LA HUMANIDAD SE HA HECHO AJENA A TODO LO VIVIENTE
28 de junio de 2021
Tierno se muestra el
amanecer con sus claridades, con sus nuevos sonidos, con sus nuevos cantos. Los
verdes resplandecen… y cambian de tonos. La suave brisa se desplaza según
nuevos caminos.
Mientras, el ser de
humanidad despierta y entra en su vigilia. En la vigilia de la luz.
Y despierta con sus
preocupaciones, con sus planificaciones, con sus estrategias, con sus humores…
Y pareciera que es…
un día más, igual que otro.
Y pareciera que todo
es crónico.
Y todo marcha hacia
el desespero, la preocupación, el problema, la dificultad.
La humanidad se ha
hecho ajena a todo lo viviente, al
llegar a dominarlo, a controlarlo, a manipularlo… Y se refugia en su especie,
como la forma más culminante de la arrogancia de su poder.
Y éste trata de
convencer a aquél; aquél trata de dominar al otro; el otro establece un miedo:
la incapacidad que le da la escena de ser… el protagonista.
Son muy diversas, y
diríamos que casi infinitas, las variables que se suceden en una especie
umbilicalizada, egolatrizada… Y que cuando se produce algún movimiento de
sintonía, de comunicación, de preocupación por el entorno, se hace, sí, ocurre,
pero la mayoría de las veces, acompañado del interés, la ganancia, la seguridad…
y un largo etcétera que condiciona
ese interés por ese entorno, y lo salpica de timidez o de miedo o de arrogancia
o de triunfo…
Toda la biodiversidad
entusiasta de los primeros claros de la vigilia, queda abolida por el interés y
la exigencia de cada ser.
Puede resultar
exagerado, sí, pero… si honestamente el ser se visiona dentro de la humanidad
en la que habita, no tendrá muchas dificultades en descubrir que quiere esto,
aquello y lo otro; que rechaza esto, aquello y lo otro; que le gusta más esto o
aquello; que entra en una dualidad constante.
El ser –como vida
referenciable- ha “desconectado” su posición con respecto a la Creación. Se ha
declarado en huida ante el Misterio Creador.
Busca encontrarse a
sí mismo… y exigir lo que necesita, lo que precisa.
Las incapacidades,
las inutilidades, las dificultades… y ese largo etcétera por conseguir
solucionar, abruman al ser. Pero se auto-abruma él mismo. Porque, en realidad,
le pide al mundo que sea hecho a imagen y semejanza de él.
Y quiere que aquello
sea verde o marrón, y quiere que aquél cante más o menos, y quiere que el otro
obedezca, y quiere que aquél no tenga humor…
¿Resulta exagerado…?
¿O es una preocupación constante el querer –“querer”, ¿eh?- el querer que los
aconteceres sean, y las personas sean… lo que cada uno piensa que deben ser.
Y no se percata, el
ser, de que ha sido creado con unos recursos, unos medios, unas posibilidades; que
ha sido puesto ahí, en ese lugar, en esa comunidad, en ese país, en esa…
especial y excepcional posición. Y “excepcional”, porque no hay otra igual.
La condescendencia
que tiene la Creación hacia lo creado es… INSUPERABLE.
Y en la medida en que
el ser se asume y se adapta a sus recursos, a sus medios, a sus capacidades… y
deja de compararse y deja de exigir, pedir y ¡sufrir!… porque las cosas no son
como quiere que sean, y deja –en consecuencia- de ejercer en lo que es y para
lo que ha sido creado; en la medida en que se recupera la unicidad, la
excepcionalidad, lo extraordinario de cada ser, cada uno se sentirá en la
plenitud y, antes de querer, dará,
en base a sus recursos, sus dones…
Dará… bajo la
referencia de ese Misterio, bajo la referencia de que todo está dispuesto para
que el equilibrio, la armonía, lo imprevisible, lo inesperado, lo sorprendente,
la suerte, la imaginería, la fantasía… pueda ejercitarse.
Esto puede resultar
muy parabólico y muy exagerado, como la posición del principio pero en el
sentido opuesto. Pero está ahí, y por momentos los seres despuntan en lo que
son… y los demás descubren su valía y su necesidad.
Es preciso recabar en
las capacidades, en el impulso y en el entusiasmo que cada ser tenga.
Es preciso vivirlo
con la humildad necesaria para no aspirar al continuo triunfo o éxito o logro,
sino al continuo darse según la referencia, comunicarse, aceptarse, adaptarse…
y así evolucionar en la realización, sin sentimientos de “querencia”; con la
certeza de que la Llamada Orante estará ahí, ESTÁ AHÍ, presente.
Y cuando la
demandamos por necesidades, acude de inmediato. Y nos orienta, aunque no sea a
nuestro gusto.
Nunca estamos solos,
merced a nuestras capacidades. Siempre está el Aliento prometedor, evidente y
sugerente.
Pero ocurre que el
ser se obsesiona consigo mismo y con lo que otros dicen que sea; otros te dicen
cómo y otros te dicen por qué… y muy pocos se reservan en lo que son… y aceptan
lo que el otro es.
Es la hora –¡urgente!-
de la necesidad de dar cumplimiento a nuestras identidades, gestadas desde el
Misterio Creador.
Es la hora de asumir
nuestras capacidades, y desarrollarlas.
Es la hora de ¡sincerarse!...
sin comparaciones.
Es la hora de
descubrirse en la unicidad, en la excepcionalidad, y en lo único que es cada
ser.
Es AHORA, en la hora…
No hay “luego”.
Es muy tarde.
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