LA PERSEVERANTE CONFIANZA, CON LA FE, EN LA FE, TRAE VENTURA
1
de febrero de 2021
Y la confianza se
hizo tibia, medrosa, ¡insegura!, indecisa… Sometida al rendimiento.
Y la confianza se fue
haciendo cada vez menos necesaria. Aunque fuera imprescindible, pero se hizo
juicio. Y cuando aquellos que no obtenían la renta de la confianza… –“aquellos
que no obtenían la renta de la confianza”-, se generaba una deslealtad.
Quizás todo ese
deterioro comenzó cuando aparecieron las “rentas”, las “ganancias”; cuando
apareció el hombre especulativo, el hombre productor, el ser acumulador…; el
esclavismo.
No obstante –curioso-
existen los “presos de confianza”. Sí. Presos que han demostrado, a lo largo de
los años de prisión, que se adaptan, que obedecen, que consideran justa su pena,
y ayudan a los carceleros para que cuiden de los nuevos encarcelados que tienen
riesgos de auto agredirse o de mala adaptación. “Presos de confianza”; cuando
la labor fundamental de un preso es fugarse.
Pero la confianza es
imprescindible, porque es la que permite la comunión, un cierto sentir común,
una alianza.
Pero los partidismos
y sectarismos han fragmentado esa confianza, y cada uno confía en “los suyos”,
hasta que deja de confiar. La traición es la llave de la no obtención de lo que
se espera en base a la confianza.
La confianza, en su
origen, ¡es gratis!, pero si se interpreta como una fianza –es decir, un pago de algo que se da “por si”… se produjeran
daños en un alquiler, por ejemplo-, entonces ya le damos un carácter rentista:
de renta.
Y el Sentido Orante
nos reclama; como advertencia por una parte, y por otra parte como aviso. Como
advertencia, en el sentido de cuál es nuestro nivel de confianza, de una manera
general y de una manera particular: ¿es frágil, es fuerte, es débil, es
intermitente, depende de los resultados…? ¿Cómo le gustaría a usted que los
demás confiaran en usted?
Y por otra parte,
¿cuál es el nivel de confianza del orante ante el Misterio Creador?
¿En qué medida se
confía en la confabulación que establece la Providencia con cada ser?
¿En qué medida sabemos
que “eso está ahí”… y que lo podemos ver, escuchar, sentir…? Y eso sucede
cuando estamos dispuestos a despejar nuestra mente de egolatría e idolatría, y
nuestros sentires, de posesiones.
Sea cual sea la respuesta que cada uno dé a esas dos preguntas –volviendo a ellas-, la primera: ¿qué, qué confianza…?, ¿en quién confío?, ¿hasta qué punto confío? ¿Confío plenamente –en cuyo caso estoy a las buenas y a las malas- o confío parcialmente, depende: si son de las buenas, sí, pero si son de las que yo considero malas, no…?
¿Cuándo se pierde la
confianza?
Por ejemplo, si a tu
través se ofrece un regalo a alguien, dedicado, y ni siquiera una sola gracia,
unas solas “gracias” aparecen, ¿se debe perder la confianza? ¿Es un detalle suficiente
como para perder la confianza? ¿O es una cosa que no tiene importancia? ¡Vendrán
cosas peores!
Sí. La confianza es
algo que se debe mostrar, ejercitar y realizar, desde las cosas más pequeñas
hasta las que llamamos más grandes.
Pero resulta difícil,
claro, porque el hedonismo personal y el valor que se le da a la confianza que
uno muestra en un detalle, si no se valora, pues… ¡bah!
No queda más remedio
–como “remedio”- que darse cuenta de la desconfianza vulgar que se ejercita habitualmente.
Y decimos “remedio”
por el calificativo de vulgar. Sí; porque son confianzas que solo piensan en
las rentas. ¡Ay!... ¡qué sola se siente la flor cuando el viandante no depara
en ella! ¡Qué triste navega la nube cuando el caminante no mira hacia el cielo!
