HEMOS
INTERPRETADO MAL NUESTRA PRESENCIA
26 de julio de 2021
Desde que la historia
puede recordar, el ser de humanidad ha concebido, ha estado en la consciencia
de que se encontraba en un lugar inhóspito: en este lugar del Universo, en este
planeta. Quizás por eso desarrolló su sapiencia: para, a través del combate,
dominarlo, controlarlo.
Pero lo más
significativo es que… esas iniciales –por decirlo linealmente en la historia-… esas
iniciales de defensa, ataque, posesión, por considerarlo un lugar inhóspito,
obedecían –sin saberlo, por parte del hombre- a una defensa ante “los castigos”;
los castigos de… de quien fuera: del sol, de la luna, de las estrellas, de los
dioses, las diosas…
En la medida en que
la historia se iba desarrollando, y la consciencia sapiencial se hacía descubridora, se fue gestando la idea
del “castigo de los dioses”, ante cualquier incidencia que no estuviera de
acuerdo con lo que “suponía” que no era lo adecuado –“con lo que suponía que no era lo adecuado”-.
Poco a poco se fueron
estableciendo normas, leyes, dictámenes, etc., de los guerreros planetarios más
avezados, en los que se establecía cuál debería ser la estrategia de combate: o
bien la rebelión total, o bien la aceptación irremediable, o bien saberse
reparador constante de “pecados”, para –probablemente- alcanzar un estado de
sintonía entre los dictámenes de los dioses –que luego fue “el Dios”- y nuestro
hacer.
Como era de suponer,
en diferentes lugares y sitios, los castigos, las reprimendas o las coordenadas
de “lo bueno” o de “lo malo” eran diferentes; con lo cual, obviamente, se gestó
otra nueva lucha: la preponderancia de lo que viene a llamarse “religiones”.
Y los seres empezaron a enfrentarse unos a
otros por sus creencias, por sus conceptos de lo divino, por sus criterios… del
Dios justiciero que premiaba a los buenos y castigaba a los malos.
Pero la sapiencia de
descubrir, de dominar y de controlar, se hizo cada vez más poderosa. Y encontró
–o encontraba- las causas por las que antes se decía que el dios castigaba.
Ahora eran causas entendibles, razonables; algunas controlables, otras no.
Ciertamente –resumiendo
esta introducción- podría decirse que el ser humano nunca –nunca, ¿eh?, salvo
las excepciones muy personales-, nunca ha estado de acuerdo con Dios.
Ha habido una
tendencia “supremacista” de la humanidad, y una tendencia a describir la deidad,
o lo divino, con naturalezas de poder;
con lo cual, en la medida en que el ser humano se hacía poderoso, se enfrentaba,
a cualquier inconveniencia que tenía, con la lucha y la guerra, y especialmente
con la lucha y la guerra con lo divino. ¡Creyera o no creyera en ello!
Podría decirse, a
modo de chanza, que era una familia que nunca se ha llevado bien: ni con el
padre, ni con el hijo, ni con el proyecto, ni con nada.
Las maldiciones divinas
corrían en diferentes tiempos, con volcanes, terremotos, huracanes, epidemias…;
y a nivel individual, con locuras, con guerras…
Una especie que nunca
se ha adaptado.
Una especie que se ha
rebelado contra el destino que le aguardaron los dioses.
Y así fue
convirtiendo el ser, la vida, en una lucha diaria: hay que luchar para
progresar, hay que luchar… Una fatigosa encomienda en contra de la propia
especie y en contra del espacio que nos ha tocado como vida.
Y así, en el desierto
pone trenes.
.- ¿Trenes…? ¿En el desierto?
.- ¡Sí!… Y autopistas y…
Y los valles se
convierten en piscinas o cualquier otra imaginaria creación.
El progreso belicista
de la conquista del mundo es imparable. Como si nos hubieran dado el peor lote
del universo: la selva, por ser selva, no; el desierto, por ser desierto, no;
la montaña, por ser montaña, no; el bosque, por ser bosque, no. Así que habrá
que talarlo, habrá que deforestar, habrá que poblar lo ‘impoblable’…
Y esa es una historia
cotidiana que se transfiere a lo convivencial, a lo que hace uno y a lo que
hace otro, pero ya desconectado cada vez más de lo espiritual, anímico, divino…
o como se quiera denominar. Preferimos decir “Misterio Creador”. Así tiene
espacio cualquier otra denominación.
