones… Que no apuesta por el triunfo de
su opinión o de su razón, sino que apuesta por la comunión.
¡No caer en la vulgar estancia de la egolatría razonable de “mi verdad”! “No caer en la egolatría razonable de mi verdad”. ¡Por Dios!
¡Resulta esperpéntico!
Resulta… ¡vulgar!
Pero, claro, si la
mayoría se mueve en ese vaivén… es difícil verse con otro resplandor.
“Sin-duda”, ese camino hacia la extinción tiene mucho que ver con
esta postura, con esta posición de “desprestigio” que establece la
humanidad, de unos sobre otros, de unos contra otros: mobbing, estrés, inconveniencias, zancadillas, trampas…
Puede resultar, todo
esto, exagerado. Puede ser. Bendito sea si así es.
Pero si “por sus actos y palabras los reconoceréis”, no parece ser muy exagerado. A veces parece como si las
personas, al hablar, ya hubieran desenvainado el sable, para contestar…
hiriendo.
Y es que… y es que no somos así. No es nuestra naturaleza
el camino de la destrucción. No es nuestra presencia en el Universo, el camino
de la explosión, de los privilegiados, de los que se presentan en primera línea
y deterioran a los otros…
Nuestra naturaleza
palpita o late en la trascendencia de lo pequeño, en la humildad de lo
cotidiano, en la afectividad de las virtudes, ¡en la compasión mutua y la
misericordia permanente!
Y cualquiera que en
honradez actúe, y con valentía se vea, se descubrirá en esa naturaleza. Claro,
no es la que se lleva, no es la que triunfa, no es la que logra, no es la que
establece la ley y el orden, el castigo… No, no es ésa.
Pero es que esa
naturaleza de detrimento permanente hacia uno mismo y hacia los demás, es
producto de un ¡desvarío!…; de un desvarío imitador
de la Creación. Una sustitución… semejante o igual al famoso becerro de oro de
Moisés: ahora es la estatua, ahora es el triunfalismo, ahora es el
descubrimiento, la ciencia, la tecnología…; la permanente dependencia, que nos
hace inútiles y nos convierte –obviamente- a cada uno, en caldo de cultivo para
agredirnos.
La Llamada Orante
reclama las expectativas que adornan
al ser, el momento que parece apropiado para no precipitarse al abismo, y
lanzarse a la luz; a congratularse con las virtudes ajenas…; a hacerse “uno”
con otros.
No dejo de ser,
cuando hablo de “nosotros”. No dejo de ser quien soy, cuando hablo de “todos”.
No abandono –ni mucho menos- la guía Creadora por la que estoy en el Universo y
en la vida, sino más bien, cuando somos “nosotros”, es cuando se aquilata y se
precisa realmente quién soy; a qué he
venido.
Amar, el aprecio
hacia lo que nos rodea, no es una debilidad.
Respetar el entorno
que nos retroalimenta, no es una pérdida de poder.
Porque, además, en
ese juicio permanente, el ser teme pasar al anonimato y no ser tenido en cuenta…
Y así que recurre a cualquier aspaviento para que se le valore. La egolatría de
la autoestima necesita refuerzo exterior. ¡No es capaz de alimentarse… –porque
no ve-, no es capaz de alimentarse del cotidiano estar! No es capaz de
alimentarse de las habilidades que la Creación le proporciona, le muestra.
Nuestra permanencia
está evocada hacia la liberación; está diseñada hacia la eternidad…; hacia un
infinito de recursos.
La Piedad se derrama
hacia… nuestras misiones. La piedad se derrama hacia nuestras misiones,
para que las intenciones se hagan clarividentes, generosas, ¡complacientes!
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