¡Qué arrullo sin sonido tiene el viento, cuando el meditador no depara en sus
alientos!
¡Ay! ¡Qué tristeza
grande hay en las palabras, cuando no se escuchan! ¡Ay! ¡Qué desolación, cuando
las gracias se ausentan!
¡Qué ejemplo tan
inaccesible de confianza da la Creación a sus criaturas, y qué poco reflejo se
ejercita, de esa confianza, con el cercano, con el próximo!
Nos cortejan en
confianza con salud, con alimentos, con cobijos, con afectos. Y el ser responde
cada vez más con la desconfianza que se pregunta: “¿Y qué… qué se querrá a cambio de lo que se da?”.
El que confía no
espera nada a cambio.
Cuando la confianza
se basa en el cambio… es un proceso de negocio, de intercambio.
Porque además, ya se
advierte: “¡Cuidado con la fe ciega! La fe
ciega te ciega y no te deja ver”.
Ah, ¿la fe…? ¡Ah!, ¡la
confianza!…
“La Fe”. ¡Oh! Una
invitada clamorosa. Una invitada que empuja a la confianza, y que a menudo se
confunde con ella. Y no. No, no. Son aliadas. Pero cuando hay Fe, la confianza
se hace plena. Cuando no hay fe, la confianza se hace dudosa. “De dudosa
confianza”.
Y así aparece la
frase habitual: “No me fio de…“. “No
confío en…”.
Pero, sobre todo, “no
me fío”. Y claro, es una cadena casi interminable de desconfianzas.
Y el que no confía y
no se fía, no se da cuenta de que tampoco confían y se fían de él.
Y no es difícil
encontrar ejemplos… no vamos a poner número, pero sí que se encuentran ejemplos
de perseverante confianza –con el auxilio de la Fe- que perduran en el tiempo, desafiándole…
y que, ¡no siempre!, pero traen ventura. Incluso cuando no traen ventura, como la confianza se alía con la fe –o la
fe con la confianza-, ha merecido la pena confiar.
Son ejemplos, ¿eh?
Creemos que algo más
que excepciones.
Así que, con los
ejemplos, podríamos decir que la perseverante confianza, con la fe, en la fe,
trae ventura. Eso puede ser como una frase de recordatorio… ¡Aunque luego se
olvida, claro! Pero si se lee con cierta frecuencia, podremos descubrirnos en lo
que confiamos y en lo que desconfían de nosotros. Y dar motivo para que
confíen. Pasar de la desconfianza mutua a la confianza mutua.
El ejercicio
permanente de dar confianza… y confiar simultáneamente, y ser de confianza,
ejemplarmente… nos propicia y nos promociona en la fe en el Misterio Creador. Nos
hace eco de la Llamada Orante, que nos advierte:
Si reina la
desconfianza mutua, el conjunto es ficticio; la comunión es insegura; el futuro,
incierto.
Y en el proceso de ‘des-confiar’, el ser cada vez se
aminora en sus recursos, cada vez se aísla más en sus demandas, y termina por
desconfiar de sí mismo. Y decimos “termina”, porque a partir de ahí es muy
difícil el mínimo progreso; es más fácil el fracaso –y, por supuesto, achacarlo
a otros-.
Cuando la confianza
se hace hábito, se amplifican las opciones, las posibilidades. La consciencia
se hace generosa. La amistad se hace “verdadera”. Y la soledad como… como causa,
desaparece.
La especie es una
especie social. Y en base a ello ha ido adquiriendo una naturaleza, una
prevalencia, una evolución y una constancia. Pero ¡que no quepa duda! –nos dice
el Sentido Orante- de que las evidentes señales, los claros avisos de deterioro
de la especie y de su cercanía al abismo de su desaparición… es directamente
proporcional a la confianza entre los elementos que integran esa especie.
Y está íntimamente
ligado a la Fe… que cada cual tiene en sus talentos.
¡Sí!
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