Se podría decir
–también simplificando este segundo espacio- que cada ser ve en el otro un
contrincante. Es como si viera al mismísimo Dios, y le reclamara por qué es
así, por qué no piensa como él, por qué no obedece, por qué no le puede tomar
como esclavo…
Quizás… la guerra
entre humanidades, desde las pequeñas relaciones hasta las más grandes, se debe
a que cada ser ve en el otro el divino castigador, y se rebela contra ese
castigo por considerarlo ¡un fraude!; en cambio se ataca a su propio criterio,
por considerar que ha fallado a lo divino.
¡Curioso! Una doble
guerra: la guerra contra el infiel,
que ha interpretado mal los designios, y la guerra consigo mismo, porque no ha
sido fiel a sus propios criterios, a la interpretación de la intervención y de
las leyes divinas –“leyes divinas”- que sobre él y sobre su comunidad gravitan.
¡Tres guerras a la
vez!: la inconformidad con el lugar del Universo que le ha tocado –con el
planeta-; la disconformidad con aquel que interpreta –según cada uno- erróneamente
los designios divinos; y la guerra contra uno mismo, por no ser fiel a lo que
uno cree.
¡Doblegar la montaña,
doblegar el desierto, doblegar la selva, doblegar el mar!...
Estas tres guerras…
podemos ignorarlas, podemos decir que las hemos superado, podemos decir… bla, bla,
bla, ¡pero están ahí! Y cualquiera,
con cualquier criterio, las vive diariamente: ese disgusto consigo mismo, esa
confrontación con el otro, ese disgusto con las reacciones. Basta con que
llueva para que: “¡Ay!, fíjate, está
lloviendo”. Si hace frío: “¡Oh!, ¡qué
frío hace!”. Cosas simples, ¿verdad? Aunque sabe que las estaciones llegan
y… “¡Ya!, pero… ¡huy, qué calor!”.
Pero, ¡alma de Dios!,
¿hay algo que te guste? ¡Por favor! ¿Hay algo con lo que te sientas… ya no digo
que bien, sino regular? Parece ser que no. Si además luego incluimos la
historia personal, individual, liberal, libertaria de cada uno… ¡uff!... se
termina siendo, todos los seres, enemigos.
Todo esto es global,
sí. Y cada uno puede esgrimir su desacuerdo, por su experiencia personal, pero…
seamos generosos: contemplemos las cosas en su universalidad. Y en ella estamos
nosotros, aunque seamos una excepción… que confirma la regla.
Pero el paso del
ejercicio repetido de una misma actitud, ha hecho que los seres, decididamente,
contemplen la vida como una lucha permanente, como un combate por llegar, por
tener, por alcanzar, por lograr, por conseguir.
El hacer
complaciente, generoso, comunicativo, solidario… queda para excepciones –que
suelen durar poco-.
Y es así como marcha la especie. Es así lo que nos
transmite la Llamada Orante de hoy.
Y visto así –y
tratando de no ser el guerrero permanente-… el panorama es desolador.
La extinción ya es lo
de menos. La cuestión es cómo se llega a ella: es terrible.
Y cabe preguntarse: “¿No fue casual que arribara a este lugar
del Universo? ¿No fue casual que naciera en ese espacio, con esa lengua, con
esa costumbre?”.
Pero a la vez, por la
extensión de la especie a todos los lugares, parece que hay disconformidad en
cuanto al designio que sobre cada uno cae. Y no confundirlo con la aventura, la
búsqueda, el descubrimiento, que eso es saludable, es innato en el ser.
En consecuencia,
volviendo a la pregunta de que me trajeron a un sitio, y no estaba calculado… Es
un misterio. Por qué Abdul llegó a Kuala Lumpur, o Andrés llegó a Cádiz…; por
qué uno hará de su vida un carnaval, y el otro hará de su vida un drama…
Podríamos sugerir la
posibilidad de que el ser ahuyente la queja del lugar de su presencia… y así
deje de pelearse con su espacio, deje de tratar de conquistarlo, dominarlo,
controlarlo.
Concebir la
concepción y el nacimiento y la estancia, en este lugar llamado “vida”, como un
¡asombro… espectacular!
Y en consecuencia, no
hay lugar a la queja, puesto que tenemos también la capacidad de admirar la
nieve, el sudor del calor, el cobijo del viento…
¡Ten Piedad!
La segunda guerra es…
la de ¡los intérpretes! Este interpreta
“que”…, el otro interpreta “cuál”… “Que”
y “cuál” se pelean y se enfrentan como avisando de que el mundo es según cada
cual lo mira, y el otro es enemigo. ¿Se podría congeniar? ¿Se podría dialogar, con-sensuar… situaciones aparentemente
contradictorias, pero que no lo son en la medida en que estamos en la actitud
de congeniarnos…?
Y así, los
interpretes de la Creación –sean de la naturaleza que sean- pueden contemplarse
sin… ¡prejuicios! –como los que
existen genéricamente entre creyentes y no creyentes-.
¿Podremos asumir a
los no creyentes…?, ¿a los creyentes de otra naturaleza…? ¿Podemos asumir –más
simple todavía- el color de la tez de unos, y el color de la tez de otros…?
Fíjense qué lejos
estamos aún de eso. Los inmigrantes se ahogan en pateras increíbles. Los
receptores los esclavizan; cuando los devuelven, los castigan… “Atroz”.
Pero al menos en
nuestro fuero… muy interno –que a veces no solamente es el color de la piel,
sino también el lugar de procedencia-, ¿no es acaso cierto que esa competencia
entre regiones es… es… es incluso promovida? Y hasta los lenguajes se hacen
violentos, y se trata de condicionar como sea, a los que empiezan, para que
hablen, piensen y sientan según un código de poder. ¡Terrible!
Hay como una negación
a sentirse Universo. Hay como una negación imperiosa a compartir.
¡Ten piedad!
Y en la tercera
estancia… de lucha y guerra que el ser establece contra su pereza, contra su
cansancio, contra su incomodidad, contra su “falta de…”, contra su “necesidad
de…”, contra… ¡Puf!... ¿Hay alguien contento consigo mismo? Difícil, ¿eh?
¡Sí!; puedes estar
contento algún día o varios días, pero otro día, pues… ¡fallas! Y no solamente
te lo reprocharás tú, sino que el entorno también lo hará. “Deleznable”.
¿Podríamos ser algo
más flexibles con nuestras exigencias? ¿Podríamos depurar más nuestras
propuestas… y dejar de contemplarlas como una lucha sin cuartel?
¡Ten Piedad!
Y englobando todo,
podríamos preguntarnos: “¿Pero es posible
que yo… –cada uno se pregunte- es posible que yo me pueda llevar bien con
la Creación? ¿Es que necesariamente me tengo que llevar mal?... ¿Es que me han creado para destruirme?”.
Sí. Esa es la
conclusión casi culminante: “¡Me han
creado para destruirme! ¡Me han creado para que me destruya en mi tierra! ¡Me
han creado para que destruya al que no piense como yo! ¡Me han creado para que
me destruya a mí mismo!”.
La conclusión es que
esa Fuerza Creadora, ese Dios –o como queramos llamarle- ¡es cruel!, ¡es
despiadado!
¿Se podría pensar
otra cosa..?
¿Y si no fuera así?
¿Y si nos crearon –la Creación, sea de cualquiera de las formas- para “complejizarnos”?:
ser cada vez más complejos, pero cada vez más exactos, más flexibles, más
cooperantes, más solidarios, más libertarios, más… –un poco- amorosos.
Y si –en consecuencia-
hemos interpretado mal nuestra
presencia… –y de ahí que hayamos llegado al acuerdo de que he sido creado para
destruirme, ¡o para que me destruyan, da igual!-… ¿podría decir: “he sido
creado en un soplo de Amor, en un ‘ama-necer’”?
¿Podría decir que he
sido creado para que mis sentidos se iluminen en cada función, y se conjunten
para establecer un proyecto, un ideal…? Y que pueda conjugarlo con otros, que
pueda compartirlo con otros, que el afán de todos sea el consenso… y que deje
de considerarme un enemigo, a mí mismo.
¡Ten Piedad!
Puede ser terrible pensar
que todo lo planteado hasta ahora ha sido un grave error.
Y volver a plantear
otras tendencias –¡que están, pero que son tan
inoperantes!-… ¿es una quimera?
¿Y si, gracias a la Llamada
Orante, escuchamos la situación y descubrimos nuestra virtud, ¡y admiramos la
de los otros!, seamos capaces de alcanzar una comunión de desarrollo, una
comunión de ¡complacencias!... en donde los juicios, las normas, las costumbres
y las leyes se disuelvan en beneficio de un consenso de Amor…?
¿Es una locura
pensarlo…? ¿O es una aventura –“ventura” y “aventura”- atreverse a vivirlo de
esta forma?
La Creación se complace en la vida.
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